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2. ¡Vosotros sabéis bien cómo el Concilio Vaticano II recogió esa gran corriente histórica contemporánea de “promoción del laicado”, profundizándola en sus fundamentos teológicos, integrándola e iluminándola cabalmente en la eclesiología de la Lumen gentium, convocando e impulsando la activa participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia! En el Cuerpo de Cristo constituido en “diversidad de ministerios, pero unidad de misión” (Apostolicam actuositatem, n. 2; cfr. Lumen gentium, 10 y 32), los laicos, en cuanto fieles cristianos “incorporados a Cristo por el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes, a su manera, de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo”, están llamados a ejercer su apostolado, en particular, “en todas y cada una de las actividades y profesiones” que desempeñan, “así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social...” (Lumen gentium, 31) para “impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Apostolicam actuositatem, n. 5). [...]

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4. [...] La salvaguardia, promoción, santificación y proyección apostólica de la vida familiar deben contar a los laicos católicos entre sus agentes más decididos y coherentes. Célula básica del tejido social, considerada por el Concilio Vaticano II como “Iglesia doméstica” exige un esfuerzo evangelizador, para potenciar sus factores de crecimiento humano y cristiano y superar los obstáculos que atentan contra su integridad y finalidades. [...]

[Enseñanzas 2, 479-481]