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[2283] • BENEDICTO XVI (2005- • LA FAMILIA, LOS ANCIANOS, LOS HOMBRES Y LAS MUJERES

De la Exhortación Apostólica Africae munus, a los Obispos, al Clero, a las personas consagradas y a los fieles laicos, sobre la Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz, 19 de noviembre de 2011

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42. La familia es el “santuario de la vida” y una célula vital de la sociedad y de la Iglesia. En ella es “donde se plasma el rostro de un pueblo y sus miembros adquieren las enseñanzas fundamentales. Ellos aprenden a amar en cuanto son amados gratuitamente, aprenden el respeto a las otras personas en cuanto son respetados, aprenden a conocer el rostro de Dios en cuanto reciben su primera revelación de un padre y una madre llenos de atenciones. Cuando faltan estas experiencias fundamentales, es el conjunto de la sociedad el que sufre violencia y se vuelve, a su vez, generador de múltiples violencias”76.

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43. La familia es ciertamente el lugar propicio para aprender y practicar la cultura del perdón, de la paz y la reconciliación. “En una vida familiar “sana” se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz”77. A causa de su importancia capital y de las amenazas que se ciernen sobre esta institución –la distorsión de la noción misma de matrimonio y familia, la infravaloración de la maternidad y la banalización del aborto, la facilitación del divorcio y el relativismo de una “nueva ética”–, la familia tiene necesidad de ser protegida y defendida78, para que preste ese servicio que la sociedad misma espera de ella, es decir, ofrecer hombres y mujeres capaces de construir un entramado social de paz y armonía.

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44. Aliento vivamente a las familias, pues, a hallar inspiración y fuerza en el Sacramento de la Eucaristía, para vivir la novedad radical que Cristo ha traído al corazón de la vida cotidiana, novedad que lleva a cada uno a ser testigo capaz de difundir luz en su ambiente de trabajo y en toda la sociedad. “El amor entre el hombre y la mujer, la acogida de la vida y la tarea educativa son ámbitos privilegiados en los que la Eucaristía puede mostrar su capacidad de transformar la existencia y llenarla de sentido”79. No hay duda que participar en la Eucaristía dominical es una exigencia de la conciencia cristiana y que al mismo tiempo la forma80.

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45. Por otra parte, reservar en la familia un lugar destacado para la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: el primado de la gracia. La oración nos recuerda constantemente el primado de Cristo y, unido a ello, el primado de la vida interior y de la santidad. El diálogo con Dios abre el corazón al flujo de la gracia y permite que la Palabra de Cristo pase por nosotros con toda su fuerza. Para ello es necesario que en el seno de la familia se escuche asiduamente y se lea con atención la Santa Escritura81.

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46. Más aún, “la misión educativa de la familia cristiana [es] como un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don, como escribió Pablo VI, “todos los miembros evangelizan y son evangelizados”. En virtud del ministerio de la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos [...] Llegan a ser plenamente padres, es decir engendradores no sólo de la vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu, brota de la Cruz y Resurrección de Cristo”82.

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48. Las personas mayores pueden influir de diversos modos sobre la familia gracias a esta sabiduría, a veces difícil de adquirir. Su experiencia les lleva naturalmente no sólo a colmar la diferencia, sino también a afirmar la necesidad de la interdependencia humana. Son un tesoro para todos los miembros de la familia, sobre todo para las parejas jóvenes y los niños que encuentran en ellas comprensión y amor. No siendo sólo transmisores de la vida, contribuyen por su comportamiento a consolidar su hogar (cf. Tt 2,2-5) y, por su oración y su vida de fe, a enriquecer espiritualmente a todos los miembros de su familia y de la comunidad.

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51. Los hombres tienen su propia misión en la familia. Como esposos y padres, mediante la relación conyugal y la educación de los hijos ejercen la noble responsabilidad de aportar valores necesarios para la sociedad.

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52. Con los Padres sinodales, animo a los hombres católicos a colaborar activamente en sus familias a la educación humana y cristiana de los hijos, al respeto y a la protección de la vida desde el momento de su concepción84. Les invito a instaurar un estilo de vida cristiano, enraizado y fundado en el amor (cf. Ef 3,17). Con san Pablo, les repito: “Amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella [...] Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia” (Ef 5,25.28-29). No temáis hacer visible y palpable que no hay amor más grande que dar la vida por quien se ama (cf. Jn 15,13), es decir, y en primer lugar, por la esposa y los hijos. Cultivad una alegría serena en vuestro hogar. El matrimonio es un “don del Señor”, decía san Fulgencio de Ruspe85. El respeto a la dignidad inviolable de cada persona humana será un antídoto eficaz contra las prácticas tradicionales contrarias al Evangelio y vejatorias particularmente para la mujer.

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53. Al manifestar y vivir en la tierra la paternidad misma de Dios (cf. Ef 3,15), estáis llamados a garantizar el desarrollo personal de todos los miembros de la familia, cuna y medio más eficaz para humanizar la sociedad, lugar de encuentro de varias generaciones86. Que por la dinámica creadora de la Palabra de Dios misma, crezca vuestro sentido de responsabilidad hasta comprometeros concretamente en la Iglesia87. La Iglesia tiene necesidad de testigos convencidos y eficaces de la fe que promuevan la reconciliación, la justicia y la paz y colaboren entusiasta y decididamente a la transformación del entorno familiar y de la sociedad en su conjunto88. Con vuestro trabajo que permite asegurar regularmente vuestra subsistencia y la de vuestras familias, dais este testimonio. Más aún, por el ofrecimiento de este trabajo a Dios, os asociáis a la obra redentora de Jesucristo que ha dado al trabajo una dignidad eminente trabajando con sus propias manos en Nazaret89.

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54. La calidad y el esplendor de vuestra vida cristiana depende de una profunda vida de oración, alimentada con la Palabra de Dios y los Sacramentos. Estad, pues, atentos para mantener viva esta dimensión esencial de vuestro compromiso cristiano; vuestro testimonio de fe en las tareas cotidianas, vuestra participación en los movimientos eclesiales, encuentran ahí la fuente de su dinamismo. Así os convertiréis en ejemplos que las jóvenes generaciones desearán imitar, y los ayudaréis de este modo a emprender una vida adulta responsable. No tengáis miedo de hablarles de Dios y de iniciarles con vuestro ejemplo a la vida de fe y al compromiso social y caritativo, ayudándoles a descubrir que verdaderamente han sido creados a imagen y semejanza de Dios: “Los signos de esta imagen divina en el hombre pueden ser reconocidos, no en el aspecto del cuerpo que se corrompe, sino en la prudencia e inteligencia, en la justicia, la moderación, el temperamento, la sabiduría, la instrucción”90.

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55. Las mujeres africanas, con sus muchos talentos y sus preciosos dones, son una gran riqueza para la familia, la sociedad y la Iglesia. Como decía Juan Pablo II: “La mujer es aquella en quien el orden del amor en el mundo creado de las personas halla un terreno para su primera raíz”91. La Iglesia y la sociedad necesitan que las mujeres encuentren el puesto que les corresponde en el mundo “para que el ser humano pueda vivir sin deshumanizarse completamente”92.

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56. Aunque es innegable que se ha progresado en favorecer la promoción y la educación de la mujer en algunos países de África, sin embargo, en su conjunto, aún no se ha llegado a valorar y reconocer plenamente su dignidad, sus derechos, así como su aportación esencial a la familia y a la sociedad. La promoción de las jóvenes y las mujeres está menos favorecida que la de los jóvenes y los hombres. Todavía son demasiadas las prácticas humillantes para las mujeres, las vejaciones en nombre de tradiciones ancestrales. Con los Padres sinodales, invito encarecidamente a los discípulos de Cristo a combatir todos los actos de violencia contra las mujeres, a denunciarlos y a condenarlos93. En este contexto, sería conveniente que los comportamientos dentro de la Iglesia fueran un modelo para el conjunto de la sociedad.

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57. En mi viaje a África, insistí en que “hay que reconocer, afirmar y defender la misma dignidad del hombre y la mujer: ambos son personas, diferentes de cualquier otro ser viviente del mundo que les rodea”94. El cambio de mentalidad en este campo es desgraciadamente demasiado lento. La Iglesia tiene la obligación de contribuir a este reconocimiento y liberación de la mujer, siguiendo el ejemplo de Cristo (cf. Mt 15,21-28; Lc 7,36-50; 8,1-3; 10,38-42; Jn 4,7-42). Crear para ella un ámbito en el que pueda tomar la palabra y desarrollar sus talentos mediante iniciativas que refuercen su valía, su autoestima y su especificidad, les permitirá ocupar en la sociedad un puesto igual al del hombre –sin confundir ni uniformar la especificidad de cada uno–, pues ambos son “imagen” del Creador (cf. Gn 1,27). Que los obispos animen y promuevan la formación de las mujeres para que asuman “su propia parte de responsabilidad y de participación en la vida comunitaria de la sociedad y […] de la Iglesia”95. Y así contribuirán a la humanización de la sociedad.

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58. Vosotras, mujeres católicas, os inscribís en la tradición evangélica de las mujeres que asistían a Jesús y a los apóstoles (cf. Lc 8,3). Sois para las Iglesias locales como la “columna vertebral”96, pues vuestro número y vuestra presencia activa en vuestras organizaciones son de gran ayuda para el apostolado de la Iglesia. Cuando la paz se ve amenazada y la justicia ultrajada, cuando la pobreza sigue creciendo, vosotras os mantenéis firmes en defensa de la dignidad humana, de la familia y de los valores de la religión. Que el Espíritu Santo suscite sin cesar mujeres santas y valientes que no cejen en su valiosa colaboración espiritual para el crecimiento de nuestras comunidades.

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59. Queridas hijas de la Iglesia, aprended continuamente en la escuela de Cristo, como María de Betania, a reconocer su Palabra (cf. Lc 10,39). Formaos en el catecismo y en la Doctrina social de la Iglesia, donde encontraréis los principios que os ayudarán a comportaros como verdaderas discípulas. Así os comprometeréis adecuadamente en los diferentes proyectos en favor de las mujeres. No dejéis de defender la vida, pues Dios os ha hecho receptoras de la vida. La Iglesia estará siempre a vuestro lado. Ayudad con vuestros consejos y ejemplo a las jóvenes para que afronten con paz la vida adulta. Ayudaos mutuamente. Respetad a las más ancianas de entre vosotras. La Iglesia cuenta con vosotras para crear una “ecología humana”97 mediante el amor y la ternura, la acogida y la delicadeza y, sobre todo, mediante la misericordia, valores que vosotras sabéis inculcar a los hijos, y de los cuales el mundo tiene tanta necesidad. Así, mediante la riqueza de vuestros dones propiamente femeninos98, favoreceréis la reconciliación de los hombres y de las comunidades.

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70. […] Por eso, los Padres sinodales han querido subrayar los aspectos cuestionables de ciertos documentos de entes internacionales, en especial los que se refieren a la salud reproductiva de la mujer. La postura de la Iglesia no admite ambigüedad alguna por lo que se refiere al aborto. El niño en el seno materno es una vida humana que se ha de proteger. El aborto, que consiste en eliminar a un inocente no nacido, es contrario a la voluntad de Dios, pues el valor y la dignidad de la vida humana debe ser protegida desde la concepción hasta la muerte natural. La Iglesia en África y las islas vecinas deben comprometerse a ayudar y apoyar a las mujeres y a los cónyuges tentados por el aborto, y a estar cercana de los que han tenido esta triste experiencia, con el fin de educar en el respeto de la vida. Y se alegra por la valentía de los gobiernos que han legislado en contra de la cultura de la muerte, de la cual el aborto es una dramática expresión, y en favor de la cultura de la vida111.

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra