[1381] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, BIEN ESENCIAL PARA LA PERSONA Y LA SOCIEDAD
Del Discurso Sono lieto, a la Unión de Juristas Católicos Italianos, 16 diciembre 1989
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1. Me alegra poder acogerlos y saludarlos con ocasión del congreso nacional de estudio, que ha promovido la Unión de Juristas Católicos Italianos, sobre un tema tan importante y vital como es la familia en una sociedad compleja. Estoy seguro de que afrontarán esta delicada materia con la valentía y profundidad del que profesionalmente se ocupa de buscar en las instituciones jurídicas todo lo que sea apto para favorecer el bien de las personas y, por lo tanto, de la misma sociedad.
Ustedes, además, en sus análisis se dejarán guiar por la luz que viene de la fe, gracias a la cual es posible percibir en toda su riqueza el proyecto divino de la unión entre el hombre y la mujer para la generación de nuevas vidas humanas.
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2. Ustedes, ilustres señores, tienen delante un tema –la familia– que constituye un bien esencial de la persona y de la misma sociedad. Sobre él la Iglesia tiene, sin lugar a dudas, una palabra evangélica que decir; esta palabra ilumina, protege y refuerza esa institución tan necesaria para el bien de los hombres; pero la familia es, antes que nada, un bien inscrito en la misma creación del hombre. Por eso, la primera palabra que la Iglesia ha de decir sobre ella es que Dios la fundó al crear al hombre como persona, como ser social. Dice el Concilio Vaticano II: “Dios no creó el hombre dejándolo solo. Desde el principio los creó ‘hombre y mujer’ (Gn 1, 27), y su unión es la primera forma de comunión de personas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás” (Gaudium et spes, 12).
Cuando se oscurece la dimensión profunda de la persona humana y su sentido trascendente, cuando la persona no puede encontrarse plenamente a sí misma porque no sabe hacer una entrega sincera de sí misma (cfr. Carta Apostólica Mulieris dignitatem, 7; GS, 24), no es de extrañar que aparezcan formas sucedáneas de familia que intentan llenar el sitio natural que hay en el corazón humano para aquella que se constituye sobre la base de la entrega mutua y sincera de sí.
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3. Como cultores del derecho y como católicos, ustedes, ilustres señores, se encuentran hoy ante un desafío. No pueden permanecer pasivos contemplando los cambios de la sociedad, limitándose a darse por enterados de las adecuaciones de las leyes a los cambios de las costumbres. Esto significaría ser insensibles a ese bien de las personas que da valor a toda relación de justicia entre los hombres. Por el contrario, hay que procurar que la sociedad de nuestro tiempo sepa darse unas leyes que, si bien tengan en cuenta las diversas situaciones reales, garanticen al mismo tiempo el bien de cada persona y de las comunidades hermanas, promoviendo y tutelando la institución natural de la familia fundada en el matrimonio.
El bien “de la comunidad humana está estrechamente unido a la salud de la institución familiar. Cuando el poder civil desconoce en su legislación el valor específico que la familia rectamente constituida aporta al bien de la sociedad, cuando se comporta como espectador indiferente frente a los valores éticos de la vida sexual y matrimonial, lejos de promover el bien y la permanencia de los valores humanos, favorece con tal comportamiento la disolución de las costumbres” (cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de septiembre de 1986. pág. 10).
Por eso, no se contribuiría al bien personal y social proponiendo leyes que pretendieran reconocer como legítimas, equiparándolas a la familia natural fundada en el matrimonio, unas uniones de hecho, que no comportan una asunción de responsabilidad y una garantía de estabilidad, elementos esenciales de la unión entre el hombre y la mujer, tal como fue entendido por Dios creador y confirmada por Cristo redentor. Una cosa es garantizar los derechos de las personas y otra inducir al equívoco presentando el desorden como situación buena y recta en sí misma.
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4. El ordenamiento jurídico no puede dejar de reconocer y apoyar a la familia como lugar privilegiado para el desarrollo personal de sus miembros, especialmente de los más débiles. Yendo más allá de planteamientos, ya superados, de estos últimos decenios, es necesario privilegiar y promover jurídicamente la familia “como el lugar nato y el instrumento más eficaz de humanización y personalización de la sociedad” (Familiaris consortio, 43). Sin dar por descontado que toda familia realice perfectamente este bien social, sin embargo, es necesario que no se parta de la desconfianza con respecto a ella, sino más bien que se le ayude con los medios oportunos y los apoyos que integran su tarea formativa y asistencial al servicio de los más débiles. Es significativo que algunas plagas que han afectado de modo especial a los países occidentales, como el paro, la droga y hasta el SIDA, han llevado a redescubrir la familia como la primera y principal aliada para disminuir la incidencia negativa de estos factores en la sociedad. En efecto, ésta “posee y desencadena todavía hoy formidables energías capaces de arrancar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de insertarlo de modo activo con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad” (ib.).
Por eso, es tarea de la máxima importancia transmitir a las generaciones futuras los valores de la dignidad de la persona y de la estabilidad del matrimonio y de la familia mediante un cuerpo de leyes que los proteja y los promueva. Dar carta de naturaleza legal a formas de convivencia distintas de la familia legítima fundada en el matrimonio, además de confusión en los principios, comportaría pedagógica y culturalmente una contribución directa a la formación de una mentalidad y de una costumbre faltos de los valores basilares y fundantes de la familia.
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5. Por lo demás, ustedes como juristas italianos no pueden olvidar la contribución que ha dado este país al redescubrimiento de las raíces culturales de Europa. Una de ellas, y de las más profundas, es seguramente la concepción de la familia como “sociedad natural fundada en el matrimonio”, según la formulación solemne de la Constitución italiana (art. 29. párrafo 1.º).
Procurar que esa concepción se comprenda rectamente y se reciba oportunamente en los ordenamientos jurídicos de esta y de las demás naciones europeas, significa trabajar por la consolidación de aquella plataforma de valores sobre los cuales únicamente se podrá apoyar el edificio de una Europa auténticamente civil. Es más, puesto que se trata de una concepción enraizada en la ley natural y, por lo tanto, no específicamente cristiana, no sería difícil encontrar a personas de diferente inspiración ideal que estuvieran sustancialmente de acuerdo.
Esto no quita, como es obvio, el que la reflexión cristiana sobre el tema de la familia haya aportado una profundización significativa al respecto. A ésta será conveniente que dirijáis vuestra reflexión, no sea que, por haberla descuidado, se dé un empobrecimiento de esas fuentes a las que han acudido con fruto incluso pueblos de otros continentes.
Deseándoles de corazón un trabajo provechoso, invoco para ustedes los favores de la asistencia divina, en prenda de los cuales imparto con afecto mi Bendición.
[OR (e. c.), 28.I.1990, 8]
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1. Sono lieto di accogliervi e di salutarvi in occasione del convegno nazionale di studio che l’Unione Giuristi Cattolici Italiani ha promosso su di un tema così importante e vitale quale è la famiglia in una società complessa. Sono certo che voi affronterete la delicata materia con il coraggio e la profondità di chi, per professione, si sente impegnato a cercare quanto negli istituti giuridici è atto a favorire il bene delle persone e, quindi, della stessa società.
Voi non mancherete, inoltre, di farvi guidare, nelle vostre analisi, dalla luce che viene dalla fede, grazie alla quale è possibile percepire in tutta la sua ricchezza il progetto divino sull’unione dell’uomo e della donna in vista della generazione di nuove vite umane.
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2. Voi, illustri signori, siete davanti a un tema –la famiglia– che costituisce un bene essenziale della persona e della stessa società. Su di esso la Chiesa ha senz’altro una parola evangelica da dire che illumina, protegge e rinforza questa istituzione così necessaria per il bene degli uomini; ma la famiglia è, innanzitutto, una realtà terrena, un bene proprio della città degli uomini, un bene iscritto nella stessa creazione dell’uomo. Perciò la prima parola che la Chiesa ha da dire su di essa è che Iddio l’ha fondata creando l’uomo persona, essere sociale. “Dio non creò l’uomo lasciandolo solo –dice il Concilio Vaticano II–; fin dal principio “uomo e donna li creò” (1) e la loro unione costituisce la prima forma di comunione di persone. L’uomo, infatti, per la sua intima natura è un essere sociale, e senza i rapporti con gli altri non può vivere né esplicare le sue doti” (2).
Quando si oscura la dimensione profonda della persona umana e il suo senso trascendente, quando la persona non può ritrovare pienamente se stessa perchè non sa fare dono sincero di sè (3), non fa meraviglia che appaiano forme succedanee di famiglia, le quali cercano di riempire il posto naturale che c’è nel cuore umano per quella che è costituita sulla base del dono sincero e vicendevole di sè.
1. Gen 1,27.
2. Gaudium et spes, 12 [1965 12 07c/ 12].
3. cf. Mulieris dignitatem, 7 [1988 08 15/ 7]; Gaudium et spes, 24.
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3. Come cultori del diritto e come cattolici voi, illustri signori, vi trovate oggi davanti a una sfida. Non potete restare in passiva contemplazione dei cambiamenti della società, limitandovi a prender atto degli adeguamenti delle leggi civili ai mutamenti del costume. Ciò significherebbe essere insensibili a quel bene delle persone che dà valore ad ogni rapporto di giustizia tra gli uomini. Occorre, invece, impegnarsi perchè la società dei nostri giorni sappia darsi delle leggi che, pur tenendo conto delle diverse situazioni reali, garantiscano il bene delle persone singole e delle comunità umane, promovendo e tutelando l’istituto naturale della famiglia fondata sul matrimonio.
Il bene “della comunità umana è strettamente legato alla sanità dell’istituzione familiare. Quando, nella sua legislazione, il potere civile disconosce il valore specifico che la famiglia rettamente costituita porta al bene della società; quando esso si comporta come spettatore indifferente di fronte ai valori etici della vita sessuale e di quella matrimoniale, allora, lungi dal promuovere il bene e la permanenza dei valori umani, favorisce con tale comportamento la dissoluzione dei costumi” (4).
Non si contribuirebbe, perciò, al bene personale e sociale ipotizzando leggi, che pretendessero di riconoscere come legittime, equiparandole alla famiglia naturale fondata sul matrimonio, unioni di fatto, che non comportano alcuna assunzione di responsabilità ed alcuna garanzia ai stabilità, elementi essenziali dell’unione tra l’uomo e la donna, come fu intesa da Dio creatore e confermata da Cristo redentore. Una cosa è garantire i diritti delle persone ed un’altra indurre nell’equivoco di presentare il disordine come situazione in sè buona e retta.
4. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX, 1, [1986], 1140.
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4. L’ordinamento giuridico non può non riconoscere e sostenere la famiglia come luogo privilegiato per lo sviluppo personale dei suoi membri, specialmente dei più deboli. Oltrepassando impostazioni superate di questi ultimi decenni, occorre privilegiare e promuovere giuridicamente la famiglia come “il luogo nativo e lo strumento più efficace di umanizzazione e di personalizzazione della società” (5). Senza dare per scontato che ogni famiglia realizzi perfettamente questo bene sociale, occorre tuttavia non partire dalla diffidenza nei suoi confronti, ma piuttosto aiutarla con quei mezzi opportuni e quei sussidi, che integrano il suo compito formativo e assistenziale a servizio dei più deboli. Significativamente, alcune piaghe che hanno colpito specialmente i paesi occidentali, come la disoccupazione, la droga, e persino l’AIDS, hanno portato a riscoprire la famiglia come la prima e principale alleata per diminuire l’incidenza negativa di quei fattori sulla società. Essa infatti, “possiede e sprigiona ancora oggi energie formidabili capaci di strappare l’uomo dall’anonimato, di mantenerlo cosciente della sua dignità personale, di arricchirlo di profonda umanità e di inserirlo attivamente con la sua unicità e irripetibilità nel tessuto della società” (6).
Si rivela, perciò, compito della massima importanza quello di trasmettere alle generazioni future i valori della dignità della persona e della stabilità del matrimonio e della famiglia mediante un corpo di leggi che li protegga e li promuova. Dare carta di cittadinanza legale a forme di convivenza diverse dalla famiglia legittima fondata sul matrimonio, oltre alla confusione sul piano dei principi, comporterebbe pedagogicamente e culturalmente un diretto contributo alla formazione di una mentalità e di un costume privi di riferimento ai valori basilari e fondanti della famiglia.
5. Familiaris consortio, 43 [1981 11 22/ 43].
6. Familiaris consortio, 43 [1981 11 22/ 43].
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5. Come giuristi italiani, del resto, non potete dimenticare il contributo offerto da questo Paese alla riscoperta delle comuni radici culturali dell’Europa. Una di queste, e tra le più profonde, è sicuramente la concezione della famiglia come “società naturale fondata sul matrimonio”, secondo la formulazione solenne della carta costituzionale italiana (7).
Impegnarsi perchè tale concezione sia rettamente capita ed opportunamente recepita negli ordinamenti giuridici di questa e delle altre nazioni europee, significa lavorare al consolidamento di quella piattaforma di valori su cui soltanto può poggiare l’edificio di una Europa autenticamente civile. Trattandosi, peraltro, di concezione radicata nella legge di natura e quindi non specificamente cristiana, non dovrebbe essere difficile trovare sostanzialmente consenzienti su di essa anche persone di diversa ispirazione ideale.
Questo non toglie, ovviamente, che la riflessione cristiana sul tema della famiglia abbia apportato approfondimenti significativi in materia. Ad essi converrà che la vostra riflessione guardi con rinnovata attenzione, affinchè non accada che dall’averli trascurati derivi un impoverimento di quelle fonti alle quali hanno attinto fruttuosamente anche popoli di altri continenti.
Nel porgervi il mio augurio cordiale di un proficuo lavoro, invoco su di voi i favori della divina assistenza, in pegno dei quali vi imparto con affetto la mia benedizione.
[AAS 82 (1990), 777-780 ]
7. Costituzione della Repubblica Italiana, art. 29, comma 1°.