[1342] • JUAN PABLO II (1978-2005) • SIGNIFICADO PROFÉTICO DE LA “HUMANAE VITAE”
Discurso Con intima gioia, a los representantes de las Conferencias Episcopales en el XX Aniversario de la Humanae vitae, 7 noviembre 1988
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1. Con inmensa alegría dirijo mi afectuoso saludo a todos vosotros, hermanos en el episcopado, y a tantos otros hermanos que vosotros representáis.
Al saludo se acompaña mi agradecida estima por la disponibilidad a destinar una parte de vuestro tiempo y toda vuestra caridad pastoral a la reflexión sobre un tema de particular importancia para la vida y para la misión de la Iglesia.
Una especial acción de gracias debo, además, al Pontificio Consejo para la Familia, que ha organizado este encuentro y está siguiendo sus trabajos. Doy las gracias al cardenal presidente por sus palabras de presentación.
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2. El motivo del encuentro es el XX Aniversario de la Encíclica “Humanae Vitae”, que Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968 sobre el grave problema de la recta regulación de la natalidad. En la alocución del miércoles posterior a la publicación de la encíclica el mismo Pablo VI confió a los fieles los sentimientos que le habían guiado en el cumplimiento de su mandato apostólico. Dijo: “El primer sentimiento ha sido el de una gravísima responsabilidad nuestra. Éste nos ha introducido y sostenido en lo más vivo de la cuestión durante los cuatro años entregados al estudio y a la elaboración de esta Encíclica. Os confiaremos que tal sentimiento nos ha hecho sufrir no poco espiritualmente. Jamás hemos sentido como en esta coyuntura el peso de nuestro oficio. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto pudimos y también hemos orado mucho. Invocando las luces del Espíritu Santo hemos puesto nuestra conciencia en la plena y libre disponibilidad a la voz de la verdad, tratando de interpretar la norma divina que vemos brotar de la intrínseca exigencia del auténtico amor humano, de las estructuras esenciales de la institución matrimonial, de la dignidad personal de los esposos, de su misión al servicio de la vida, como también de la santidad del matrimonio cristiano; hemos reflexionado sobre los elementos estables de la doctrina tradicional y vigente de la Iglesia, especialmente, además, sobre las enseñanzas del reciente Concilio, hemos ponderado las consecuencias de una o de otra decisión, y no hemos tenido duda sobre nuestro deber de pronunciar nuestra sentencia en los términos expresados por la presente Encíclica (cfr. “Enseñanzas de Pablo VI”, vol. VI, 1968, pp. 870-871)[1].
A todos son conocidas las reacciones, a veces ásperas y hasta despreciativas, que incluso en algunos ambientes de la misma comunidad eclesial la Encíclica “Humanae Vitae” ha recibido. Mi venerable predecesor las había previsto claramente. Escribió, en efecto, en la Encíclica: “Se puede prever que esta enseñanza no será fácilmente aceptada por todos: Muchas son las voces –ampliadas por los modernos medios de propaganda– que se oponen a las de la Iglesia. A decir verdad, ésta no se maravilla de haberse convertido, a semejanza de su divino fundador, en ‘señal de contradicción’ (cfr. Luc 2, 34), pero no deja, por esto, de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural, como evangélica” (n. 18)[2].
Por otra parte, Pablo VI sintió siempre una profunda confianza en la capacidad de los hombres de hoy de aceptar y de comprender la doctrina de la Iglesia sobre el principio de la “conexión inseparable, que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por su iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: El significado unitivo y el significado procreador” (n. 12)[3]. “Nos pensamos –escribía él– que los hombres de nuestro tiempo están particularmente en condiciones de afirmar el carácter profundamente racional y humano de este fundamental principio” (n. 12)[4].
[1]. [1968 07 31/3-5].
[2]. [1968 07 25/18].
[3]. [1968 07 25/12].
[4]. [Ibid.].
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3. En realidad, los años posteriores a la encíclica, a pesar de la persistencia de críticas injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con claridad creciente que el documento de Pablo VI fue siempre no sólo de palpitante actualidad, sino hasta rico de un significado profético.
Un testimonio de particular valor ha sido ofrecido por los obispos en el Sínodo del año 1980, que, en la proposición 22, se expresaban en estos términos: “Este sagrado Sínodo, reunido en la unidad de la fe con el sucesor de Pedro, firmemente defiende lo que en el Concilio Vaticano II (cfr. Gaudium et spes, 50)[5] y, seguidamente, en la Encíclica ‘Humanae Vitae’ es propuesto y, en particular, que el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a la nueva vida (Humanae vitae, 11 y cfr. nn. 9 y l (2))”[6].
Yo mismo, posteriormente, en la exhortación pos-sinodal “Familiaris Consortio”, he planteado de nuevo, en el más amplio contexto de la vocación y de la misión de la familia la perspectiva antropológica y moral de la “Humanae Vitae” sobre la transmisión de la vida humana (cfr. nn. 28-31)[7]. Así también he dedicado, durante las audiencias del miércoles, las últimas catequesis sobre el amor humano en el plano divino, a confirmar y a iluminar el principio ético fundamental de la encíclica de Pablo VI sobre la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador del acto conyugal, interpretado a la luz del significado esponsal del cuerpo humano.
Entre los frutos del Sínodo de los obispos sobre los cometidos de la familia, celebrado en el año 1980, se debe recordar la constitución de dos importantes organismos eclesiales, destinados el uno a estimular la actividad pastoral sobre el matrimonio y la familia, y el otro a promover la reflexión científica.
El primer organismo es el Pontificio Consejo para la Familia, con el cual se renovaba profundamente el precedente Comité Pontificio para la Familia querido por Pablo VI. En la Exhortación “Familiaris Consortio” señalaba el sentido y la finalidad del nuevo organismo para ser “una señal de la importancia que atribuyo a la pastoral de la familia en el mundo y, al mismo tiempo, un instrumento eficaz para ayudar a promocionarla a todos los niveles” (n. 73)[8].
El segundo organismo es el Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia, instituido “a fin de que se aclare cada vez más con método científico, la verdad del matrimonio y de la familia, y laicos, religiosos y sacerdotes puedan conseguir en este ámbito una formación científica tanto filosófico-teológica como en las ciencias humanas, de suerte que su ministerio pastoral y eclesial sea realizado de forma más idónea y eficaz para el bien del pueblo de Dios” (Const. Ap. “Magnum Matrimonii”, 7 octubre 1982, n. 3).
Ya fundado y operante desde hace algunos años en la Pontificia Universidad Lateranense, dicho organismo ha obtenido reconocimiento jurídico en el año 1982 y ha continuado su laudable compromiso ampliando su actividad a otros países. En estos mismos días el Instituto ha programado el Segundo Congreso Internacional de Teología Moral sobre el tema “Humanae vitae: 20 años después”, con reflexiones y análisis que se mueven en la línea de las preocupaciones pastorales propias también de esta vuestra reunión.
La gravedad de los problemas hoy suscitados en el ámbito del matrimonio y de la familia, hace cada vez más necesario que en el seno de las conferencias episcopales nacionales o regionales, y a veces también en cada una de las diócesis, se constituyan y se hagan operativos organismos análogos a los ahora recordados; solamente así los problemas pueden encontrar, con la debida profundidad doctrinal, válidas respuestas pastorales oportunamente coordinadas con las iniciativas de los demás organismos eclesiales.
[5]. [1965 12 07c/50].
[6]. [1968 07 25/11, 9 y 12].
[7]. [1968 07 25/28-31].
[8]. [1981 11 22/73].
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4. La presente reunión reviste una particular importancia ya por el hecho mismo de desarrollarse entre obispos aquí congregados como representantes de las conferencias episcopales de los respectivos países, en los que les están confiados cometidos específicos en este sector de la pastoral. La problemática teológica y pastoral suscitada por la Encíclica “Humanae Vitae” y por la Exhortación “Familiaris Consortio”, venerables hermanos, representa, sin más, un capítulo fundamental de vuestra solicitud de maestros y de pastores de la verdad evangélica y humana sobre el matrimonio y la familia.
Este encuentro que vivimos puede ser para vosotros una preciosa ocasión para que, mediante el intercambio de las experiencias, se pueda describir y analizar mejor la actual situación de la Iglesia, tanto haciendo referencia a los desarrollos vinculados con la temática de la “Humanae Vitae” como informando sobre la respuesta que, en las diversas situaciones sociales y culturales, se ha dado al respecto.
El método de estos trabajos y los resultados que los coronarán podrán sugerir acaso la oportunidad de llevar a cabo también en el futuro encuentros semejantes. Éstos, en efecto, se mueven en el contexto de una colaboración ya en marcha entre el Pontificio Consejo para la Familia y los episcopados de diversos países, sobre todo con ocasión de las visitas ad limina. Las múltiples dificultades a las que debe hacer frente la familia en el mundo moderno inducen a desear la ulterior consolidación de dicha colaboración a fin de ofrecer a los esposos toda ayuda posible para corresponder mejor a la vocación propia de ellos.
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5. Desde muchas partes la referencia a la Encíclica Humanae vitae se relaciona, casi automáticamente, con la idea de la “crisis” que ha afectado y sigue afectando a la moral conyugal.
Sin duda, se deben reconocer las múltiples y a veces graves dificultades que, en este campo, los sacerdotes. y los matrimonios encuentran, los unos al anunciar la verdad completa sobre el amor conyugal y los otros al vivirla. Por otra parte, las dificultades a nivel moral son el fruto y la señal de otras dificultades más graves que afectan a los valores esenciales del matrimonio como “íntima comunidad de vida y de amor conyugal” (Gaudium et spes, 48)[10].
La pérdida de estima respecto al hijo como “preciosísimo en el matrimonio” (ibid. 50)[11] y hasta el rechazo categórico de transmitir la vida, acaso por una malentendida concepción de la procreación responsable, y la interpretación totalmente subjetiva y relativista del amor conyugal, con frecuencia tan difundidas en nuestra sociedad y en nuestra cultura, son la señal evidente de la actual crisis matrimonial y familiar.
En las raíces de la “crisis”, la Exhortación Familiaris consortio ha identificado una corrupción de la idea y de la praxis de la libertad, que es “concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como autónoma fuerza de afirmación, no raras veces contra los demás, por el propio egoísta bienestar” (n. 6)[12]. Más radicalmente todavía debe subrayarse una visión inmanentista y secularista del matrimonio, de sus valores y de sus exigencias: el rechazo de reconocer la fuente divina, de la que proceden el amor y la fecundidad de los esposos, expone al matrimonio y a la familia a disolverse incluso como experiencia humana.
Al mismo tiempo la situación actual presenta también aspectos positivos, entre los cuales destaca el redescubrimiento de los “recursos” de los que el hombre y la mujer disponen para vivir la verdad completa del amor conyugal.
El primero y fundamental recurso es el sacramento del matrimonio, es decir, Jesucristo mismo que se hace presente y operante por medio de su Espíritu y hace a los esposos cristianos partícipes de su amor hacia la humanidad redimida. Este “sacramento” manifiesta plenamente y lleva a la suprema realización aquel “sacramento primordial de la creación” para el cual, desde el “principio” el hombre y la mujer han sido creados por Dios a su imagen y semejanza y llamados al amor y a la comunión. De esta forma, el hombre y la mujer, mientras realizan su “humanidad” según la vocación matrimonial, quedan puestos al servicio no sólo de los hijos, sino también de la Iglesia y de la sociedad.
El período pos-conciliar ha favorecido un progresivo crecimiento de la conciencia del significado eclesial y social del matrimonio y de la familia: Son éstos el lugar más común y, al mismo tiempo, fundamental en el que se expresa la misión de los laicos en la Iglesia. La “Carta de los Derechos de la Familia”, publicada por la Santa Sede en el año 1983, a petición del Sínodo de los obispos, constituye un momento de particular importancia para la conciencia del significado social y político de la vida de matrimonio y de familia: Éstos no son simples destinatarios, sino verdaderos y propios “protagonistas” de una “política” al servicio del bien común familiar.
[10]. [1965 12 07c/48].
[11]. [1965 12 07c/50].
[12]. [1981 11 22/6].
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6. Frente a las dificultades y a los recursos de la familia de hoy, la Iglesia se siente llamada a renovar la conciencia del cometido que ha recibido de Cristo en relación con el precioso bien del matrimonio y de la familia: El cometido de anunciarlo en su verdad, de celebrarlo en su misterio y de hacerlo vivir en la existencia cotidiana de “los que Dios llama a servirlo en el matrimonio” (Humanae vitae, 25)[13].
Pero ¿cómo llevar a cabo esta misión en las presentes condiciones de vida de la Iglesia y de la sociedad?
El intercambio de ideas y experiencias durante este vuestro encuentro permitirá, sin duda alguna, ofrecer alguna sugerencia y formular alguna propuesta.
Es extraordinariamente urgente reavivar la conciencia del amor conyugal como don: es el don que, mediante el sacramento del Matrimonio, el Espíritu Santo, el cual en el inefable misterio de la Trinidad es la Persona-don (cfr. Dominum et vivificantem, 10), derrama en el corazón de los esposos cristianos. Este mismo don es la “ley nueva” de su existencia, la raíz y la fuerza de la vida moral de la pareja y de la familia. Y, en realidad, su ethos consiste en vivir todas las dimensiones del don:
–la dimensión conyugal, que pide a los esposos que se conviertan cada vez más en un corazón solo y en una sola alma, revelando así en la historia el misterio de la misma comunión de Dios Uno y Trino;
–la dimensión familiar, que pide a los esposos estar dispuestos “a cooperar con el amor del Creador y del Salvador que, por medio de ellos, continuamente amplía y enriquece su familia” (Gaudium et spes, 50)[14], aceptando del Señor el regalo del hijo (cfr. Gén 4, 1);
–la dimensión eclesial y social, por la cual los cónyuges y los padres cristianos, en virtud del sacramento “tienen, en su estado de vida y en su función, el propio don en medio del pueblo (Lumen gentium, 11)[15] y, al mismo tiempo, asumen y desarrollan –como primera y vital célula de la sociedad” (Apostolicam actuositatem, 11)[16]– sus responsabilidades en el ámbito social y político;
–la dimensión religiosa, por la cual el matrimonio y la familia responden al don de Dios y en la fe, en la esperanza y en la caridad, hacen de toda su vida un “sacrificio espiritual grato a Dios por Jesucristo” (cfr. 1 Ped 2, 5).
Sin olvidar enseñanzas que tienen también su importancia, como son las que se relacionan con los aspectos antropológicos y psicológicos de la sexualidad y del matrimonio, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe situar decididamente en el primer puesto la difusión y la profundización de la conciencia de que el amor conyugal es don de Dios confiado a la responsabilidad del hombre y de la mujer: en esta línea deben moverse la catequesis, la reflexión teológica, la educación moral y espiritual.
Es, además, extraordinariamente urgente que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convicción el llamamiento contenido en la Familiaris consortio: “Toda Iglesia local y, en términos más particulares, toda comunidad parroquial debe adquirir conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor en orden a fomentar la pastoral de la familia. Todo plan de pastoral orgánica, a todos los niveles, jamás debe prescindir de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70)[17].
La exigencia insuprimible de que la fe se convierta en cultura debe encontrar su primer fundamental lugar de realización en el matrimonio y en la familia. El fin de la pastoral familiar consiste no sólo en hacer las comunidades cristianas más diligentes hacia el bien cristiano y humano de los matrimonios y de las familias, en particular de aquellas más pobres y en dificultades, sino también y sobre todo en solicitar el “protagonismo” propio e insustituible de los matrimonios y de las familias mismas en la Iglesia y en la sociedad.
Para una pastoral familiar eficaz e incisiva es necesario hacer hincapié sobre la formación de los operadores, suscitando también vocaciones al apostolado en este campo vital para la Iglesia y para el mundo. Las palabras de Jesús: “La mies es mucha, pero los operarios son pocos” (Luc 10, 2) valen también para el campo de la pastoral familiar. Son necesarios “operarios” que no teman las dificultades y las incomprensiones al presentar el proyecto de Dios sobre el matrimonio, dispuestos a “sembrar en las lágrimas” pero en la seguridad de “cosechar con júbilo” (cfr. Salm 125-126, 5).
[13]. [1968 07 25/25].
[14]. [1965 12 07c/50].
[15]. [1964 11 21a/11].
[16]. [1965 11 18/11].
[17]. [1981 11 22/70].
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7. Dios quiere que toda familia llegue a ser, en Jesucristo, una “Iglesia doméstica” (cfr. Lumen gentium, 11)[18]: de esta “Iglesia en miniatura”, como gusta llamar con frecuencia a la familia San Juan Crisóstomo (cfr. ad. es. In Genesim Serm. VI, 2; VII, 1), depende, en gran medida, el futuro de la Iglesia y de su misión evangelizadora.
También el futuro de una sociedad más humana, por el hecho de estar inspirada y sostenida por la civilización del amor y de la vida, depende, en gran parte, de la “calidad” moral y espiritual del matrimonio y de la familia, depende de su “santidad”.
Éste es el fin supremo de la acción pastoral de la Iglesia de la que nosotros obispos somos los primeros responsables. El XX aniversario de la Humanae vitae plantea de nuevo a todos nosotros este fin con la misma urgencia apostólica de Pablo VI, que concluía su Encíclica, dirigiéndose a los hermanos en el episcopado con estas palabras: “Con los sacerdotes vuestros colaboradores y vuestros fieles, trabajad con ardor, sin descanso por la salvaguardia y la santidad del matrimonio, para que cada vez más sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana. Considerad esta misión como una de las más urgentes responsabilidades en nuestro momento actual” (Humanae vitae, 30)[19].
Al hacer mías estas exhortaciones, os saludo una vez más, queridos hermanos, os ofrezco mi Bendición Apostólica y propongo también impartir la misma bendición juntos, todos nosotros, para nuestros colaboradores, sacerdotes, comunidades diocesanas, parroquiales, para nuestras familias.
[E 48 (1988), 1770-1773]
[18]. [1964 11 21a/11].
[19]. [1968 07 25/30].
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1. Con intima gioia rivolgo il mio affettuoso saluto a tutti voi, Fratelli nell’Episcopato, e ai tanti altri Fratelli che voi rappresentate.
Al saluto si accompagna il mio grato apprezzamento per la disponibilità ad impegnare una parte del vostro tempo e tutta la vostra carità pastorale nella riflessione su di un argomento di particolare importanza per la vita e per la missione della Chiesa.
Uno speciale ringraziamento devo inoltre al Pontificio Consiglio per la Famiglia, che ha organizzato questo incontro e che ne sta seguendo i lavori. Ringrazio il Cardinale Presidente per le sue parole introduttive.
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2. Il motivo dell’incontro è il 20º anniversario dell’Enciclica Humanae vitae, che Paolo VI pubblicò il 25 iuglio 1968 sul grave problema della retta regolazione della natalità. Nell’allocuzione del mercoledì successivo alla pubblicazione dell’Enciclica lo stesso Paolo VI confidò ai fedeli i sentimenti che l’avevano guidato nell’adempimento del suo mandato apostolico. Diceva: “il primo sentimento è stato quello d’una Nostra gravissima responsabilità. Esso ci ha introdotto e sostenuto nel vivo della questione durante i quattro anni dovuti allo studio e alla elaborazione di questa Enciclica. Vi confideremo che tale sentimento Ci ha fatto anche non poco soffrire spiritualmente. Non mai abbiamo sentito come in questa congiuntura il peso del Nostro ufficio. Abbiamo studiato, letto, discusso quanto potevamo, e abbiamo anche molto pregato... Invocando i lumi dello Spirito Santo, abbiamo messo la Nostra coscienza nella piena e libera disponibilità alla voce della verità, cercando d’interpretare la norma divina che vediamo scaturire dall’intrinseca esigenza dell’autentico amore umano, dalle strutture essenziali dell’istituto matrimoniale, dalla dignità personale degli sposi, dalla loro missione al servizio della vita, non che dalla santità del coniugio cristiano; abbiamo riflesso sugli elementi stabili della dottrina tradizionale e vigente della Chiesa, specialmente poi sopra gli insegnamenti del recente Concilio, abbiamo ponderato le conseguenze dell’una o dell’altra decisione, e non abbiamo avuto dubbio sul Nostro dovere di pronunciare la Nostra sentenza nei termini espressi dalla presente Enciclica” (cfr. Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI, 1968, pp. 870-871)[1].
A tutti sono note le reazioni, talvolta aspre e persino sprezzanti, che anche in alcuni ambienti della stessa comunità ecclesiale l’Enciclica Humanae vitae ha ricevuto. Il mio venerato Predecessore le aveva chiaramente previste. Scriveva, infatti, nell’Enciclica: “Si può prevedere che questo insegnamento non sarà forse da tutti facilmente accolto: troppe sono le voci –amplificate dai moderni mezzi di propaganda– che contrastano con quella della Chiesa. A dire vero, questa non si meraviglia di essere fatta, a somiglianza del suo divin Fondatore, ‘segno di contraddizione’ (cfr. Lc 2, 34), ma non lascia per questo di proclamare con umile fermezza tutta la legge morale, sia naturale, che evangelica” (n. 18)[2].
D’altra parte Paolo VI nutrì sempre una profonda fiducia nella capacità degli uomini d’oggi di accogliere e di comprendere la dottrina della Chiesa sul principio della “connessione inscindibile, che Dio ha voluto e che l’uomo non può rompere di sua iniziativa, tra i due significati dell’atto coniugale: il significato unitivo e il significato procreativo” (n. 12)[3]. “Noi pensiamo –egli scriveva– che gli uomini del nostro tempo sono particolarmente in grado di affermare il carattere profondamente ragionevole e umano di questo fondamentale principio” (n. 12)[4].
[1]. [1968 07 31/3-5].
[2]. [1968 07 25/18].
[3]. [1968 07 25/12].
[4]. [Ibid.].
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3. In realtà, gli anni successivi all’Enciclica, nonostante il persistere di critiche ingiustificate e di silenzi inaccettabili, hanno potuto mostrare con crescente chiarezza come il documento di Paolo VI, fosse, non solo sempre di viva attualità, ma persino ricco di un significato profetico.
Una testimonianza di particolare valore è stata offerta dai Vescovi nel Sinodo del 1980, che così scrivevano nella Propositio 22: “Questo sacro Sinodo, riunito nell’unità della fede col successore di Pietro, fermamente tiene ciò che nel Concilio Vaticano II (cfr. Gaudium et spes, n. 50)[5] e, in seguito, nell’Enciclica Humanae vitae viene proposto, e in particolare che l’amore coniugale deve essere pienamente umano, esclusivo e aperto alla nuova vita (Humanae vitae, 11 e cfr. nn. 9 e 12)”[6].
Io stesso poi nell’Esortazione post-sinodale Familiaris consortio ho riproposto, nel più ampio contesto della vocazione e della missione della famiglia, la prospettiva antropologica e morale della Humanae vitae sulla trasmissione della vita umana (cfr. nn. 28-31)[7]. Così come ho dedicato, durante le Udienze del mercoledì, le ultime catechesi sull’amore umano nel piano divino a confermare e ad illuminare il principio etico fondamentale dell’Enciclica di Paolo VI circa la connessione inscindibile dei significati unitivo e procreativo dell’atto coniugale, interpretato alla luce del significato sponsale del corpo umano.
Tra i frutti del Sinodo dei Vescovi sui compiti della famiglia 1980 si deve ricordare la costituzione di due importanti Organismi ecclesiali, destinati l’uno a stimolare l’attività pastorale circa il matrimonio e la famiglia, e l’altro a promuovere la riflessione scientifica.
Il primo Organismo è il Pontificio Consiglio per la Famiglia, con il quale veniva profondamente rinnovato il precedente Comitato Pontificio per la Famiglia voluto da Paolo VI. Nell’Esortazione Familiaris consortio indicavo il senso e la finalità del nuovo Organismo nell’essere “un segno dell’importanza che attribuisco alla pastorale della famiglia nel mondo, e al tempo stesso uno strumento efficace per aiutare a promuoverla ad ogni livello” (n. 73)[8].
Il secondo Organismo è l’Istituto Giovanni Paolo II per studi su matrimonio e famiglia, voluto “affinchè si metta sempre più in luce con metodo scientifico la verità del matrimonio e della famiglia, e laici, religiosi e sacerdoti possano conseguire in questo ambito una formazione scientifica sia filosofico-teologica sia nelle scienze umane, cosicchè il loro ministero pastorale ed ecclesiale sia assolto in modo più idoneo e più efficace per il bene del popolo di Dio” (Cost. Ap. Magnum matrimonii, 7 Ottobre 1982, n. 3). Già fondato e operante da alcuni anni presso la Pontificia Università Lateranense, esso ha ricevuto riconoscimento giuridico nel 1982 e ha continuato il suo lodevole impegno allargando la sua attività ad altri Paesi. In questi stessi giorni l’Istituto ha programmato il Secondo Congresso Internazionale di Teologia Morale sul tema “Humanae vitae: 20 anni dopo”, con riflessioni ed analisi che si muovono nella linea delle preoccupazioni pastorali proprie anche di questa vostra riunione.
La gravità dei problemi oggi sollevati nell’ambito del matrimonio e della famiglia rende sempre più necessario che all’interno delle Conferenze episcopali nazionali o regionali, e talvolta anche in singole Diocesi, si costituiscano e si rendano operanti Organismi analoghi a quelli ora ricordati: solo così i problemi possono trovare, con il dovuto approfondimento dottrinale, valide risposte pastorali opportunamente coordinate con le iniziative degli altri Organismi ecclesiali.
[5]. [1965 12 07c/50].
[6]. [1968 07 25/11, 9 y 12].
[7]. [1968 07 25/28-31].
[8]. [1981 11 22/73].
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4. La presente riunione riveste una particolare importanza già per il fatto stesso di svolgersi tra Vescovi qui convenuti quali rappresentanti delle Conferenze episcopali dei rispettivi Paesi, in cui sono loro affidati specifici incarichi in questo settore della pastorale. La problematica teologica e pastorale suscitata dall’Enciclica Humanae vitae e dall’Esortazione Familiaris consortio, venerati Fratelli, rappresenta senz’altro un capitolo fondamentale della vostra sollecitudine di Maestri e di Pastori della verità evangelica e umana circa il matrimonio e la famiglia.
Questo incontro che viviamo può essere per voi una preziosa occasione perchè, mediante lo scambio delle esperienze, si possa meglio descrivere e analizzare l’attuale situazione della Chiesa, sia riferendo gli sviluppi collegati alla tematica della Humanae vitae sia informando circa la risposta che, nelle diverse situazioni sociali e culturali, si è data al riguardo.
Il metodo di questi lavori e i risultati che li coroneranno potranno forse suggerire l’opportunità di riprendere anche in futuro simili incontri. Essi, infatti, si muovono nel contesto d’una collaborazione già in atto tra il Pontificio Consiglio per la Famiglia e gli Episcopati dei vari Paesi, soprattutto in occasione delle Visite ad limina. Le molteplici difficoltà a cui deve far fronte la famiglia nel mondo contemporaneo inducono ad auspicare l’ulteriore consolidamento di tale collaborazione al fine di offrire agli sposi ogni possibile aiuto per meglio corrispondere alla vocazione loro propria.
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5. Da più parti il riferimento all’Enciclica Humanae vitae si collega, quasi automaticamente, all’idea della “crisi” che ha investito e continua ad investire la morale coniugale.
Senza dubbio si devono riconoscere le molteplici e talvolta gravi difficoltà che in questo campo i sacerdoti e le coppie incontrano, gli uni nell’annunciare la verità intera sull’amore coniugale e le altre nel viverla. D’altra parte le difficoltà a livello morale sono il frutto e il segno di altre difficoltà più gravi che toccano i valori essenziali del matrimonio quale “intima comunità di vita e di amore coniugale” (Gaudium et spes, 48)[10].
La perdita di stima nei riguardi del figlio come “preziosissimo dono del matrimonio” (ibid. 50)[11] e persino il rifiuto categorico di trasmettere la vita, talvolta per una malintesa concezione della procreazione responsabile, e la interpretazione del tutto soggettiva e relativistica dell’amore coniugale, spesso così diffusi nella nostra società e nella nostra cultura, sono il segno evidente dell’attuale crisi matrimoniale e familiare.
Alle radici della “crisi”, la Esortazione Familiaris consortio ha individuato una corruzione dell’idea e della prassi della libertà, che viene “concepita non come la capacità di realizzare la verità del progetto di Dio sul matrimonio e la famiglia, ma come autonoma forza di affermazione, non di rado contro gli altri, per il proprio egoistico benessere” (n. 6)[12]. Più radicalmente ancora è da rilevarsi una visione immanentistica e secolaristica del matrimonio, dei suoi valori e delle sue esigenze: il rifiuto di riconoscere la sorgente divina, da cui derivano l’amore e la fecondità degli sposi, espone il matrimonio e la famiglia a dissolversi anche come esperienza umana.
Nello stesso tempo la situazione attuale presenta anche aspetti positivi, tra i quali emerge la riscoperta delle “risorse” di cui l’uomo e la donna dispongono per vivere la verità intera dell’amore coniugale.
La prima e fondamentale risorsa è il sacramento del Matrimonio, ossia Gesù Cristo stesso che si fa presente e operante per mezzo del suo Spirito e rende gli sposi cristiani partecipi del suo amore verso l’umanità redenta. Questo “sacramento” manifesta pienamente e porta a supremo compimento quel “sacramento primordiale della creazione” per il quale fin dal “principio” l’uomo e la donna sono stati creati da Dio a sua immagine e somiglianza e chiamati all’amore e alla comunione. Così l’uomo e la donna, mentre realizzano la loro “umanità” secondo la vocazione matrimoniale, sono posti al servizio non solo dei figli ma anche della Chiesa e della società.
Il periodo post-conciliare ha favorito una progressiva crescita della consapevolezza del significato ecclesiale e sociale del matrimonio e della famiglia: sono questi il luogo più comune e, nello stesso tempo, fondamentale nel quale si esprime la missione dei laici nella Chiesa. La “Carta dei diritti della famiglia”, emanata dalla Santa Sede nel 1983 su richiesta del Sinodo dei Vescovi, costituisce un momento di particolare importanza per la coscienza del significato sociale e politico della vita di coppia e di famiglia: queste non sono semplici destinatarie, ma vere e proprie “protagoniste” di una “politica” al servizio del bene comune familiare.
[10]. [1965 12 07c/48].
[11]. [1965 12 07c/50].
[12]. [1981 11 22/6].
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6. Di fronte alle difficoltà e alle risorse della famiglia di oggi, la Chiesa si sente chiamata a rinnovare la coscienza del compito che ha ricevuto da Cristo nei riguardi del prezioso bene del matrimonio e della famiglia: il compito di annunciarlo nella sua verità, di celebrarlo nel suo mistero e di farlo vivere nell’esistenza quotidiana da “coloro che Dio chiama a servirlo nel matrimonio” (Humanae vitae, 25)[13].
Ma come svolgere questo compito nelle presenti condizioni di vita della Chiesa e della società?
Lo scambio di idee e di esperienze durante questo vostro incontro permetterà certamente di trovare alcune significative risposte.
Può essere comunque opportuno, all’inizio dei vostri lavori, offrire qualche suggerimento e formulare qualche proposta.
È quanto mai urgente ravvivare la coscienza dell’amore coniugale come dono: è il dono che mediante il sacramento del matrimonio lo Spirito Santo, il quale nell’ineffabile mistero della Trinità è la Personadono (cfr. Dominum et vivificantem, n. 10), effonde nel cuore degli sposi cristiani. Questo stesso dono è la “legge nuova” della loro esistenza, la radice e la forza della vita morale della coppia e della famiglia. E in realtà il loro ethos consiste nel vivere tutte le dimensioni del dono:
–la dimensione coniugale, che chiede agli sposi di diventare sempre più un cuor solo e un’anima sola, rivelando così nella storia il mistero della stessa comunione di Dio uno e trino;
–la dimensione familiare, che chiede agli sposi di essere disposti “a cooperare con lo amore del Creatore e del Salvatore che attraverso di loro continuamente dilata e arricchisce la sua famiglia” (Gaudium et spes, 50)[14], accogliendo dal Signore il dono del figlio (cfr. Gn 4, 1);
–la dimensione ecclesiale e sociale, per la quale i coniugi e i genitori cristiani, in virtù del Sacramento, “hanno, nel loro stato di vita e nella loro funzione, il proprio dono in mezzo al popolo di Dio” (Lumen gentium, n. 11)[15], e nello stesso tempo assumono e sviluppano –come “prima e vitale cellula della società” (Apostolicam actuositatem, n. 11)[16]– le loro responsabilità nell’ambito sociale e politico;
–la dimensione religiosa, per la quale la coppia e la famiglia rispondono al dono di Dio e nella fede, nella speranza e nella carità fanno di tutta la loro vita un “sacrificio spirituale gradito a Dio per Gesù Cristo” (cfr. 1 Pt 2, 5).
Senza trascurare insegnamenti che pure hanno la loro importanza, come sono quelli che riguardano gli aspetti antropologici e psicologici della sessualità e del matrimonio, lo sforzo pastorale della Chiesa deve porre decisamente al primo posto la diffusione e l’approfondimento della coscienza che l’amore coniugale è dono di Dio affidato alla responsabilità dell’uomo e della donna: in questa linea devono muoversi la catechesi, la riflessione teologica, l’educazione morale e spirituale.
È, inoltre, quanto mai urgente che si rinnovi in tutti, sacerdoti, religiosi e laici, la coscienza dell’assoluta necessità della pastorale familiare come parte integrante della pastorale della Chiesa, Madre e Maestra. Ripeto con convinzione l’appello contenuto nella Familiaris consortio: “Ogni Chiesa locale e, in termini più particolari, ogni comunità parrocchiale deve prendere più viva coscienza della grazia e della responsabilità che riceve dal Signore in ordine a promuovere la pastorale della famiglia. Ogni piano di pastorale organica, ad ogni livello, non deve mai prescindere dal prendere in considerazione la pastorale della famiglia” (n. 70)[17].
L’esigenza insopprimibile che la fede diventi cultura deve trovare il suo primo fondamentale luogo di realizzazione nella coppia e nella famiglia. Il fine della pastorale familiare consiste non solo nel rendere le comunità ecclesiali più sollecite verso il bene cristiano e umano delle coppie e delle famiglie, in particolare di quelle più povere e in difficoltà, ma anche e soprattutto nel sollecitare il “protagonismo” proprio e insostituibile delle coppie e delle famiglie stesse nella Chiesa e nella società.
Per una pastorale familiare efficace e incisiva occorre puntare sulla formazione degli operatori, anche suscitando vocazioni all’apostolato in questo campo vitale per la Chiesa e per il mondo. Le parole di Gesù: “La messe è molta ma gli operai sono pochi” (Lc 10, 2) valgono anche per il campo della pastorale familiare. Occorrono “operai” che non temano le difficoltà e le incomprensioni nel presentare il progetto di Dio sul matrimonio, disposti a “seminare nelle lacrime” ma nella sicurezza di “mietere con giubilo” (cfr. Sal 125-126, 5).
[13]. [1968 07 25/25].
[14]. [1965 12 07c/50].
[15]. [1964 11 21a/11].
[16]. [1965 11 18/11].
[17]. [1981 11 22/70].
1988 11 07 0007
7. Dio vuole che ogni famiglia diventi in Gesù Cristo una “Chiesa domestica” (cfr. Lumen gentium, n. 11)[18]: da questa “Chiesa in miniatura”, come ama spesso chiamare la famiglia san Giovanni Crisostomo (cfr. ad. es. In Genesim Serm. VI, 2; VII, 1), dipende per la maggior parte il futuro della Chiesa e della sua missione evangelizzatrice.
Anche l’avvenire d’una società più umana, perchè ispirata e sostenuta dalla civiltà dello amore e della vita, dipende in gran parte dalla “qualità” morale e spirituale del matrimonio e della famiglia, dipende dalla loro “santità”.
Questo è il fine supremo dell’azione pastorale della Chiesa, di cui noi Vescovi siamo i primi responsabili. Il 20º anniversario della Humanae vitae ripropone a tutti noi questo fine con la medesima urgenza apostolica di Paolo VI, che concludeva la sua Enciclica rivolgendosi ai Fratelli nell’episcopato con queste parole: “Con i sacerdoti vostri cooperatori e i vostri fedeli, lavorate con ardore e senza sosta alla salvaguardia e alla santità del matrimonio, perchè sia sempre più vissuto in tutta la sua pienezza umana e cristiana. Considerate questa missione come una delle vostre più urgenti responsabilità nel nostro presente” (Humanae vitae, 30)[19].
Nel far mie queste esortazioni vi saluto ancora una volta, carissimi Confratelli, vi offro la mia Benedizione Apostolica e anche propongo di fare la stessa Benedizione insieme, tutti noi, per i nostri collaboratori, sacerdoti, comunità diocesane, parrocchiali, per le nostre famiglie.
[OR, 7. 8-XI-1988, 5]
[18]. [1964 11 21a/11].
[19]. [1968 07 25/30].