[1018] • JUAN PABLO II (1978-2005) • INTERPRETACIÓN PAULINA DE LA DOCTRINA DE LA RESURRECCIÓN
Alocución Durante le precedenti, en la Audiencia General, 27 enero 1982
1982 01 27 0001
1. Durante las audiencias precedentes hemos reflexionado sobre las palabras de Cristo acerca del “otro mundo”, que emergerá justamente con la resurrección de los cuerpos.
Estas palabras tuvieron una resonancia singularmente intensa en la enseñanza de San Pablo. Entre la respuesta dada a los saduceos, transmitida por los Evangelios sinópticos (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36), y el apostolado de Pablo, tuvo lugar ante todo el hecho de la resurrección de Cristo mismo y una serie de encuentros con el Resucitado, entre los cuales hay que contar, como último eslabón, el evento ocurrido en las cercanías de Damasco. Saulo o Pablo de Tarso que, una vez convertido, vino a ser el “Apóstol de los Gentiles”, tuvo también la propia experiencia postpascual, análoga a la de los otros Apóstoles. En la base de su fe en la resurrección, que él expresa sobre todo en la primera Carta a los Corintios (capítulo 15), está ciertamente ese encuentro con el Resucitado, que se convirtió en el comienzo y fundamento de su apostolado.
1982 01 27 0002
2. Es difícil resumir aquí y comentar adecuadamente la estupenda y amplia argumentación del capítulo 15 de la primera Carta a los Corintios en todos sus pormenores. Resulta significativo que, mientras Cristo con las palabras referidas por los Evangelios sinópticos respondía a los saduceos, que “niegan la resurrección” (Lc 20, 27), Pablo, por su parte, responde, o mejor, polemiza (según su temperamento) con los que le contestan (1). Cristo, en su respuesta (pre-pascual) no hacía referencia a la propia resurrección, sino que se remitía a la realidad fundamental de la Alianza veterotestamentaria, a la realidad de Dios vivo, que está en la base del convencimiento sobre la posibilidad de la resurrección: el Dios vivo “no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 27). Pablo, en su argumentación postpascual sobre la resurrección futura, se remite sobre todo a la realidad y a la verdad de la resurrección de Cristo. Más aún, defiende esta verdad incluso como fundamento de la fe en su integridad: “...Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana nuestra fe... Pero no: Cristo ha resucitado de entre los muertos” (1 Cor 15, 14. 20).
1. Los Corintios probablemente estaban afectados por corrientes de pensamiento basadas en el dualismo platónico y en el neopitagorismo de matiz religioso, en el estoicismo y en el epicureísmo; por lo demás, todas las filosofías griegas negaban la resurrección del cuerpo. Pablo ya había experimentado en Atenas la reacción de los griegos ante la doctrina de la resurrección, durante su discurso en el Areópago (cf. Act. 17, 32).
1982 01 27 0003
3. Aquí nos encontramos en la misma línea de la Revelación: la resurrección de Cristo es la última y más plena palabra de la autorrevelación del Dios vivo como “Dios no de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 27). Es la última y más plena confirmación de la verdad sobre Dios que desde el principio se manifiesta a través de esta Revelación. Además, la resurrección es la respuesta del Dios de la vida a lo inevitable histórico de la muerte, a la que el hombre está sometido desde el momento de la ruptura de la primera Alianza y que, juntamente con el pecado, entró en su historia. Esta respuesta acerca de la victoria lograda sobre la muerte, está ilustrada por la primera Carta a los Corintios (capítulo 15) con una perspicacia singular, presentando la resurrección de Cristo como el comienzo de ese cumplimiento escatológico, en el que por Él y en Él todo retornará al Padre, todo le será sometido, esto es, entregado de nuevo definitivamente, para que “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28). Y entonces –en esta definitiva victoria sobre el pecado, sobre lo que contraponía la criatura al Creador– será vencida también la muerte: “El último enemigo reducido a la nada será la muerte” (1 Cor 15, 26).
1982 01 27 0004
4. En este contexto se insertan las palabras que puedan ser consideradas síntesis de la antropología paulina concerniente a la resurrección. Y sobre estas palabras convendrá que nos detengamos aquí más largamente. En efecto, leemos en la primera Carta a los Corintios 15, 42-46, acerca de la resurrección de los muertos: “Se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder. Se siembra cuerpo animal y se levanta cuerpo espiritual. Que por eso está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante. Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal; después lo espiritual”.
1982 01 27 0005
5. Entre esta antropología paulina de la resurrección y la que emerge del texto de los Evangelios sinópticos (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36), hay una coherencia esencial, sólo que el texto de la primera Carta a los Corintios está más desarrollado. Pablo profundiza en lo que había anunciado Cristo, penetrando, a la vez, en los varios aspectos de esa verdad que las palabras escritas por los sinópticos expresaban de modo conciso y sustancial. Además, es significativo en el texto paulino que la perspectiva escatológica del hombre, basada sobre la fe “en la resurrección de los muertos”, está unida con la referencia al “principio”, como también con la profunda conciencia de la situación “histórica” del hombre. El hombre al que Pablo se dirige en la primera Carta a los Corintios y que se opone (como los saduceos) a la posibilidad de la resurrección, tiene también su experiencia (“histórica”) del cuerpo, y de esta experiencia resulta con toda claridad que el cuerpo es “corruptible”, “débil”, “animal”, “innoble”.
1982 01 27 0006
6. A este hombre, destinatario de su escrito –tanto en la comunidad de Corinto, como también, diría, en todos los tiempos–, Pablo lo confronta con Cristo resucitado, “el último Adán”. Al hacerlo así, le invita, en cierto sentido, a seguir las huellas de la propia experiencia postpascual. A la vez le recuerda “el primer Adán”, o sea, le induce a dirigirse al “principio”, a esa primera verdad acerca del hombre y el mundo, que está en la base de la revelación del misterio del Dios vivo. Así pues, Pablo reproduce en su síntesis todo lo que Cristo había anunciado, cuando se remitió, en tres momentos diversos, al “principio” en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 3-8; Mc 10, 2-9); al “corazón” humano, como lugar de lucha con las concupiscencias en el interior del hombre durante el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 27): y la resurrección como realidad del “otro mundo”, en la conversación con los saduceos (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36).
1982 01 27 0007
7. Al estilo de la síntesis de Pablo pertenece, pues, el hecho de que ella hunde sus raíces en el conjunto del misterio revelado de la creación y de la redención, en el que se desarrolla y a cuya luz solamente se explica. La creación del hombre, según el relato bíblico, es una vivificación de la materia mediante el espíritu, gracias a la cual “el primer Adán... fue hecho alma viviente” (1 Cor 15, 45). El texto paulino repite aquí las palabras del Libro del Génesis 2, 7, es decir, del segundo relato de la creación del hombre (llamado: relato yahvista). Por la misma fuente se sabe que esta originaria “animación del cuerpo” sufrió una corrupción a causa del pecado. Aunque en este punto de la primera Carta a los Corintios el autor no hable directamente del pecado original, sin embargo la serie de definiciones que atribuye al cuerpo del hombre histórico, escribiendo que es “corruptible... débil... animal... innoble...”, indica suficientemente lo que, según la Revelación, es consecuencia del pecado, lo que el mismo Pablo llamará en otra parte “esclavitud de la corrupción” (Rom 8, 21). A esta “esclavitud de la corrupción” está sometida indirectamente toda la creación a causa del pecado del hombre, el cual fue puesto por el Creador en medio del mundo visible para que “dominase” (cf. Gén 1, 28). De este modo el pecado del hombre tiene una dimensión no sólo interior, sino también “cósmica”. Y según esta dimensión, el cuerpo –al que Pablo (de acuerdo con su experiencia) caracteriza como “corruptible... débil... animal... innoble...”– manifiesta en sí el estado de la creación, en efecto, “gime y siente dolores de parto” (Rom 8, 22). Sin embargo, como los dolores de parto van unidos al deseo del nacimiento, a la esperanza de un nuevo hombre, así también toda la creación espera “con impaciencia la manifestación de los hijos de Dios... con la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8, 19-21).
1982 01 27 0008
8. A través de este contexto “cósmico” de la afirmación contenida en la Carta a los Romanos –en cierto sentido, a través del “cuerpo de todas las criaturas”–, tratamos de comprender hasta el fondo la interpretación paulina de la resurrección. Si esta imagen del cuerpo del hombre histórico, tan profundamente realista y adecuada a la experiencia universal de los hombres, esconde en sí, según Pablo, no sólo la “servidumbre de la corrupción”, sino también la esperanza, semejante a la que acompaña a “los dolores del parto”, esto sucede porque el Apóstol capta en esta imagen también la presencia del misterio de la redención. La conciencia de ese misterio brota precisamente de todas las experiencias del hombre que se pueden definir como “servidumbre de la corrupción”; y brota porque la redención actúa en el alma del hombre mediante los dones del Espíritu: “...También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8, 23). La redención es el camino para la resurrección. La resurrección constituye el cumplimiento definitivo de la redención del cuerpo.
[DP (1982), 29]
1982 01 27 0001
1. Durante le precedenti Udienze abbiamo riflettuto sulle parole di Cristo circa “l’altro mondo”, che emergerà insieme alla risurrezione dei corpi.
Quelle parole ebbero una risonanza singolarmente intensa nell’insegnamento di San Paolo. Tra la risposta data ai Sadducei, trasmessa dai Vangeli sinottici (1) e l’apostolato di Paolo ebbe luogo prima di tutto il fatto della risurrezione di Cristo stesso e una serie di incontri con il Risorto, tra i quali occorre annoverare, come ultimo anello, l’evento occorso nei pressi di Damasco. Saulo o Paolo di Tarso che, convertito, divenne l’“apostolo dei gentili”, ebbe anche la propria esperienza postpasquale, analoga a quella degli altri Apostoli. Alla base della sua fede nella risurrezione, che egli esprime soprattutto nella prima Lettera ai Corinzi (2), sta certamente quell’incontro con il Risorto, che divenne inizio e fondamento del suo apostolato.
1. Cfr. Matth. 22, 30; Marc. 12, 25; Luc. 20, 35-36.
2. Cfr. 1 Cor. 15.
1982 01 27 0002
2. È difficile qui riassumere e commentare adeguatamente la stupenda ed ampia argomentazione del 15.º capitolo della prima Lettera ai Corinzi in tutti i suoi particolari. È significativo che, mentre Cristo con le parole riportate dai Vangeli sinottici rispondeva ai Sadducei, i quali “negano che vi sia la risurrezione” (3), Paolo, da parte sua, risponde o piuttosto polemizza (conformemente al suo temperamento) con coloro che lo contestano (4). Cristo, nella sua risposta (pre-pasquale) non faceva riferimento alla propria risurrezione, ma si richiamava alla fondamentale realtà dell’Alleanza veterotestamentaria, alla realtà del Dio vivo, che è a base del convincimento circa la possibilità della risurrezione: il Dio vivo “non è un Dio dei morti ma dei viventi” (5). Paolo nella sua argomentazione postpasquale sulla futura risurrezione si richiama soprattutto alla realtà e alla verità della risurrezione di Cristo. Anzi, difende tale verità persino quale fondamento della fede nella sua integrità: “...Se Cristo non è risuscitato, allora è vana la nostra predicazione ed è vana anche la nostra fede... Ora invece, Cristo è risuscitato dai morti” (6).
3. Luc. 20, 27.
4. I Corinzi erano probabilmente travagliati da correnti di pensiero improntate al dualismo platonico e al neopitagorismo di sfumatura religiosa, allo stoicismo ed all’epicureismo; tutte le filosofie greche, del resto, negavano la risurrezione del corpo. Paolo aveva già sperimentato ad Atene la reazione dei Greci alla dottrina della risurrezione, durante il suo discorso all’Areopago (cfr. Act. 17, 32).
5. Marc. 12, 27.
6. 1 Cor. 15, 14. 20.
1982 01 27 0003
3. Qui ci troviamo sulla stessa linea della rivelazione: la risurrezione di Cristo è l’ultima e la più piena parola dell’autorivelazione del Dio vivo quale “Dio non dei morti ma dei viventi” (7). Essa è l’ultima e più piena conferma della verità su Dio che fin dal principio si esprime attraverso questa rivelazione. La risurrezione, inoltre, è la risposta del Dio della vita all’inevitabilità storica della morte, a cui l’uomo è stato sottoposto dal momento della rottura della prima Alleanza, e che, insieme al peccato, è entrata nella sua storia. Tale risposta circa la vittoria riportata sulla morte, è illustrata dalla prima Lettera ai Corinzi (8) con una singolare perspicacia, presentando la risurrezione di Cristo come l’inizio di quel compimento escatologico, in cui per Lui ed in Lui tutto ritornerà al Padre, tutto gli sarà sottomesso, cioè riconsegnato definitivamente, perchè “Dio sia tutto in tutti” (9). Ed allora –in questa definitiva vittoria sul peccato, su ciò che contrapponeva la creatura al Creatore– verrà anche vinta la morte: “L’ultimo nemico ad essere annientato sarà la morte” (10).
7. Marc. 12, 27.
8. Cfr. 1 Cor. 15.
9. Ibid. 15, 28.
10. Ibid. 15, 26.
1982 01 27 0004
4. In tale contesto sono inserite le parole che possono esser ritenute sintesi dell’antropologia paolina concernente la risurrezione. Ed è su queste parole che ci converrà soffermarci qui più a lungo. Leggiamo, infatti, nella prima Lettera ai Corinzi 15, 42-46, circa la risurrezione dai morti: “Si semina corruttibile e risorge incorruttibile; si semina ignobile e risorge glorioso, si semina debole e risorge pieno di forza; si semina un corpo animale, risorge un corpo spirituale. Se c’è un corpo animale, vi è anche un corpo spirituale, poichè sta scritto che il primo uomo, Adamo, divenne un essere vivente, ma l’ultimo Adamo divenne spirito datore di vita. Non vi fu prima il corpo spirituale, ma quello animale, e poi lo spirituale”.
1982 01 27 0005
5. Tra questa antropologia paolina della risurrezione e quella che emerge dal testo dei Vangeli sinottici (11), esiste una coerenza essenziale, solo che il testo della prima Lettera ai Corinzi e maggiormente sviluppato. Paolo approfondisce ciò che aveva annunciato Cristo penetrando, ad un tempo, nei vari aspetti di quella verità che nelle parole scritte dai sinottici era stata espressa in modo conciso e sostanziale. È inoltre significativo per il testo paolino che la prospettiva escatologica dell’uomo, basata sulla fede “nella risurrezione dai morti”, è unita con il riferimento al “principio” come pure con la profonda coscienza della situazione “storica” dell’uomo. L’uomo, al quale Paolo si rivolge nella prima Lettera ai Corinzi e che si oppone (come i Sadducei) alla possibilità della risurrezione, ha anche la sua (“storica”) esperienza del corpo, e da questa esperienza risulta con tutta chiarezza che il corpo è “corruttibile”, “debole”, “animale”, “ignobile”.
11. Matth. 22, 30; Marc. 12, 25; Luc. 20, 35-36.
1982 01 27 0006
6. Un tale uomo, destinatario del suo scritto –sia nella Comunità di Corinto sia pure, direi, in tutti i tempi– Paolo lo confronta con Cristo risorto, “l’ultimo Adamo”. Così facendo, lo invita, in un certo senso, a seguire le orme della propria esperienza postpasquale. In pari tempo gli ricorda “il primo Adamo”, ossia lo induce a rivolgersi al “principio”, a quella prima verità circa l’uomo e il mondo, che sta alla base della rivelazione del mistero del Dio vivo. Così, dunque, Paolo riproduce nella sua sintesi tutto ciò che Cristo aveva annunziato, quando si era richiamato, in tre momenti diversi, al “principio” nel colloquio con i Farisei (12); al “cuore” umano, come luogo di lotta con le concupiscence nell’interno dell’uomo, durante il Discorso della Montagna (13); e alla risurrezione come realtà dell’“altro mondo” nel colloquio con i Sadducei (14).
12. Cfr. Matth. 19, 3-8; Marc. 10, 2-9.
13. Cfr. Matth. 5, 27.
14. Cfr. ibid. 22, 30; Marc. 12, 25; Luc. 20, 35-36.
1982 01 27 0007
7. Allo stile della sintesi di Paolo appartiene quindi il fatto che essa affonda le sue radici nell’insieme del mistero rivelato della creazione e della redenzione, da cui essa si sviluppa e alla cui luce soltanto si spiega. La creazione dell’uomo, secondo il racconto biblico, è una vivificacione della materia mediante lo spirito, grazie, a cui “il primo uomo Adamo... divenne un essere vivente” (15). Il testo paolino ripete qui le parole del Libro della Genesi 2, 7, cioè del secondo racconto della crea zione dell’uomo (cosiddetto: racconto jahvista). È noto dalla stessa fonte che questa originaria “animazione del corpo” ha subìto una corruzione a causa del peccato. Sebbene a questo punto della prima Lettera ai Corinzi l’Autore non parli direttamente del peccato originale, tuttavia la serie di definizioni che attribuisce al corpo dell’uomo storico, scrivendo che è “corruttibile... debole... animale... ignobile...”, indica sufficientemente ciò che, secondo la rivelazione, è conseguenza del peccato, ciò che lo stesso Paolo chiamerà altrove “schiavitù della corruzione” (16). A questa “schiavitù della corruzione” è sottoposta indirettamente tutta la creazione a causa del peccato dell’uomo, il quale fu posto dal Creatore in mezzo al mondo visibile perchè “dominasse” (17). Così il peccato dell’uomo ha una dimensione non solo interiore, ma anche “cosmica”. E secondo tale dimensione, il corpo –che Paolo (in conformità alla sua esperienza) caratterizza come “corruttibile... debole... animale... ignobile...”– esprime in sè lo stato della creazione dopo il peccato. Questa creazione, infatti, “geme e soffre fino ad oggi nelle doglie del parto” (18). Tuttavia, come le doglie del parto sono unite al desiderio della nascita, alla speranza di un uomo nuovo, così anche tutta la creazione attende “con impazienza la rivelazione dei figli di Dio... e nutre la speranza di essere lei pure liberata dalla schiavitù della corruzione, per entrare nella libertà della gloria dei figli di Dio” (19).
15. 1 Cor. 15, 45.
16. Rom. 8, 21.
17. Cfr. Gen. 1, 28.
18. Rom. 8, 22.
19. Ibid. 8, 19-21.
1982 01 27 0008
8. Attraverso tale contesto “cosmico” dell’affermazione contenuta nella Lettera ai Romani –in certo senso, attraverso il “corpo di tutte le creature”– cerchiamo di comprendere fino in fondo l’interpretazione paolina della risurrezione. Se questa immagine del corpo dell’uomo storico, così profondamente realistica e adeguata all’esperienza universale degli uomini, nasconde in sè, secondo Paolo, non soltanto la “schiavitù della corruzione”. ma anche la speranza, simile a quella che accompagna “le doglie del parto”, ciò avviene perchè l’Apostolo coglie in questa immagine anche la presenza del mistero della redenzione. La coscienza di quel mistero si sprigiona appunto da tutte le esperienze dell’uomo che si possono definire come “schiavitù della corruzione”; e si sprigiona, perchè la redenzione opera nell’anima dell’uomo mediante i doni dello Spirito: “...Anche noi, che possediamo le primizie dello Spirito, gemiamo interiormente aspettando l’adozione a figli, la redenzione del nostro corpo” (20). La redenzione è la via alla risurrezione. La risurrezione costituisce il definitivo compimento della redenzione del corpo.
[Insegnamenti GP II, 5/1, 227-231]
20. Rom. 8, 23.