[0458] • PÍO XII, 1939-1958 • CONDICIÓN DE LA MUJER EN LA FAMILIA Y EN LA VIDA SOCIAL
De la Alocución Questa grande, a las Delegadas de las Asociaciones Femeninas Católicas de Italia, 21 octubre 1945
1945 10 21 0002
El problema femenino. [La dignidad de la mujer]
[2.–] Digamos, ante todo, que para Nos el problema femenino, así en su conjunto como en cada uno de sus múltiples aspectos particulares, consiste absolutamente en la conservación y en el incremento de la dignidad que la mujer ha recibido de Dios. Por lo tanto, para Nos es un problema no de orden meramente jurídico o económico, pedagógico o biológico, político o demográfico; sino que, aun en su complejidad, gravita íntegro en torno a esta cuestión: ¿cómo mantener y reforzar aquella dignidad de la mujer, sobre todo hoy, en la coyuntura en que la Providencia nos ha colocado? Ver de otra manera el problema, considerarlo unilateralmente bajo cualquiera de los aspectos mencionados, sería lo mismo que eludirlo, sin provecho alguno para nadie, y menos aún para la mujer misma. Separarlo de Dios, del sapientísimo orden del Creador, de su voluntad santísima, es perder de vista el punto esencial de la cuestión, es decir, la verdadera dignidad de la mujer, dignidad que ella tiene tan sólo de Dios y en Dios.
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I. Cualidades particulares de los dos sexos y su mutua colaboración
[5.–] ¿En qué consiste, pues, esa dignidad que la mujer ha recibido de Dios?
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[6.–] Preguntad a la naturaleza humana, tal como el Señor la ha formado, elevado, redimido con la sangre de Cristo.
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[7.–] En su dignidad personal de hijos de Dios, el hombre y la mujer son absolutamente iguales, como también lo son con respecto al fin último de la vida humana, que es la eterna unión con Dios en la felicidad del cielo. Gloria imperecedera de la Iglesia es haber restituido a su luz y a su debido honor esta verdad y haber libertado a la mujer de una degradante servidumbre contraria a la naturaleza. Pero el hombre y la mujer no pueden mantener y perfeccionar esta su igual dignidad, sino respetando y realizando las cualidades peculiares que la naturaleza ha dado al uno y a la otra, cualidades físicas y espirituales indestructibles, cuyo orden no es posible trastornar sin que la misma naturaleza de nuevo venga siempre a restablecerlo. Estos caracteres peculiares, que distinguen a los dos sexos, se revelan con tal claridad a los ojos de todos que sólo una obstinada ceguera o un doctrinarismo no menos funesto que utópico podrían desconocer o casi ignorar su valor en los ordenamientos sociales.
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[8.–] Más aún. Los dos sexos, por sus mismas cualidades peculiares, están ordenados el uno al otro de tal suerte que esa mutua coordinación ejerce su influjo en todas las múltiples manifestaciones de la vida humana social. Por su especial importancia nos limitaremos Nos, en este momento, a recordaros dos de ellas; el estado matrimonial y el del celibato voluntario según el consejo evangélico.
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El estado matrimonial
[9.–] El fruto de una verdadera vida común conyugal comprende no sólo los hijos, cuando Dios los concede a los esposos, y los beneficios materiales y espirituales que la vida de familia ofrece al género humano. Toda la civilización en cada uno de sus aspectos, los pueblos y la sociedad de los pueblos, la Iglesia misma, en una palabra, todos los verdaderos bienes de la huma nidad sienten sus felices efectos, allí donde esta vida conyugal florece en el orden, allí donde la juventud se habitúa a contemplarla, a honrarla, a amarla como un santo ideal.
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[10.–] Allí, empero donde los dos sexos, olvidando la íntima armonía querida y establecida por Dios, se entregan a un perverso individualismo; donde no son mutuamente sino objeto de egoísmo y de pasión; donde no cooperan en mutuo acuerdo al servicio de la humanidad, según los designios de Dios y de la naturaleza; donde la juventud, despreocupada de sus responsabilidades, ligera y frívola en su espíritu y en su conducta, se convierte moral y físicamente en inepta para la santa vida del matrimonio; allí el bien común de la sociedad humana, tanto en el orden espiritual como en el temporal, se encuentra gravemente comprometido, y aun la misma Iglesia de Dios tiembla, no por su propia existencia –¡ella tiene las promesas divinas!– sino por el mayor fruto de su misión entre los hombres.
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El celibato voluntario según el consejo evangélico
[11.–] Pero ved cómo desde hace casi veinte siglos, en todas las generaciones, millares y millares de hombres y de mujeres, entre los mejores, renuncian libremente, para seguir el consejo de Cristo, a una propia familia, a los santos deberes y sacros derechos de la vida matrimonial. El bien común de los pueblos y de la Iglesia, ¿queda tal vez por ello expuesto a peligro? Muy al contrario; esos espíritus generosos reconocen la asociación de los dos sexos en el matrimonio como un alto bien. Pero, si se apartan de la vida ordinaria, del sendero trillado, ellos, lejos de desertar de él, conságranse al servicio de la humanidad, mediante el completo desasimiento de sí mismos y de sus propios intereses, con una actividad incomparablemente más amplia, total, universal. Contemplad a esos hombres y a esas mujeres: vedles dedicados a la oración y a la penitencia; consagrados a la instrucción y a la educación de la juventud y de los ignorantes; inclinados junto a la cabecera de los enfermos y de los agonizantes; con el corazón abierto a todas las miserias y a todas las debilidades, para rehabilitarlas, para confortarlas, para reanimarlas, para santificarlas.
1945 10 21 0012
La joven cristiana queda sin casarse a su pesar
[12.–] Cuando se piensa en las jóvenes y en las mujeres que voluntariamente renuncian al matrimonio, para consagrarse a una vida más alta de contemplación, de sacrificio y de caridad, inmediatamente salta a los labios una luminosa palabra: ¡la vocación! Es la única palabra que se ajusta a sentimiento tan elevado. Esta vocación, esta llamada de amor, se hace sentir en las formas más diversas, como son infinitamente diversas, las modulaciones de la voz divina: invitaciones irresistibles, inspiraciones que apremian afectuosamente, dulces impulsos. Pero también la joven cristiana, que a pesar suyo ha quedado sin casarse, pero que firmemente cree en la Providencia del Padre celestial, en las vicisitudes de la vida reconoce la voz del Maestro: El Maestro está aquí y te llama1. Ella responde; ella renuncia al dulce sueño de su adolescencia y de su juventud: ¡tener un compañero fiel en la vida, formarse una familia! y, ante la imposibilidad del matrimonio, vislumbra su vocación; entonces, con el corazón quebrantado pero sumiso, también ella se entrega, toda por completo, a las obras de bien más nobles y más variadas.
1. Io. 11, 28.
1945 10 21 0013
La maternidad, oficio natural de la mujer
[13.–] Tanto en uno como en otro estado, el oficio de la mujer aparece netamente trazado por los rasgos, por las aptitudes, por las facultades privativas de su sexo. Ella colabora con el hombre, pero en el modo que le es propio, según su natural tendencia. Ahora bien; el oficio de la mujer, su manera, su inclinación innata, es la maternidad. Toda mujer está destinada a ser madre: madre en el sentido físico de la palabra, o bien en un sentido más espiritual y elevado, pero no menos real.
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[14.–] A ese fin ha ordenado el Creador todo el ser propio de la mujer, su organismo, pero también su espíritu, y, sobre todo, su exquisita sensibilidad. De modo que la mujer, verdaderamente tal, no puede ver ni comprender a fondo todos los problemas de la vida humana, sino tan sólo bajo el aspecto de la familia. Por ello el sentimiento refinado de su dignidad la conmueve siempre que el orden social o político amenaza con dañar a su misión maternal, al bien de la familia.
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[15.–] Tales son hoy, desgraciadamente, las condiciones sociales y políticas: y aun pudieran tornarse más inseguras para la santidad del hogar doméstico, y, por ende, para la dignidad de la mujer. Vuestra hora ha sonado, mujeres y jóvenes católicas; la vida social tiene necesidad de vosotras: a cada una de vosotras puede decirse: ¡Se trata de lo tuyo!2.
2. Horat. Epist. L. I, Ep. XVIII, 84.
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Condiciones sociales y políticas no favorables a la santidad de la familia y a la dignidad de la mujer.
[16.–] Ya desde hace mucho tiempo, los públicos acontecimientos han venido desarrollándose en manera desfavorable para el bien real de la familia y de la mujer: innegable es el hecho. Y hacia la mujer se vuelven diversos movimientos políticos, para ganarla a su causa. –Algún sistema totalitario le pone ante sus ojos alucinadoras promesas: igualdad de derechos con el hombre, protección de las gestantes y de las puérperas, cocinas y otros servicios comunes que la libertan del peso de las preocupaciones domésticas, jardines públicos de infancia y otras Instituciones, mantenidas y administradas por el Estado y por los Municipios, que la dispensan de sus obligaciones maternales hacia sus propios hijos, escuelas gratuitas, asistencia en caso de enfermedades.
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[17.–] No se trata de negar las ventajas que pueden lograrse de cualquiera de esas previsiones sociales, si se realizan en la debida forma. Más aún; Nos mismo, ya en otra ocasión, hemos hecho notar cómo a la mujer se le debe, por el mismo trabajo y en paridad de rendimiento, la misma retribución que al hombre. Pero queda el punto esencial de la cuestión, al cual también ya aludimos: ¿ha mejorado por ello la condición de la mujer? La igualdad de derechos con el hombre ha sometido a la mujer, al tener que abandonar la casa donde era la reina, al mismo peso y tiempo de trabajo. No se ha dado importancia a su verdadera dignidad y al sólido fundamento de todos sus derechos, es decir, al carácter propio de su ser femenino y a la íntima coordinación de los dos sexos; se ha perdido de vista el fin querido por el Creador para el bien de la sociedad humana y, sobre todo, de la familia. En las concesiones hechas a la mujer es fácil descubrir, más que el respeto a su dignidad y a su misión, la intención de promover el poder económico y militar del Estado totalitario, al que todo debe quedar inexorablemente subordinado.
1945 10 21 0018
[18.–] Por otra parte, ¿puede acaso la mujer esperar su verdadero bienestar de un régimen de predominante capitalismo? Innecesario es que os describamos ahora las consecuencias económicas y sociales que de éste se derivan. Vosotras conocéis sus señales características y vosotras mismas sufrís su agobio: excesiva aglomeración de los habitantes en las ciudades, progresivo y arrollador crecimiento de las grandes empresas, difícil y precaria situación de las otras industrias, singularmente del artesanado y aún más de la agricultura, inquietante extensión del paro.
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[19.–] Restablecer, lo más posible, en su honor la misión de la mujer y de la madre en el hogar doméstico: tal es la palabra que de tantas partes se alza como un grito de alarma, como si el mundo se despertara casi atemorizado de los frutos de un progreso material y técnico, del que antes se mostraba tan orgulloso.
Observemos la realidad de las cosas.
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Ausencia de la mujer del hogar doméstico
[20.–] Mirad aquella mujer que, por aumentar el salario del marido, se va también ella a trabajar en la fábrica, dejando, durante su ausencia, abandonada la casa; y ésta, tal vez ya de por sí escuálida y angosta, se torna aún más áspera por la falta de cuidados; los miembros de la familia trabajan separadamente por los cuatro ángulos de la ciudad y en horas distintas; casi nunca se encuentran juntos ni siquiera para comer, ni aun para el reposo después de las fatigas de la jornada, mucho menos para la oración en común. ¿Qué queda de la vida de familia? y ¿qué atractivos puede ella ofrecer a sus hijos?
1945 10 21 0021
Deformaciones en la educación de la joven
[21.–] A estas tan penosas consecuencias de la ausencia de la mujer y de la madre del hogar doméstico, se añade otra más deplorable aún: toca ella a la educación, sobre todo de la joven, y a su preparación para la vida real. Acostumbrada a ver a su madre siempre fuera de la casa y la casa misma tan triste en su abandono, ella será incapaz de encontrar allí el menor encanto, no experimentará gusto alguno en las austeras ocupaciones domésticas, no sabrá comprender su nobleza y su belleza, ni de sear el dedicarse a ellas un día como esposa y madre.
1945 10 21 0022
[22.–] Y esto es verdad en todas las clases sociales, en todas las situaciones de la vida. La hija de la señora de gran mundo, que ve todo el gobierno de la casa dejado en manos de personas extrañas, y a la madre ajetreada con ocupaciones frívolas, en fútiles diversiones, seguirá su ejemplo, querrá emanciparse cuanto antes y, según una muy triste frase, “vivir su vida”. ¿Cómo podría ella concebir el deseo de llegar a ser, algún día, una verdadera “señora”, es decir, una dueña de casa en una familia feliz, próspera y digna? En cuanto a las clases trabajadoras, obligadas a ganarse el pan cotidiano, la mujer, si reflexionase bien, se daría tal vez cuenta de cómo no pocas veces aquel suplemento de ganancia, que ella obtiene trabajando fuera de casa, es fácilmente devorado por otros gastos y hasta también por despilfarros ruinosos para la economía familiar. La hija que también va a trabajar a una fábrica, en un establecimiento o en una oficina, aturdida por la agitación del mundo en que vive, deslumbrada por el oropel de un falso lujo, buscando ansiosa turbios placeres, que distraen pero no sacian ni dan reposo, en aquellas salas de “revistas” o de bailes, que pululan doquier, a veces con intenciones de propaganda partidista, y que corrompen la juventud, al haberse hecho ya “mujer de clase”, despreciadora de las viejas normas “ochocentistas” de vida, ¿cómo podría ella no encontrar la modesta morada casera inhospitalaria y más tétrica de lo que es en realidad? Para aficionarse a ella, para desear establecerse en ella algún día ella misma, debería saber compensar la impresión natural con la seriedad de la vida intelectual y moral, con el vigor de la educación religiosa y del ideal sobrenatural. Pero ¿qué formación religiosa ha recibido ella en semejantes condiciones?
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[23.–] Y esto no es todo. Cuando, al correr los años, su madre, envejecida antes de tiempo, consumida y quebrantada por trabajos superiores a sus fuerzas, por las lágrimas, por las angustias, la vea volver a casa por la noche a hora muy tardía, lejos de tener en ella una ayuda, un amparo, tendrá ella misma que cumplir, junto a su hija incapaz y desconocedora de los trabajos femeninos y domésticos, todos los oficios de una criada. No será más afortunada la suerte del padre, cuando la edad avanzada, las enfermedades, los achaques, la falta de trabajo, le obliguen a depender, para su mezquino sustento, de la buena o de la mala voluntad de sus hijos. ¡Augusta, santa autoridad la del padre y de la madre, vedla destronada de su majestad!
1945 10 21 0024
II. Deber de la mujer de participar en la vida pública actual
[24.–] ¿Concluiremos Nos, por ello, que vosotras, mujeres jóvenes y católicas, deberéis mostraros contrarias al movimiento que os arrastra, queráis o no queráis, dentro de la órbita de la vida social y política? Ciertamente que no.
1945 10 21 0025
[25.–] Ante teorías y métodos, que por diferentes senderos arrancan a la mujer de su misión y, con la lisonja de una desenfrenada emancipación, o con la realidad de una miseria sin esperanza, la despojan de su dignidad personal, de su dignidad de mujer, Nos hemos oído el angustioso grito que reclama, lo más posible, su presencia en el hogar doméstico.
1945 10 21 0026
[26.–] La mujer, de hecho, es retenida fuera de su casa, no tan sólo por su proclamada emancipación, sino a veces también por las necesidades de la vida, por la continua preocupación del pan cotidiano. En vano, pues, se predicará su vuelta al hogar, mientras perduren las condiciones que con frecuencia la obligan a permanecer alejada de él. Y así se manifiesta el primer aspecto de vuestra misión en la vida social y política, que se abre ante vosotras. Vuestra entrada en esa vida pública se ha realizado de repente, por efecto de los trastornos sociales de que somos espectadores: ¡poco importa! Llamadas estáis a tomar parte en ella; ¿dejaríais acaso a otras, a aquellas que se constituyen en promotoras o cómplices de la ruina del hogar doméstico, el monopolio de la organización social, cuyo elemento principal es la familia con su unidad económica, jurídica, espiritual y moral? En peligro se hallan los destinos de la familia, los destinos de la sociedad humana; están en vuestras manos: ¡Se trata de lo tuyo! Por lo tanto, toda mujer, sin excepción alguna, tiene, entendedlo bien, el deber, el estricto deber de conciencia, de no permanecer ausente, de comenzar a actuar (en las formas y en los modos correspondientes a la condición de cada una), para contener las corrientes que amenazan al hogar, para combatir las doctrinas que socavan sus fundamentos, para preparar, organizar y llevar a cabo su restauración.
1945 10 21 0027
[27.–] A este motivo, que impulsa a la mujer católica a que entre en el camino que hoy se abre a su laboriosidad, añádese otro: su dignidad de mujer. Ella tiene que concurrir con el hombre al bien de la civitas, en la cual es en dignidad igual a él. Cada uno de los dos sexos debe tomar la parte que le corresponde según su naturaleza, sus caracteres, sus aptitudes físicas, intelectuales y morales. Los dos tienen el derecho y el deber de cooperar al bien total de la sociedad, de la patria; pero es claro que si el hombre, por temperamento, está más inclinado a tratar los asuntos exteriores, los negocios públicos, la mujer tiene, generalmente hablando, mayor perspicacia y tacto más fino para conocer y resolver los delicados problemas de la vida doméstica y familiar, base de toda la vida social; lo cual no quita el que algunas sepan realmente dar prueba de una gran pericia aun en todos los campos de la actividad pública.
1945 10 21 0028
[28.–] Todo esto es una cuestión no tanto de atribuciones distintas, cuanto del modo de juzgar y de llegar a concretas y prácticas aplicaciones. Tomemos el caso de los derechos políticos: éstos son, en la actualidad, los mismos para ambos. Pero ¡con cuánto mayor discernimiento y eficacia serán utilizados, si el hombre y la mujer llegaren a completarse mutuamente! La sensibilidad y la delicadeza, privativos de la mujer, que podrían arrastrarla en pos de sus impresiones, y correrían así el peligro de perjudicar a la claridad y a la amplitud de las ideas, a la serenidad de las apreciaciones, a la previsión de las consecuencias remotas sirven, por lo contrario, de preciosa ayuda para poner de relieve las exigencias, las aspiraciones, los peligros del orden doméstico, benéfico y religioso.
1945 10 21 0029
El campo de la actividad de la mujer en la vida civil y política
[29.–] La actividad femenina se desarrolla en gran parte en los trabajos y en las ocupaciones de la vida doméstica, que contribuyen, más y mejor de lo que generalmente podría pensarse, a los verdaderos intereses de la comunidad social. Pero estos intereses requieren, además, una falange de mujeres que dispongan de mayor tiempo para poder dedicarse a aquéllos más directa e íntegramente.
1945 10 21 0030
[30.–] Esta parte directa, esta colaboración efectiva en la actividad social y política, en nada altera el carácter propio de la actividad normal de la mujer. Asociada a la obra del hombre en el campo de las instituciones civiles, ella se aplicará principalmente a aquellas materias que exigen tacto, delicadeza, instinto maternal, más bien que rigidez administrativa. ¿Quién mejor que ella puede comprender lo que requieren la dignidad de la mujer, la integridad y el honor de la joven, la protección y la educación del niño? Y en todas estas materias, ¡cuántos problemas reclaman la atención y la actividad de los gobernantes y de los legisladores! Tan sólo la mujer sabrá, por ejemplo. templar con la bondad, sin daño para la eficacia, la represión del libertinaje; sólo ella podrá encontrar los caminos para salvar de la humillación y educar en la honradez y en las virtudes religiosas y civiles a la niñez moralmente abandonada; sólo ella podrá hacer fructífera la obra del patronato y de la rehabilitación de los libertados de la cárcel o de las jóvenes caídas; sólo ella hará salir de su corazón el eco del grito de las madres, a las que un Estado totalitario, cualquiera que sea su nombre, querría arrebatar la educación de sus hijos.
1945 10 21 0031
Algunas conclusiones finales:
a) La preparación y formación de la mujer para la vida social y política
[31.–] Queda así trazado el programa de los deberes de la mujer, cuya práctica finalidad es doble: su preparación y formación para la vida social y política, el desarrollo y la realización de esta vida social y política en el campo privado y público.
Claro es que el oficio de la mujer, así comprendido, no se improvisa. El instinto materno es en ella un instinto humano, no determinado por la naturaleza hasta en los últimos detalles de sus aplicaciones. Está dirigido por una voluntad libre, y ésta se halla guiada a su vez por el entendimiento. De aquí su valor moral y su dignidad, pero también su imperfección, que tiene necesidad de ser compensada y rescatada con la educación.
1945 10 21 0032
[32.–] La educación femenina de la joven, y no pocas veces también la de la mujer adulta, es, por lo tanto, una condición necesaria de su preparación y de su formación para una vida digna de ella. Evidentemente el ideal sería que esta educación pudiera comenzar ya en la infancia, en la intimidad de un hogar cristiano, bajo el influjo de la madre. Por desgracia no siempre sucede así, ni siempre es posible. Sin embargo, puede al menos suplirse en parte esta deficiencia, procurando a la joven, que por necesidad tiene que trabajar fuera de su casa, una de aquellas ocupaciones que en cierto modo son el aprendizaje y el entrenamiento para la vida a que se halla destinada. A ello se encaminan también aquellas escuelas de economía doméstica, que aspiran a hacer de la niña y de la joven de hoy la mujer y la madre del mañana.
1945 10 21 0033
b) La actuación práctica de la mujer en la vida social y política
[33.–] Pero en vuestra acción social y política mucho depende de la legislación del Estado y de la administración de los Municipios. Por ello la papeleta electoral es en las manos de la mujer católica un medio importante para cumplir su riguroso deber de conciencia, sobre todo en los tiempos actuales. El Estado y la política, de hecho, tienen propiamente el deber de asegurar a las familias de todas las clases sociales las condiciones necesarias para que puedan existir y desarrollarse como unidades económicas, jurídicas y morales. Entonces la familia será verdaderamente la célula vital de los hombres, que procuran honestamente su felicidad terrenal y eterna. Todo esto lo comprende perfectamente la mujer verdaderamente tal.
Lo que ella, por el contrario, no comprende ni puede comprender, es que por política se entienda el dominio de una clase sobre las demás, el ansia ambiciosa de una siempre creciente extensión de imperio económico y nacional, por cualquier motivo que se persiga. Porque ella sabe que semejante política abre el camino a la guerra civil, oculta o declarada, al peso cada vez mayor de los armamentos y al constante peligro de guerra; ella conoce por experiencia que en todo caso aquella política va en daño de la familia, la cual habrá de pagarla a gran precio con sus bienes y con su sangre. Por ello ninguna mujer prudente es favorable a una política de lucha de clases o de guerra. Su camino en la urna electoral es un camino de paz. Por ello, en interés y por el bien de la familia, la mujer recorrerá aquel camino y negará siempre su voto a toda tendencia, venga de donde viniere, de subordinar a codicias egoístas de dominio la paz interior y exterior del pueblo.
[EyD, 1686-1693]
1945 10 21 0002
Il problema femminile - La dignità della donna
[2.–] Diciamo subito che per Noi il problema femminile, così nel suo complesso, come in ognuno dei suoi molteplici aspetti particolari, consiste tutto nella conservazione e nell’incremento della dignità che la donna ha ricevuta da Dio. Per Noi dunque esso è un problema non di ordine meramente giuridico o economico, pedagogico o biologico, politico o demografico; ma che, pur nella sua complessità, gravita tutto intorno alla questione: come mantenere e rafforzare quella dignità della donna, massime oggi, nelle congiunture in cui la Provvidenza ci ha posti? Vedere altrimenti il problema, considerarlo unilateralmente sotto uno qualsiasi degli aspetti summenzionati, sarebbe lo stesso che eluderlo, senza alcun profitto per nessuno, meno di ogni altro per la donna stessa. Staccarlo da Dio, dal sapiente ordinamento del Creatore, dalla sua santissima volontà, è svisare il punto essenziale della questione, vale a dire la vera dignità della donna, dignità che ella ha soltanto da Dio e in Dio.
1945 10 21 0005
I. Qualità particolari dei due sessi e loro mutua coordinazione
[5.–] In che consiste dunque questa dignità che la donna ha da Dio?
1945 10 21 0006
[6.–] Interrogate la natura umana, quale il Signore l’ha formata, elevata, redenta nel sangue di Cristo.
1945 10 21 0007
[7.–] Nella, loro dignità personale di figli di Dio l’uomo e la donna sono assolutamente uguali, come anche a riguardo del fine ultimo della vita umana, chè è la eterna unione con Dio nella felicità del cielo. È gloria imperitura della Chiesa l’aver rimesso in luce e in onore questa verità e l’aver liberato la donna de una degradante servitù contraria alla natura. Ma l’uomo e la donna non possono mantenere e perfezionare questa loro uguale dignità, se non rispettando e mettendo in atto le qualità particolari, che la natura ha elargite all’uno e all’altra, qualità fisiche e spirituali indistruttibili, delle quali non è possibile di sconvolgere l’ordine, senza che la natura stessa venga sempre di nuovo a ristabilirlo. Questi caratteri peculiari, che distinguono i due sessi, si palesano con tanta chiarezza agli occhi di tutti, che soltanto una ostinata cecità o un dottrinarismo non meno funesto che utopistico potrebbero negli ordinamenti sociali disconoscerne o quasi ingnorarne il valore.
1945 10 21 0008
[8.–] Ben più. I due sessi, per le loro stesse qualità particolari, sono ordinati l’uno all’altro in tal guisa che questa mutua coordinazione esercita il suo influsso in tutte le molteplici manifestazioni della vita umana sociale. Noi Ci restringeremo qui a reicordarne due per la loro speciale importanza: lo stato matrimoniale e quello del celibato volontario secondo il consiglio evangelico.
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Lo stato matrimoniale
[9.–] Il frutto di una vera comunanza coniugale comprende non solo i figli, quando Iddio li concede agli sposi, e i benefici materiali e spirituale che la vita di famiglia offre al genere umano. Tutta la civiltà in ogni suo ramo, i popoli e la società dei popoli, la Chiesa stessa, in una parola, tutti i veri beni della umanità ne risentono i felici effetti, là ove questa vita coniugale fiorisce nell’ordine, ove la gioventù si abitua a contemplarla, a onorarla, ad amarla come un santo ideale.
1945 10 21 0010
[10.–] Là, invece, ove i due sessi, immemori dell’intima armonia voluta e stabilita da Dio, si abbandonano a un perverso individualismo; ove essi non sono reciprocamente che oggetto di egoismo e di cupidigia; ove non cooperano di mutuo accordo al servizio della umanità secondo i disegni di Dio e della natura; ove la gioventù, noncurante delle sue responsabilità, leggiera e frivola nel suo spirito e nella sua condotta, si rende moralmente e fisicamente inetta alla santa vita del matrimonio; ivi il bene comune della umana società nell’ordine così spirituale come temporale, si trova gravemente compromesso, e la stessa Chiesa di Dio trema, non per la sua esistenza –essa ha le promesse divine!–, bensì per il maggior frutto della sua missione fra gli uomini.
1945 10 21 0011
Il celibato volontario secondo il consiglio evangelico
[11.–] Ma ecco che da quasi venti secoli, in ogni generazione, migliaia e migliaia di uomini e di donne, tra i migliori, rinunziano liberamente, per seguire il consiglio di Cristo, a una propria famiglia, ai santi doveri e ai sacri diritti della vita matrimoniale. Il bene comune dei popoli e della Chiesa ne rimane forse esposto a pericolo? Tutt’altro! Questi spiriti generosi riconoscono l’associazione dei due sessi nel matrimonio come un alto bene. Ma se si discostano dalla via ordinaria, dal sentiero battuto, essi, lungi dal disertarlo, si consacrano al servizio della umanità col completo distacco da se stessi e dai loro propri interessi, in un’azione incomparabilmente più ampia, totale, universale. Guardate quegli uomini e quelle donne: vedeteli dedicati alla preghiera e alla penitenza; applicati alla istruzione e alla educazione della gioventù e degli ignoranti, chini al capezzale dei malati e degli agonizzanti; dal cuore aperto a tutte le miserie e a tutte le debolezze, per riabilitarle, per confortarle, per sollevarle, per santificarle.
1945 10 21 0012
La giovane cristiana rimasta suo malgrado senza nozze
[12.–] Quando si pensa alle fanciulle e alle donne che rinunziano volontariamente al matrimonio, per consacrarsi ad una vita più alta di contemplazione, di sacrificio e di carità, subito sale sul labbro una luminosa parola: la vocazione! È la sola parola che si addica a così elevato sentimento. Questa vocazione, questa chiamata di amore, si fa sentire nei modi più diversi, come infinitamente varie sono le modulazioni della voce divina: inviti irresistibili, ispirazioni affettuosamente sollecitanti, soavi impulsi. Ma anche la giovane cristiana, rimasta suo malgrado senza nozze, che però fermamente crede alla Provvidenza del Padre celeste, riconosce nelle vicissitudini della vita la voce del Maestro: Magister adest et vocat te1; il Maestro è qui e ti chiama! Ella risponde; ella rinunzia al caro sogno della sua adolescenza e della sua giovinezza: avere un compagno fedele nella vita, costituirsi una famiglia! e nella impossibilità del matrimonio discerne la sua vocazione; allora, col cuore affranto ma sottomesso, dà anch’ella tutta se stessa alle più nobili e multiformi opere di bene.
1. Io. 11, 28.
1945 10 21 0013
La maternità ufficio naturale della donna
[13.–] Nell’uno come nell’altro stato l’ufficio della donna apparisce nettamente tracciato dai lineamenti, dalle attitudini, dalle facoltà peculiari del suo sesso. Ella collabora con l’uomo, ma nel modo che le è proprio secondo la sua naturale tendenza. Ora l’ufficio della donna, la sua maniera, la sua inclinazione innata, è la maternità. Ogni donna è destinata ad essere madre: madre nel senso fisico della parola, ovvero in un significato più spirituale ed elevato, ma non meno reale.
1945 10 21 0014
[14.–] A questo fine il Creatore ha ordinato tutto l’essere proprio della donna, il suo organismo, ma anche più il suo spirito e soprattutto la sua squisita sensibilità. Di guisa che la donna, veramente tale non può altrimenti vedere nè comprendere a fondo tutti i problemi della vita umana che sotto l’aspetto della famiglia. Perciò il senso affinato della sua dignità la mette in apprensione ogniqualvolta l’ordine sociale o politico minaccia di recar pregiudizio alla sua missione materna, al bene della famiglia.
1945 10 21 0015
[15.–] Tali sono oggi pur troppo le condizioni sociali e politiche: esse potrebbero farsi anche più incerte per la santità del focolare domestico e quindi per la dignità della donna. La vostra ora è sonata, donne e giovani cattoliche; la vita pubblica ha bisogno di voi; ad ognuna di voi si può dire: tua res agitur!2.
2. Horat. Epist. L. I, Ep. XVIII, 84.
1945 10 21 0016
Condizioni sociali e politiche non favorevoli alla santità della famiglia e alla dignità della donna
[16.–] Che già da lungo tempo i pubblici eventi si siano venuti svolgendo in modo non favorevole al bene reale della famiglia e della donna, è un fatto innegabile. E verso la donna si volgono vari movimenti politici, per guadagnarla alla loro causa. –Qualche sistema totalitario mette dinanzi ai suoi occhi mirifiche promesse: uguaglianza di diritti con l’uomo, protezione delle gestanti e delle puerpere, cucine ed altri servizi comuni che la liberano dal peso delle cure domestiche, pubblici giardini d’infanzia e altri Istituti, mantenuti e amministrati dallo Stato e dai Comuni, che la esimono dagli obblighi materni verso i propri figli, scuole gratuite, assistenza in caso di malattie.
1945 10 21 0017
[17.–] Non si vogliono negare i vantaggi che possono ritrarsi dall’uno o dall’altro di questi provvedimenti sociali, se applicati nei debiti modi. Che anzi Noi stessi abbiamo in un’altra occasione osservato come alla donna è dovuta per lo stesso lavoro e a parità di rendimento la medesima rimunerazione che all’uomo. Rimane però il punto essenziale della questione, a cui già abbiamo accennato: la condizione della donna è con ciò divenuta migliore? La uguaglianza dei diritti con l’uomo ha, con l’abbandono della casa ove ella era regina, assoggettato la donna allo stesso peso e tempo di lavoro. Si è messa in non cale la vera sua dignità e il solido fondamento di tutti i suoi diritti, vale a dire il carattere proprio del suo essere femminile e l’intima coordinazione dei due sessi; si è perduto di vista il fine inteso dal Creatore per il bene della società umana e soprattutto della famiglia. Nelle concessioni fatte alla donna è facile di scorgere, più che il rispetto della sua dignità e della sua missione, la mira di promuovere la potenza economica e militare dello Stato totalitario, cui tutto deve essere inesorabilmente subordinato.
1945 10 21 0018
[18.–] D’altra parte, può forse la donna sperare il suo vero benessere da un regime di predominante capitalismo? Noi non abbiamo bisogno di descrivervi ora le conseguenze economiche e sociali che da questo derivano. Voi ne conoscete i segni caratteristici e ne portate voi stesse il gravame: eccessivo agglomerarsi delle popolazioni nelle città, progressivo e invadente incremento delle grandi imprese, difficile e precaria condizione delle altre industrie, specialmente dell’artigianato e anche più dell’agricoltura, estensione inquietante della disoccupazione.
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[19.–] Rimettere, il più possibile, in onore la missione della donna e della madre nel focolare domestico: tale è la parola che da tante parti si leva, come un grido d’allarme, come se il mondo si ridestasse, quasi atterrito dei frutti di un progresso materiale e tecnico, di cui si mostrava dianzi così orgoglioso.
Osserviamo la realtà delle cose.
1945 10 21 0020
Assenza della donna dal focolare domestico
[20.–] Ecco la donna che, per accrescere il salario del marito, se ne va anch’essa a lavorare in fabbrica, lasciando durante la sua assenza la casa nell’abbandono; e questa, forse già squallida e angusta, diviene anche più misera per mancanza di cura; i membri della famiglia lavorano ciascuno separatamente ai quattro angoli della città e in ore diverse; quasi mai non si trovano insieme, nè per il desinare, nè per il riposo dopo le fatiche della giornata, ancor meno per la preghiera in comune. Che cosa resta della vita di famiglia? e quale attrattiva può essa offrire ai figli?
1945 10 21 0021
Deformazione nella educazione della giovane
[21.–] A queste penose conseguenze dell’assenza della donna e della madre dal focolare domestico, se ne aggiunge un’altra anche più deplorevole: essa riguarda l’educazione, soprattutto della giovane, e la sua preparazione alla vita reale. Abituata a vedere la mamma sempre fuori di casa e la casa stessa così triste nel suo abbandono, ella sarà incapace di trovarvi qualsiasi fascino, non proverá il minimo gusto per le austere occupazioni domestiche, non saprà comprenderne la nobiltà e la bellezza, nè desiderare di dedicarvisi un giorno come sposa e madre.
1945 10 21 0022
[22.–] Ciò è vero in tutti i gradi sociali, in tutte le condizioni di vita. La figlia della donna mondana, che vede tutto il governo della casa lasciato nelle mani di persone estranee, e la madre affaccendata in occupazioni frivole, in futili divertimenti, seguirà il suo esempio, vorrà emanciparsi al più presto e, secondo una ben triste espressione, “vivere la sua vita”. Come potrebbe ella concepire il desiderio di divenire un giorno una vera “domina”, vale a dire una padrona di casa in una famiglia felice, prospera e degna? Quanto alle classi lavora trici, obbligate a guadagnarsi il pane quotidiano, la donna, se ben riflettesse, si renderebbe forse conto come non poche volte il supplemento di guadagno, ch’ella ottiene lavorando fuori di casa, è facilmente divorato da altre spese o anche da sprechi rovinosi per l’economia familiare. La figlia, che va anch’essa fuori a lavorare in una fabbrica, in un’azienda o in un ufficio, stordita dal mondo agitato in mezzo a cui vive, abbagliata dall’orpello di un falso lusso, divenuta avida di loschi piaceri, che distraggono ma non saziano nè riposano, in quelle sale di “riviste” o di danze, che pullulano dappertutto, spesso con intenti di propaganda di parte, e corrompono la gioventù, fattasi “donna di classe”, sprezzatrice delle vecchie norme “ottocentistiche” di vita, come potrebbe ella non trovare la modesta dimora casalinga inospitale e più tetra di quel che non sia in realtà? Per prendervi piacere, per desiderare di stabilirvisi un giorno ella stessa, dovrebbe saper compensare la impressione naturale con la serietà della vita intellettuale e morale, col vigore della educazione religiosa e dell’ideale soprannaturale. Ma quale formazione religiosa ha ella ricevuta in tali condizioni?
1945 10 21 0023
[23.–] E non è tutto. Quando, col trascorrere degli anni, sua madre, invecchiata innanzi tempo, logorata e affranta da fatiche superiori alle sue forze, dalle lagrime, dalle angosce, la vedrà rincasare la sera ad ora assai tarda, lungi dall’avere in lei un aiuto, un sostegno, dovrà ella stessa adempire presso la figlia, incapace e non usa alle opere femminili e domestiche, tutti gli uffici di una serva. Nè più fortunata sarà la sorte del padre, quando l’età avanzata, le malattie, gli acciacchi, la disoccupazione l’obbligheranno a dipendere per il suo meschino sostentamento dalla buona o cattiva volontà dei figli. L’augusta, la santa autorità del padre e della madre, eccola scoronata della sua maestà!
1945 10 21 0024
II. Dovere della donna di partecipare alla vita pubblica nel tempo presente
[24.–] Concluderemo Noi dunque che voi, donne e giovani cattoliche, dovete mostrarvi ritrose al movimento che vi trascina, di buona o di mala voglia, nell’orbita della vita sociale e politica? No certamente.
1945 10 21 0025
[25.–] Dinanzi alle teorie e ai metodi, che, per differenti sentieri, strappano la donna alla sua missione e, con la lusinga di una emancipazione sfrenata, o nella realtà di una miseria senza speranza, la spogliano della sua dignità personale, della sua dignità di donna, Noi abbiamo inteso il grido di apprensione che invoca, il più possibile, la sua presenza attiva nel focolare domestico.
1945 10 21 0026
[26.–] La donna è infatti trattenuta fuori di casa, non soltanto dalla sua proclamata emancipazione, ma spesso anche dalle necessità della vita, dal continuo assillo del pane quotidiano. Invano dunque si predicherà il suco ritorno al focolare, finchè perdureranno le condizioni che non di rado la costringono a rimanerne lontana. E così si manifesta il primo aspetto della vostra missione nella vita sociale e politica, che si apre dinanzi a voi. La vostra entrata in questa vita pubblica è avvenuta repentinamente, per effetto dei rivolgimenti sociali di cui siamo spettatori; poco importa! voi siete chiamate a prendervi parte; lascerete forse ad altre, a quelle che si fanno promotrici o complici della rovina del focolare domestico, il monopolio della organizzazione sociale, di cui la famiglia è l’elemento precipuo nella sua unità economica, giuridica, spirituale e morale? Le sorti della famiglia, le sorti della convivenza umana, sono in giuoco; sono nelle vostre mani; tua res agitur! Ogni donna dunque, senza eccezione, ha, intendete bene, il dovere, lo stretto dovere di coscienza, di non rimanere assente, di entrare in azione (nelle forme e nei modi confacenti alla condizione di ciascuna), per contenere le correnti che minacciano il focolare, per combattere le dottrine che ne scalzano le fondamenta, per preparare, organizzare e compire la sua restaurazione.
1945 10 21 0027
[27.–] A questo motivo impellente per la donna cattolica di entrare nella via, che oggi si schiude alla sua operosità, se ne aggiunge un altro: la sua dignità di donna. Ella ha da concorrere con l’uomo al bene della civitas, nella quale è in dignità uguale a lui. Ognuno dei due sessi deve prendere la parte che gli spetta secondo la sua natura, i suoi caratteri, le sue attitudini fisiche, intellettuali e morali. Ambedue hanno il diritto e il dovere di cooperare al bene totale della società, della patria; ma è chiaro che, se l’uomo è per temperamento più portato a trattare gli affari esteriori, i negozi pubblici, la donna ha, generalmente parlando, maggior perspicacia e tatto più fine per conoscere e risolvere i problemi delicati della vita domestica e familiare, base di tutta la vita sociale: il che non toglie che alcune sappiano realmente dar saggio di grande perizia anche in ogni campo di pubblica attività.
1945 10 21 0028
[28.–] Tutto ciò è una questione non tanto di attribuzioni distinte, quanto del modo di giudicare e di venire alle applicazioni concrete e pratiche. Prendiamo il caso dei diritti civili: essi sono, al presente, per entrambi gli stessi. Ma con quanto maggior discernimento ed efficacia saranno utilizzati, se l’uomo e la donna verranno ad integrarsi mutuamente! La sensibilità e la finezza, proprie della donna, che potrebbero trascinarla nel senso delle sue impressioni e rischierebbero così di arrecar nocumento alla chiarezza e all’ampiezza delle vedute, alla serenità degli apprezzamenti, alla previsione delle conseguenze remote, sono, al contrario, di prezioso aiuto per mettere in luce le esigenze, le aspirazioni, i pericoli di ordine domestico, assitenziale e religioso.
1945 10 21 0029
Il vasto campo dell’attività della donna nella odierna vita civile
e politica
[29.–] L’attività femminile si svolge in gran parte nei lavori e nelle occupazioni della vita domestica, che contribuiscono, più e meglio di quel che generalmente potrebbe pensarsi, ai veri interessi della comunanza sociale. Ma questi interessi richiedono inoltre una schiera di donne, le quali dispongano di maggior tempo per potervisi dedicare più direttamente e interamente.
1945 10 21 0030
[30.–] Questa parte diretta, questa collaborazione effettiva all’attività sociale e politica, non altera per nulla il carattere proprio dell’azione normale della donna. Associata all’opera dell’uomo nel campo delle istituzioni civili ella si applicherà principalmente alle materie che esigono tatto, delicatezza, istinto materno, piuttosto che rigidezza amministrativa. Chi meglio di lei può comprendere ciò che richiedono la dignità della donna, l’integrità e l’onore della giovane, la protezione e la educazione del bambino? E in tutti questi argomenti quanti problemi richiamano l’attenzione e l’azione dei governanti e dei legislatori! Soltanto la donna saprà, per esempio, temperare con la bontà, senza detrimento della efficacia, la repressione del libertinaggio; ella sola potrà trovare le vie per salvare dall’umiliazione e allevare nella onestà e nelle virtù religiose e civili la fanciullezza moralmente abbandonata; ella sola varrà a rendere fruttuosa l’opera del patronato e della riabilitazione dei liberati dal carcere o delle giovani cadute; ella sola farà sprigionare dal suo cuore l’eco del grido delle madri, a cui uno Stato totalitario, di qualsiasi nome si adorni, vorrebbe rapire l’educazione dei loro figli.
1945 10 21 0031
Alcune considerazioni conclusive:
a) Sulla preparazione e formazione della donna alla vita sociale e politica
[31.–] Rimane in tal guisa tracciato il programma dei doveri della donna, il cui oggetto pratico è duplice: la sua preparazione e formazione alla vita sociale e politica, lo svolgimento e l’attuazione di questa vita sociale e politica nel campo privato e pubblico.
È chiaro che l’ufficio della donna, così compreso, non s’improvvisa. L’istinto materno è in lei un istinto umano, non determinato dalla natura fin nei particolari delle sue applicazioni. Esso è diretto da una volontà libera, e questa alla sua volta è guidata dall’intelletto. Di qui il suo valore morale e la sua dignità ma anche la sua imperfezione, che ha bisogno di essere compensata e riscattata con la educazione.
1945 10 21 0032
[32.–] L’educazione femminile della giovane, e non di rado anche della donna adulta, è dunque una condizione necessaria della sua preparazione e della sua formazione a una vita degna di lei. L’ideale sarebbe evidentemente che questa educazione potesse risalire all’infanzia nella intimità di un focolare cristiano, sotto l’influsso della madre. Non è pur troppo sempre il caso, nè sempre possibile. Tuttavia si può almeno in parte supplire a questa mancanza, procurando alla giovane, che per necessità deve lavorare fuori di casa, una di quelle occupazioni che sono in qualche modo il tirocinio e l’addestramento alla vita cui è destinata. A tal fine tendono anche quelle scuole di economia domestica, che mirano a fare della fanciulla e della giovane di oggi la donna e la madre di domani.
1945 10 21 0033
b) Sull’attuazione pratica della vita sociale e politica della donna
[33.–] Ma nella vostra azione sociale e politica molto dipende dalla legislazione dello Stato e dall’amministrazione dei Comuni. Perciò la scheda elettorale è nelle mani della donna cattolica un mezzo importante per adempire il suo rigoroso dovere di coscienza, massime nel tempo presente. Lo Stato e la politica hanno infatti propriamente l’ufficio di assicurare alle famiglie di ogni ceto le condizioni necessarie, affinchè possano esistere e svilupparsi come unità economiche, giuridiche e morali. Allora la famiglia sarà veramente la cellula vitale di uomini, che procurano onestamente il loro bene terreno ed eterno. Tutto ciò ben comprende la donna veramente tale. Quel che ella invece non comprende, nè può comprendere, è che per politica s’intenda la dominazione di una classe sopra le altre, la mira ambiziosa di sempre maggior estensione d’impero economico e nazionale, per qualsiasi motivo esso venga preteso. Poichè ella sa che una politica apre la via alla occulta od aperta guerra civile, al peso sempre crescente degli armamenti e al costante pericolo di guerra; ella conosce per esperienza che ad ogni modo quella politica va a danno della famiglia, la quale deve pagarla a caro prezzo coi suoi beni e col suo sangue. Perciò nessuna donna saggia è favorevole ad una politica di lotta di classe o di guerra. Il suo cammino all’urna elettorale è un cammino di pace. Quindi nell’interesse e per il bene della famiglia la donna percorrerà quella via e rifiuterà sempre il suo voto ad ogni tendenza, da qualunque parte essa venga, di subordinare ad egoistiche brame di dominio la pace interna ed esterna del popolo.
[AAS 37 (1945), 284-295]