[1415] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO, REALIDAD NATURAL Y CULTURAL
Del Discurso La ringrazio, a la Rota Romana, en la Inauguración del Año Judicial, 28 enero 1991
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2. El matrimonio es una institución de derecho natural, cuyas características están inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Desde las primeras páginas de la Biblia, el autor sagrado presenta la distinción de los sexos como querida por Dios: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 27). También en el segundo relato de la creación, el libro del Génesis refiere que Yahvé Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18). La narración prosigue: “Y le quitó [Yahvé] una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: ‘Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’” (Gn 2, 21-23). El vínculo que se crea entre el hombre y la mujer en la relación matrimonial es superior a cualquier otro tipo de vínculo interhumano, incluso al vínculo con los padres. El autor sagrado concluye: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 24).
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3. Precisamente porque se trata de una realidad enraizada de modo muy profundo en la misma naturaleza humana, el matrimonio está marcado por las condiciones culturales e históricas de cada pueblo, que han dejado siempre una huella en la institución matrimonial. Por eso, la Iglesia no puede prescindir de ellas. Lo he recordado en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio: “Dado que los designios de Dios sobre el matrimonio y la familia afectan al hombre y a la mujer en su concreta existencia cotidiana, en determinadas situaciones sociales y culturales, la Iglesia, para cumplir su servicio, debe esforzarse por conocer el contexto dentro del cual matrimonio y familia se realizan hoy” (n. 4; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1981, pág. 5). El proyecto de Dios se lleva a cabo en el camino de la historia y en la variedad de las culturas. Si, por una parte, la cultura ha influido muchas veces negativamente en la institución del matrimonio imprimiéndole una dirección contraria al proyecto divino, como en los casos de la poligamia y el divorcio, por otra, en no pocos casos ha sido el instrumento del que Dios se ha servido a fin de preparar el terreno para una comprensión más profunda de su intención originaria.
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4. La Iglesia, en su misión de presentar a los hombres la doctrina revelada, ha tenido que confrontarse continuamente con las culturas. Desde los primeros siglos, el mensaje cristiano encontró en la cultura grecorromana un terreno favorable desde muchos puntos de vista. En particular, el derecho romano, influido por la predicación cristiana, perdió gran parte de su aspereza, dejándose imbuir por la humanitas evangélica y ofreciendo, a su vez, a la nueva religión un óptimo instrumento científico con el que elaborar su legislación sobre el matrimonio. La fe cristiana, mientras introducía en ella el valor de la indisolubilidad del vínculo matrimonial, hallaba en la reflexión jurídica romana sobre el consentimiento el instrumento para expresar el principio fundamental que es la base de la disciplina canónica en esta materia. Este principio fue reafirmado enérgicamente por el Papa Pablo VI en el encuentro que tuvo con vosotros el 9 de febrero de 1976. Dijo entonces, entre otras cosas, que el principio “matrimonium facit partium consensus” “summum momentum habet in universa doctrina canonica ac theologica a traditione recepta, idemque saepe propositum est ab Ecclesiae magisterio ut unum ex praecipuis capitibus, in quibus ius naturale de matrimoniali instituto nec non praeceptum evangelicum innituntur” (Insegnamenti, vol. XIV, 1976, 99). Éste es, por tanto, fundamental en el ordenamiento canónico (cfr. c. 1057, §1).
Pero el problema de las culturas se ha vuelto particularmente vivo hoy día. La Iglesia constató esta realidad con renovada sensibilidad durante el Concilio Vaticano II: “Múltiples son los vínculos, afirma la Constitución Gaudium et spes, que existen entre el mensaje de salvación y la cultura humana. Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada época” (n. 58). En la línea del misterio de la Encarnación, “la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes, para investigarlo y comprenderlo con mayor profundidad, para expresarlo mejor en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de los fieles” (ib.). Sin embargo, toda cultura ha de ser evangelizada, es decir, ha de confrontarse con el mensaje evangélico y dejarse penetrar por él: “La Buena Nueva de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído, combate y elimina los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado” (ib.). Las culturas, decía Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, “han de ser regeneradas mediante el encuentro con la Buena Nueva” (n. 20).
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5. Entre los influjos que la cultura actual ejerce sobre el matrimonio, hay que citar algunos que se inspiran en la fe cristiana. Por ejemplo, el retroceso de la poligamia y de otras formas de condicionamiento, a las que el hombre sometía a la mujer, la afirmación de la igualdad entre el hombre y la mujer, y la tendencia creciente hacia una visión personalista del matrimonio, entendido como comunidad de vida y amor, son valores que hoy forman parte del patrimonio moral de la humanidad. El reconocimiento de la igual dignidad del hombre y la mujer va unido al reconocimiento cada vez más amplio del derecho a la libertad de elegir, ya el estado de vida, ya el compañero en el matrimonio. La cultura contemporánea, sin embargo, presenta también aspectos que despiertan preocupación. En algunos casos, se trata de los mismos valores positivos mencionados antes que, habiendo perdido el nexo vital con su originaria matriz cristiana, acaban siendo elementos desarticulados y escasamente significativos, que ya no se pueden integrar en el cuadro orgánico de un matrimonio rectamente entendido y auténticamente vivido. En particular, en el mundo occidental, opulento y consumista, estos aspectos positivos corren el riesgo de ser tergiversados por una visión inmanentista y hedonista, que envilece el sentido verdadero del amor matrimonial. Puede resultar instructivo releer, desde el punto de vista del matrimonio, lo que dice la Relación final del Sínodo extraordinario de los obispos sobre las causas externas que obstaculizan la aplicación del Concilio: “En las naciones ricas se extiende cada vez más una ideología caracterizada por el orgullo de sus progresos técnicos y por un cierto inmanentismo, que lleva hacia la idolatría de los bienes materiales (el llamado consumismo). De donde se desprende una cierta ceguera frente a la realidad y los valores espirituales” (I, 4). Las consecuencias son nefastas: “Este inmanentismo es una reducción integral del hombre, que lo conduce no hacia su verdadera liberación, sino hacia una nueva idolatría, hacia las ideologías y hacia la vida en estructuras reductivas y a menudo opresivas de este mundo” (II, A, 1). De esa mentalidad deriva el desconocimiento del carácter sagrado del matrimonio, por no decir el rechazo de la misma institución matrimonial, que prepara el camino para la difusión del amor libre. Incluso cuando se la acepta, la institución matrimonial sufre con frecuencia algunas deformaciones tanto en sus elementos esenciales como en sus propiedades. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el amor conyugal se vive en un encerramiento egoísta, como una forma de evasión, que se justifica y se agota en sí misma. Igualmente, el absolutizar la libertad, que es necesaria para el consentimiento, en el que radica el fundamento del matrimonio, lleva a la plaga del divorcio. Se olvida, entonces, que frente a las dificultades de la relación, es preciso no dejarse dominar por el impulso del temor o por el peso del cansancio; hay que saber hallar en los recursos del amor la valentía de la coherencia con los compromisos asumidos. Por lo demás, la renuncia a las propias responsabilidades, en lugar de favorecer la propia realización, causa una progresiva alienación de sí mismos. Se tiende, en efecto, a atribuir las dificultades a mecanismos psicológicos, cuyo funcionamiento se interpreta en clave determinista, con la consecuencia de un recurso expeditivo a las deducciones de las ciencias psicológicas y psiquiátricas para reclamar la nulidad del matrimonio.
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6. Como es sabido de todos, existen aún hoy día pueblos en los que no ha desaparecido del todo la costumbre de la poligamia. Ahora bien, también entre los católicos hay quienes, en nombre del respeto a la cultura de esos pueblos, quisieran justificar de alguna manera, o tolerar, semejante práctica en las comunidades cristianas. Durante mis viajes apostólicos no he dejado de recordar la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio monogámico y sobre la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Ciertamente, no se puede ignorar que en las citadas culturas queda por recorrer todavía un largo camino hacia el reconocimiento total de la igual dignidad del hombre y la mujer. El matrimonio es aún, en gran medida, el resultado de acuerdos entre familias, que no tienen debidamente en cuenta la libre voluntad de los jóvenes. En la misma celebración del matrimonio, las costumbres sociales hacen que en ciertas ocasiones sea difícil establecer el momento en el que se expresa el consentimiento matrimonial y el momento en el que surge el vínculo matrimonial, dando pie a interpretaciones que no son conformes con la índole de alianza personal del consentimiento matrimonial. También por lo que respecta a la fase procesal, se notan ciertas negligencias frente a la ley canónica, que se pretenden justificar invocando costumbres locales o peculiaridades de la cultura de un determinado pueblo. Respecto a este punto, es conveniente recordar que negligencias de esta clase no significan simplemente la omisión de leyes procesales formales, sino que también representan un peligro de violación del derecho a la justicia, que corresponde a todo fiel, y cuya consecuencia es la pérdida de respeto hacia la santidad del matrimonio.
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7. Por este motivo, la Iglesia, aunque presta la debida atención a las culturas de todos los pueblos y a los progresos de la ciencia, deberá vigilar siempre para que a los hombres de hoy se les vuelva a proponer con integridad el mensaje evangélico sobre el matrimonio, tal como ha ido madurando en su conciencia a través de la reflexión secular, guiada por el Espíritu. El fruto de esta reflexión está hoy depositado con particular riqueza en el Concilio Vaticano II y en el nuevo Código de Derecho Canónico, que es uno de los instrumentos más destacados de la aplicación del Concilio. Con cuidado maternal, atenta a la voz del Espíritu y sensible a las instancias de las culturas modernas, la Iglesia no se limita a reafirmar los elementos esenciales que hay que proteger, sino que, usando los medios puestos a su disposición por los actuales adelantos científicos, estudia el modo de acoger todos los elementos valiosos que han venido surgiendo en el pensamiento y en las costumbres de los pueblos. Como un signo de continuidad con la tradición y de apertura a las nuevas instancias se coloca la reciente legislación matrimonial, fundada sobre las tres columnas: el consentimiento matrimonial, la habilidad de las personas y la forma canónica. El nuevo Código ha dado cabida a los resultados conciliares, sobre todo a los que se refieren a la concepción personalista del matrimonio. Su legislación encierra elementos y protege valores que la Iglesia quiere garantizar universalmente, por encima de la variedad y mutabilidad de las culturas dentro de las que se mueven las Iglesias particulares. Al proponer de nuevo estos valores y los procedimientos necesarios para su protección, el nuevo Código deja un espacio muy grande a la responsabilidad de las Conferencias Episcopales y de los pastores de las Iglesias particulares, a fin de que efectúen adaptaciones en armonía con la diversidad de las culturas y la variedad de las situaciones pastorales. Se trata de aspectos que no pueden considerarse marginales o de escasa importancia. Por ello, urge establecer las normas adecuadas que, a este respecto, exige el nuevo Código.
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8. En su fidelidad a Dios y al hombre, la Iglesia se comporta como el escriba que se hizo discípulo del reino de los cielos: “Saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mt 13, 52). En la adhesión fiel al Espíritu, que la ilumina y sostiene, ella, en su condición de pueblo de la nueva alianza, “habla en todas las lenguas, comprende y abraza en la caridad todas las lenguas” (Ad gentes, 4). A todos vosotros, dispensadores de la justicia, os invito a mirar el matrimonio a la luz del proyecto de Dios, para promover su realización con los medios de que disponéis, y os exhorto a perseverar generosamente en vuestro trabajo, convencidos de prestar un importante servicio a las familias, a la Iglesia y a la misma sociedad. El Papa os sigue con confianza y afecto, y con estos sentimientos os imparte su Bendición Apostólica.
[DP-13 (1991), 18-19]
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2. Il matrimonio è un’istituzione di diritto naturale, le cui caratteristiche sono iscritte nell’essere stesso dell’uomo e della donna. Fin dalle prime pagine della Sacra Scrittura, l’Autore sacro presenta la distinzione dei sessi come voluta da Dio: “Dio creò l’uomo a sua immagine; a immagine di Dio lo creò; maschio e femmina li creò” (1). Anche nell’altro racconto della creazione, il Libro della Genesi riferisce che il Signore Dio disse: “Non è bene che l’uomo sia solo: gli voglio fare un aiuto che gli sia simile” (2). La narrazione prosegue: “Il Signore Dio plasmò con la costola, che aveva tolta all’uomo, una donna e la condusse all’uomo. Allora l’uomo disse: ‘Questa volta essa è carne dalla mia carne e osso dalle mie ossa’” (3). Il vincolo che viene a crearsi tra l’uomo e la donna nel rapporto matrimoniale è superiore ad ogni altro vincolo interumano, anche a quello con i genitori. L’Autore sacro conclude: “Per questo l’uomo abbandonerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne” (4).
1. Gen. 1,27.
2. Gen. 2,18.
3. Gen. 2,21-23.
4. Gen. 2,24.
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3. Proprio perchè realtà profondamente radicata nella stessa natura umana, il matrimonio è segnato dalle condizioni culturali e storiche di ogni popolo. Esse hanno sempre lasciato una loro traccia nell’istituzione matrimoniale. La Chiesa, pertanto, non ne può prescindere. L’ho ricordato nell’Esortazione apostolica Familiaris consortio: “Poichè il disegno di Dio sul matrimonio e sulla famiglia riguarda l’uomo e la donna nella concretezza della loro esistenza quotidiana in determinate situazioni sociali e culturali, la Chiesa, per compiere il suo servizio, deve applicarsi a conoscere le situazioni entro le quali il matrimonio e la famiglia oggi si realizzano” (5). È nel cammino della storia e nella varietà delle culture che si realizza il progetto di Dio. Se da una parte la cultura ha segnato a volte negativamente l’istituzione matrimoniale, imprimendovi deviazioni contrarie al progetto divino, quali la poligamia e il divorzio, dall’altra in non rari casi essa è stata lo strumento di cui Dio si è servito per preparare il terreno ad una migliore e più profonda comprensione del suo intendimento originario.
5. Familiaris consortio, 4 [1981 11 22/ 4].
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4. La Chiesa, nella sua missione di presentare agli uomini la dottrina rivelata, ha dovuto confrontarsi continuamente con le culture. Fin dai primi secoli il messaggio cristiano, nell’incontro con la cultura greco-romana, trovò un terreno per vari aspetti favorevole. In particolare il diritto romano, sotto l’influsso della predicazione cristiana, perse molto della sua asprezza, lasciandosi permeare dall’humanitas evangelica ed offrendo, a sua volta, alla nuova religione un ottimo strumento scientifico per l’elaborazione della sua legislazione sul matrimonio. La fede cristiana, mentre introduceva in essa il valore dell’indissolubilità del vincolo matrimoniale, trovava nella riflessione giuridica romana sul consenso lo strumento per esprimere il principio fondamentale che sta alla base della disciplina canonica in materia. Questo principio fu ribadito con fermezza dal Papa Paolo VI nell’incontro che ebbe con voi il 9 febbraio 1976. Egli affermava allora, tra l’altro, che il principio “matrimonium facit partium consensus”: “summum momentum habet in universa doctrina canonica ac theologica a traditione recepta, idemque saepe propositum est ab Ecclesiae magisterio ut unum ex praecipuis capitibus, in quibus ius naturale de matrimoniali instituto nec non praeceptum evangelicum innituntur” (6). Esso è pertanto fondamentale nell’ordinamento canonico (7).
Ma il problema delle culture si è fatto particolarmente vivo oggi. La Chiesa ne ha preso atto con rinnovata sensibilità durante il Concilio Vaticano II: “Tra il messaggio della salvezza e la cultura –afferma la Costituzione Gaudium et spes– esistono molteplici rapporti. Dio, infatti, rivelandosi al suo popolo fino alla piena manifestazione di sè nel Figlio incarnato, ha parlato secondo il tipo di cultura proprio delle diverse epoche storiche” (8). Nella linea del mistero dell’Incarnazione, “la Chiesa, che ha conosciuto nel corso dei secoli condizioni d’esistenza diverse, si è servita delle differenti culture per diffondere e spiegare nella sua predicazione il messaggio di Cristo a tutte le genti, per studiarlo ed approfondirlo, per meglio esprimerlo nella vita liturgica e nella vita della multiforme comunità dei fedeli” (Ivi). Ogni cultura però deve essere evangelizzata, deve cioè confrontarsi col messaggio evangelico e farsene permeare: “Il Vangelo di Cristo rinnova continuamente la vita e la cultura dell’uomo decaduto, combatte e rimuove gli errori e i mali derivanti dalla sempre minacciosa seduzione del peccato” (9). Le culture, diceva Paolo VI nell’Esortazione apostolica Evangelii nuntiandi, “devono essere rigenerate mediante l’incontro con la buona novella” (10).
6. Insegnamenti di Paolo VI, XIV [1976] 99.
7. CIC., can. 1057 § 1 [1983 01 25/ 1057].
8. Gaudium et spes, 58.
9. Gaudium et spes, 58.
10. Evangelii nuntiandi, 20.
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5. Tra gli influssi che la cultura odierna esercita sul matrimonio se ne devono rilevare alcuni che traggono la loro ispirazione dalla fede cristiana. Per esempio il regresso della poligamia e di altre forme di condizionamento, a cui la donna era sottoposta dall’uomo, l’affermarsi della parità tra l’uomo e la donna, il crescente orientamento verso una visione personalistica del matrimonio, inteso come comunità di vita e di amore, sono valori che fanno ormai parte del patrimonio morale dell’umanità. Al riconoscimento della pari dignità dell’uomo e della donna s’accompagna inoltre il riconoscimento sempre più ampio del diritto alla libertà di scelta sia dello stato di vita che del proprio partner nel matrimonio. La cultura contemporanea, tuttavia, presenta anche aspetti che destano preoccupazione. In alcuni casi sono gli stessi accennati valori positivi che, avendo perso il vitale collegamento con l’originaria matrice cristiana, finiscono per apparire elementi disarticolati e scarsamente significativi, che non è più possibile integrare nel quadro organico di un matrimonio rettamente inteso e autenticamente vissuto. In particolare, nel mondo occidentale, opulento e consumista, tali aspetti positivi rischiano di essere distorti da una visione immanentistica ed edonistica, che svilisce il senso vero dell’amore sponsale. Può essere istruttivo rileggere dall’angolatura del matrimonio quanto dice la Relazione Finale del Sinodo Straordinario dei Vescovi circa le cause esterne che ostacolano l’attuazione del Concilio: “Nelle nazioni ricche cresce sempre più un’ideologia, caratterizzata dall’orgoglio per i progressi tecnici e da un certo immanentismo, che porta all’idolatria dei beni materiali (il cosiddetto consumismo). Ne può conseguire una certa qual cecità verso la realtà e i valori spirituali” (11). Le conseguenze sono nefaste: “Questo immanentismo è una riduzione della visione integrale dell’uomo, che conduce non alla sua vera liberazione ma ad una nuova idolatria, alla schiavitù delle ideologie, alla vita in strutture riduttive e spesso oppressive di questo mondo” (12). Da tale mentalità consegue spesso il misconoscimento della sacralità dell’istituto matrimoniale, per non dire il rifiuto della stessa istituzione matrimoniale, che apre la strada al dilagare del libero amore. Anche là dove viene accettata, l’istituzione è non raramente deformata sia nei suoi elementi essenziali che nelle sue proprietà. Ciò avviene, ad esempio, quando l’amore coniugale è vissuto in egoistica chiusura, come forma di evasione, che si giustifica e si esaurisce in se stessa. Ugualmente la libertà, pur necessaria per quel consenso in cui sta il fondamento del matrimonio, se assolutizzata, porta alla piaga del divorzio. Si dimentica, allora, che, di fronte alle difficoltà del rapporto, è necessario non lasciarsi dominare dall’impulso della paura o dal peso della stanchezza, ma saper trovare nelle risorse dell’amore il coraggio della coerenza con gli impegni assunti. La rinuncia alle proprie responsabilità, peraltro, anzichè portare alla realizzazione di sè, matura una progressiva alienazione da sè. Si tende, infatti, ad addebitare le difficoltà a meccanismi psicologici, il cui funzionamento viene inteso in senso deterministico, con la conseguenza di uno sbrigativo ricorso alle deduzioni delle scienze psicologiche e psichiatriche per reclamare la nullità del matrimonio.
11. Relatio finalis, I,4.
12. Ivi, II, A,1.
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6. Com’è noto, vi sono tuttora nel mondo popoli presso i quali non è scomparsa del tutto la consuetudine della poligamia. Orbene, anche tra i cattolici c’è chi, in nome del rispetto della cultura di tali popoli, vorrebbe in qualche modo giustificare o tollerare una simile prassi nelle comunità cristiane. Nei miei viaggi apostolici non ho mancato di riproporre la dottrina della Chiesa sul matrimonio monogamico e sulla parità di diritti tra l’uomo e la donna. Non si può ignorare, infatti, che presso tali culture resta ancora da fare non poco cammino nel campo del pieno riconoscimento della pari dignità dell’uomo e della donna. Il matrimonio è ancora, in larga misura, frutto di accordi tra famiglie, che non tengono nel debito conto la libera volontà dei giovani. Nella stessa celebrazione del matrimonio le consuetudini sociali rendono talvolta difficile determinare il momento dello scambio consensuale e del sorgere del vincolo matrimoniale, dando adito ad interpretazioni non consone con la natura pattizia e personale del consenso matrimoniale. Anche per quanto concerne la fase processuale, non mancano negligenze nei confronti della legge canonica, a giustificazione delle quali si invocano consuetudini locali o particolarità proprie della cultura di un certo popolo. In proposito, converrà ricordare che negligenze di questo genere non significano semplicemente omissione di leggi formali processuali, ma rischio di violazione del diritto alla giustizia, spettante ai singoli fedeli, con conseguente degrado del rispetto per la santità del matrimonio.
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7. La Chiesa, pertanto, pur con la debita attenzione alle culture di ogni popolo e ai progressi della scienza, dovrà sempre vigilare perchè agli uomini di oggi venga riproposto integralmente il messaggio evangelico sul matrimonio, qual è maturato nella sua coscienza attraverso la secolare riflessione condotta sotto la guida dello Spirito. Il frutto di tale riflessione è oggi consegnato con particolare dovizia nel Concilio Vaticano II e nel nuovo “Codice di Diritto Canonico”, che del Concilio è uno dei più rilevanti documenti di attuazione. Con cura materna la Chiesa, attenta alla voce dello Spirito e sensibile alle istanze delle culture moderne, non si limita a ribadire gli elementi essenziali da salvaguardare, ma facendo uso dei mezzi posti a sua disposizione dagli odierni progressi scientifici, si studia di recepire quanto di valido è venuto emergendo nel pensiero e nel costume dei popoli. Nel segno della continuità con la tradizione e dell’apertura alle nuove istanze si pone la nuova legislazione matrimoniale, fondata sui tre cardini del consenso matrimoniale, dell’abilità delle persone e della forma canonica. Il nuovo Codice ha recepito le acquisizioni conciliari, particolarmente quelle relative alla concezione personalistica del matrimonio. La sua legislazione tocca elementi e protegge valori, che la Chiesa vuole garantiti a livello universale, al di là della varietà e mutabilità delle culture entro le quali si muovono le singole Chiese particolari. Nel riproporre simili valori e le procedure necessarie per la loro salvaguardia, il nuovo Codice lascia, peraltro, un notevole spazio alla responsabilità delle Conferenze episcopali o dei Pastori delle singole Chiese particolari, per adattamenti consoni alla diversità delle culture e alla varietà delle situazioni pastorali. Si tratta di aspetti che non possono considerarsi marginali o di scarsa importanza. Per questo è urgente procedere alla predisposizione delle norme adeguate che, in proposito, il nuovo Codice richiede.
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8. Nella sua fedeltà a Dio e all’uomo, la Chiesa agisce come lo scriba divenuto discepolo del Regno dei cieli: “Estrae dal suo tesoro cose nuove e cose antiche” (13). In adesione fedele allo Spirito, che la illumina e la sorregge, essa, quale popolo della nuova Alleanza, in tutte le “lingue si esprime e tutte le lingue nell’amore intende e abbraccia” (14). Mentre invito tutti voi, operatori della giustizia, a guardare al matrimonio alla luce del progetto di Dio, per promuoverne con i mezzi di cui disponete l’attuazione, vi esorto a perseverare generosamente nel vostro lavoro, convinti di rendere un importante servizio alle famiglie, alla Chiesa, alla stessa società. Il Papa vi segue con fiducia ed affetto, e con questi sentimenti vi imparte l’apostolica benedizione.
[AAS 83 (1991), 948-953]
13. Mt. 13,52.
14. Ad gentes, 4.