[0950] • JUAN PABLO II (1978-2005) • TENSIÓN ENTRE CARNE Y ESPÍRITU EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE
Alocución Vogliamo oggi, en la Audiencia General, 17 diciembre 1980
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1. “La carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne”. Queremos profundizar hoy en estas palabras de San Pablo, tomadas de la Carta a los Gálatas (5, 17), con las que la semana pasada terminamos nuestras reflexiones sobre el tema del justo significado de la pureza. Pablo piensa en la tensión que existe en el interior del hombre, precisamente en su “corazón”. No se trata aquí solamente del cuerpo (la materia) y del espíritu (el alma) como de dos componentes antropológicos esencialmente diversos, que constituyen desde el “principio” la esencia misma del hombre. Pero se presupone esa disposición de fuerzas que se forman en el hombre con el pecado original y de las que participa todo hombre “histórico”. En esta disposición, que se forma en el interior del hombre, el cuerpo se contrapone al espíritu y fácilmente domina sobre él (1). La terminología paulina, sin embargo, significa algo más: aquí el predominio de la “carne” parece coincidir casi con la que, según la terminología de San Juan, es la triple concupiscencia que “viene del mundo”. La “carne”, en el lenguaje de las Cartas de San Pablo (2), indica no sólo al hombre “exterior”, sino también al hombre “interiormente” sometido al “mundo”3, en cierto sentido, cerrado en el ámbito de esos valores que sólo pertenecen al mundo y de esos fines que es capaz de imponer al hombre: valores, por tanto, a los que el hombre, en cuanto “carne”, es precisamente sensible. Así, el lenguaje de Pablo parece enlazarse con los contenidos esenciales de Juan, y el lenguaje de ambos denota lo que se define por diversos términos de la ética y de la antropología contemporánea, como, por ejemplo: “autarquía humanística”, “secularismo” o también con un significado general, “sensualismo”. El hombre que vive “según la carne” es el hombre dispuesto solamente a lo que viene “del mundo”: es el hombre de los “sentidos”, el hombre de la triple concupiscencia. Lo confirman sus acciones, como diremos dentro de poco.
11 / 2. “Paul never, like the Greeks, identified ‘sinful flesh’ with the physical body...
Flesh, then, in Paul is not to be identified with sex or with the physical body. It is closer to the Hebrew thought of the physical personality –the self including physical and psychical elements as vehicle of the outward life and the lower levels of experience.
It is man in his humanness with all the limitations, moral weakness, vulnerability, creatureliness and mortality, which being human implies...
Man is vulnerable both to evil and to good; he is a vehicle, a channel, a dwellingplace, a temple, a battlefield (Paul uses each metaphor) for good and evil.
Which shall possess, indwell, master him –whether sin, evil, the spirit that now worketh in the children of disobedience, or Christ, the Holy Spirit, faith, grace– it is for each man to choose.
That he can so choose, bring to view the other side of Paul’s conception of human nature, man’s conscience and the human spirit”(R. E. O. WHITE, Biblical Ethics, [Exeter, Paternoster Press, 1979] pp. 135-138).
2. La interpretación de la palabra griega sarx, “carne”, en las Cartas de Pablo depende del contexto de la Carta. En la Carta a los Gálatas, por ejemplo, se pueden especificar, al menos, dos significados distintos de sarx.
Al escribir a los Gálatas, Pablo combatía contra dos peligros que amenazaban a la joven comunidad cristiana.
Por una parte, los convertidos del judaísmo intentaban convencer a los convertidos del paganismo para que aceptaran la circuncisión, que era obligatoria en el judaísmo. Pablo les echa en cara que “se glorían de la carne”, esto es, de poner la esperanza en la circuncisión de la carne. “Carne”, en este contexto (Gál. 3, 1-5, 12; 6, 12-18), significa, pues, “circuncisión”, como símbolo de una nueva sumisión a las leyes del judaísmo.
El segundo peligro, en la joven Iglesia gálata, provenía del influjo de los “pneumáticos”, los cuales entendían la obra del Espíritu Santo más bien como divinización del hombre que como potencia operante en sentido ético. Esto los llevaba a infravalorar los principios morales. Al escribirles, Pablo llama “carne” a todo lo que acerca al hombre al objeto de su concupiscencia y le halaga con la promesa seductora de una vida aparentemente más plena (cfr. Gál. 5, 13-6, 10).
La sarx, pues, “se gloría” igualmente de la ley como de su infracción, y en ambos casos promete lo que no puede mantener.
Pablo distingue explícitamente entre el objeto de la acción y la sarx. El centro de la decisión no está en la “carne”: “Andad en el Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne” (Gál. 5, 16).
El hombre cae en la esclavitud de la carne cuando se confía a la “carne” y a lo que ella promete (en el sentido de la “ley” o de la infracción de la ley).
Cfr. E. MUSSNER, Der Galaterbrief, Herders Theolog. Kommentar zum NT, IX (Friburgo, Herder, 1974) p. 367; R. JEWET, Paul’s Atrhropological Terms. A Study of Their Use in Conflict Setting. Arbeiten zur Geschichte des antiken Judentums und des Urchristentums, X (Leiden, Brill, 1971) pp. 95-106.
3. Pablo subraya en sus Cartas el carácter dramático de lo que se desarrolla en el mundo.Puesto que los hombres, por su culpa, han olvidado a Dios, “por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza” (Rom. 1, 24), de la que proviene también todo el desorden moral que deforma, tanto la vida sexual (ibid. 1, 24-27) como el funcionamiento de la vida social y económica (ibid. 1, 29-32) e incluso cultural; efectivamente, “conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen” (ibid. 1, 32).
Desde el momento en que, a causa de un solo hombre entró el pecado en el mundo (ibid. 5, 12), “el Dios de este mundo cegó su inteligencia incrédula para que no brille en ellos la luz del Evangelio, de la gloria de Cristo” (2 Cor. 4, 4); y por esto también “la ira de Dios se manifiesta desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres, de los que en su injusticia aprisionan la verdad con la injusticia” (Rom. 1, 18).
Por eso “el continuo anhelar de las criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios... con la esperanza de que también ellas serán liberadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (ibid. 8, 19-21), esa libertad para la que “Cristo nos ha hecho libres” (Gál. 5, 1).
El concepto de “mundo” en San Juan tiene diversos significados: en su Carta primera, el mundo es el lugar donde se manifiesta la triple concupiscencia (1 Io. 2, 15-16) y donde los falsos profetas y los adversarios de Cristo tratan de seducir a los fieles; pero los cristianos vencen al mundo gracias a su fe (ibid. 5, 4); efectivamente, el mundo pasa junto con sus concupiscencias, y el que realiza la voluntad de Dios vive eternamente (cfr. ibid. 2, 17).
Cfr. P. GRELOT, “Monde”, en Dictionnaire de Spiritualité, ascétique et mystique, doctrine et histoire, fasc. 68-69, Beauchesne, pp. 1628 ss. Además: J. MATEOS, J. BARRETO, Vocabulario teológico del Evangelio de Juan (Madrid, Ed. Cristiandad, 1980) pp. 211-215.
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2. Este hombre vive casi en el polo opuesto respecto a lo que “quiere el Espíritu”. El Espíritu de Dios quiere una realidad diversa de la que quiere la carne, desea una realidad diversa de la que desea la carne, y esto ya en el interior del hombre, ya en la fuente interior de las aspiraciones y de las acciones del hombre, “de manera que no hagáis lo que queréis” (Gál 5, 17).
Pablo expresa esto de modo todavía más explícito, al escribir en otro lugar del mal que hace, aunque no lo quiera, y de la imposibilidad –o más bien, de la posibilidad limitada– de realizar el bien que “quiere” (Cfr. Rom 7, 19). Sin entrar en los problemas de una exégesis pormenorizada de este texto, se podría decir que la tensión entre la “carne” y el “espíritu” es, ante todo, inmanente, aun cuando no se reduce a este nivel. Se manifiesta en su corazón como “combate” entre el bien y el mal. Ese deseo, del que habla Cristo en el Sermón de la Montaña (Mt 5, 27-28), aunque sea un acto “interior”, sigue siendo ciertamente –según el lenguaje paulino– una manifestación de la vida “según la carne”. Al mismo tiempo, ese deseo nos permite comprobar cómo en el interior del hombre la vida “según la carne” se opone a la vida “según el Espíritu”, y cómo esta última, en la situación actual del hombre, dado su estado pecaminoso hereditario, está constantemente expuesta a la debilidad e insuficiencia de la primera, a la que cede con frecuencia, si no se refuerza en el interior para hacer precisamente lo “que quiere el Espíritu”. Podemos deducir de ello que las palabras de Pablo, que tratan de la vida “según la carne” y “según el Espíritu”, son al mismo tiempo una síntesis y un programa; y es preciso entenderlas en esta clave.
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3. Encontramos la misma contraposición de la vida “según la carne” y la vida “según el Espíritu” en la Carta a los Romanos. También aquí (como, por lo demás, en la Carta a los Gálatas) esa contraposición se coloca en el contexto de la doctrina paulina acerca de la justificación mediante la fe, es decir, mediante la potencia de Cristo mismo que obra en el interior del hombre por medio del Espíritu Santo. En este contexto, Pablo lleva esa contraposición a sus últimas consecuencias cuando escribe: “Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el Espíritu sienten las cosas espirituales. Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito del Espíritu es vida y paz. Por lo cual el apetito de la carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la Ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios; pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que de verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo. Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia” (Rom 8, 5-10).
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4. Se ven con claridad los horizontes que Pablo delinea en este texto: él se remonta al “principio”; es decir, en este caso, al primer pecado del que tomó origen la vida “según la carne” y que creó en el hombre la herencia de una predisposición a vivir únicamente semejante vida, juntamente con la herencia de la muerte. Al mismo tiempo Pablo presenta la victoria final sobre el pecado y sobre la muerte, de lo que es signo y anuncio la resurrección de Cristo: “El que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros” (Rom 8, 11). Y en esta perspectiva escatológica, San Pablo pone de relieve la “justificación” en Cristo, destinada ya al hombre “histórico” a todo hombre de “ayer, de hoy y de mañana” de la historia del mundo y también de la historia de la salvación: justificación que es esencial para el hombre interior, y está destinada precisamente a ese “corazón” al que Cristo se ha referido, hablando de la “pureza” y de la “impureza” en sentido moral. Esta “justificación” por la fe no constituye simplemente una dimensión del plan divino de la salvación y de la santificación del hombre, sino que es, según San Pablo, una auténtica fuerza que actúa en el hombre y que se revela y afirma en sus acciones.
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5. He aquí de nuevo las palabras de la Carta a los Gálatas: “Ahora bien: las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, rencillas, disensiones, divisiones, envidias, homicidios, embriagueces, orgías y otras como éstas...” (5, 19-21). “Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza...” (5, 22-23). En la doctrina paulina, la vida “según la carne” se opone a la vida “según el Espíritu”, no sólo en el interior del hombre, en su “corazón”, sino, como se ve, encuentra un amplio y diferenciado campo para traducirse en obras. Pablo habla, por un lado, de las “obras” que nacen de la “carne” –se podría decir: de las obras en las que se manifiesta el hombre que vive “según la carne”–, y, por otro, del “fruto del Espíritu”, esto es, de las acciones (4), de los modos de comportarse, de las virtudes, en las que se manifiesta el hombre que vive “según el Espíritu”. Mientras en el primer caso nos encontramos con el hombre abandonado a la triple concupiscencia, de la que dice Juan que viene “del mundo”, en el segundo caso nos hallamos frente a lo que ya antes hemos llamado el ethos de la redención. Ahora sólo estamos en disposición de esclarecer plenamente la naturaleza y la estructura de ese “ethos”. Se manifiesta y se afirma a través de lo que en el hombre, en todo su “obrar”, en las acciones y en el comportamiento, es fruto del dominio sobre la triple concupiscencia: de la carne, de los ojos y de la soberbia de la vida (de todo eso de lo que puede ser justamente “acusado” el corazón humano y de lo que pueden ser continuamente “sospechosos” el hombre y su interioridad).
14. Los exegetas hacen observar que, aunque, a veces, para Pablo el concepto de “fruto” se aplica también a las “obras de la carne” (por ejemplo, Rom. 6, 21; 7, 5), sin embargo, “el fruto del Espíritu” jamás se llama “obra”.
En efecto, para Pablo “las obras” son los actos propios del hombre (o aquello en lo que Israel pone, sin razón, la esperanza), de los que él responderá ante Dios.
Pablo evita también el término “virtud”, areté; se encuentra una sola vez, con sentido muy general, en Flp. 4, 8. En el mundo griego esta palabra tenía un significado demasiado antropocéntrico; especialmente, los estoicos ponían de relieve la autosuficiencia o autarquía de la virtud.
En cambio, el término “fruto del Espíritu” subraya la acción de Dios en el hombre. Este “fruto” crece en él como el don de una vida, cuyo único autor es Dios; el hombre puede, a lo sumo, favorecer las condiciones adecuadas para que el fruto pueda crecer y madurar.
El fruto del Espíritu, en forma singular, corresponde de algún modo a la “justicia” del Antiguo Testamento, que abarca el conjunto de la vida conforme a la voluntad de Dios; corresponde también, en cierto sentido, a la “virtud” de los estoicos, que era indivisible. Lo vemos, por ejemplo, en Ef. 5, 9-11: El fruto de la luz es todo bondad, justicia y verdad... no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas...”
Sin embargo, “el fruto del Espíritu” es diferente, tanto de la “justicia” como de la “virtud”, porque él (en todas sus manifestaciones y diferenciaciones que se ven en los catálogos de las virtudes) contiene el efecto de la acción del Espíritu, que en la Iglesia es fundamento y realización de la vida del cristiano.
Cfr. H. SCHELIER, Der Brief an die Galater, Meyer’s Kommentar (Gotinga, Vandenhoeck-Ruprecht, 1971) pp. 255-264; O. BAUERNFEIND, areté, en Theological Dictionary of the New Testament, ed. G. Kittel y G. Bromley, v. I (Grand Rapids, Errdmans, 91978) p. 460; W. TATARKIEWICZ, Historia Filozofii, t. I (Warszawa, PWN, 1970) p. 121; E. KAMLAH, Die Form der katalogischen Paränese im Neuen Testament, Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament, 7 (Tubinga, Mhr, 1964) p. 14.
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6. Si el dominio en la esfera del ethos se manifiesta y se realiza como “amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” –así leemos en la Carta a los Gálatas–, entonces detrás de cada una de estas realizaciones de estos comportamientos, de estas virtudes morales, hay una opción especifica, es decir, un esfuerzo de la voluntad, fruto del espíritu humano penetrado por el Espíritu de Dios, que se manifiesta en la elección del bien. Hablando con lenguaje de Pablo: “El Espíritu tiene tendencias contrarias a la carne” (Gál 5, 17), y en estos “deseos” suyos se demuestra más fuerte que la “carne” y que los deseos que engendra la triple concupiscencia. En esta lucha entre el bien y el mal, el hombre se demuestra más fuerte gracias a la potencia del Espíritu Santo que, actuando dentro del espíritu humano, hace realmente que sus deseos fructifiquen en bien. Por tanto, éstas son no sólo –y no tanto– “obras” del hombre cuanto “fruto”; esto es, efecto de la acción del “Espíritu” en el hombre. Y por eso Pablo habla del “fruto del Espíritu”, entendiendo esta palabra con mayúscula.
Sin penetrar en las estructuras de la interioridad humana mediante sutiles diferenciaciones que nos suministra la teología sistemática (especialmente a partir de Tomás de Aquino), nos limitamos a la exposición sintética de la doctrina bíblica, que nos permite comprender, de manera esencial y suficiente, la distinción y contraposición de la “carne” y del “Espíritu”.
Hemos observado que entre los frutos del Espíritu el Apóstol pone también el “dominio de sí”. Es necesario no olvidarlo, porque en las reflexiones ulteriores reanudaremos este tema para tratarlo de modo más detallado.
[Enseñanzas 7, 201-205]
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1. “La carne... ha desideri contrari allo Spirito e lo Spirito ha desideri contrari alla carne”. Vogliamo oggi approfondire queste parole di San Paolo nella lettera ai Galati (11), con cui la settimana scorsa abbiamo terminato le nostre riflessioni sul tema del giusto significato della purezza. Paolo ha in mente la tensione esistente nell’intimo dell’uomo, appunto nel suo “cuore”. Non si tratta qui soltanto del corpo (la materia) e dello spirito (l’anima), come di due componenti antropologiche essenzialmente diverse, che costituiscono dal “principio” l’essenza stessa dell’uomo. Però viene presupposta quella disposizione di forze formatasi nell’uomo col peccato originale e a cui partecipa ogni uomo “storico”. In tale disposizione, formatasi nell’intimo dell’uomo, il corpo si contrappone allo spirito e facilmente prende il sopravvento su di esso (2). La terminologia paolina, tuttavia, significa qualcosa di più: qui il predominio della “carne” sembra quasi coincidere con quella che, secondo la terminologia giovannea, è la triplice concupiscenza che “viene dal mondo”. La “carne”, nel linguaggio delle lettere di San Paolo (3), indica non soltanto l’uomo “esteriore”, ma anche l’uomo “interiormente” assoggettato al “mondo”4, in certo senso chiuso nell’ambito di quei valori che appartengono solo al mondo e di quei fini che esso è capace di imporre all’uomo: valori, pertanto, ai quali l’uomo in quanto “carne” è appunto sensibile. Così il linguaggio di Paolo sembra allacciarsi ai contenuti essenziali di Giovanni, ed il linguaggio di entrambi denota ciò che viene definito da vari termini dell’etica e dell’antropologia contemporanee, come ad esempio: “Autarchia umanistica”, “secolarismo” o anche, con significato generale, “sensualismo”. L’uomo che vive “secondo la carne” è l’uomo disposto soltanto a ciò che viene “dal mondo”: è l’uomo dei “sensi”, l’uomo della triplice concupiscenza. Lo confermano le sue azioni, come diremo fra poco.
11 / 2. “Paul never, like the Greeks, identified ‘sinful flesh’ with the physical body...
Flesh, then, in Paul is not to be identified with sex or with the physical body. It is closer to the Hebrew thought of the physical personality –the self including physical and psychical elements as vehicle of the outward life and the lower levels of experience.
It is man in his humanness with all the limitations, moral weakness, vulnerability, creatureliness and mortality, which being human implies...
Man is vulnerable both to evil and to good; he is a vehicle, a channel, a dwellingplace, a temple, a battlefield (Paul uses each metaphor) for good and evil.
Which shall possess, indwell, master him –whether sin, evil, the spirit that now worketh in the children of disobedience, or Christ, the Holy Spirit, faith, grace– it is for each man to choose.
11. Gal. 5, 17.
3. L’interpretazione della parola greca sarx “carne” nelle Lettere di Paolo dipende dal contesto della Lettera. Nella Lettera ai Galati, per es., si possono specificare almeno due distinti significati di sarx.
Scrivendo ai Galati, Paolo combatteva con due pericoli, che minacciavano la giovane comunità cristiana.
Da una parte, i convertiti dal giudaismo tentavano di convincere i convertiti dal paganesimo ad accettare la circoncisione, che era obbligatoria nel Giudaismo. Paolo rimprovera loro “di vantarsi della carne”, cioè di rimettere la speranza nella circoncisione della carne. “Carne” in questo contesto (Gal. 3, 1-5, 12; 6, 12-18) significa quindi “circoncisione”, come simbolo di una nuova sottomissione alle leggi del giudaismo.
Il secondo pericolo, nella giovane chiesa galata, proveniva dall’influsso dei “Pneumatici” i quali intendevano l’opera dello Spirito Santo piuttosto come divinizzazione dell’uomo che come potenza operante in senso etico. Ciò li conduceva a sottovalutare i principii morali. Scrivendo loro, Paolo chiama “carne” tutto ciò che avvicina l’uomo all’oggetto della sua concupiscenza e lo alletta con la promessa seduttrice di una vita apparentemente più piena (cf. Gal. 5, 13-6, 10).
La sarx, quindi, “si vanta” ugualmente della “Legge” come della sua infrazione, ed in entrambi i casi prometre ciò che non può mantenere.
Paolo distingue esplicitamente tra l’oggetto dell’azione e la sarx. Il centro della decisione non è nella “carne”: “Camminate secondo lo Spirito e non sarete portati a soddisfare i desideri della carne” (Gal. 5, 16).
L’uomo cade nella schiavitù della carne quando si affida alla “carne” e a ciò che essa promette (nel senso della “legge” o della infrazione della legge).
Cf. E. MUSSNER, Der Galaterbrief, Herders Theolog. Kommentar zum NT, IX, Freiburg 1974, Herder, p. 367; R. JEWET, Paul’s Atrhropological Terms. A Study of Their Use in Conflict Setting. Arbeiten zur Geschichte des antiken Judentums und des Urchristentums, X (Leiden 1971, Brill, pp. 95-106).
4. Paolo sottolinea nelle sue Lettere il caratterre drammatico di ciò che si svolge nel mondo. Poichè gli uomini, per la loro colpa, hanno scordato Dio, “perciò Dio li ha abbandonati all’impurità secondo i desideri del loro cuore (Rom. 1, 24), da cui proviene anche tutto il disordine morale, che deforma sia la vita sessuale (ibid. 1, 24-27) che il funzionamento della vita sociale ed economica (ibid. 1, 29-32) e perfino culturale”; infatti, “pur conoscendo il giudizio di Dio, che cioè gli autori di tali cose meritano la morte, non solo continuano a farlo, ma anche approvano chi le fa” (ibid. 1, 32).
Dal momento che a causa di un solo uomo il peccato è entrato nel mondo (ibid. 5, 12), “il dio di questo mondo ha acciecato la mente incredula, perchè non vedano lo splendore del glorioso vangelo di Cristo” (2 Cor. 4, 4); e perciò anche “l’ira di Dio si rivela dal cielo contro ogni empietà e ogni ingiustizia di uomini che soffocano la verità nell’ingiustizia” (Rom. 1, 18).
Perciò “la creazione stessa attende con impazienza la rivelazione dei figli di Dio... e nutre la speranza di essere lei pure liberata dalla schiavitù della corruzione, per entrare nella libertà della gloria dei fligli di Dio” (ibid. 8, 19-21), quella libertà per la quale “Cristo ci ha liberati” (Gal. 5, 1).
Il concetto di “mondo” in S. Giovanni ha diversi significati: nella sua prima Lettera, il mondo è il luogo in cui si manifesta la triplice concupiscenza (1 Jn. 2, 15-16) e in cui i falsi profeti e gli avversari di Cristo cercano di sedurre i fedeli; ma i cristiani vincono il mondo grazie alla loro fede (ibid. 5, 4); il mondo, infatti tramonta insieme con le sue concupiscenze, e chi realizza la volontà di Dio vive in eterno (cf. ibid. 2, 17).
(Cf. P. GRELOT, “Monde”: Dictionnaire de Spiritualité, ascétique et mystique, doctrine et histoire, fascicules 68-69, Beauchesne, pp. 1628 ss. Inoltre: J. MATEOS, J. BARRETO, Vocabulario teológico del Evangelio de Juan, Madrid 1980, Edic. Cristiandad, pp. 211-215).
5. Gal. 5, 17.
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2. Tale uomo vive quasi al polo opposto rispetto a ciò che “vuole lo Spirito”. Lo Spirito di Dio vuole una realtà diversa da quella voluta dalla carne, ambisce una realtà diversa da quella che la carne ambisce e ciò già all’interno dell’uomo, già alla sorgente interiore delle aspirazioni e delle azioni dell’uomo. “Sicchè voi non fate quello che vorreste” (5).
Paolo esprime ciò in modo ancor più esplicito, scrivendo altrove del male che fa, sebbene non lo voglia, e dell’impossibilità –o piuttosto della possibilità limitata– nel compiere il bene che “vuole” (6). Senza entrare nei problemi di una esegesi particolareggiata di questo testo, si potrebbe dire che la tensione tra la “carne” e lo “spirito” è, prima, immanente, anche se non si riduce a questo livello. Essa si manifesta nel suo cuore quale “combattimento” tra il bene e il male. Quel desiderio, di cui Cristo parla nel Discorso della Montagna (7), sebbene sia un atto “interiore”, rimane certamente –secondo il linguaggio paolino– una manifestazione della vita “secondo la carne”. Nello stesso tempo, quel desiderio ci consente di costatare come all’interno dell’uomo la vita “secondo la carne” si opponga alla vita “secondo lo Spirito”. e come quest’ultima, nello stato attuale dell’uomo, data la sua peccaminosità ereditaria, sia costantemente esposta alla debolezza ed insufficienza della prima, alla quale spesso cede, se non viene interiormente rafforzata per fare appunto ciò “che vuole lo Spirito”. Possiamo dedurne che le parole di Paolo, che trattano della vita “secondo la carne” e “secondo lo Spirito”, siano al tempo stesso una sintesi ed un programma; ed occorre intenderle in questa chiave.
6. Cf. Rom. 7, 19.
7. Cf. Matth. 5, 27-28.
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3. Troviamo la medesima contrapposizione della vita “secondo la carne” alla vita “secondo lo Spirito” nella Lettera ai Romani. Anche qui (come del resto nella lettera ai Galati) essa viene collocata nel contesto della dottrina paolina circa la giustificazione mediante la fede, cioè mediante la potenza di Cristo stesso operante nell’intimo dell’uomo per mezzo dello Spirito Santo. In tale contesto Paolo porta quella contrapposizione alle sue conseguenze estreme quando scrive: “Quelli... che vivono secondo la carne, pensano alle cose della carne; quelli invece che vivono secondo lo Spirito, alle cose dello Spirito. Ma i desideri della carne portano alla morte, mentre i desideri dello Spirito portano alla vita e alla pace. Infatti i desideri della carne sono in rivolta contro Dio, perchè non si sottomettono alla sua legge e neanche lo potrebbero. Quelli che vivono secondo la carne non possono piacere a Dio. Voi però non siete sotto il dominio della carne, ma dello Spirito, dal momento che lo Spirito di Dio abita in voi. Se qualcuno non ha lo Spirito di Cristo, non gli appartiene. E se Cristo è in voi, il vostro corpo è morto a causa del peccato, ma lo spirito è vita a causa della giustificazione (8).
8. Rom. 8, 5-10.
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4. Si vedono, con chiarezza gli orizzonti che Paolo delinea in questo testo: egli risale al “principio” –cioè, in questo caso, al primo peccato da cui ebbe origine la vita “secondo la carne” e che ha creato nell’uomo il retaggio di una predisposizione a vivere unicamente siffatta vita, insieme all’eredità della morte. Al tempo stesso Paolo prospetta la vittoria finale sul peccato e sulla morte, di cui è segno e preannunzio la risurrezione di Cristo: “Colui che ha risuscitato Cristo dai morti darà la vita anche ai vostri corpi mortali per mezzo del suo Spirito che abita in voi” (9). E in questa prospettiva escatologica, San Paolo pone in rilievo la “giustificazione” in Cristo, destinata già all’uomo “storico”, ad ogni uomo di “ieri, oggi e domani” della storia del mondo ed anche della storia della salvezza: giustificazione che è essenziale per l’uomo interiore, ed è destinata appunto a quel “cuore” al quale Cristo si è richiamato, parlando della “purezza” e dell’“impurità” in senso morale. Questa “giustificazione” per fede non costituisce semplicemente una dimensione del piano divino della salvezza e della santificazione dell’uomo, ma è, secondo San Paolo, un’autentica forza che opera nell’uomo e che si rivela ed afferma nelle sue azioni.
9. Rom. 8, 11.
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5. Ecco, di nuovo, le parole della lettera ai Galati: “Del resto le opere della carne sono ben note: fornicazione, impurità, libertinaggio, idolatria, stregonerie, inimicizie, discordia, gelosia, dissensi, divisioni, fazioni, invidie, ubriachezze, orge e cose del genere...” (10). “Il frutto dello Spirito invece è amore, gioia, pace, pazienza, benevolenza, bontà, fedeltà, mitezza, dominio di sè...” (11). Nella dottrina paolina, la vita “secondo la carne” si oppone alla vita “secondo lo Spirito” non soltanto all’interno dell’uomo, nel suo “cuore”, ma, come si vede, trova un ampio e differenziato campo per tradursi in opere. Paolo parla, da un lato, delle “opere” che nascono dalla “carne” –si potrebbe dire: dalle opere in cui si manifesta l’uomo che vive “secondo la carne”– e, d’altro lato, egli parla del “frutto dello Spirito”, cioè delle azioni (12), dei modi di comportarsi, delle virtù, in cui si manifesta l’uomo che vive “secondo lo Spirito”. Mentre nel primo caso abbiamo a che fare con l’uomo abbandonato alla triplice concupiscenza, della quale Giovanni dice che viene “dal mondo”, nel secondo caso siamo di fronte a ciò, che già prima abbiamo chiamato l’ethos della Redenzione. Ora soltanto siamo in grado di chiarire pienamente la natura e la struttura di quell’“ethos”. Esso si esprime e si afferma attraverso ciò che nell’uomo, in tutto il suo “operare”, nelle azioni e nel comportamento, è frutto del dominio sulla triplice concupiscenza: della carne, degli occhi e della superbia della vita (di tutto ciò di cui può essere giustamente “accusato” il cuore umano e di cui possono essere continuamente “sospettati” l’uomo e la sua interiorità).
10. Gal. 5, 19-21.
11. Ibid. 5, 22-23.
12. Gli esegeti fanno osservare che sebbene, a volte, per Paolo il concetto di “frutto” si applica anche alle “opere della carne” (p. es. Rom. 6, 21; 7, 5), tuttavia “il frutto dello Spirito” non viene mai chiamato “opera”.
Infatti per Paolo “le opere” sono gli atti propri dell’uomo (o ciò in cui Israele ripone, senza ragione, la speranza), di cui egli risponderà davanti a Dio.
Paolo evita anche il termine “virtù”, areté; esso si trova una sola volta in senso molto generale, in Phil. 4, 8. Nel mondo greco questa parola aveva un signficato troppo antropocentrico; particolarmente gli stoici mettevano in rilievo l’autosufficienza o autarchia della virtù.
Invece il termine “frutto dello Spirito” sottolinea l’azione di Dio nell’uomo. Questo “frutto” cresce in esso come il dono di una vita, il cui unico Autore è Dio; l’uomo può, al massimo, favorire le condizioni adatte, affinchè il frutto possa crescere e maturate.
Il frutto dello Spirito, in forma singolare, corrisponde in qualche modo alla “giustizia” dell’Antico Testamento, che abbraccia l’insieme della vita conforme alla volontà di Dio; corrisponde anche, in un certo senso, alla “virtù” degli stoici, che era indivisibile. Lo vediamo p. es. in Eph. 5, 9-11:
“Il frutto della luce consiste in ogni bontà, giustizia e verità... non partecipate alle opere infruttuose delle tenebre...”.
Tuttavia “il frutto dello Spirito” è differente sia dalla “giustizia” che dalla “virtù”, perchè esso (in tutte le sue manifestazioni e differenziazioni che si vedono nei cataloghi delle virtù) contiene l”effetto dell’azione dello Spirito, che nella Chiesa è fondamento e attuazione della vita del cristiano.
(Cf. H. SCHELIER, Der Brief an die Galater, Meyer’s Kommentar, Göttingen 19715, Vandenhoeck-Ruprecht, pp. 255-264; O. BAUERNFEIND, areté: Theological Dictionary of the New Testament, ed. G. Kittel y G. Bromley, vol. 1, Grand Rapids 19789, Errdmans, p. 460; W. TATARKIEWICZ, Historia Filozofii, t. 1, Warszawa 1970, PWN, p. 121; E. KAMLAH, Die Form der katalogischen Paränese im Neuen Testament, Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament, 7, Tübingen 1964, Mhr, p. 14).
1980 12 17 0006
6. Se la padronanza nella sfera dell’ethos si manifesta e realizza come “amore, gioia, pace, pazienza, benevolenza, bontà, fedeltà, mitezza, dominio di sè” –come leggiamo nella lettera ai Galati– allora dietro a ciascuna di queste realizzazioni, di questi comportamenti, di queste virtù morali sta una specifica scelta, cioè uno sforzo della volontà, frutto dello spirito umano permeato dallo Spirito di Dio, che si manifesta nello scegliere il bene. Parlando col linguaggio di Paolo: “Lo Spirito ha desideri contrari alla carne” (13) e in questi suoi “desideri” si dimostra più forte della “carne” e dei desideri generati dalla triplice concupiscenza. In questa lotta tra il bene e il male, l’uomo si dimostra più forte grazie alla potenza dello Spirito Santo, che operando dentro lo spirito umano fa sì che i suoi desideri fruttifichino in bene. Queste sono quindi non soltanto –e non tanto– “opere” dell’uomo, quanto “frutto”, cioè effetto dell’azione dello “Spirito” nell’uomo. E perciò Paolo parla del “frutto dello Spirito”, intendendo questa parola con la maiuscola.
Senza penetrare nelle strutture dell’interiorità umana mediante le sottili differenziazioni forniteci dalla teologia sistematica (specialmente a partire da Tommaso d’Aquino) ci limitiamo all’esposizione sintetica della dottrina biblica, che ci consente di comprendere, in modo essenziale e sufficiente, la distinzione e la contrapposizione della “carne” e dello “Spirito”.
Abbiamo osservato che tra i frutti dello Spirito l’Apostolo pone anche il “dominio di sè”. Occorre non dimenticarlo, perchè nelle ulteriori nostre riflessioni riprenderemo questo tema per trattarlo in modo più particolareggiato.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 1706-1712]
13. Gal. 5, 17.