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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0894] • JUAN PABLO II (1978-2005) • HONRAR LA MATERNIDAD, CONDICIÓN PRIMERA DEL RESPETO A LA DIGNIDAD DEL HOMBRE. LA FAMILIA, ELEMENTO INDISPENSABLE EN LA VALORACIÓN DEL TRABAJO

De la Homilía en la Misa para los Trabajadores, en la Iglesia de Saint Denis, en París (Francia), 31 mayo 1980

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Vida, amor y familia

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2. Rendir honor a la maternidad quiere decir aceptar al hombre en la plenitud de su verdad y en toda su dignidad, y esto desde el momento mismo de la concepción. El hombre comienza a serio en las entrañas de su madre.

En esta gran reunión, en que participan ante todo los trabajadores, quisiera saludar a cada hombre, a cada mujer, en virtud de la gran dignidad que poseen desde el primer momento de su existencia, ya en las entrañas de su madre. Todo aquello que somos comienza allí.

La primera medida de la dignidad del hombre, la primera condición del respeto de los derechos inviolables de la persona humana, es el honor debido a la madre. Es el culto a la maternidad. No podemos desligar al hombre de su comienzo humano. Hoy hemos llegado a saber tanto sobre los mecanismos biológicos, que determinan este comienzo en sus respectivos aspectos; por eso es necesario que proclamemos con una consciencia tanto más viva y una convicción tanto más ardiente el comienzo humano –profundamente humano– de todo hombre como el valor fundamental y la base de todos sus derechos. El primer derecho del hombre es el derecho a la vida. Hemos de defender este derecho y este valor. De lo contrario, toda la lógica de la fe en el hombre, todo el programa del progreso verdaderamente humano se tambaleará y se vendrá abajo.

En el umbral de la casa de Zacarías, Isabel dijo a María: “Bienaventurada tú que has creído” (Cfr. Lc 1, 45). Rindamos honor a la maternidad, porque ella es la expresión de la fe en el hombre. Experimento un gran gozo de hacerlo en este día, víspera de la fiesta que todas las familias francesas dedican a las madres. El acto de fe en el hombre reside en el hecho de que sus padres le den la vida. La madre lo lleva en su seno, y está dispuesta a sufrir todos los dolores del parto; precisamente de este modo proclama ella, con todo su ser femenino y todo su ser maternal, su fe en el hombre. Da testimonio del valor que reside en ella y que a la vez la sobrepasa, del valor que constituye aquél que, todavía desconocido, apenas concebido y totalmente oculto en el seno de su madre, debe nacer y debe manifestarse al mundo como un hijo de sus padres, como una confirmación de su humanidad, como un fruto de su amor, como futuro de la familia; de la familia más cercana y a la vez de toda la familia humana. [...]

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4. Existe un lazo estrecho, existe un lazo particular entre el trabajo del hombre y el medio fundamental del amor humano que llamamos familia.

El hombre trabaja desde los orígenes para someter la tierra y dominarla. Esta definición del trabajo la encontramos en los primeros capítulos del Libro del Génesis. El hombre trabaja para asegurar su subsistencia y la de su familia. También encontramos esta definición del trabajo en el Evangelio, en la vida de Jesús, María y José y en la experiencia de todos los días. Son las definiciones fundamentales del trabajo humano. Una y otra son auténticas, es decir, plenamente humanistas, y la segunda encierra una particular plenitud de contenido evangélico.

Es preciso seguir estos contenidos fundamentales para asegurar al hombre un lugar adecuado en el conjunto del orden económico. En efecto, es fácil perder este lugar. Se pierde cuando se concibe el trabajo, ante todo, como uno de los elementos de producción, como una _“mercancía” o un “instrumento”. Importan poco los nombres de los sistemas sobre los que se apoya esta postura: cuando el hombre está sometido a la producción, cuando se convierte tan sólo en el instrumento, entonces se quita al trabajo, al trabajo humano, su dignidad y su sentido específico. Acordémonos aquí de las célebres palabras del cardenal Cardijn: “Un joven trabajador vale más que todo el oro del mundo”.

_Por esta razón hemos de colocar a la familia en el primer plano, entre las medidas que permiten evaluar el trabajo del hombre. Cuando el hombre trabaja para asegurar la subsistencia de su familia, esto significa que pone en su trabajo toda la fatiga diaria del amor. Pues el amor hace nacer la familia, en su expresión constante y su medio estable. También el hombre puede amar el trabajo por el trabajo, porque éste le permite participar en la gran obra del dominio de la tierra, obra querida por el Creador. Y este amor, ciertamente, corresponde a la dignidad del hombre. Sin embargo, el amor que el hombre pone en su trabajo no alcanza su plenitud si no le relaciona ni le une a los mismos hombres, y sobre todo a aquéllos que son carne de su carne y sangre de su sangre. El trabajo no puede destruir la familia; por el contrario, debe unirla y ayudarla a perfeccionar su cohesión. Los derechos de la familia deben estar inscritos profundamente en los cimientos mismos de todo código laboral, ya que el trabajo tiene por objeto propio al hombre, y no solamente la producción y el beneficio. ¿Cómo encontrar solución satisfactoria, por ejemplo, al problema –parecido en muchos países– de la mujer que trabaja en una fábrica a un ritmo vertiginoso y que priva del cuidado constante de su presencia a sus hijos y a su marido?

_Evoco aquí un vasto programa que podría ser objeto de numerosos estudios especializados para desarrollar todo su contenido. Me limito a algunos aspectos que me parecen de una importancia capital. A lo largo de mi vida he tenido la suerte, esta gracia de Dios, de poder descubrir estas verdades fundamentales acerca del trabajo humano gracias a mi experiencia personal de trabajo manual. Todos los días de mi vida recordaré a aquellos hombres a quienes me unía una misma área de trabajo, fuera en las canteras de piedra o en la fábrica. No olvidaré la benevolencia humana que mis compañeros de trabajo me mostraron. No olvidaré las conversaciones que tuvimos en los momentos libres acerca de los problemas fundamentales de la existencia y de la vida de los trabajadores. Conozco el valor que para estos hombres, que eran a la vez padres de familia, encerraba su hogar, el porvenir de sus hijos, el respeto debido a sus esposas y a sus madres. De esta experiencia de algunos años saqué la convicción y la certeza de que en el trabajo se expresa el hombre como un sujeto capaz de amar, orientado hacia los valores humanos fundamentales, dispuestos a la solidaridad con todos los hombres...

_En la experiencia de mi vida he aprendido lo que es un trabajador, y lo llevo en mi corazón. Sé que el trabajo es también una necesidad, a veces una dura necesidad; y, sin embargo, el hombre desea transformarla a la medida de su dignidad y de su amor. En ello reside su grandeza. En muchos casos las condiciones de vida obligan a los hombres a abandonar su patria para ir a buscar trabajo, como es el caso de muchos de vosotros. Es de desear que toda sociedad sea capaz de proporcionar el trabajo necesario a sus propios ciudadanos. Si a pesar de todo la emigración por razón de trabajo es una verdadera necesidad, les deseo antes que nada a todos los que se encuentran en esta situación que sepan transformar esta necesidad según el amor que les liga a sus allegados: a sus familiares y a su país de nacimiento. Es falso decir que el trabajador no tiene patria. El trabajador es, de un modo particular, el representante de su pueblo, es el hombre de su propia casa. En el trabajo humano se hallan inscritas ante todo la ley del amor, la necesidad del amor y el orden del amor.

[Enseñanzas 5, 427-428, 429-431]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra