[1420] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DEFENSA DE LA VIDA Y LA FAMILIA
Del Discurso Do a tutti, a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, 4 octubre 1991
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2. El Consejo, como también el Instituto, es una consecuencia del Sínodo de 1980 y del documento post-sinodal Familiaris consortio, que es la “Carta Magna” de esta gran e importante problemática teológico-pastoral, a la que el Pontificio Consejo para la Familia está llamado a hacer frente. Así fue en el momento de su institución y así es también hoy. La Fa miliaris consortio recoge la enseñanza sobre la familia de la Constitución Gaudium et spes, pero también el magisterio post-conciliar de Pablo VI, expresado ante todo en la Encíclica Humanae vitae.
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3. Deseo aclarar que, obviamente, es necesario tener ante los ojos no sólo los textos, sino también los problemas reales del matrimonio y la familia en el mundo actual y en la Iglesia. Estos problemas son múltiples y diferentes, pero su raíz es común. El Pontificio Consejo para la Familia, consciente de esta realidad, debe ocuparse de estos problemas y tener en cuenta su diversidad. Esto exige un carácter universal también en la composición del personal que trabaja en este Consejo Pontificio.
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4. La estructura de semejantes tareas requiere la colaboración con las Iglesias locales, mediante las Conferencias Episcopales, que tienen su punto de referencia central en el Ministerium Petrinum. Al mismo tiempo, los miembros del Consejo, como representantes de las familias procedentes de diversas partes del mundo, en virtud de su vocación cristiana, son, de manera particular, los testigos directos de la vida conyugal y familiar en los diversos países, culturas y territorios del mundo. De alguna manera, ellos pueden indicar los caminos para las posibles soluciones de estos problemas. Aquí se trata del servicio de los pastores y, al mismo tiempo, del apostolado de los laicos.
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5. En este trabajo es necesario referirse al Consistorio extraordinario de los cardenales, celebrado del 4 al 6 de abril de 1991; en particular al tema de la defensa de la vida humana desde su inicio. Se necesita tener presentes y traducir a la realidad de la vida las sugerencias y propuestas que brotaron de aquel acontecimiento eclesial. Como afirmé en el discurso de apertura de aquel Consistorio: “La lucha entre la civilización de la muerte y la civilización de la vida y del amor no cesa nunca. Se trata de problemas de gran importancia para la misión de la Iglesia y, al mismo tiempo, guardan relación con la dignidad del hombre y sus derechos inalienables, y también, de forma indirecta, con su mismo futuro y con la sociedad entera” (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de abril de 1991, p. 4). La necesidad de defender la vida se convierte en un desafío particular para toda la actividad de la Iglesia y de la evangelización contemporánea. En efecto, está amenazada la misma institución sacramental del matrimonio y, en consecuencia, la solidez y estabilidad de la familia. Aquí se trata de una relación existencial y ética de carácter, en cierto sentido, “orgánico”. Tal vez no sea exagerado decir que en este ámbito se concentra, de manera particular, el frente “anti-evangelizador”, que dispone de una argumentación específica y, además, de múltiples “medios”. Estos argumentos y medios tienen como propósito mostrar el camino “más fácil” para los hombres y mujeres de nuestra época. Se trata del “camino ancho” al que el Señor Jesús contrapone el “camino estrecho y angosto”, que conduce a la salvación.
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6. A este Consejo para la Familia y también a toda la actividad pastoral en este ámbito corresponde el deber de convencer acerca de la bondad de este “camino evangélico” y mostrar por qué este “yugo”, a pesar de todo, es “suave” y su carga “ligera” (Mt 11, 30). Esta tarea es enorme y múltiple. Deben compartirla de modo justo los sacerdotes y los laicos. El papel de los laicos es indispensable e insustituible: son, en cierto sentido, “testigos” inmediatos. Unos y otros deben buscar apoyo en el magisterio y en la teología que refleja todas sus exigencias. Por esta razón, es significativo el hecho de que el Consejo para la Familia y el Instituto de estudios sobre el matrimonio y la familia hayan sido fundados contemporáneamente. Se necesitan muchos institutos de este tipo, pero con tal de que estén orientados a la formación y educación en el espíritu de toda la verdad que la Iglesia proclama.
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7. En vuestra asamblea plenaria desarrolláis la reflexión sobre un tema de gran importancia para la pastoral: “Los cursos de preparación al matrimonio”. La Exhortación Apostólica Familiaris consortio ya ha señalado su importancia: “Los cambios que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no sólo la familia, sino también la sociedad y la Iglesia, se comprometan en el esfuerzo de preparar a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro (...). Por esto, la Iglesia debe promover programas mejores y más intensos de preparación al matrimonio, para eliminar lo más posible las dificultades en que se debaten tantos matrimonios, y más aún para favorecer positivamente el nacimiento y madurez de los matrimonios logrados” (n. 66; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1981, pág. 18). El Código de Derecho Canónico, en el canon 1063, obliga a los pastores de almas a que provean a la formación de los fieles para el matrimonio cristiano. Además de una predicación y catequesis acomodada a los menores, a los jóvenes y a los adultos, establece que se dé “la preparación personal para contraer matrimonio, por la cual los novios se dispongan para la santidad y las obligaciones de su nuevo estado” (canon 1063, 2). En breve, hoy más que nunca se requiere una seria, profunda y atenta preparación para que la nobilísima vocación de los esposos se desarrolle, con fidelidad y serenidad, según la voluntad de Dios. La familia debe dar una prueba convincente de su propia misión de testigos de Dios, en cuya alianza los esposos unen sus vidas. Ciertamente, consuela la existencia de tantas y tantas familias cristianas que viven haciendo presente en el mundo el misterio del amor de Cristo hacia los hombres; misterio de amor en el que participan por el sacramento del matrimonio. Cuanto más grandes son las dificultades ambientales para conocer la verdad del sacramento cristiano y del mismo instituto matrimonial, tanto mayores deben ser los esfuerzos para preparar adecuadamente a los esposos para sus responsabilidades. Habéis podido observar que, dada la necesidad de realizar tales cursos en las parroquias, y teniendo en cuenta los resultados positivos de los varios métodos usados, parece conveniente que se proceda a una precisión de los criterios que hay que adoptar, bajo forma de Guía o de Directorio, para ofrecer una ayuda válida a las Iglesias particulares. Es indispensable que a la preparación doctrinal se le dé el tiempo y la atención necesaria. La seguridad del contenido debe ser el centro y el objetivo esencial de los cursos, en una perspectiva que haga más consciente la celebración del sacramento del matrimonio y todo lo que deriva de él para la responsabilidad de la familia. Las cuestiones referentes a la unidad e indisolubilidad del matrimonio, y cuanto se refiere a los significados de la unión y de la procreación de la vida conyugal y de su acto específico, deben ser tratadas con fidelidad y atención, según la enseñanza clara de la Encíclica Humanae vitae (cfr. nn. 11-12). Igualmente, todo lo que concierne al don de la vida, que los padres deben acoger de manera responsable, con alegría, como colaboradores del Señor. Conviene que en los cursos tenga preferencia no sólo lo que se refiere a la libertad madura y atenta de quienes desean contraer matrimonio, sino también la misión propia de los padres, primeros educadores de los hijos y primeros evangelizadores.
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8. Formulo votos para que vuestros trabajos contribuyan a iluminar las conciencias sobre estos temas tan importantes y delicados para el futuro de la fe y de la humanidad, y lleven a iniciativas concretas, que sirvan de ayuda y orientación para quienes están comprometidos en la pastoral de la familia.
[DP-153 (1991), 218-219]
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2. Il Consiglio, come pure l’Istituto, è una conseguenza del Sinodo del 1980 e del Documento postsinodale Familiaris consortio, che è la “magna charta” di questa vasta e rilevante problematica teologico-pastorale, a cui è chiamato a far fronte il Pontificio Consiglio per la Famiglia. Così è stato nel momento dell’istituzione e così è anche oggi. La Familiaris consortio riprende l’insegnamento sulla famiglia della Costituzione Gaudium et spes; ma anche il magistero postconciliare di Paolo VI, espresso innanzitutto nell’Enciclica “Humanae vitae”.
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3. Desidero chiarire che, ovviamente, bisogna avere davanti agli occhi non soltanto i testi, ma i reali problemi del matrimonio e della famiglia nel mondo odierno e nella Chiesa. Questi problemi sono molteplici e differenziati, ma la loro radice è comune. Il Pontificio Consiglio per la Famiglia, consapevole di questa realtà, deve occuparsi di questi problemi e tener conto della loro diversificazione. Questo esige un carattere universale anche nella composizione del personale che opera in codesto Pontificio Consiglio.
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4. La struttura di tali compiti richiede la collaborazione con le Chiese locali, mediante le Conferenze Episcopali che nel “Ministerium Petrinum” hanno il loro centrale punto di riferimento. Nello stesso tempo i membri del Consiglio, come rappresentanti delle famiglie provenienti da diverse parti del mondo, in virtù della loro vocazione cristiana, sono in modo particolare i testimoni diretti della vita coniugale e familiare, nei diversi Paesi, culture e territori del mondo. Essi possono indicare, in certo modo, la via per le possibili soluzioni di questi problemi. Si tratta qui del servizio dei pastori e insieme anche dell’apostolato dei laici.
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5. In questo lavoro è necessario che si faccia riferimento al Concistoro Straordinario dei Cardinali del 4-6 aprile 1991; in particolare al tema della difesa della vita umana fin dal suo inizio. Occorre che i suggerimenti e le proposte che sono venute da quell’evento ecclesiale siano tenuti presenti e tradotti nella realtà della vita. Come ebbi a dire nel discorso di apertura di quel Concistoro: “La lotta tra la cultura della morte e la cultura della vita e dell’amore non ha mai soste... Si tratta di problemi di grande importanza per la missione della Chiesa e, al tempo stesso, toccano i rapporti con la dignità dell’uomo e i suoi diritti inalienabili, e, in forma indiretta, col suo stesso futuro e con la società intera” (1). La necessità della difesa della vita diventa una particolare sfida per tutta l’attività della Chiesa e della evangelizzazione contemporanea. È minacciata, infatti, la stessa istituzione sacramentale del matrimonio e, di conseguenza, la compattezza e stabilità della famiglia. Si tratta qui di una connessione esistenziale ed etica di carattere, in certo senso, “organico”. Non sarà forse esagerato, se diremo che su questo terreno si concentra, in modo particolare, il fronte “anti-evangelizzatore”, il quale dispone di una specifica argomentazione e, inoltre, di molteplici “mezzi”. Questi argomenti e mezzi hanno come compito di mostrare la via “più facile” per gli uomini e le donne della nostra epoca. È, questa, la “via spaziosa” alla quale il Signore Gesù contrappone la “via stretta ed angusta”, quella che conduce alla salvezza.
1. L’Osservatore Romano, 5 aprile 1991.
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6. A codesto Consiglio per la Famiglia e anche a tutta l’attività pastorale in questo ambito spetta il compito di convincere circa la bontà di questa “via evangelica” e di mostrare perchè questo “giogo”, nonostante tutto, è “dolce e leggero” (2). Questo compito è enorme e molteplice. Devono condividerlo in modo giusto i sacerdoti e i laici. Il ruolo dei laici è indispensabile e insostituibile: essi sono, in certo senso, gli immediati “testimoni”. Gli uni e gli altri devono cercare l’appoggio nel magistero e nella teologia che ne riflette tutte le esigenze. Per questa ragione è significativo il fatto che il Consiglio per la Famiglia e l’Istituto di Studi su Matrimonio e Famiglia siano stati fondati contemporaneamente. C’è bisogno di tanti Istituti di questo genere, ma a condizione che siano per la formazione e l’educazione nello spirito dell’intera verità proclamata dalla Chiesa.
2. Mt. 11,30.
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7. In codesta vostra Plenaria, voi portate la riflessione su un tema di forte incidenza pastorale, come è quello dei “Corsi di preparazione al Matrimonio”. L’Esortazione apostolica Familiaris consortio ne ha già segnalato la rilevanza: “I mutamenti sopravvenuti in seno a quasi tutte le società moderne esigono che non solo la famiglia, ma anche la società e la Chiesa siano impegnate nello sforzo di preparare adeguatamente i giovani alle responsabilità del loro domani... Per questo la Chiesa deve promuovere migliori e più intensi programmi di preparazione al matrimonio per eliminare, il più possibile, le difficoltà in cui si dibattono tante coppie ed ancor più per favorire positivamente il sorgere e il mutare dei matrimoni riusciti” (3). Il Codice di Diritto Canonico, nel canone 1063, fa obbligo ai pastori d’anime di provvedere alla formazione dei fedeli sul matrimonio cristiano. Oltre ad una predicazione e ad una catechesi adatta ai minori, ai giovani ed agli adulti, stabilisce che vi sia “la preparazione personale alla celebrazione del matrimonio, per cui gli sposi si dispongano alla santità e ai doveri del loro nuovo stato” (4). In breve, oggi più che mai si richiede una seria, profonda e accurata preparazione, perchè la nobilissima vocazione degli sposi si sviluppi, con fedeltà e serenità, secondo la volontà di Dio. La famiglia deve dare una prova convincente della propria missione di testimoni di Dio, nella cui alleanza gli sposi uniscono le loro vite. È certamente consolante la realtà di tante e tante famiglie cristiane che vivono facendo presente nel mondo il mistero dell’amore di Cristo per gli uomini; mistero d’amore a cui partecipano per il Sacramento del matrimonio. Quanto più grandi sono le difficoltà ambientali per conoscere la verità del Sacramento cristiano e dello stesso istituto matrimoniale, tanto maggiori debbono essere gli sforzi per preparare adeguatamente gli sposi alle loro responsabilità. Voi avete potuto osservare che, stante la necessità di realizzare tali corsi nelle Parrocchie, in considerazione dei risultati positivi dei vari metodi usati, sembra conveniente che si proceda ad una precisazione dei criteri da adottare, sotto forma di Guida o di Direttorio, per offrire un valido aiuto alle Chiese particolari. È indispensabile che alla preparazione dottrinale vengano dati il tempo e la cura necessari. La sicurezza del contenuto deve essere il centro e l’obiettivo essenziale dei corsi, in una prospettiva che renda più cosciente la celebrazione del Sacramento del matrimonio e tutto ciò che ne scaturisce per la responsabilità della famiglia. Le questioni relative all’unità e all’indissolubilità del matrimonio, e quanto riguarda i significati dell’unione e della procreazione della vita coniugale e del suo atto specifico, debbono essere trattate con fedeltà ed accuratezza, secondo il chiaro insegnamento dell’Enciclica Humanae vitae5. Ugualmente tutto ciò che concerne il dono della vita, che i genitori debbono accogliere in maniera responsabile, con gioia, come collaboratori del Signore. È bene che nei corsi sia privilegiato non solo ciò che si riferisce a una libertà matura e vigilante di coloro che desiderano contrarre matrimonio, ma anche alla missione propria dei genitori, primi educatori dei figli e primi evangelizzatori.
3. n. 66 [1981 11 22/ 66].
4. can. 1063, § 2 [1983 01 25/ 1063].
5. Cfr. nn. 11-12 [1968 07 25/ 11-12].
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8. Auguro che i vostri lavori contribuiscano ad illuminare le coscienze su questi argomenti così importanti e delicati per il futuro della fede e dell’umanità, ed approdino ad iniziative concrete, che siano di aiuto e di orientamento per coloro che sono impegnati nella pastorale della famiglia.
[AAS 84 (1992), 851-854]