[2121] • BENEDICTO XVI (2005- • PRESENTAR LA VERDAD DE LA FAMILIA TAL Y COMO HA SIDO QUERIDA POR DIOS DESDE LA CREACIÓN
Discurso È per me motivo, a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, 13 mayo 2006
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Es para mí motivo de alegría encontrarme con vosotros al final de la sesión plenaria del Consejo pontificio para la familia, que celebra en estos días su 25° aniversario, pues fue creado por mi venerado predecesor Juan Pablo II el 9 de mayo de 1981. Dirijo a cada uno mi cordial saludo y, en particular, al cardenal Alfonso López Trujillo, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes.
La familia santuario de la vida
Vuestra reunión os ha permitido examinar los desafíos y los proyectos pastorales relacionados con la familia, considerada con razón como iglesia doméstica y santuario de la vida. Se trata de un campo apostólico amplio, complejo y delicado, al que dedicáis energías y entusiasmo con el objetivo de promover el evangelio de la familia y de la vida. ¡Cómo no recordar, a este respecto, la visión amplia y clarividente de mis predecesores, especialmente de Juan Pablo II, que promovieron con valentía la causa de la familia, considerándola como una institución decisiva e insustituible para el bien común de los pueblos!
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Patrimonio de la humanidad
La familia, fundada en el matrimonio, constituye un patrimonio de la humanidad, una institución social fundamental; es la célula vital y el pilar de la sociedad y esto afecta tanto a creyentes como a no creyentes. Es una realidad por la que todos los Estados deben tener la máxima consideración, pues, como solía repetir Juan Pablo II, el futuro de la humanidad se fragua en la familia (Familiaris consortio, 86). Además, según la visión cristiana, el matrimonio, elevado por Cristo a la altísima dignidad de sacramento, confiere mayor esplendor y profundidad al vínculo conyugal, y compromete con mayor fuerza a los esposos que, bendecidos por el Señor de la alianza, se prometen fidelidad hasta la muerte en el amor abierto a la vida.
Para ellos, el centro y el corazón de la familia es el Señor, que los acompaña en su unión y los sostiene en la misión de educar a sus hijos hacia la edad madura. De este modo, la familia cristiana coopera con Dios no sólo engendrando para la vida natural, sino también cultivando las semillas de la vida divina donada en el bautismo. Estos son los principios, ya conocidos, de la visión cristiana del matrimonio y de la familia. Los recordé una vez más el jueves pasado en mi discurso a los miembros del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia.
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En el mundo actual, en el que se están difundiendo algunas concepciones equívocas sobre el hombre, sobre la libertad y sobre el amor humano, no debemos cansarnos nunca de volver a presentar la verdad sobre la familia, tal como ha sido querida por Dios desde la creación. Por desgracia, está aumentando el número de separaciones y divorcios, que rompen la unidad familiar y crean muchos problemas a los hijos, víctimas inocentes de estas situaciones.
En especial la estabilidad de la familia está hoy en peligro. Para salvaguardarla con frecuencia es necesario ir contracorriente con respecto a la cultura dominante, y esto exige paciencia, esfuerzo, sacrificio y búsqueda incesante de comprensión mutua. Pero también hoy los cónyuges pueden superar las dificultades y mantenerse fieles a su vocación, recurriendo a la ayuda de Dios con la oración y participando asiduamente en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. La unidad y la firmeza de las familias ayudan a la sociedad a respirar los auténticos valores humanos y a abrirse al Evangelio. A esto contribuye el apostolado de muchos Movimientos, llamados a actuar en este campo en armonía con las diócesis y las parroquias.
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El embrión humano es una persona
Asimismo, hoy un tema muy delicado es el respeto debido al embrión humano, que debería nacer siempre de un acto de amor y ser tratado ya como persona (cf. Evangelium vitae, 60). Los progresos de la ciencia y de la técnica en el ámbito de la bioética se transforman en amenazas cuando el hombre pierde el sentido de sus límites y, en la práctica, pretende sustituir a Dios Creador. La encíclica Humanae vitae reafirma con claridad que la procreación humana debe ser siempre fruto del acto conyugal, con su doble significado de unión y de procreación (cf. n. 12). Lo exige la grandeza del amor conyugal según el proyecto divino, como recordé en la encíclica Deus caritas est: El eros, degradado a puro sexo, se convierte en mercancía, en simple objeto que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía (...). En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano (n. 5).
Gracias a Dios, especialmente entre los jóvenes, muchos están redescubriendo el valor de la castidad, que se presenta cada vez más como una garantía segura del amor auténtico. El momento histórico que estamos viviendo exige que las familias cristianas testimonien con valiente coherencia que la procreación es fruto del amor. Ese testimonio estimulará a los políticos y legisladores a salvaguardar los derechos de la familia. Como es sabido, se están acreditando soluciones jurídicas para las así llamadas uniones de hecho que, a pesar de rechazar las obligaciones del matrimonio, pretenden gozar de derechos equivalentes. Además, a veces se quiere llegar incluso a una nueva definición del matrimonio para legalizar las uniones homosexuales, atribuyéndoles también el derecho a la adopción de hijos.
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El invierno demográfico
Amplias áreas del mundo están sufriendo el así llamado invierno demográfico, con el consiguiente envejecimiento progresivo de la población. En ocasiones, las familias se ven amenazadas por el miedo ante la vida, la paternidad y la maternidad. Es necesario volverles a dar confianza para que puedan seguir cumpliendo su noble misión de procrear en el amor. Doy las gracias a vuestro Consejo pontificio pues, a través de encuentros continentales y nacionales, trata de dialogar con quienes tienen responsabilidades políticas y legislativas en este sentido, y se esfuerza por tejer una amplia red de coloquios con los obispos, ofreciendo a las Iglesias locales cursos abiertos a los responsables de la pastoral.
Aprovecho, además, la ocasión para reiterar la invitación a todas las comunidades diocesanas a participar con sus delegaciones en el V Encuentro mundial de las familias, que se celebrará el próximo mes de julio en Valencia, España, en el que, si Dios quiere, tendré la alegría de participar personalmente.
Gracias, una vez más, por el trabajo que realizáis. Que el Señor siga haciéndolo fecundo. Por esto os aseguro mi recuerdo en la oración. Invocando la maternal protección de María, os imparto a todos mi bendición, que extiendo a las familias, para que sigan construyendo su hogar a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret.
[Insegnamenti BXVI, II/1 (2006), 588-591]
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È per me motivo di gioia incontrarvi al termine della Sessione Plenaria del Pontificio Consiglio per la Famiglia, che celebra in questi giorni i suoi 25 anni, essendo stato creato dal venerato mio Predecessore Giovanni Paolo II il 9 maggio 1981. Rivolgo a ciascuno di voi il mio cordiale saluto, con un pensiero particolare per il Cardinale Alfonso López Trujillo, che ringrazio per essersi fatto interprete dei comuni sentimenti.
Questa vostra riunione vi ha dato modo di esaminare le sfide ed i progetti pastorali concernenti la famiglia, considerata giustamente come chiesa domestica e santuario della vita. Si tratta di un campo apostolico vasto, complesso e delicato, al quale dedicate energia ed entusiasmo, nellintento di promuovere il Vangelo della famiglia e della vita. Come non ricordare, a questo proposito, la visione ampia e lungimirante dei miei Predecessori, e in special modo di Giovanni Paolo II, che hanno promosso, con coraggio, la causa della famiglia, considerandola come realtà decisiva ed insostituibile per il bene comune dei popoli?
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La famiglia fondata sul matrimonio costituisce un patrimonio dellumanità, unistituzione sociale fondamentale; è la cellula vitale e il pilastro della società e questo interessa credenti e non credenti. Essa è realtà che tutti gli Stati devono tenere nella massima considerazione, perché, come amava ripetere Giovanni Paolo II, lavvenire dellumanità passa attraverso la famiglia (Familiaris consortio, 86). Inoltre, nella visione cristiana, il matrimonio, elevato da Cristo allaltissima dignità di sacramento, conferisce maggiore splendore e profondità al vincolo coniugale, e impegna più fortemente gli sposi che, benedetti dal Signore dellAlleanza, si promettono fedeltà fino alla morte nellamore aperto alla vita.
Per essi, centro e cuore della famiglia è il Signore, che li accompagna nella loro unione e li sostiene nella missione di educare i figli verso letà matura. In tal modo la famiglia cristiana coopera con Dio non soltanto nel generare alla vita naturale, ma anche nel coltivare i germi della vita divina donata nel Battesimo. Sono questi i principî ben noti della visione cristiana del matrimonio e della famiglia. Li ho ricordati ancora una volta giovedì scorso, parlando ai membri dellIstituto Giovanni Paolo II per Studi su Matrimonio e Famiglia.
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Nel mondo odierno, in cui vanno diffondendosi talune equivoche concezioni sulluomo, sulla libertà, sullamore umano, non dobbiamo mai stancarci nel ripresentare la verità sullistituto familiare, così come è stato voluto da Dio fin dalla creazione. Va crescendo, purtroppo, il numero delle separazioni e dei divorzi, che rompono lunità familiare e creano non pochi problemi ai figli, vittime innocenti di tali situazioni.
La stabilità della famiglia è oggi particolarmente a rischio; per salvaguardarla occorre spesso andare controcorrente rispetto alla cultura dominante, e ciò esige pazienza, sforzo, sacrificio e ricerca incessante di mutua comprensione. Ma anche oggi è possibile ai coniugi superare le difficoltà e mantenersi fedeli alla loro vocazione, ricorrendo al sostegno di Dio con la preghiera e partecipando assiduamente ai sacramenti, in particolare allEucaristia. Lunità e la saldezza delle famiglie aiuta la società a respirare i valori umani autentici e ad aprirsi al Vangelo. A questo contribuisce lapostolato di non pochi Movimenti, chiamati ad operare in questo campo in armoniosa intesa con le Diocesi e le parrocchie.
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Oggi, poi, un tema quanto mai delicato è il rispetto dovuto allembrione umano, che dovrebbe sempre nascere da un atto di amore ed essere già trattato come persona (cfr Evangelium vitae, 60). I progressi della scienza e della tecnica nellambito della bioetica si trasformano in minacce quando luomo perde il senso dei suoi limiti e, in pratica, pretende di sostituirsi a Dio Creatore. LEnciclica Humanae vitae ribadisce con chiarezza che la procreazione umana devessere sempre frutto dellatto coniugale, con il suo duplice significato unitivo e procreativo (cfr n. 12). Lo esige la grandezza dellamore coniugale secondo il progetto divino, come ho ricordato nellEnciclica Deus caritas est: Leros degradato a puro sesso diventa merce, una semplice cosa che si può comprare e vendere, anzi, luomo stesso diventa merce... In realtà, ci troviamo di fronte ad una degradazione del corpo umano (n. 5).
Grazie a Dio, non pochi, specialmente tra i giovani, vanno riscoprendo il valore della castità, che appare sempre più come sicura garanzia dellamore autentico. Il momento storico che stiamo vivendo chiede alle famiglie cristiane di testimoniare con coraggiosa coerenza che la procreazione è frutto dellamore. Una simile testimonianza non mancherà di stimolare i politici e i legislatori a salvaguardare i diritti della famiglia. È noto infatti come vadano accreditandosi soluzioni giuridiche per le cosiddette unioni di fatto che, pur rifiutando gli obblighi del matrimonio, pretendono di godere diritti equivalenti. A volte, inoltre, si vuole addirittura giungere ad una nuova definizione del matrimonio per legalizzare unioni omosessuali, attribuendo ad esse anche il diritto alladozione di figli.
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Vaste aree del mondo stanno subendo il cosiddetto inverno demografico, con il conseguente progressivo invecchiamento della popolazione; le famiglie appaiono talora insidiate dalla paura per la vita, per la paternità e la maternità. Occorre ridare loro fiducia, perché possano continuare a compiere la loro nobile missione di procreare nellamore. Sono grato al vostro Pontificio Consiglio perché, in vari incontri continentali e nazionali, cerca di dialogare con coloro che hanno responsabilità politica e legislativa al riguardo, come pure si sforza di tessere una vasta rete di colloqui con i Vescovi, offrendo alle Chiese locali lopportunità di corsi aperti ai responsabili della pastorale.
Profitto, poi, delloccasione per reiterare linvito a tutte le comunità diocesane a partecipare con loro delegazioni al V Incontro Mondiale delle Famiglie, che si terrà nel luglio prossimo a Valencia, in Spagna, e al quale, a Dio piacendo, avrò la gioia di partecipare di persona.
Grazie ancora per il lavoro che svolgete; il Signore continui a renderlo fecondo! Assicuro per questo il mio ricordo nella preghiera, mentre, invocando la materna protezione di Maria, imparto a tutti voi la mia Benedizione, che estendo volentieri alle famiglie, affinché continuino a costruire il loro focolare sullesempio della Santa Famiglia di Nazareth.