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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1217] • JUAN PABLO II (1978-2005) • RESISTIR A LAS FUERZAS QUE DEBILITAN Y DESTRUYEN LA UNIDAD, LA ESTABILIDAD Y LA ALEGRÍA DE VUESTRAS FAMILIAS

De la Homilía durante la Misa para las Familias, en el aeropuerto de Bamenda (Camerún), 12 agosto 1985

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1. Jesús nos habla hoy en el Evangelio diciendo: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra?” (Mt 19, 4). En estas palabras se contiene una de las verdades más profundas referentes al plan divino sobre la raza humana. El hombre y la mujer se complementan recíprocamente como personas que poseen dones físicos, psicológicos y espirituales únicos que constituyen la individualidad de cada uno de ellos.

El Creador es Dios, nuestro Creador, la Santísima Trinidad de quien procede todo bien: “Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gén 1, 31). Entre las “cosas buenas” que hizo Dios, las instituciones del matrimonio y de la familia existen “desde el principio”. Éste es el tema de nuestra celebración litúrgica: El plan divino sobre el matrimonio y la familia “desde el principio”.

El matrimonio es la alianza sobre la que nos dice San Pablo: “Gran misterio es éste, pero yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32). La alianza matrimonial, que une a un hombre y a una mujer mediante un lazo inquebrantable de vida y amor, refleja la alianza nueva y eterna que une a Dios y a su pueblo “en Jesucristo, el Esposo que ama y se entrega como Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como cuerpo suyo” (Familiaris consortio, 13).

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2. Los fariseos le plantean a Cristo una pregunta sobre el matrimonio: “¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa?” (Mt 19, 3). Esta cuestión toca el corazón mismo de la alianza matrimonial. ¿Es el amor matrimonial un lazo único que implica unidad e indisolubilidad? ¿O es un lazo menor, que puede ser cambiado o roto según las circunstancias? La respuesta dada por Jesús es una referencia directa al plan divino tal y como resulta evidente “desde el principio”. “Y serán los dos (hombre y mujer) una sola carne” (Mt 19, 5). Nada importan las consideraciones que puedan haber surgido con el paso del tiempo; “desde el principio” ha sido verdad que lo que Dios ha unido el hombre no lo puede separar.

La respuesta sobre el matrimonio que dio Cristo a la gente de su época continúa dándola a todas las gentes de todas las épocas y en todos los países y continentes. Él vuelve a darla una vez más aquí en Camerún. Esta respuesta dice que el matrimonio es una alianza permanente e inquebrantable entre un hombre y una mujer. En cuanto tal, el matrimonio es asimismo el “sacramento” del amor inalterable de Cristo por su Iglesia.

Teniendo en cuenta el contexto específico de África, los obispos de este continente, reunidos en Yaundé en 1981, expresaron este importante aspecto del matrimonio cristiano en una recomendación de la VI Asamblea General del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar: “Al haberse convertido en criaturas nuevas, los cristianos africanos vivirán su alianza matrimonial y familiar como una manifestación sacramental de la unión de Cristo y la Iglesia, transformando desde dentro esas realidades humanas básicas”. Sí, los esposos y las familias participan en el amor de Cristo cuando su vida está enraizada en la gracia del sacramento del matrimonio.

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3. La referencia que hace Cristo al “principio” nos remonta hasta el Libro del Génesis, del que está tomada la primera lectura de esta celebración eucarística: “Díjose entonces Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...’. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra” (Gén 1, 26-27). La imagen original es la imagen del Dios eterno, la comunión de la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La imagen de Dios en el hombre adquiere una riqueza particular en la comunión de personas existente entre un hombre y una mujer en la alianza matrimonial, una comunión que Dios ha querido “desde el principio”. La vida matrimonial reafirma la dignidad humana mediante una especial relación interpersonal. Dondequiera que la vida matrimonial y la familia sean lesionadas por el egoísmo personal o perjudicadas por insuficiencias materiales y sociales, lo que se deshonra es la dignidad fundamental de los seres humanos, dinámicamente orientados a crecer en su condición de imágenes de Dios. Tanto el hombre como la mujer están llamados a vivir de una forma digna: ambos reflejan igualmente la semejanza con Dios.

Las palabras del Salmo responsorial se aplican a cada uno de los hijos e hijas de Dios: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies” (Sal 8, 4-6). Estas palabras exaltan la dignidad de todos los seres humanos. La imagen del Dios que es amor se halla continuamente reflejada en la comunión permanente e inquebrantable de vida y amor que es el matrimonio. Muchas de vuestras tradiciones y costumbres acentúan la dignidad de la vida matrimonial y familiar en la sociedad africana.

El Concilio Vaticano II reconoció que la Iglesia se enriquece con “los tesoros escondidos en las diversas formas de la cultura humana” (Gaudium et spes, 44). La Iglesia respeta y promueve, por ello, los elementos más nobles existentes en esas costumbres sociales. Al mismo tiempo, cumpliendo su misión de dar a conocer “las riquezas insondables de Cristo” (Ef 3, 8), la Iglesia invita a todas las sociedades a mantener la sabiduría que existe “desde el principio” y a defender y fortalecer así la dignidad de todos los hijos de Dios.

Vuestros obispos afrontan con celo la importante tarea de “encarnar” el mensaje evangélico en la vida y en la cultura africanas. Vuestros obispos y la Santa Sede trabajan conjuntamente en el esfuerzo por traducir la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia –una enseñanza que tiene validez universal y permanente– en el lenguaje de las realidades de las tradiciones africanas; en la realización de dicha tarea los mantiene el deseo, compartido por ambas partes, de permanecer siempre fieles a Cristo así como a la tradición viva y al Magisterio de la Iglesia. Si la Iglesia de África permanece unida en la misma doctrina y en una respuesta concertada al reto de la inculturación, será fuerte y eficaz a la hora de guiar a las parejas y a las familias a vivir de acuerdo con el plan divino en la verdad y la santidad de vida.

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4. El Salmo responsorial se refiere a otro aspecto de la dignidad humana. Dios invita al hombre a ser responsable con él de toda la creación: “Le diste el mando sobre las obras de tus manos” (Sal 8, 6). De hecho, tal y como señala el Libro del Génesis, Dios invita al hombre y a la mujer, en cuanto esposos, a compartir su propia obra creadora: “Procread y multiplicaos; henchid la tierra y sometedla” (1, 28). La transmisión de la vida, tan altamente valorada en vuestras tradiciones africanas, y el amor que tenéis hacia vuestros niños: ¿no son estas dos realidades un aspecto especial de la “gloria y el honor” que el Salmo atribuye al hombre? Sí, vuestra aceptación gozosa de los hijos como don de Dios a vosotros redunda en gloria y en honor vuestros.

Sin embargo, existe actualmente una fuerte mentalidad anti-vida. Ésta se halla más extendida en las naciones desarrolladas, pero también se está transmitiendo a las naciones en vías de desarrollo y se presenta como una especie de vía hacia el desarrollo y el progreso. Sobre este punto, quisiera repetir lo que escribía en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio: “La Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel ‘Sí’, de aquel ‘Amén’ que es Cristo mismo. Al ‘No’ que invade y aflige al mundo contrapone este ‘Sí’ viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y desprecian la vida” (n. 30).

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5. Esto no significa que la Iglesia no reconozca los graves problemas planteados por el crecimiento de la población en algunas partes del mundo o las difíciles situaciones con que tienen que enfrentarse a veces las parejas para transmitir la vida de forma responsable. Sobre los aspectos morales de estos graves problemas, deseo expresar mi aliento especial a vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y dirigentes seglares que están respondiendo a la recomendación de la Familiaris consortio “de hacer un esfuerzo más decidido y más sistemático para que los métodos naturales de regular la fecundidad sean conocidos, respetados y aplicados” (n. 35).

En una carta a los sacerdotes, el arzobispo Verdzekov ha subrayado “nuestro deber y nuestra grave obligación de proclamar íntegramente la doctrina de la Iglesia sobre la paternidad responsable mediante una catequesis sistemática y de ayudar a nuestros cristianos a vivir esa doctrina. Pues, ¿cómo pueden vivir nuestros cristianos según esa doctrina si no la han oído nunca?” (Carta del 12 de julio de 1982). La tarea positiva que la Asociación camerunesa para la vida familiar está realizando en el plano parroquial, diocesano y provincial puede ayudar también a muchas parejas a vivir su unión matrimonial en plenitud y armonía.

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6. La familia es una comunidad singular de personas. En la familia, los padres están unidos entre sí por la alianza matrimonial; los hijos son el don especial de Dios a los padres, a la sociedad y a la nación. La alegría que experimentáis con vuestros niños es semejante a la alegría que sentía Jesús cuando los llamaba para que estuvieran a su lado: “Dejad que los niños vengan a Mí y no se lo prohibáis, porque de ellos es el reino de los cielos” (Lc 18, 16). A los niños y a los jóvenes de Camerún desearía deciros que Jesús os invita a que améis a vuestras familias. Fortalecedlas con vuestra alegría, confianza y obediencia. ¡A vosotros os toca prestar vuestra ayuda para hacer de vuestras familias centros de amor, de paz y de santidad!

Tradicionalmente, la familia numerosa ha desempeñado un papel importante en el fortalecimiento de la vida familiar y a la hora de decidir el modo en que se afrontan y resuelven los problemas familiares. En una situación en la que los cambios en las condiciones económicas y sociales tienden a debilitar el papel constructivo de la familia numerosa, la entera comunidad cristiana, en cuanto comunidad de solidaridad humana y espiritual, ansiosa de observar el mandamiento evangélico del amor, tendría que sentirse animada a ofrecer un apoyo concreto a las familias que lo necesitan y a promover en la vida pública programas adecuados de asistencia y subsidiaridad.

Pero los miembros que componen actualmente la familia, especialmente los padres, son los principales responsables de la calidad de la vida familiar. Algunas de las virtudes importantes requeridas para una vida familiar alegre y santa se hallan enumeradas en el texto de la Carta de San Pablo a los Colosenses que hemos escuchado en la Liturgia de la Palabra: “Vosotros, pues, como elegidos de Dios santos y amados, revestios de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente, siempre que alguno diere a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros” (Col 3, 12-13). La Palabra de Dios revelada nos enseña que el camino que conduce al bienestar humano es el del perdón y del amor.

Queridas familias del Camerún: Quiero dejaros este mensaje: Aprended a construir vuestra vida familiar sobre el fundamento del amor. No cedáis a las fuerzas que debilitan y destruyen la unidad, la estabilidad y la alegría de vuestras familias. No sigáis la senda del materialismo y el consumismo egoístas, que han producido tantos sufrimientos en otras partes del mundo y que también vosotros estáis comenzando a experimentar ahora. No prestéis oídos a ideologías que permiten que la sociedad o el Estado asuman los derechos y las responsabilidades que pertenecen a la familia (cfr. Familiaris consortio, 45).

Familias de Camerún: Haced todos los esfuerzos necesarios para preservar los valores espirituales y éticos de la vida matrimonial y familiar. Éstos son la única salvaguarda efectiva de la dignidad del individuo. Esos valores son necesarios si vuestra sociedad está dispuesta a ofrecer condiciones de justicia y progreso a todos sus ciudadanos.

“Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad” (Col 3, 14). En el marco de este amor encontrarán su expresión natural las relaciones de autoridad y obediencia, de educación y aprendizaje, de libertad y responsabilidad, que constituyen una buena parte de la vida familiar cotidiana. ¡Que vuestras familias vivan en un clima de amor como la familia de Jesús, María y José, mediante la compasión y la gentileza, la paciencia y la disponibilidad a sacrificarse a sí mismo por el bien de los otros!

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7. Al llegar a este punto, hago una llamada a las autoridades civiles de toda África y a todos los que tienen alguna responsabilidad en el campo de la vida familiar: Les pido que trabajen por asegurar la realización de la Carta de los derechos de la familia, redactada por la Santa Sede sobre la base de los derechos fundamentales inherentes a la familia como sociedad natural y universal. La Carta refleja los valores que están ya enunciados en las declaraciones de las diversas Organizaciones Internacionales que tienen competencia en este campo: valores que están inscritos en la conciencia de todos los hombres y mujeres.

La Iglesia desea colaborar con todos aquellos a quienes compete la tarea de formular y realizar la política familiar. La intención y la misión de la Iglesia son las de servir a la familia y proclamar a la generación actual y a las generaciones futuras el plan de Dios que existe “desde el principio”. El futuro de la sociedad se pone en peligro donde quiera que se debilita la familia. El bienestar de los individuos y de la sociedad se salvaguarda allí donde las costumbres, las leyes y las instituciones políticas, sociales y educativas contribuyen al fortalecimiento del matrimonio y la familia. La familia tiene que ser defendida y respetada por el bien de la humanidad.

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8. Y ahora, en unión con toda la Iglesia en Camerún, deseo decir a cada una de las familias las palabras que San Pablo escribió a los Colosenses: “Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo” (Col 3, 15).

Que este deseo se convierta en plegaria ferviente durante esta celebración eucarística que ofrecemos al Padre en unión con Cristo, su Hijo. Que la paz –la paz de Cristo– venga sobre todas las familias de África y de todo el mundo.

[DP (1985), 208]