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[1.–] Que a los que así se casan o van a casarse hagáis saber, en virtud de la autoridad apostólica, que la cópula conyugal no ha de considerarse como condenable ni por comparación a la continencia; ni la facultad de casarse se ha de tener como una ocasión de fornicación. Sino que como Dios mandó ya en el principio del mundo que se unieran el hombre y la mujer, de tal manera que llegaran a ser una sola carne, así –según la doctrina apostólica– que cada hombre tenga su mujer y que no se defrauden el uno al otro, a no ser que, para dedicarse a la oración, lo hagan de mutuo acuerdo y para un tiempo determinado. Tal como dice el Apóstol: ¿Estás casado con mujer? No busques la separación, es decir, mientras vive la mujer, no quieras pasar a unirte con otra; porque, como recuerda el mismo doctor de los gentiles: el que fornica peca contra su cuerpo, es decir, contra su propia mujer con la que se ha hecho un solo cuerpo, al que, engañando con uniones ilícitas, encadena con la falta del pecado. Por eso no se debe tener como recto al matrimonio que se da entre más de dos, ya que sólo entre dos se da ese vínculo.