[1027] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA ESPIRITUALIZACIÓN DEL CUERPO, FUENTE DE SU INCORRUPTIBILIDAD
Alocución Dalle parole, en la Audiencia General, 10 febrero 1982
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1. De las palabras de Cristo sobre la futura resurrección de los cuerpos, referidas por los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), hemos pasado en nuestras reflexiones a ese tema sobre “la resurrección” según San Pablo a los Corintios (cap. 15). Nuestro análisis se centra sobre todo en lo que se podría denominar “antropología sobre la resurrección” según San Pablo. El autor de la Carta contrapone el estado del hombre “de tierra” (esto es, histórico) al estado del hombre resucitado, caracterizando, de modo lapidario y, a la vez, penetrante, el interior “sistema de fuerzas” específico de cada uno de estos estados.
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2. Que este sistema interior de fuerzas deba experimentar en la resurrección una transformación radical, parece indicado, ante todo, por la contraposición entre cuerpo “débil” y cuerpo “lleno de poder”. Pablo escribe: “Se siembra en corrupción, y resucita en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaquezas y se levanta en poder” (1 Cor 15, 42-43). “Débil” es, pues, el cuerpo que –empleando el lenguaje metafísico– surge de la tierra temporal de la humanidad. La metáfora paulina corresponde igualmente a la terminología científica, que define el comienzo del hombre en cuanto cuerpo con el mismo término (semen). Si a los ojos del Apóstol, el cuerpo humano que surge de la semilla terrestre resulta “débil”, esto significa no sólo que es “corruptible”, sometido a la muerte y a todo lo que a ella conduce, sino también que es “cuerpo animal” (1). En cambio, el cuerpo “lleno de poder” que el hombre heredará del último Adán, Cristo, en cuanto partícipe de la futura resurrección, será un cuerpo “espiritual”. Será incorruptible, ya no amenazado por la muerte. Así pues, la antinomia “débil-lleno de poder” se refiere explícitamente no tanto al cuerpo considerado aparte, cuanto a toda la constitución del hombre considerado en su corporeidad. Sólo en el marco de esta constitución el cuerpo puede convertirse en “espiritual”: y esta espiritualización del cuerpo será la fuente de su fuerza e incorruptibilidad (o inmortalidad).
1. El original griego emplea aquí el término psychikón. En San Pablo este término sólo aparece en la primera Carta a los Corintios (2, 14; 15, 44; 15, 46) y en ninguna otra parte, probablemente a causa de las tendencias pregnósticas de los Corintios, y tiene un significado peyorativo; respecto al contenido, corresponde al término “carnal” (cf. 2 Cor. 1, 12; 10, 4).
Sin embargo, en otras Cartas paulinas la “psiche” y sus derivados significan la existencia terrena del hombre en sus manifestaciones, el modo de vivir del individuo e incluso la misma persona humana en sentido positivo (por ejemplo: para indicar el ideal de vida de la comunidad eclesial: miâ psychê-i = “en un solo espíritu”: Flp. 1, 27; s´ympsychoi = “con la unión de vuestros espíritus: Flp. 2, 2; isópsychon = “de ánimo igual”, Flp. 2, 20; cf. R. JEWETT, Paul’s Anthropological Terms. A Study of Their Use in Conflict Settings, Leiden 1971, Brill, pp. 2, 448-449).
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3. Este tema tiene sus orígenes ya en los primeros capítulos del Libro del Génesis. Se puede decir que San Pablo ve la realidad de la futura resurrección como una cierta restitutio in integrum, es decir, como la reintegración y, a la vez, el logro de la plenitud de la humanidad. No se trata sólo de una restitución, porque en este caso la resurrección sería, en cierto sentido, retorno a aquel estado del que participaba el alma antes del pecado, al margen del conocimiento del bien y del mal (cf. Gén 1-2). Pero este retorno no corresponde a la lógica interna de toda la economía salvífica, al significado más profundo del misterio de la redención. Restitutio in integrum, vinculada con la resurrección y con la realidad del “otro mundo”, puede ser sólo introducción a una nueva plenitud. Ésta será una plenitud que presupone toda la historia del hombre, formada por el drama del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gén 3) y, al mismo tiempo, penetrada por el misterio de la redención.
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4. Según las palabras de la primera Carta a los Corintios, el hombre en quien la concupiscencia prevalece sobre la espiritualidad, esto es, el “cuerpo animal” (1 Cor 15, 44), está condenado a la muerte; en cambio, debe resucitar un “cuerpo espiritual”, el hombre en quien el espíritu obtendrá una justa supremacía sobre el cuerpo, la espiritualidad sobre la sensualidad. Es fácil entender que Pablo piensa aquí en la sensualidad como suma de los factores que constituyen la limitación de la espiritualidad humana, es decir, esa fuerza que “ata” al espíritu (no necesariamente en el sentido platónico) mediante la restricción de su propia facultad de conocer (ver) la verdad y también de la facultad de querer libremente y de amar en la verdad. En cambio, no puede tratarse aquí de esa función fundamental de los sentidos, que sirve para liberar la espiritualidad, esto es, de la simple facultad de conocer y querer, propia del compositum psicosomático del sujeto humano. Puesto que se habla de la resurrección del cuerpo, es decir, del hombre en su auténtica corporeidad, consiguientemente el “cuerpo espiritual” debería significar precisamente la perfecta sensibilidad de los sentidos, su perfecta armonización con la actividad del espíritu humano en la verdad y en la libertad. El “cuerpo animal”, que es la antítesis terrena del “cuerpo espiritual”, indica, en cambio, la sensualidad como fuerza que frecuentemente perjudica al hombre, en el sentido de que él, viviendo “en el conocimiento del bien y del mal” está solicitado y como impulsado hacia el mal.
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5. No se puede olvidar que se trata aquí no sólo del dualismo antropológico, sino más aún de una antinomia de fondo. De ella forma parte no sólo el cuerpo (como hyle aristotélica), sino también el alma: o sea, el hombre como “alma viviente” (cf. Gén 2, 7). En cambio, sus constitutivos son: por un lado, todo el hombre, el conjunto de su subjetividad psicosomática, en cuanto permanece bajo el influjo del Espíritu vivificante de Cristo; por otro lado, el mismo hombre, en cuanto resiste y se contrapone a este Espíritu. En el segundo caso, el hombre es “cuerpo animal” (y sus obras son “obras de la carne”). En cambio si permanece bajo el influjo del Espíritu Santo, el hombre es “espiritual” (y produce el “fruto del Espíritu”: Gál 5, 22).
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6. Por lo tanto, se puede decir que no sólo en 1 Cor 15 nos encontramos con la antropología sobre la resurrección, sino que toda la antropología (y la ética) de San Pablo están penetradas por el misterio de la resurrección, mediante el cual hemos recibido definitivamente el Espíritu Santo. El capítulo 15 de la primera Carta a los Corintios constituye la interpretación paulina del “otro mundo” y del estado del hombre en ese mundo, en el que cada uno, juntamente con la resurrección del cuerpo, participará plenamente del don del Espíritu vivificante, esto es, del fruto de la resurrección de Cristo.
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7. Concluyendo el análisis de la “antropología sobre la resurrección” según la primera Carta de Pablo a los Corintios, nos conviene una vez más dirigir la mente hacia las palabras de Cristo sobre la resurrección y sobre el “otro mundo”, palabras que refieren los Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas. Recordemos que, al responder a los saduceos, Cristo unió la fe en la resurrección con toda la revelación del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Moisés, que “no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22, 32). Y, al mismo tiempo, rechazando la dificultad presentada por los interlocutores, pronunció estas significativas palabras: “Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio” (Mc 12, 25). Precisamente a esas palabras –en su contexto inmediato,– hemos dedicado nuestras precedentes consideraciones, pasando luego al análisis de la primera Carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor 15).
Estas reflexiones tienen un significado fundamental para toda la teología del cuerpo: para comprender, tanto el matrimonio, como el celibato “por el reino de los cielos”.
[DP (1982), 44]
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1. Dalle parole di Cristo sulla futura risurrezione dei corpi, riportate da tutti e tre i Vangeli sinottici (Matteo, Marco e Luca), siamo passati nelle nostre riflessioni a ciò che su quel tema scrive Paolo nella 1.ª Lettera ai Corinzi 1. La nostra analisi s’incentra soprattutto su ciò che si potrebbe denominare “antropologia della risurrezione” secondo San Paolo. L’Autore della Lettera contrappone lo stato dell’uomo “di terra” (cioè storico) allo stato dell’uomo risorto, caratterizzando, in modo lapidario e penetrante insieme, l’interiore “sistema di forze” specifico di ciascuno di questi stati.
1. 1 Cor. 15.
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2. Che questo sistema interiore di forze debba subire nella risurrezione una radicale trasformazione, sembra indicato, prima di tutto, dalla contrapposizione tra corpo “debole” e corpo “pieno di forza”. Pao lo scrive: “Si semina corruttibile e risorge incorruttibile; si semina ignobile e risorge glorioso, si semina debole e risorge pieno di forza” (2). “Debole” è quindi il corpo che –usando il linguaggio metafisico– sorge dal suolo temporale dell’umanità. La metafora paolina corrisponde parimenti alla terminologia scientifica, che definisce l’inizio dell’uomo in quanto corpo con lo stesso termine (semen). Se, agli occhi dell’Apostolo, il corpo umano che sorge dal seme terrestre risulta “debole”, ciò significa non soltanto che esso è “corruttibile”, sottoposto alla morte ed a tutto ciò che vi conduce, ma pure che è “corpo animale” (3). Il corpo “pieno di forza”, invece, che l’uomo erediterà dall’ultimo Adamo, Cristo, in quanto partecipe della futura risurrezione sarà un corpo “spirituale”. Esso sarà incorruttibile, non più minacciato dalla morte. Così, dunque, l’antinomia “debole-pieno di forza” si riferisce esplicitamente non tanto al corpo considerato a parte, quanto a tutta la costituzione dell’uomo considerato nella sua corporeità. Solo nel quadro di una tale costituzione il corpo può diventare “spirituale”; e tale spiritualizzazione del corpo sarà la fonte della sua forza ed incorruttibilità (o immortalità).
2. Ibid. 15, 42-43.
3. L’originale greco usa qui il termine psychikón. In San Paolo esso appare solo nella prima Lettera ai Corinzi (2, 14; 15, 44; 15, 46) e non altrove, probabilmente a causa delle tendenze pregnostiche dei Corinzi, ed ha un significato peggiorativo; riguardo al contenuto, corrisponde al termine “carnale” (cfr. 2 Cor. 1, 12; 10, 4).
Tuttavia, nelle altre lettere paoline la “psyche” e i suoi derivati significano l’esistenza terrena dell’uomo nelle sue manifestazioni, il modo de vivere dell’individuo e perfino la stessa persona umana in senso positivo (ad es., per indicare l’ideale di vita della comunità ecclesiale: miâ psychê-i = “in un solo spirito”: Phil. 1, 27; s´ympsychoi = “con l’unione dei vostri spiriti”: Phil. 2, 2; isópsychon = “d’animo uguale”, Phil. 2, 20; cfr. R. JEWETT, Paul’s Anthropological Terms. A Study of Their Use in Conflict Settings, Leiden 1971, Brill, pp. 2, 448-449).
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3. Questo tema ha le sue origini già nei primi capitoli del Libro della Genesi. Si può dire che San Paolo vede la realtà della futura risurrezione come una certa restitutio in integrum, cioè come la reintegrazione ed insieme il raggiungimento della pienezza dell’umanità. Non è soltanto una restituzione, perchè in tal caso la risurrezione sarebbe, in certo senso, ritorno a quello stato, cui partecipava l’anima prima del peccato, fuori della conoscenza del bene e del male (4). Ma un tale ritorno non corrisponde alla logica interna di tutta l’economia salvifica, al più profondo significato del misterio della redenzione. Restitutio in integrum, collegata con la risurrezione e la realtà dell’“altro mondo”, può essere solo introduzione ad una nuova pienezza. Questa sarà una pienezza che presuppone tutta la storia dell’uomo, formata dal dramma dell’albero della conoscenza del bene e del male (5) e nello stesso tempo permeata dal mistero della redenzione.
4. Cfr. Gen. 1-2.
5. Cfr. Ibid. 3.
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4. Secondo le parole della prima Lettera ai Corinzi, l’uomo in cui la concupiscenza prevale sulla spiritualità, cioè, il “corpo animale” (6), è condannato alla morte; deve invece risorgere un “corpo spirituale”, l’uomo in cui lo spirito otterrà una giusta supremazia sul corpo, la spiritualità sulla sensualità. È facile da intendere che Paolo ha qui in mente la sensualità quale somma dei fattori che costituiscono la limitazione della spiritualità umana, cioè quale forza che “lega” lo spirito (non necessariamente nel senso platonico) mediante la restrizione della sua propria facoltà di conoscere (vedere) la verità ed anche della facoltà di volere liberamente e di amare nella verità. Non può invece trattarsi qui di quella funzione fondamentale dei sensi, che serve a liberare la spiritualità, cioè della semplice facoltà di conoscere e di volere, propria del compositum psicosomatico del soggetto umano. Siccome si parla della risurrezione del corpo, cioè dell’uomo nella sua autentica corporeità, di conseguenza il “corpo spirituale” dovrebbe significare appunto la perfetta sensibilità dei sensi, la loro perfetta armonizzazione con l’attività dello spirito umano nella verità e nella libertà. Il “corpo animale”, che è l’antitesi terrena del “corpo spirituale”, indica invece la sensualità come forza che spesso pregiudica l’uomo, in quanto egli, vivendo “nella conoscenza del bene e del male”, viene sollecitato e quasi spinto verso il male.
6. 1 Cor. 15, 44.
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5. Non si può dimenticare che qui è in questione non tanto il dualismo antropologico, quanto una antinomia di fondo. Di essa fa parte non solo il corpo (come hyle aristotelica), ma anche l’anima: ossia, l’uomo come “anima vivente” (7). I suoi costitutivi, invece, sono: da un lato tutto l’uomo, l’insieme della sua soggettività psicosomatica, in quanto rimane sotto l’influsso dello Spirito vivificante di Cristo; dall’altro lato lo stesso uomo, in quanto resiste e si contrappone a questo Spirito. Nel secondo caso, l’uomo è “corpo animale” (e le sue opere sono “opere della carne”). Se, invece, rimane sotto l’influsso dello Spirito Santo, l’uomo è “spirituale” (e produce il “frutto dello Spirito” (8)).
7. Cfr. Gen. 2, 7.
8. Gal. 5, 22.
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6. Di conseguenza, si può dire che non solo in 1 Cor 15 abbiamo a che fare con l’antropologia della risurrezione, ma che tutta l’antropologia (e l’etica) di San Paolo sono permeate dal mistero della risurrezione, mediante cui abbiamo definitivamente ricevuto lo Spirito Santo. Il capitolo 15 della prima Lettera ai Corinzi costituisce l’interpretazione paolina dell’“altro mondo” e dello stato dell’uomo in quel mondo, nel quale ciascuno, insieme con la risurrezione del corpo, parteciperà pienamente al dono dello Spirito vivificante, cioè al frutto della risurrezione di Cristo.
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7. Concludendo l’analisi della “antropologia della risurrezione” secondo la prima Lettera di Paolo ai Corinzi, ci conviene ancora una volta volgere la mente verso quelle parole di Cristo sulla risurrezione e sull’“altro mondo”, che sono riportate dagli evangelisti Matteo, Marco e Luca. Ricordiamo che, rispondendo ai Sadducei, Cristo collegò la fede nella risurrezione con tutta la rivelazione del Dio di Abramo, di Isacco, di Giacobbe e di Mosè, il quale “non è Dio dei morti, ma dei vivi” (9). E contemporaneamente, respingendo la difficoltà avanzata dagli interlocutori, pronunziò queste significative parole: “Quando risusciteranno dai morti... non prenderanno moglie né marito” (10). Appunto a quelle parole –nel loro immediato contesto– abbiamo dedicato le nostre precedenti considerazioni, passando poi all’analisi della prima Lettera di San Paolo ai Corinzi (11).
Queste riflessioni hanno un significato fondamentale per tutta la teologia del corpo: per comprendere sia il matrimonio sia il celibato “per il regno dei cieli”.
[Insegnamenti GP II, 5/1, 336-339]
9. Matth. 22, 32.
10. Marc. 12, 25.
11. 1 Cor. 15.