[2238] • BENEDICTO XVI (2005- • LA FAMILIA EN EL CENTRO DE LA PASTORAL DE LA IGLESIA
Del Discurso Sede bem-vindos!, a los Obispos de las Regiones Nordeste 1 y 4 de Brasil en visita ad limina, 25 de septiembre de 2009
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[3.] Al ser nosotros conscientes de que solamente de Dios puede provenir la imagen y semejanza propia del ser humano (cf. Gn 1, 27), como sucede en la creación –la generación y la continuación de la creación–, con vosotros y con vuestros fieles, “doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior” (Ef 3, 14-16). Que en cada hogar el padre y la madre, íntimamente robustecidos por la fuerza del Espíritu Santo, unidos sigan siendo la bendición de Dios en la propia familia, buscando la eternidad de su amor en las fuentes de la gracia confiadas a la Iglesia, que es “el pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 4).
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[4.] Con todo, mientras la Iglesia compara la familia humana con la vida de la Santísima Trinidad –primera unidad de vida en la pluralidad de las personas– y no se cansa de enseñar que la familia tiene su fundamento en el matrimonio y en el plan de Dios, la conciencia generalizada en el mundo secularizado vive en la incertidumbre más profunda a ese respecto, especialmente desde que las sociedades occidentales legalizaron el divorcio. El único fundamento reconocido parece ser el sentimiento o la subjetividad individual que se expresa en la voluntad de convivir. En esta situación disminuye el número de matrimonios, porque nadie compromete su vida sobre una premisa tan frágil e inconstante, crecen las uniones de hecho y aumentan los divorcios. Con esta fragilidad se consuma el drama de muchos niños privados del apoyo de los padres, víctimas del malestar y del abandono, y se difunde el desorden social.
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[5.] La Iglesia no puede permanecer indiferente ante la separación de los cónyuges y el divorcio, ante la ruina de los hogares y las consecuencias que el divorcio provoca en los hijos. Estos, para ser instruidos y educados, necesitan puntos de referencia muy precisos y concretos, es decir, padres determinados y ciertos que, de modo diverso, contribuyen a su educación. Ahora bien, este es el principio que la práctica del divorcio está minando y poniendo en peligro con la así llamada familia alargada o móvil, que multiplica los “padres” y las “madres” y hace que hoy la mayoría de los que se sienten “huérfanos” no sean hijos sin padres, sino hijos que los tienen en exceso. Esta situación, con las inevitables interferencias y el cruce de relaciones, no puede menos de generar conflictos y confusiones internas, contribuyendo a crear y grabar en los hijos un tipo de familia alterado, asimilable de algún modo a la propia convivencia a causa de su precariedad.
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[6.] La Iglesia está firmemente convencida de que los problemas actuales que encuentran los cónyuges y debilitan su unión tienen su verdadera solución en un regreso a la solidez de la familia cristiana, ámbito de confianza mutua, de entrega recíproca, de respeto de la libertad y de educación para la vida social. Es importante recordar que “el amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos” (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1644). De hecho, Jesús dijo claramente: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mc 10, 9) y añadió: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 11-12). Con toda la comprensión que la Iglesia puede sentir ante tales situaciones, no existen casados de segunda unión, como los hay de primera; esa es una situación irregular y peligrosa, que es necesario resolver con fidelidad a Cristo, encontrando con la ayuda de un sacerdote un camino posible para poner a salvo a cuantos están implicados en ella.
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[7.] Para ayudar a las familias, os exhorto a proponerles con convicción las virtudes de la Sagrada Familia: la oración, piedra angular de todo hogar fiel a su identidad y a su misión; la laboriosidad, eje de todo matrimonio maduro y responsable; y el silencio, fundamento de toda actividad libre y eficaz. De este modo, animo a vuestros sacerdotes y a los centros pastorales de vuestras diócesis a acompañar a las familias para que no se vean engañadas y seducidas por ciertos estilos de vida relativistas, que promueven las producciones cinematográficas y televisivas y otros medios de información. Confío en el testimonio de los hogares que toman sus energías del sacramento del matrimonio; con ellas es posible superar la prueba que se presenta, saber perdonar una ofensa, acoger a un hijo que sufre, iluminar la vida del otro, aunque sea débil o discapacitado, mediante la belleza del amor. El tejido de la sociedad se ha de restablecer a partir de estas familias.