[0958] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA PUREZA DEL CORAZÓN SEGÚN SAN PABLO
Alocución Scrive San Paolo, en la Audiencia General, 28 enero 1981
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1. Escribe San Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses: “...Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación: que os abstengáis de la fornicación; que cada uno sepa mantener su propio cuerpo en santidad y respeto, no con afecto libidinoso, como los gentiles, que no conocen a Dios” (1 Tes 4, 3-5). Y después de algunos versículos, continúa: “Que no os llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que os dio su Espíritu Santo” (ibíd. 4, 7-8). A estas frases del Apóstol hicimos referencia durante nuestro encuentro del pasado 14 de enero. Sin embargo, hoy volvemos sobre ellas porque son particularmente importantes para el tema de nuestras meditaciones.
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2. La pureza, de la que habla Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5. 7-8), se manifiesta en el hecho de que el hombre “sepa mantener el propio cuerpo en santidad y respeto, no con afecto libidinoso”. En esta formulación, cada palabra tiene un significado particular y, por tanto, merece un comentario adecuado.
En primer lugar, la pureza es una “capacidad”, o sea, en el lenguaje tradicional de la antropología y de la ética: una actitud. Y en este sentido, es virtud. Si esta capacidad, es decir, virtud, lleva a abstenerse “de la impureza”, esto sucede porque el hombre que la posee sabe “mantener el propio cuerpo en santidad y respeto, no con afecto libidinoso”. Se trata aquí de una capacidad práctica, que hace al hombre apto para actuar de un modo determinado y, al mismo tiempo, para no actuar del modo contrario. La pureza, para ser esta capacidad o actitud, obviamente debe estar arraigada en la voluntad, en el fundamento mismo del querer y del actuar consciente del hombre. Tomás de Aquino, en su doctrina sobre las virtudes, ve de modo aún más directo el objeto de la pureza en la facultad del deseo sensible, al que él llama appetitus concupiscibilis. Precisamente esta facultad debe ser particularmente “dominada”, ordenada y hecha capaz de actuar de modo conforme a la virtud, a fin de que la “pureza” pueda atribuírsele al hombre. Según esta concepción, la pureza consiste ante todo en contener los impulsos del deseo sensible, que tiene como objeto lo que en el hombre es corporal y sexual. La pureza es una variante de la virtud de la templanza.
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3. El texto de la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) demuestra que la virtud de la pureza, en la concepción de Pablo, consiste también en el dominio y en la superación de “pasiones libidinosas”; esto quiere decir que pertenece necesariamente a su naturaleza la capacidad de contener los impulsos del deseo sensible, es decir, la virtud de la templanza. Pero, a la vez, el mismo texto paulino dirige nuestra atención hacia otra función de la virtud de la pureza, hacia otra dimensión suya –podría decirse– más positiva que negativa. La finalidad, pues, de la pureza, que el autor de la Carta parece poner de relieve, sobre todo, es no sólo (y no tanto) la abstención de la “impureza” y de lo que a ella conduce (por tanto, la abstención de “pasiones libidinosas”), sino, al mismo tiempo, el mantenimiento del propio cuerpo e, indirectamente, también del de los otros con “santidad y respeto”.
Estas dos funciones, la “abstención” y el “mantenimiento”, están estrechamente ligadas y son recíprocamente dependientes. Porque, en efecto, no se puede “mantener el cuerpo con santidad y respeto” si falta esa abstención “de la impureza” y de lo que a ella conduce; en consecuencia, se puede admitir que el mantenimiento del cuerpo (propio e, indirectamente, de los demás) “en santidad y respeto” confiere adecuado significado y valor a esa abstención. Ésta, de suyo, requiere la superación de algo que hay en el hombre y que nace espontáneamente en él como inclinación, como atractivo y también como valor que actúa, sobre todo, en el ámbito de los sentidos, pero muy frecuentemente no sin repercusiones sobre otras dimensiones de la subjetividad humana, y particularmente sobre la dimensión afectivo-emotiva.
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4. Considerando todo esto, parece que la imagen paulina de la virtud de la pureza –imagen que emerge de la confrontación tan elocuente de la función de la “abstención” (esto es, de la templanza) con la del “mantenimiento del cuerpo con santidad y respeto”– es profundamente justa, completa y adecuada. Quizá debemos esta plenitud no a otra cosa sino al hecho de que Pablo considera la pureza no sólo como capacidad (esto es, actitud) de las facultades subjetivas del hombre, sino, al mismo tiempo, como una manifestación concreta de la vida “según el Espíritu”, en la cual la capacidad humana está interiormente fecundada y enriquecida por lo que Pablo, en la Carta a los Gálatas (5, 22), llama “fruto del Espíritu”. El respeto, que nace en el hombre hacia todo lo que es corpóreo y sexual, tanto en sí como en todo otro hombre, varón y mujer, se manifiesta como la fuerza más esencial para mantener el cuerpo “en santidad”. Para comprender la doctrina paulina sobre la pureza es necesario entrar a fondo en el significado del término “respeto”, entendido aquí, obviamente, como fuerza de carácter espiritual. Precisamente esta fuerza interior es la que confiere plena dimensión a la pureza como virtud, es decir, como capacidad de actuar en todo ese campo en el que el hombre descubre, en su interior mismo, los múltiples impulsos de “pasiones libidinosas”, y a veces, por varios motivos, se rinde a ellos.
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5. Para entender mejor el pensamiento del autor de la primera Carta a los Tesalonicenses es oportuno tener presente además otro texto, que encontramos en la primera Carta a los Corintios. Pablo expone allí su gran doctrina eclesiológica, según la cual la Iglesia es Cuerpo de Cristo; aprovecha la ocasión para formular la argumentación siguiente acerca del cuerpo humano: “...Dios ha dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha querido” (1 Cor 12, 18); y más adelante: “Aún hay más: los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y a los que parecen más viles los rodeamos de mayor honor, y a los que tenemos por indecentes, los tratamos con mayor decencia, mientras que los que de suyo son decentes no necesitan de más. Ahora bien: Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos de otros” (ibíd. 12, 22-25).
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6. Aunque el tema propio del texto en cuestión sea la teología de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, sin embargo, en torno a este pasaje, se puede decir que Pablo, mediante su gran analogía eclesiológica (que se repite en otras Cartas y que tomaremos a su tiempo), contribuye, a la vez, a profundizar en la teología del cuerpo. Mientras en la primera Carta a los Tesalonicenses escribe acerca del mantenimiento del cuerpo “en santidad y respeto”, en el pasaje que acabamos de citar de la primera Carta a los Corintios quiere mostrar a este cuerpo humano precisamente como digno de respeto; se podría decir también que quiere enseñar a los destinatarios de su Carta la justa concepción del cuerpo humano.
Por eso, esta descripción paulina del cuerpo humano en la primera Carta a los Corintios parece estar estrechamente ligada a las recomendaciones de la primera Carta a los Tesalonicenses: “Que cada uno sepa mantener el propio cuerpo en santidad y respeto” (1 Tes 4, 4). Éste es un hilo importante, quizá el esencial, de la doctrina paulina sobre la pureza.
[Enseñanzas 9, 78-80]
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1. Scrive San Paolo nella I Lettera ai Tessalonicesi: “...questa è la volontà di Dio, la vostra santificazione: che vi asteniate dalla impudicizia, che ciascuno sappia mantenere il proprio corpo con santità e rispetto, non come oggetto di passioni libidinose, come i pagani che non conoscono Dio” (1). E dopo qualche versetto, continua: “Dio non ci ha chiamati all’impurità, ma alla santificazione. Perciò chi disprezza queste norme non disprezza un uomo, ma Dio stesso, che vi dona il suo Santo Spirito” (2). A queste frasi dell’Apostolo abbiamo fatto riferimento durante il nostro incontro del 14 gennaio scorso. Tuttavia oggi le riprendiamo perchè sono particolarmente importanti per il tema delle nostre meditazioni.
1. 1 Thess. 4, 3-5.
2. Ibid. 4, 7-8.
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2. La purezza, di cui parla Paolo nella I Lettera ai Tessalonicesi (3), si manifesta nel fatto che l’uomo “sappia mantenere il proprio corpo con santità e rispetto, non come oggetto di passioni libidinose”. In questa formulazione ogni parola ha un significato particolare e merita pertanto un commento adeguato.
In primo luogo, la purezza è una “capacità”, ossia, nel tradizionale linguaggio dell’antropologia e dell’etica: un’attitudine. Ed in questo senso, è virtù. Se questa abilità, cioè virtù, porta ad astenersi “dalla impudicizia”, ciò avviene perchè l’uomo che la possiede sa “mantenere il proprio corpo con santità e rispetto e non come oggetto di passioni libidinose”. Si tratta qui di una capacità pratica, che rende l’uomo atto ad agire in un determinato modo e nello stesso tempo a non agire nel modo contrario. La purezza, per essere una tale capacità o attitudine, deve ovviamente essere radicata nella volontà, nel fondamento stesso del volere e dell’agire cosciente dell’uomo. Tommaso d’Aquino, nella sua dottrina sulle virtù, vede in modo ancor più diretto l’oggetto della purezza nella facoltà del desiderio sensibile, che egli chiama appetitus concupiscibilis. Appunto questa facoltà deve essere particolarmente “dominata”, ordinata e resa capace di agire in modo conforme alla virtù, affinchè la “purezza” possa essere atribuita all’uomo. Secondo tale concezione, la purezza consiste anzitutto nel contenere gli impulsi del desiderio sensibile, che ha come oggetto ciò che nell’uomo è corporale e sessuale. La purezza è una variante della virtù della temperanza.
3. Cfr. ibid. 4, 3-5. 7-8.
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3. Il testo della I Lettera ai Tessalonicesi (4) dimostra che la virtù della purezza, nelle concezione di Paolo, consiste anche nel dominio e nel superamento di “passioni libidinose”; ciò vuol dire che alla sua natura appartiene necessariamente la capacità di contenere gli impulsi del desiderio sensibile, cioè la virtù della temperanza. Contemporaneamente, però, lo stesso testo paolino rivolge la nostra attenzione verso un’altra funzione della virtù della purezza, verso un’altra sua dimensione –si potrebbe dire– più positiva che negativa.
Ecco, il compito della purezza, che l’Autore della lettera sembra porre soprattutto in risalto, è non solo (e non tanto) l’astensione dalla “impudicizia” e da ciò che vi conduce, quindi l’astensione da “passioni libidinose”, ma, in pari tempo, il mantenimento del proprio corpo e, indirettamente anche di quello altrui in “santità e rispetto”.
Queste due funzioni, l’“astensione” e il “mantenimento”, sono strettamente connesse e reciprocamente dipendenti. Poichè, infatti, non si può “mantenere il corpo con santità e rispetto”, se manchi quell’astensione “dalla impudicizia” e da ciò a cui essa conduce, di conseguenza si può ammettere che il mantenimento del corpo (proprio e, indirettamente, altrui) “con santità e rispetto” conferisce adeguato significato e valore a quell’astensione. Questa richiede di per sè il superamento di qualche cosa che è nell’uomo e che nasce spontaneamente in lui come inclinazione, come attrattiva e anche come valore che agisce soprattutto nell’ambito dei sensi, ma molto spesso non senza ripercussioni sulle altre dimensioni della soggettività umana, e particolarmente sulla dimensione affettivo-emotiva.
4. Cfr. 1 Thess. 4, 3-5.
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4. Considerando tutto ciò, sembra che l’immagine paolina della virtù della purezza –immagine che emerge dal confronto molto eloquente della funzione dell’“astensione” (cioè della temperanza) con quella del “mantenimento del corpo con santità e rispetto”–sia profondamente giusta, completa e adeguata. Dobbiamo forse questa complettezza non ad altro se non al fatto che Paolo considera la purezza non soltanto come capacità (cioè attitudine) delle facoltà soggettive dell’uomo, ma, nello stesso tempo, come una concreta manifestazione della vita “secondo lo Spirito”, in cui la capacità umana viene interiormente fecondata ed arricchita da ciò che Paolo, nella Lettera ai Galati 5, 22, chiama “frutto dello Spirito”. Il rispetto, che nasce nell’uomo verso tutto ciò che è corporeo e sessuale, sia in lui sia in ogni altro uomo, maschio e femmina, si dimostra la forza più essenziale per mantenere il corpo “con santità”. Per comprendere la dottrina paolina sulla purezza, bisogna entrare a fondo nel significato del termine “rispetto”, ovviamente qui inteso quale forza di ordine spirituale. È appunto questa forza interiore che conferisce piena dimensione alla purezza come virtù, cioè come capacità di agire in tutto quel campo in cui l’uomo scopre, nel proprio intimo, i molteplici impulsi di “passioni libidinose”, e talvolta, per vari motivi, si arrende ad essi.
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5. Per intendere meglio il pensiero dell’Autore della prima Lettera ai Tessalonicesi sarà bene avere presente ancora un altro testo, che troviamo nella prima Lettera ai Corinzi. Paolo vi espone la sua grande dottrina ecclesiologica, secondo cui la Chiesa è Corpo di Cristo; egli coglie l’occasione per formulare la seguente argomentazione circa il corpo umano: “...Dio ha disposto le membra in modo distinto nel corpo, come Egli ha voluto” (5); e più oltre: “Anzi, quelle membra del corpo che sembrano più deboli sono più necessarie; e quelle parti del corpo che riteniamo meno onorevoli le circondiamo di maggior rispetto, e quelle indecorose sono trattate con maggior decenza, mentre quelle decenti non ne hanno bisogno. Ma Dio ha composto il corpo, conferendo maggior onore a ciò che ne mancava, perchè non vi fosse disunione nel corpo, ma anzi le varie membra avessero cura le une delle altre” (6).
5. 1 Cor. 12, 18.
6. Ibid. 12, 22-25.
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6. Sebbene l’argomento proprio del testo in questione sia la teologia della Chiesa quale Corpo di Cristo, tuttavia in margine a questo passo si può dire che Paolo, mediante la sua grande analogia ecclesiologica (che ricorre in altre lettere, e che riprenderemo a suo tempo), contribuisce, al tempo stesso, ad approfondire la teologia del corpo. Mentre nella prima Lettera ai Tessalonicesi egli scrive circa il mantenimento del corpo “con santità e rispetto”, nel passo ora citato dalla prima Lettera ai Corinzi vuole mostrare questo corpo umano come appunto degno di rispetto; si potrebbe anche dire che vuole insegnare ai destinatari della sua lettera la giusta concezione del corpo umano.
Perciò questa descrizione paolina del corpo umano nella prima Lettera ai Corinzi sembra essere strettamente connessa alle raccoman dazioni della prima Lettera ai Tessalonicesi: “Che ciascuno sappia man tenere il proprio corpo con santità e rispetto” (7). Questo è un filo importante, forse quello essenziale, della dottrina paolina sulla purezza.
[Insegnamenti GP II, 4/1, 177-180]
7. 1 Thess. 4, 4.