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[0426] • PÍO XII, 1939-1958 • LAS SEPARACIONES FORZOSAS DE LOS ESPOSOS, CONTRARIAS A LA UNIÓN CONYUGAL
De la Alocución Sereno e lieto, a unos recién casados, 15 julio 1942
1942 07 15 0002
[2.–] [...] Unidos como estáis en virtud del sacramento del matrimonio avanzáis por el camino de la vida iniciada para permanecer indisolublemente unidos hasta la muerte, y quisierais no conocer nunca separación alguna. Ése es el propósito de los esposos cristianos; ésa su ansia.
1942 07 15 0003
[3.–] Pero también cuando los corazones permanecen firmes, se ven, no raras veces, presionados y agobiados por otras separaciones, menos perniciosas y amargas si queréis, pero no menos dolorosas, que no son achacables ni a una ni a otra de las partes; son las separaciones forzosas; formas temporales de viudez, más o menos duradera. Observad este tiempo de guerra y los varios campos de la lucha en tierra, mar y cielo. ¡Cuántas jóvenes parejas se han visto separadas por la llamada de la patria! ¡Cuántos han anticipado el día de su boda para unirse definitivamente ante Dios antes de dejarse, pasando el hombre, se puede decir que del altar al campo o al cuartel!
1942 07 15 0004
[4.–] Mas, aun en tiempos de paz, no pocos se ven obligados a separaciones bruscas, en cierto sentido libres, pero dictadas o exigidas por razones superiores, en que van mezclados el oficio, el arte y la necesidad. La profesión, en algunos casos verdadera vocación e impulso del ingenio, tiene apartados de la casa durante meses o años al piloto, al marinero, al colono, al viajero, al explorador de tierras y mares, al buscador de metales y de los inaccesibles refugios humanos. La necesidad, imperiosa compañera en los senderos de la vida, obliga muchas veces y lleva a ganar el pan para la familia a un cargo, a un empleo, a un servicio, a un lugar donde la lejanía no permite o no se presta sino a raras y breves vueltas al hogar doméstico. ¿Y qué decir del emigrante, a quien separa de los suyos la inmensidad del océano?
1942 07 15 0005
[5.–] [...] Vosotros probáis ahora el gozo de encontraros juntos, el uno junto a la otra; pero tanto vuestro gozo como el nuestro al veros aquí unidos, no debe omitir ni temer evocar también en vosotros el compasivo recuerdo de los que se ven privados de tan grande alegría. Por otra parte –¡el cielo os salve y os guarde!–, ¿no podrían esas pruebas y esas separaciones tocaros también un día a vosotros? Nos place daros hoy algunos consejos y exhortaciones que rebasando el recinto de este auditorio, lleguen también a los que las circunstancias y vicisitudes de la vida tienen tan duramente separados en el sobresalto de sus corazones.
1942 07 15 0006
[6.–] Prueba, dolor, sí; pero también peligro: el peligro de que el alejamiento prolongado, acostumbrando poco a poco el alma a la separación, enfríe y disminuya el amor, según aquel triste proverbio: ojos que no ven, corazón que no siente; el peligro de que en la ausencia del esposo legítimo se insinúe en el espíritu amargado la tentación de buscar o aceptar ciertas compensaciones ilegítimas del corazón y de los sentidos; el peligro, en una palabra, de ceder a los asaltos más o menos descubiertos o disimulados de gentes inoportunas, apasionadas o interesadas.
1942 07 15 0007
[7.–] Un peligro semejante está por ahora lejos de vosotros. En este momento la sola idea de que eso pudiese suceder os llena de horror. Vuestro corazón os parece tan seguro y lo sentís tan resuelto, que lo creéis inaccesible a la tentación, más fuerte que las lisonjas, más alerta y cauto que los engaños de las pasiones. Y sin embargo, la experiencia enseña que han caído otros que tenían esa misma seguridad de sí mismos, y se creían a sí mismos indefectibles. Y si el alma perseveró fiel, si su voluntad permaneció firme, sin embargo un día, una mañana, una tarde, ¡qué tempestad en el lago del corazón! ¡Qué agonía para no hundirse en las olas de la angustia y poder vencer las pasiones! Han experimentado sobre el borde del abismo el terror del vértigo. ¿Por qué, pues, disimular el peligro mientras Nos os lo señalamos nada más que para ayudaros a salvaros de él, a esquivarlo y hacerlo menos dañoso a vosotros y a vuestra virtud?
1942 07 15 0008
[8.–] No os asombréis, por lo tanto, si os decimos que este peligro puede surgir del fondo de vosotros mismos, o que, cuando viene de fuera, puede encontrar en vosotros una puerta sin defensa suficiente. El corazón sensible y delicado, fuente para vosotros de las castas alegrías del amor conyugal bendecido y ratificado por Dios y por la Iglesia, ¿cesa acaso de latir y de sentir el inquieto impulso de amar y ser amado? Reclama él la unión de presencia y la unión de afecto (1). La ausencia se vuelve para él, por lo tanto, amargura y llanto de separación, tormento del alma, privación de la dulzura de aquel amor puro, tristeza de abandono y extravío. Entonces, si no se le guarda y vigila cuidadosamente, un oculto instinto lo invitará e inclinará a soñar, a desear, a buscar, tal vez a gustar –aunque todavía sin una verdadera infidelidad y sin pasar los límites de una correcta con veniencia– ciertas compensaciones, ciertas reciprocidades, o cuando menos ciertos consuelos, que lo dejarán más débil y vacilante, cuando no ya del todo desarmado frente a la tentación. Y la tentación vendrá.
1. Cfr. S. Th., 1.a 2.ae q. 28 a. 1.
1942 07 15 0009
[9.–] Vendrá bajo el velo de las distracciones, con apariencia de remedios para distraer de la melancolía de la ausencia, pero que en realidad distraerá del ausente mismo. El galeote será el amor impuro que transformará en una insidia el afán del afecto más casto. Las callejas del mal suelen comenzar al margen de los floridos caminos del bien. Vendrá la tentación de los que os rodean: se os querrá, con loable intención y sin sospecha alguna, consolar y alentar; la compasión sincera por una parte, y por otra la gratitud cortés comprometerán y pondrán en riesgo vuestro cariño inclinándolo y aumentándolo insensiblemente; los intereses materiales o morales de la casa, de los hijos, del mismo ausente, añadirán su voz haciendo necesario recurrir a consejos, apoyos y ayudas. En esta correspondencia entre la más leal y desinteresada solicitud y la confianza más franca y honesta, puede insinuarse furtivamente el afecto en vuestro tierno corazón.
1942 07 15 0010
[10.–] Pero –ocurre preguntar–, ¿habrá que romper o excluir por este temor las relaciones irreprensibles cuya utilidad o necesidad puede hacerlas un deber? No. Con todo, quien conoce el terreno del peligro, conviene que sepa esquivarlo o superarlo con la defensa de un amor firme y generoso. Este amor lleva, sin duda, en la frente una cierta austeridad y dignidad de vida, de vestido, de modales, de hábitos en el trato; en este comportamiento se echará de ver y se hará reconocer aun por los extraños la presencia invisible del ausente. [...] ¿No os decíamos acaso ahora mismo que en el estado de separación forzosa los esposos se vienen a encontrar temporalmente en una especie de viudez? Escuchad, pues, la lección de San Pablo, cuando trata de las viudas cristianas. Las pone él en guardia contra las muchas relaciones y las muchas visitas, contra la ociosidad, la locuacidad y las habladurías; quiere, por el contrario, que se dediquen al cuidado de la familia y de la casa, a las buenas obras, a la oración, y que con la seriedad de su conducta no den ocasión alguna de hablar mal (1).
1. I Tim. 5.
1942 07 15 0011
[11.–] Si Nos prevenimos a los esposos contra estos peligros, ya veis el motivo en el perjuicio que podría resultar de ellos para la fidelidad conyugal y su asidua custodia. Pero si el amor conyugal es un sentimiento que la misma naturaleza inspira en el alma del hombre y la mujer, debéis también pensar y ponderar que la razón debe ser la que rija la naturaleza; ahora bien, según razón vive el hombre que domina sus pasiones, mientras la gracia y el sacramento mandan sobre las mismas pasiones, elevando y perfeccionando la naturaleza. No olviden los esposos que la virtud está en un término medio, apartado por igual de los extremos contrarios; y así sabrán evitar aquel excesivo “sentimentalismo” que busca fuera del refugio doméstico ajenas y desordenadas satisfacciones y consuelos; y procurarán, en cambio, mantener y guardar vivo, firme, inmutable y tierno su mutuo recuerdo.
1942 07 15 0012
[12.–] Pero, ¿en qué y cómo conservarán este precioso vínculo del recuerdo? Lo han de conservar y defender en todo el cuadro de su ser. En la misma casa, todo hable del ausente; las paredes con las fotografías, con los documentos de las varias contingencias y del curso de su vida, bautismo, primera comunión, matrimonio, progresos escolares, certificados del mérito y del trabajo; las habitaciones con las imágenes piadosas, los libros, los objetos familiares y queridos. Para quien vive lejos, el escondido y pequeño aposento, la cabina o el ángulo más oscuro aparecerán como iluminados por los retratos y recuerdos de las personas que se han dejado con augurios y esperanzas y que aguardan la vuelta del amado. En esta luz secreta e íntima los dos corazones separados se darán cita en la silenciosa hora de la noche, reuniendo sus latidos en la oración, en aquel encuentro sobrenatural en que sobre el uno y la otra vela la mirada y la protección de Dios.
1942 07 15 0013
[13.–] A pesar de todo, la distancia queda. ¿Quién vencerá su amargura y separación? ¿Quién la quitará en cierta manera de entre los dos corazones? La correspondencia epistolar –cuando sea posible– será el mensajero recíproco de todas las confidencias. ¡Qué consuelo llevan estas cartas al corazón! ¡Qué aliento al alma! Hacen ellas común a ambas partes cada hora del día con sus serenidades y sus nubes; haciendo comunes no sólo las cosas grandes y los graves sucesos, sino también los pequeños pormenores de la vida cotidiana, ocultando sólo los pequeños estorbos y las molestias inoportunas que pudieran excitar angustias inútiles que la lejanía suele acrecentar. Se comunican recíprocamente, tanto las verdaderas penas para sostenerse mutuamente, como las verdaderas alegrías para condividirlas y gustarlas juntos; se cambian consejos y pareceres; se vigila, sobre todo, y se trabaja de común acuerdo en la educación de los hijos. En una palabra, la jornada del uno se hace presente al otro en la visión en que se desarrolla la vida, de modo que al reunirse en el hogar doméstico les parecerá que nunca han estado separados. ¿No es acaso esta correspondencia mucho más eficaz que la simple relación de cosas y hechos? ¿No reconocéis en la caligrafía de la carta los conocidos rasgos de la mano que mil veces ha estrechado la vuestra? ¿No sentís la mente y el corazón que se descubren a sí mismos y confían a la pluma sus pensamientos y sus movimientos y latidos, sus ideas y sus sentimientos? Así se encuentran, se vuelven a ver y se vuelven a unir las almas para subir siempre, para franquear y superar las distancias, para elevarse a veces muy arriba, donde está todo consuelo y toda tranquilidad por encima de las tempestades de la vida, para subir hacia Dios que otorga no menos el gozo que la angustia.
1942 07 15 0014
[14.–] Ahora bien; si Dios es, como debe ser, el lazo de vuestro amor, lo sellará, por su parte tan firmemente, que nada en el mundo podrá aflojarlo o disminuirlo. Escuchad una vez más lo que dice San Francisco de Sales: “El primer efecto de este amor es la unión indisoluble de vuestros corazones. Cuando se encolan dos trozos de abeto, si la cola es fina, la unión es tan fuerte, que es mucho más fácil romper los trozos en otros lugares que no en el de su unión. Pero Dios une al marido con su mujer en su propia sangre; por eso esta unión es tan fuerte, que antes se separará el alma del cuerpo del uno o de la otra, que no el marido de su mujer. Ahora bien, esta unión no se ha de entender principalmente del cuerpo, sino del corazón, del afecto y del amor” (1[3]). Acordaos, sin embargo, que, si Dios ha elevado el vínculo nupcial a sacramento, fuente de gracia y de energía, no da la perseverancia en él sin vuestra propia y constante cooperación, mediante la oración cotidiana, mediante el dominio sobre vuestras inclinaciones y afectos (sobre todo si debéis estar lejos uno de otra durante algún tiempo); mediante la estrecha unión con Jesucristo en la divina Eucaristía, pan de los fuertes, de aquellos fuertes que aun a costa de sacrificios y de renuncias saben conservar inviolada la castidad y la fidelidad conyugal.
[FC, 297-302]
1[3]. Introd. a la vida devota, 3.a p. c. 38.
1942 07 15 0002
[2.–] [...] Uniti, come siete, in virtù del sacramento del matrimonio, voi avanzate nel cammino della vita iniziata, per rimanere indissolubilmente uniti fino alla morte, e vorreste non conoscere giammai alcuna separazione. Tale è il proposito degli sposi cristiani; tale la loro brama.
1942 07 15 0003
[3.–] Ma, anche quando i cuori stanno saldi, non di rado altre separazioni li premono e gravano, meno perniciose e amare, se volete, però non meno dolorose, che non sono cagionate nè dall’una nè dall’altra parte: separazioni forzate; forme temporanee di vedovanza più o meno diuturna. Considerate questo tempo di guerra e i vari campi di lotta, in terra, nei mari e in cielo. Quante giovani coppie l’appello della patria ha separate! Quanti, per essere, prima di lasciarsi, definitivamente uniti davanti a Dio, hanno anticipato il giorno delle loro nozze, mentre l’uomo è passato, si può dire, dall’altare al campo o al quartiere!
1942 07 15 0004
[4.–] Ma anche in tempo di pace non pochi sono costretti a separazioni brusche, libere in un certo senso, ma dettate o richieste da ragioni superiori, in che si mescolano l’ufficio, l’arte, il bisogno. La professione, in alcuni casi vera vocazione e impulso dell’ingegno, trattiene lungi dalla casa, per mesi o anni, il nocchiero, il marinaio, il colono, il viaggiatore, l’esploratore di terre e di mari, il cercatore dei metalli e degli impervi rifugi umani. La necessità, imperiosa compagna nei sentieri della vita, obbliga e trae sovente a guadagnare il pane per la famiglia in una carica, in un impiego, in un servizio, in un luogo, dove la lontananza non permette o non dà agio se non per rari e brevi ritorni al focolare domestico. Che dire poi dell’emigrante, cui l’immensità dell’oceano separa dai suoi?
1942 07 15 0005
[5.–] [...] Voi provate ora il gaudio di trovarvi insieme, l’uno al fianco dell’altra: ma la vostra gioia, come la Nostra di vedervi qui uniti, non ha da omettere e temere di evocare anche in voi il compassionevole ricordo di coloro che di tanta letizia sono privi. Del resto, –che il cielo vi salvi e vi custodisca!– tali prove e tali separazioni non potrebbero un giorno toccare ancora a voi? Non vi sia pertanto molesto, se Noi crediamo utile il darvi oggi alcuni ammonimenti ed esortazioni che, travalicando la cerchia di questo uditorio, giungano anche a quelli, cui le circostanze e vicissitudini della vita hanno o tengono così duramente separati nell’ambascia del loro cuore.
1942 07 15 0006
[6.–] Prova, dolore, sì; ma anche pericolo: il pericolo che la lontananza prolungata, a poco a poco assuefacendo l’animo alla separazione, raffreddi e scemi l’amore, secondo quel triste proverbio: lontano dagli occhi, lontano dal cuore; il pericolo che nell’assenza dello sposo legittimo s’insinui nello spirito amareggiato la tentazione di cercare o di accettare certi compensi illegittimi del cuore e dei sensi; il pericolo, in una parola, di cedere agli assalti più o meno aperti o mascherati d’importuni, di passionati o d’interessati.
1942 07 15 0007
[7.–] Un tale pericolo ora è per voi lontano. In questo momento il solo pensiero che ciò possa accadere, vi riempie di orrore. Il vostro cuore vi pare così sicuro e lo sentite così risoluto, che lo stimate inaccessibile alla tentazione, più forte delle lusinghe, piú vigile e avveduto degl’inganni delle passioni. Eppure la esperienza insegna che altri sono caduti, i quali si sentivano altrettanto sicuri di sè, si credevano altrettanto incrollabili. Che se l’animo perseverò fedele, se la loro volontà rimase salda, tuttavia un giorno, un mattino, una sera, quale tempesta nel lago del cuore! quale agonia per non sommergersi nei flutti dell’affanno, per la vittoria sulle passioni! Sull’orlo dell’abisso hanno provato il terrore della vertigine. A che dunque dissimulare il pericolo, mentre Noi ve lo additiamo non per altro che per aiutarvi a difendervene, a schivarlo e a renderlo di fatto meno nocivo a voi e alla vostra virtù?
1942 07 15 0008
[8.–] Non vi meravigliate perciò se vi diciamo che questo pericolo può sorgere dal fondo di voi stessi o, allorchè venga dall’esterno, può trovare in voi una porta senza bastevole difesa. Il cuore sensitivo e delicato, fonte per voi delle caste gioie dell’amore coniugale benedetto e ratificato da Dio e dalla Chiesa, cessa forse dal palpitare e dal sentire irrequieto l’impulso ad amare e ad essere amato? Esso reclama l’unione di presenza e l’unione di affetto (cfr. S. Th. 1.ª 2.ae q. 28 a. 1). Quindi l’assenza diviene per lui amarezza e pianto di separazione, tormento dell’anima, privazione della dolcezza di quel puro amore, tristezza di abbandono e di smarrimento. Allora, se non è gelosamente custodito e vigilante, un segreto istinto lo inviterà e inclinerà a sognare, a desiderare, a ricercare, a gustare forse, –benchè ancora senza una vera infedeltà e non oltrepassando gli estremi limiti di una corretta convenienza–, certi compensamenti, certi contraccambi, o, per lo meno, certe consolazioni, che lo lasceranno più debole e titubante, se non del tutto disarmato, di fronte alla tentazione. E la tentazione verrà.
1942 07 15 0009
[9.–] Verrà sotto il velo degli svaghi, in apparenza di rimedio che tende a distrarre dalla malinconia dell’assenza, ma in realtà distrarrà dall’assente stesso. Galeotto sarà l’amore impuro: esso tramuterà in una insidia l’affanno del più casto affetto. I viottoli del male sogliono iniziarsi al margine delle vie fiorite del bene. Verrà la tentazione da coloro che vi circondano: si vorrà, con lodevole intenzione e senza alcun sospetto, consolarvi, confortarvi; la compassione sincera, da un lato, la cortese riconoscenza dall’altro, porranno a cimento e a rischio la vostra tenerezza, e insensibilmente la inclineranno e l’accresceranno; gl’interessi materiali o morali della casa, dei figli, dello stesso assente aggiungeranno la loro voce a render necessario il ricorrere a consigli, ad appoggi, ed aiuti. In questa corrispondenza fra la premura più leale e disinteressata e la fiducia più franca e onesta, l’affezione si potrà insinuare furtiva nel vostro tenero cuore.
1942 07 15 0010
[10.–] Ma –viene da chiedersi– per questo timore si dovranno rompere ed escludere le relazioni irreprensibili, la cui utilità o necessità può porle entro la cerchia del dovere? No. Tuttavia chi conosce il terreno del pericolo, conviene che sappia schivarlo o sormontarlo con l’usbergo di un amore fermo e generoso. Un tale amore, senza dubbio, porta in fronte una certa austerità e dignità di vita, di costume, di maniere, di abitudini nel tratto; in questo comportamento apparirà anche agli estranei riconoscibile la presenza invisibile dell’assente. [...] Non vi dicevamo forse or ora che nello stato di separazione forzata gli sposi vengono temporaneamente a trovarsi quasi in una specie di vedovanza? Ascoltate dunque la lezione di S. Paolo, quando tratta delle vedove cristiane. Egli le mette in guardia contro le molte relazioni e le molte visite, contro l’oziosità, contro la loquacità, contro i pettegolezzi; vuole al contrario che si dedichino alla cura della famiglia e della casa, alle buone opere, alla preghiera, e che con la serietà della loro condotta non diano alcuna occasione di maldicenza (1 Tim 5).
1942 07 15 0011
[11.–] Se contro tali pericoli Noi ammoniamo gli sposi, voi ne vedete il motivo nel danno che potrebbe scaturirne per la fedeltà coniugale e la sua assidua custodia. Ma se l’amore coniugale è un sentimento, che la natura stessa ispira nell’animo dell’uomo e della donna, dovete pur pensare a ponderare che della natura vuol essere reggitrice la ragione; ora vive secondo ragione l’uomo che domina le sue passioni, mentre alle passioni stesse, elevando e perfezionando la natura, imperano la grazia e il sacramento. Non dimentichino gli sposi che la virtù sta nel mezzo, egualmente lontana dagli estremi contrari; e così sapranno evitare quella eccessiva “sentimentalità” che ricerca fuori del rifugio domestico aliene e disordinate soddisfazioni e conforti, e cureranno invece di mantenere e custodire vivo, saldo, immutato e tenero il loro mutuo ricordo.
1942 07 15 0012
[12.–] Ma in che e come conserveranno questo prezioso vincolo del ricordo? Lo conserveranno e difenderanno in tutto il quadro del loro essere. Nella casa stessa, tutto parlerà dell’assente; le pareti con le fotografie, coi documenti delle varie vicende e del corso della sua vita, battesimo, prima comunione, matrimonio, progressi scolastici, attestati del merito e del lavoro; le stanze, con le pie immagini, i libri, gli oggetti familiari e cari. Per chi dimora lontano, la riposta e piccola camera, la cabina o l’angolo più oscuro appariranno come illuminati dai ritratti e dai ricordi delle persone, che si sono lasciate augurando e sperando, e che attendono il ritorno dell’amato. In questa segreta e intima luce, nella tacita ora della sera, i due cuori separati converranno, riuniranno i loro palpiti nella preghiera, in quel soprannaturale ritrovo, dove sull’uno e sull’altra vegliano l’occhio e la protezione di Dio.
1942 07 15 0013
[13.–] Ciò nondimeno, la distanza resta. Chi ne vincerà l’amarezza e lo spazio? Chi in qualche modo la torrà di mezzo fra i due cuori? Lo scambio di lettere –ove è possibile– sarà il reciproco messaggero di ogni confidenza. Quale conforto queste lettere portano al cuore! quale sostegno all’anima! Esse fanno comune alle due parti ogni ora della giornata, col suo sereno e con le sue nubi: non solo accomunano le grandi cose, i gravi avvenimenti, ma anche i piccoli particolari della vita quotidiana, non tacendo se non i meschini imbarazzi e le importune molestie, le quali nischierebbero di eccitare inutile angustia, che la lontananza suole ingrandire. Le vere pene poi si comunicano reciprocamente per sostenersi a vicenda, come le vere gioie per condividerle e gustarle insieme; si scambiano i consigli e i pareri; soprattutto si vigila e si lavora in comune all’educazione dei figli. In una parola, si fa presente all’uno la giornata dell’altro nella visione in cui la vita si svolge, cosicchè, al riunirsi sotto il tetto domestico, parrà loro di non essersi mai separati. Non fa forse questa corrispondenza ben più che il semplice enunciare cose o fatti? Non riconoscete voi nella calligrafia della lettera i noti tratti della mano, che mille volte strinse la vostra? Non sentite la mente e il cuore che esprimono se stessi, e affidano alla penna i loro pensieri e i loro moti e palpiti? le idee loro e i loro sentimenti? Si incontrano, si rivedono, si ricongiungono così le anime per salire sempre, per varcare e sormontare le distanze, per elevarsi talvolta assai in alto, dove è ogni consolazione e ogni tranquillità sopra le tempeste della vita, per innalzarsi verso Dio, che largisce non minore dell’affanno la gioia.
1942 07 15 0014
[14.–] Ora, se Dio è come dev’essere, il legame del vostro amore, a sua volta lo suggellerà così saldamente, che nulla al mondo avrà la forza di rallentarlo o scemarlo. Ascoltate ancora quel che dice S. Francesco di Sales: “Il primo effetto di questo amore è l’unione indissolubile dei vostri cuori. Se si incollano insieme due pezzi di abete, purchè la colla sia fina, il congiungimento sarà tanto forte, che si spaccheranno molto più agevolmente i pezzi in altri posti che non in quelle della loro unione. Ma Dio congiunge il marito alla moglie nel suo proprio sangue; perciò questa unione è così forte, che piuttosto l’anima deve separarsi dal corpo dell’uno e dell’altra, che non il marito dalla moglie. Ora tale unione non s’intende principalmente del corpo, ma del cuore, dell’affezione e dell’amore” (Introd. à la vie dévote, III p. c. 38). Ricordatevi però che, se Dio ha elevato il vincolo nuziale a sacramento, fonte di grazia e di forza, non dà la perseveranza in esso senza la vostra propia e costante cooperazione: mediante la preghiera quotidiana; mediante il dominio sulle vostre inclinazioni e i vostri affetti (specialmente se doveste vivere per qualche tempo l’uno dall’altra lontani); mediante una stretta unione con Cristo nella divina Eucaristia, pane dei forti, di quei forti i quali anche a costo di sacrifici e di rinunzie sanno mantenere inviolata la castità e la fedeltà coniugale.
[DR 4, 141-147]