[1364] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO, VOCACIÓN AL AMOR Y A LA VIDA
De la Homilía en la Misa en el aeropuerto de Fianarantsoa (Madagascar), 1 mayo 1989
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7. El matrimonio es la vocación de muchos cristianos. Comprometerse de por vida es una respuesta justa a la llamada de Dios. Es realizar una maravillosa expansión de cada ser, gracias a la felicidad que el otro le da. Es vivir de una manera auténtica la capacidad de amar, que se halla inscrita en la naturaleza profunda del hombre y de la mujer. Ante la grandeza del matrimonio, quiero repetir el respeto y la estima que la Iglesia tiene hacia las familias, el deseo que tiene de que logren con éxito construir su hogar.
Y todo el mundo comprende que ante las dificultades que encuentran muchas parejas, la Iglesia desee ayudarles a profundizar el sentido de su mutuo compromiso. Familias y Pastores deben cooperar para abrir a los jóvenes la perspectiva más favorable: la fundación de una pareja en el amor, que ha madurado en libertad, a fin de que sea un don sin marcha atrás. Los cambios actuales en las condiciones de vida comportan una inestabilidad muy frecuentes de las parejas, especialmente porque la búsqueda de un placer inmediato, en algunos casos, los desvía del valor más realmente humano, del don de sí sin reservas a su cónyuge para toda la vida. Quisiera animar a los hogares cristianos en su fidelidad, la cual constituye una viva imagen del amor que procede de Dios. Y les ruego también que mantengan con una benevolente acogida fraternal a quienes están heridos por la ruptura de su unión
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8. En el mutuo amor, hombre y mujer han recibido a su vez la maravillosa capacidad de dar la vida. Participan así de una manera particular en la vitalidad permanente de la acción creadora de Dios. Hay que respetar este poder de transmitir la vida, no hay que dejarse vencer por la tendencia que actualmente se extiende de considerarlo secundario o de querer incluso impedir el ejercicio de la fertilidad humana. Es verdad que esto es una elevada responsabilidad de las familias: la enseñanza de la Iglesia insiste en que la paternidad deben decidirla con toda lucidez los propios esposos. Pero pide que la vida conyugal quede abierta a la llegada de los hijos. Cuando una planificación de los nacimientos aparece necesaria en conciencia, las parejas son invitadas a comportarse con dominio de sí mismas, conforme a los métodos que respetan la naturaleza. La enseñanza de la Iglesia parece difícil; pero muchas parejas testifican que es posible seguirla y que es también una liberación en relación con lo que llaman “el imperialismo de los anticonceptivos” que con frecuencia actúa en perjuicio de la mujer.
Con mayor razón los cristianos sitúan por encima de todo el promover el respeto de la vida del niño desde la concepción. ¡No aceptéis que el aborto se trivialice! Atentar contra la vida frágil, pero humana, del niño que va a nacer no puede ser un derecho, porque no podemos disponer de una vida que es ya personal. Está en juego la dignidad del hombre.
La estabilidad de las familias, su apertura a la vida, ¿no se vincula con lo mejor de vuestras tradiciones ancestrales? Padres, tened sumo interés en transmitirlas a vuestros hijos. Padres, sois los primeros educadores, podéis ser los más influyentes en los jóvenes si sois testigos del crecimiento que os ha permitido vuestra vida conyugal, si permanecéis abiertos en diálogo a los interrogantes de los hijos, si les dais un sostén afectivo en el momento de incertidumbre y hasta en sus fracasos y en sus quebrantos. Para dar esta educación pueden ayudaros la Iglesia y las instituciones, pero vosotros no debéis rehuir esa carga.
De hecho, vosotras, las familias, estáis llamadas a participar en la misión de la Iglesia. Transmitiendo a vuestros hijos lo mejor que tenéis, los abrís a la fe, los preparáis para ocupar su justo lugar en una sociedad verdaderamente humana. Escuchad a vuestros Pastores acerca de los puntos que acabo de evocaros. Ellos os han dirigido una reciente Carta que os expone la concepción cristiana de la familia. Ved en esta exigente enseñanza un rasgo de respeto y de confianza, el cuidado de acompañar a las familias en el recorrido de su camino a la luz del Evangelio.
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9. Vuestro obispo ha querido recordar, hace un instante que nos hallamos cerca de Marana, donde reposa mi compatriota el padre Jean Beyzim. Me es muy grato saludar ahora su memoria, pues se le venera aquí, en Madagascar, y en mi país como un verdadero servidor de Dios. Me agrada celebrar ante la cruz y el icono de Nuestra Señora de Czestochowa, que él tenía colocadas en Marana, y ofrecer el santo Sacrificio con su cáliz. Gracias por haber traído aquí este precioso recuerdo. Le agradecemos al padre Beyzim que entregara toda su energía y todo su amor al servicio de los leprosos, edificando un hospital que todavía existe: en él se cuida, se reza y se abre a la esperanza en el corazón mismo del sufrimiento. Al recordar la figura del padre Beyzim, quisiera saludar a todos los que hoy se entregan al servicio de los enfermos. Quisiera decir a los enfermos de lepra y a los otros enfermos, aquí y en todo vuestro país: ¡Cuánto desea la Iglesia llevarles el consuelo y el alivio de sus sufrimientos, cuánto anhela que se haga todo lo posible para vencer los males que les atribulan, cuánto cuenta con la plegaria de su ofrenda, cuánto los ama ella!
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10. Así pues la liturgia de la fiesta de San José Obrero ha orientado nuestra meditación hacia la familia y hacia el trabajo humano.
Que la lectura de la Carta a los Colosenses sea para nosotros una instrucción sobre el tema: ¿Cómo vivir plenamente como cristianos en la familia? ¿Cómo realizar verdaderamente como cristianos nuestro trabajo?
Escribe el Apóstol: “...Tened amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (Col 3, 14).
Sin amor no hay verdadera vida en la familia. Pero si atraviesa diversas dificultades, carencias y sufrimientos, y el amor permanece, la familia conserva su solidez y su cohesión. ¿Y el trabajo? Sabemos que el trabajo comporta esfuerzo y fatiga; pero también en el trabajo es preciso amar a los compañeros, a los que beneficia nuestra labor, siguiendo el ejemplo de Jesús y de José de Nazaret. Cimentad en la esperanza vuestra vida de familia y de trabajo. Podéis estar seguros de que “la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).
[OR (e. c.), 14.V.1989, 10-11]
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7. Le mariage est la vocation du plus grand nombre. S’engager pour toute la vie, c’est bien répondre à l’appel de Dieu. C’est réaliser un merveilleux épanouissement de chaque être grâce au bonheur que lui donne l’autre. C’est vivre de manière authentique la capacité d’aimer qui est inscrite dans la nature profonde de l’homme et de la femme. Devant la grandeur du mariage, je veux redire quel respect et quelle estime l’Église a pour les familles, quel désir elle a de les voir réussir la construction de leur foyer.
Et tout le monde comprend que, devant les difficultés rencontrées par trop de couples, l’Église souhaite les aider à approfondir le sens de leur engagement mutuel. Familles et pasteurs doivent coopérer pour ouvrir aux jeunes la perspective la plus favorable: celle de la fondation du couple sur un amour mûri librement, afin qu’il soit un don sans retour. Les changements actuels dans les conditions de vie entraînent une instabilité trop fréquente des couples, notamment parce que la recherche du plaisir immédiat l’emporte chez certains sur la valeur plus réellement humaine du don de soi sans réserve à son conjoint pour toute la vie. Je voudrais encourager les foyers chrétiens dans leur fidélité qui constitue une admirable image vivant de l’amour qui vient de Dieu. Et je leur demande aussi de soutenir avec une bienveillance fraternelle ceux qui sont blessés par la rupture de leur union.
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8. Dans leur amour mutuel, l’homme et la femme ont reçu la capacité merveilleuse de donner la vie à leur tour. Ils participent ainsi d’une manière particulière à la vitalité permanente de l’action créatrice de Dieu. Ce pouvoir de transmettre la vie, il faut le respecter, il ne faut pas se laisser gagner par la tendance qui se répand en ce moment de le considérer comme secondaire, ou même de vouloir empêcher la fertilité humaine de s’exercer. Il est vrai que c’est une très haute responsabilité des familles: l’enseignement de l’Église insiste pour que la paternité soit décidée en toute lucidité par les époux eux-mêmes. Mais elle demande que leur vie conjugale reste ouverte à la venue des enfants. Lorsqu’une planification des naissances apparaît nécessaire en conscience, les couples sont invités à agir avec maîtrise d’eux-mêmes selon des méthodes qui respectent la nature. L’enseignement de l’Église paraît difficile; mais beaucoup de couples témoignent qu’il est possible de le suivre et que c’est même une libération par rapport à ce qu’on appelle “l’impérialisme contraceptif”, qui s’exerce si souvent au détriment de la femme.
À plus forte raison, les chrétiens tiennent par-dessus tout à promouvoir le respect de la vie de l’enfant dès sa conception. N’acceptez pas que l’avortement soit banalisé! Porter atteinte à la vie fragile mais humaine de l’enfant à naître, cela ne peut pas être un droit, car nous ne pouvons pas disposer d’une vie qui est déjà personnelle. La dignité de l’homme est en cause.
La stabilité des familles, leur ouverture à la vie, cela ne rejoint-il pas ce qu’il y a de meilleur dans vos enfants? Parents, vous êtes les aurez à cœur de les transmettre à vos enfants. Parents, vous êtes les premiers éducateurs, vous pouvez être les plus influents chez les jeunes, si vous témoignez de l’épanouissement que vous a permis votre vie conjugale, si vous restez ouverts dans le dialogue aux interrogations des enfants, si vous leur apportez un soutien affectueux au moment de l’incertitude et même au moment des échecs et des blessures. Pour donner cette éducation, l’Église et les institutions peuvent vous aider, mais vous ne devez pas vous en décharger.
De fait, vous les familles, vous êtes appelées à prendre votre part de la mission de l’Église; en transmettant à vos enfants ce que vous avez de meilleur, vous les ouvrez à la foi, vous les préparez à occuper leur juste place dans une société vraiment humaine. Sur les points que je viens d’évoquer, écoutez vos Pasteurs. Ils viennent de vous adresser une lettre qui vous expose la conception chrétienne de la famille. Voyez dans cet enseignement exigeant une marque de respect et de confiance, le souci d’accompagner les familles sur leur chemin, à la lumière de l’Évangile.
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9. Votre Évêque a bien voulu rappeler tout à l’heure que nous nous trouvons près de Marana, où repose mon compatriote le Père Jean Beyzym. Il me tient à cœur de saluer sa mémoire ici; car il est vénéré, à Madagascar et dans mon pays, comme un vrai serviteur de Dieu. Je suis heureux de célébrer devant la croix et l’icône de Notre-Dame de Czestochova qu’il avait placées à Marana, et d’offrir le Saint Sacrifice avec son calice. Merci d’avoir apporté ici ce précieux souvenir. Nous sommes reconnaissants au Père Beyzym d’avoir donné toute son énergie et tout son amour au service des lépreux, en édifiant l’hôpital qui existe encore actuellement: on y donnait des soins, on y priait, on y ouvrait à l’espérance, au cœur même de la souffrance. En évoquant la figure du Père Beyzym, je voudrais saluer tous ceux qui se dévouent aujourd’hui au service des malades. Et je voudrais dire aux malades de la lèpre et aux autres malades, ici et dans tout votre pays, combien l’Église désire leur apporter la consolation et le soulagement de leurs souffrances, combien elle souhaite que tout soit fait pour vaincre les maux qui les atteignent, combien elle compte sur leur prière et leur offrande, combien elle les aime!
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10. Ainsi donc la liturgie de la fête de saint Joseph le charpentier a orienté notre méditation vers la famille et vers le travail humain.
Que la lecture de la Lettre aux Colossiens soit pour nous une instruction sur le thème: comment vivre pleinement en chrétiens dans la famille? Comment accomplir vraiment en chrétiens notre travail?
L’Apôtre écrit: “Dans votre vie, mettez l’amour au-dessus de tout: c’est lui qui fait l’unité dans la perfection” (11).
Sans amour, il n’y a pas de vraie vie dans la famille. Même si elle traverse diverses difficultés, des manquements et des souffrances, si l’amour demeure, la famille garde sa solidité et sa cohésion. Et le travail? On sait bien que le travail entraîne peine et fatigue; mais dans le travail aussi il faut aimer ses compagnons, ceux à qui bénéficie notre labeur, à l’exemple de Jésus et de Joseph de Nazareth. Menez dans l’espérance votre vie de famille et de travail. Vous pouvez en être sûrs, “l’espérance ne trompe pas, puisque l’amour de Dieu a été répandu dans nos coeurs par l’Esprit Saint qui nous a été donné”!12.
[Insegnamenti GP II, 12/1, 1041-1044]
11. Col. 3, 14.
12. Rm. 5,5.