[1330] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL TESTIMONIO DE SAN JOSÉ EN LA FAMILIA Y EL TRABAJO
De la Homilía en la Misa para los Empleados de Tranvías y Autobuses de Roma, 19 marzo 1988
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3. [...] En efecto, toda la Iglesia demuestra a José su particular confianza. Hay dos ámbitos de realidades humanas, que a la Iglesia le gusta considerar al referirse al testimonio de San José: La familia y el trabajo. ¡Dos de los ámbitos más amplios y fundamentales para la existencia humana!
En este encuentro, en que participáis como trabajadores de un sector especial, el de los transportes, deseo considerar con vosotros los problemas de fondo de vuestro empleo, partiendo de la solemnidad anual de San José.
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4. Familia y trabajo son los espacios humanos en los que se desarrolla toda vuestra vida, y que, considerados conjuntamente, hacen referencia a la idea de la comunión, de la amistad, de la fraternidad. Pues, en la familia y en el trabajo, los hombres deben vivir codo a codo, sin ignorarse, buscando constantemente los caminos de la colaboración sincera, del servicio mutuo, de la solidaridad. [...]
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6. Como es sabido, para conmemorar el XX aniversario de la Encíclica del Papa Pablo VI Populorum progressio, he enviado a todos los cristianos una Carta, que comienza con las palabras Sollicitudo rei socialis. En ella he intentado poner de relieve el valor de la solidaridad. Ésta es una actitud del espíritu fundada en la consideración de los vínculos cada vez más estrechos que unen efectivamente a los hombres entre sí y a las naciones en el mundo de hoy. Pero la solidaridad es también una virtud moral, la cual nace de la conciencia de la interdependencia connatural que une a cada ser humano con sus semejantes en los distintos componentes de su existencia: la economía, la cultura, la política, la religión. Por eso, la solidaridad no puede reducirse a una vaga actitud de participación emotiva o a una palabra sin resonancia práctica, sino que requiere un compromiso moral activo, una determinación firme y perseverante de dedicarse al bien común, o sea, al bien de todos y de cada uno: todos somos responsables de todos.
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7. Así pues, el principio de la solidaridad ha de encontrar aplicación en los diversos campos, en los que el hombre está llamado a actuar, partiendo de estos ambientes sociales que lo afectan de modo más inmediato: la familia, la comunidad de trabajo, la comunidad civil y la religiosa. Por eso, también entre vosotros la colaboración habrá de estar impregnada de los principios de solidaridad: habrá de ser guía de cualquier compromiso moral en la vida interna de la empresa, así como solución a los problemas que surgen en el ámbito del servicio público.
Obviamente, se trata de un camino a recorrer con voluntad constante de adaptación a las situaciones, superando las circunstancias menos propicias con inteligencia, perspicacia, habilidad y, sobre todo, con sentimientos de comprensión humana.
El instaurar relaciones de solidaridad es, efectivamente, una tarea que requiere las mejores cualidades de cada uno. Por tanto, os invito a poner en ello vuestro esfuerzo cotidiano.
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8. Volvamos mentalmente a la familia de Nazaret. Allí María y José viven su vida de fe, correspondiendo a una vocación sublime, que vincula su existencia al misterio de Dios presente entre los hombres en ese Hijo suyo, que es el mismo Verbo de Dios encarnado. Dedicándose a Él encuentran la motivación diaria para una solidaridad entre ellos que ninguna dificultad consigue resquebrajar. De la fe en Aquel que saben que ha venido “a salvar a su pueblo” (cfr. Mt 1, 21), sacan el estímulo para abrirse a una solidaridad inagotable hacia los demás. Y esta solidaridad la viven de modo oculto en el trabajo cotidiano, afrontado con la conciencia de colaborar también de este modo al plan universal de salvación.
Así realizan “su peregrinación en la fe”, de la cual el relato evangélico que hemos escuchado nos hace ver solamente “el punto de partida”. El resto del camino –especialmente del camino de José– está como encerrado en el silencio. Sabemos solamente que su vida se consumió en la cotidiana fatiga de carpintero, junto al Hijo de Dios, Jesús, quien, creciendo a su lado día tras día, se iba haciendo cada vez más su colaborador eficaz: carpintero al lado del carpintero.
También, todo hombre que trabaja es llamado por Dios a construir la propia existencia en el afán diario y con generosa solidaridad, recorriendo con perseverancia su camino. Un camino en que la fe lanza un rayo de luz vivaz, enseñando a amar a cada hombre como hermano en Cristo, ayudándolo a cargar la parte de cruz cotidiana que se encierra en cada tipo de actividad, invitándolo a leer su destino en el cuadro de un designio providencial más amplio, que tiene como finalidad la salvación de la humanidad y como perspectiva final el triunfo de la justicia y del amor cuando vuelva Cristo en la gloria.
Amadísimos trabajadores: estas verdades no son abstractas; el ejemplo de los miembros de la Sagrada Familia las hace extremadamente concretas. Son verdades que pasan a través de la fatiga de María en la casa, se empapan del sudor cotidiano de José, tienen el espesor de las herramientas maniobradas por las manos encallecidas del mismo Hijo de Dios.
[OR (ed. esp.), 27-III-1988, 17-18]
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3. [...] Tutta la Chiesa, infatti, dimostra a Giuseppe il suo particolare affidamento. Vi sono due ambiti di realtà umane, che la Chiesa ama considerare riferendosi alla testimonianza di san Giuseppe: la famiglia e il lavoro. Due ambiti quanto mai estesi e fondamentali per l’intera esistenza umana!
Nel corso di questo incontro, al quale partecipate voi lavoratori di un particolare settore, quello dei trasporti, desidero considerare insieme con voi i problemi di fondo del vostro impiego, partendo dall’annuale solennità di san Giuseppe.
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4. Famiglia e lavoro sono gli spazi umani, dentro i quali si svolge tutta la nostra vita. Essi, considerati insieme, richiamano l’idea della comunione, dell’amicizia, della fraternità. Nella famiglia e nel lavoro gli uomini devono infatti vivere l’uno accanto all’altro senza ignorarsi, ma cercando costantemente le vie della collaborazione sincera, del reciproco servizio, della solidarietà. [...]
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6. Come è noto, per commemorare il 20º anniversario dell’Enciclica del Papa Paolo VI Populorum progressio, ho inviato a tutti i cristiani una lettera, che inizia con le parole Sollicitudo rei socialis. In essa ho cercato di mettere in risalto il valore della solidarietà. Essa è un atteggiamento dell’animo fondato sulla considerazione dei vincoli sempre più stretti che, di fatto, legano tra loro gli uomini e le nazioni del mondo contemporaneo. Ma la solidarietà è anche una virtù morale, che nasce dalla consapevolezza della connaturale interdipendenza che lega ogni essere umano ai propri simili nelle varie componenti della sua esistenza: l’economia, la cultura, la politica, la religione. La solidarietà non può, quindi, ridursi ad un vago atteggiamento di partecipazione emotiva o ad una parola senza risonanza pratica. Essa richiede un impegno morale attivo, una determinazione ferma e perseverante di dedicarsi al bene comune, ossia al bene di tutti e di ciascuno; tutti siamo responsabili di tutti.
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7. Il principio della solidarietà chiede, quindi, di trovare applicazione nei diversi campi, nei quali l’uomo è chiamato ad agire, a partire da quegli ambienti sociali che lo riguardano più immediatamente: la famiglia, la comunità di lavoro, la comunità civile e quella religiosa. Anche tra di voi, dunque, la collaborazione dovrà essere improntata ai principi della solidarietà: questa dovrà essere la guida di ogni impegno morale nella vita interna dell’Azienda, come anche nella soluzione dei problemi che sorgono nell’ambito del servizio pubblico.
Si tratta, come è ovvio, di un cammino da percorrere con costante volontà di adattamento alle situazioni, superando le circostanze meno propizie con intelligenza, acume, abilità e soprattutto con sentimenti di umana comprensione.
L’instaurazione di rapporti di solidarietà è, infatti, un compito che chiama in causa le qualità migliori di ciascuno. Io vi invito, pertanto, a porre in ciò il vostro quotidiano impegno.
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8. Ritorniamo con la nostra mente alla famiglia di Nazaret. Ivi Maria e Giuseppe vivono la loro vita di fede, corrispondendo ad una vocazione sublime, che lega la loro esistenza al mistero di Dio presente tra gli uomini in quel Loro Figlio, che è lo stesso Verbo di Dio incarnato. Nella dedizione a Lui essi trovano la quotidiana motivazione per una solidarietà tra loro che nessuna difficoltà riesce ad incrinare. Dalla fede in Lui, che essi sanno essere venuto “per salvare il suo popolo” (8), traggono la spinta per aprirsi ad una inesauribile solidarietà verso gli altri. E questa solidarietà vivono nel nascondimento del lavoro quotidiano, affrontato con la consapevolezza di collaborare anche in quel modo all’universale piano della salvezza.
Così essi compiono la “loro peregrinazione della fede”, di cui la narrazione evangelica che abbiamo ascoltato ci fa vedere solo “il punto di partenza”. Il resto del cammino –specialmente del cammino di Giuseppe– è come racchiuso nel silenzio. Sappiamo solo che la vita di lui fu spesa nella quotidiana fatica del carpentiere, accanto al Figlio di Dio Gesù, il quale, crescendogli accanto giorno dopo giorno, diventava sempre più validamente suo collaboratore: carpentiere accanto al carpentiere.
Anche ogni uomo che lavora è chiamato da Dio a costruire la propria esistenza nella quotidiana fatica e nella generosa solidarietà, percorrendo con perseveranza il proprio cammino. Un cammino sul quale la fede getta un raggio di vivida luce, insegnando ad amare ogni uomo in Cristo come fratello, aiutandolo a sostenere la parte di croce quotidiana che si cela in ogni tipo di attività, invitandolo a leggere la propria vicenda nel quadro di un più ampio disegno provvidenziale, che ha come scopo la salvezza dell’umanità e come prospettiva finale il trionfo della giustizia e dell’amore nel ritorno glorioso di Cristo.
Carissimi lavoratori, queste non sono verità astratte: l’esempio dei componenti la Sacra Famiglia le rende estremamente concrete. Sono verità che passano attraverso la fatica casalinga di Maria, si irrorano del sudore quotidiano di Giuseppe, hanno lo spessore degli strumenti manovrati dalle mani callose dello stesso Figlio di Dio.
[AAS 80 (1988), 1335-1338]
8. Cfr. Mt. 1, 21.