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Can. 8.–Es mandato del Señor que la esposa no debe ser abandonada por el esposo, a no ser en caso de fornicación, y por lo tanto, cualquiera que fuera de este caso dejare a su esposa con cualquier pretexto, porque decidió él separar lo que Dios unió, privado de la comunión eclesiástica, permanecerá extraño a la asamblea de todos los cristianos, hasta que vuelva a la compañía de la esposa abandonada, y abrace y proteja sinceramente a la otra parte de su cuerpo con la honesta ley del matrimonio. Pero aquellos que amonestados por el obispo una, dos o tres veces para que se corrijan, no quisieren volver al amor y cohabitación con su esposa, ellos mismos se apartarán por su culpa del oficio de la dignidad palatina, y además todo el tiempo que permanecieren en su pecado perderán los derechos de su alta dignidad, porque entregaron su carne al puñal de la discordia.

[CV, 395]