[1829] • JUAN PABLO II (1978-2005) • CONFIANZA DE LA IGLESIA EN LA FAMILIA
De la Exhortación Apostólica postsinodal Une espérance nouvelle, a los Patriarcas, Obispos, Clero, Religiosos y Fieles del Líbano, 10 mayo 1997
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La familia
46. El Mensaje del Sínodo ha señalado claramente las amenazas que se ciernen sobre la familia libanesa: “una vida familiar desmembrada por la emigración del padre o de los hijos en busca de un empleo o de mejor formación; [...] una vida familiar amenazada por las crecientes dificultades materiales; [...] una vida familiar puesta en peligro por una concepción equivocada de la autonomía individual de los cónyuges y por una mentalidad contraceptiva” (110). Ante este panorama, el apoyo espiritual, moral y material a las futuras parejas y a las familias es una de las tareas más urgentes.
Partiendo en primer lugar de la familia se construye el tejido social, la educación de la juventud –mañana responsable de la nación– se realiza y la fe cristiana se transmite de generación en generación. La Iglesia confía en las familias y cuenta con los padres, muy especialmente en la perspectiva del tercer milenio, para que los jóvenes puedan conocer a Cristo y seguirlo generosamente en el matrimonio, en el sacerdocio o en la vida consagrada. “El sacerdocio bautismal de los fieles, vivido en el matrimonio-sacramento, constituye para los cónyuges y para la familia el fundamento de una vocación y de una misión sacerdotal” (111). Los hogares son portadores de un rico dinamismo espiritual y son los primeros lugares de maduración de las vocaciones. Mediante su forma de vida, los padres dan testimonio de la belleza del matrimonio y del don de sí. El ejemplo diario de parejas unidas fomenta en los jóvenes el deseo de imitarlas. “Pequeña Iglesia”, la familia es una escuela de amor (11)2 y el primer lugar de un testimonio cristiano y misionero, tanto con el ejemplo como con la palabra. El misterio de amor que une al hombre y a la mujer es el reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef 5, 32). Precisamente en la familia, desde su más tierna infancia, los hijos se inician a la presencia de Dios y a la confianza en su bondad de Padre. Una pedagogía de la oración cristiana, sencilla cuanto se quiera, supone que los adultos den ejemplo de oración personal y de meditación de la Palabra de Dios. Justamente para sostener, ayudar y preservar esta institución capital, los participantes en la Asamblea sinodal han expresado el deseo de que se desarrolle la pastoral familiar.
110. Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los Obispos, Mensaje, n. 27: ECCLESIA n. 2.770-71 (1996), p. 27
111. Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 59: ECCLESIA n. 2.060 (1982), p. 36 [1981 11 22/ 59].
112. Cf. Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 53.
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47. En este espíritu, la preparación al matrimonio es extremadamente importante. Para ejercer sus futuras responsabilidades, los novios deben encontrar apoyo en la Iglesia local. En cada parroquia, parejas con experiencia, en coordinación con el clero, podrán ayudar a los jóvenes a prepararse al matrimonio; personas ya casadas serán útiles consejeras; quienes tengan dificultades podrán hallar la escucha atenta y la ayuda fraterna que necesitan. Para animar los centros de preparación al matrimonio y de asesoramiento, es deseable la creación de un Instituto de estudios matrimoniales y familiares, para la formación de sacerdotes y personas competentes. Dicho instituto proporcionará también documentación al servicio de los distintos centros, presentando la enseñanza de la Iglesia, que –en estos últimos años– ha propuesto numerosos textos a la reflexión de los creyentes (11)3.
Sería conveniente crear una red de parejas capaces de acompañar a quienes se encuentran en dificultad, ayudándolos a considerar de otra forma los problemas hallados y restableciendo entre ellos un diálogo sereno (11)4. Así serán posibles reconciliaciones entre parejas, antes de llegar con demasiada rapidez a soluciones judiciales (11)5.
113. Cf. Propositio, 7.
114. Cf. Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los Obispos, Relatio post disceptationem, II, 7.
115. Cf. Propositio, 7.
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48. Ante las crecientes dificultades de las parejas, conviene que los tribunales eclesiásticos trabajen en coordinación con los centros de ayuda, con vistas a intentarlo todo para reconciliar a los esposos (11)6. Al tener cada Iglesia patriarcal sus propios tribunales, resulta indispensable una estrecha colaboración entre éstos, con el fin de garantizar una misma justicia para todos, a través de la diversidad de los poderes judiciales, evitando así que quienes se dirijan a los tribunales puedan manipular el curso de la justicia jugando con las divergencias entre jurisdicciones. Ello supone por parte de los jueces un espíritu pastoral y una perfecta integridad, que deberían estar garantizadas gracias a la permanente vigilancia de la jerarquía eclesiástica (11)7. Conviene también que quede totalmente garantizado el derecho a la defensa de las personas necesitadas, especialmente reforzando su asistencia jurídica mediante la exención de costas y poniendo a disposición de las mismas abogados voluntarios (11)8.
116. Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, cán. 1362; 1381.
117. Ibíd., can. 1062.
118. Cf. Propositio, 21.
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49. Las familias deben también ser ayudadas en las dificultades económicas con las que se enfrentan. En este campo, confío en que las distintas instituciones católicas locales tengan inventiva, asociándose entre ellas y constituyendo unas redes de asistencia, en conexión con las instituciones nacionales cuya misión es promover una política familiar, protegiendo a cada miembro y promoviendo la educación de la juventud.
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Las mujeres
50. Las mujeres merecen una especial atención, con el fin de que se les reconozcan su dignidad y sus derechos en los diferentes sectores de la vida social y nacional. De hecho, en su antropología y en su doctrina, la Iglesia afirma la igualdad de los derechos entre el hombre y la mujer, igualdad fundada en la creación de todo ser humano a imagen de Dios. “La Iglesia está orgullosa, Vosotras lo sabéis, de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres, su innata igualdad con el hombre” (11)9. A partir de Cristo y del misterio de la Encarnación, el papel de la mujer está expresado de manera admirable por la Virgen María, cuyo papel único ha sido frecuentemente valorado por la tradición oriental, pues es aquella por medio de la cual “nos es dado el árbol de la inmortalidad” (120). A justo título y en verdad, la llamamos Santa María Madre de Dios, porque este nombre contiene todo el misterio de la salvación (121). “La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer –sobre todo en razón de su femineidad– y ello decide principalmente su vocación” (122). Las mujeres tienen una conciencia aguda de lo que les está encomendado, y tienen la capacidad de manifestar su “genio” en las más diversas circunstancias de la vida humana.
Hay que reconocer sin embargo que, en el seno de la sociedad y en las instituciones católicas locales, el lugar de las mujeres a menudo no está a la altura de sus compromisos y esfuerzos. Debemos recordar en primer lugar que la tradición oriental coloca a una mujer, María Magdalena, en un importante rango al lado de los Apóstoles, porque, tras haber seguido a Jesús, fue la primera en acudir al sepulcro, en recibir la Buena Nueva de la Resurrección y en anunciarla a los discípulos (123). Conviene por lo tanto ofrecer a las mujeres una participación más importante y responsable en la vida y en las decisiones eclesiales, dándoles la posibilidad de adquirir la necesaria formación. Su papel en la educación de la juventud –especialmente en los campos catequético, espiritual, moral y afectivo (124)– ocupa un primerísimo plano, pues “el alma del niño es una ciudad, una ciudad recientemente fundada y organizada”, que requiere paciencia y atención a cada instante (125). Ellas han desempeñado y siguen desempeñando un papel determinante en la vida eclesial y en la sociedad libanesa, manifestando así que el don de sí hecho por amor pertenece a la verdadera naturaleza de la persona humana. Durante los años de guerra, se han dedicado especialmente a la defensa de la vida y a mantener la esperanza de la paz. Como recordaba yo recientemente, tienen también como vocación ser educadoras de la paz, “en las relaciones entre las personas y las generaciones, en la familia, en la vida cultural, social y política de las naciones” (126). Son particularmente activas en los servicios sanitarios, en los servicios sociales y en la educación. Me alegro de que los Padres sinodales hayan querido ofrecerles la posibilidad de ser más activas en el seno de las diferentes estructuras eclesiales de las parroquias, de las eparquías y de los organismos patriarcales e interpatriarcales, en los campos espiritual, intelectual, educativo, humanitario, social, administrativo. En ellos pueden prestar grandes servicios por sus cualidades personales específicas.
119. Concilio Vaticano II, Mensaje a las mujeres, Juan Pablo II, Carta a las mujeres, n. 3: ECCLESIA n. 2.746 (1995), p. 1113: [1995 06 29/ 3]; San Basilio Magno, Homilía sobre el salmo 1, 3: PG 29, 214-218.
120. Catolicós Isaac III, Laudes et hymni ad SS. Mariae Virginis honorem ex Armenorum breviario excerpta, Venecia (1877), p. 89.
121. Cf. San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, III, 2: PG 94, 983-988; San Gregorio de Narek, LXXX oración: SC 78, París (1961), pp. 428-431; Agatángelo, Oración del mártir Gregorio el Iluminador: Testi mariani del primo millennio, Roma (1991), p. 522; Hymne liturgique pour le mois de kinak dans la liturgie copte: I Copti, Librería Editrice Vaticana (1994), pp. 165-166.
122. Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, n. 30: ECCLESIA n. 2.392 (1988), p. 1487 [1988 08 15/ 30].
123. Cf. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 1995, n. 6: ECCLESIA n. 2.733 (1995), p. 591 [1995 03 25a/ 6].
124. Cf. Familiaris consortio, n. 37: ECCLESIA n. 2.060 (1982), p. 30, [1981 11 22/ 37].
125. San Juan Crisóstomo, Sobre la educación de los niños, n. 25: SC 188, París (1972), p. 113.
126. Mensaje para la Jornada mundial de la Paz 1995, n. 2: ECCLESIA n. 2.716 (1994), p. 1954 [1994 12 08a/ 2].
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Los jóvenes
51. Los jóvenes libaneses están “desilusionados por la generación que los ha precedido y que no les ha permitido experimentar la paz, sino la guerra y el odio” (127). Durante la Asamblea sinodal han compartido con los Padres sus críticas y exigencias, con franqueza y valentía, manifestando así que esperaban unos cambios decisivos dentro de la Iglesia. Han reclamado acciones concertadas en nombre del Evangelio y han expresado su sufrimiento ante las divisiones eclesiales que dificultan la misión. Desean una Iglesia que muestre su unidad en la diversidad, que sea un lugar auténtico de vida fraterna, de compartición, de enriquecimiento y de esperanza.
En la conciencia de la nación libanesa y en el seno de la Iglesia en el Líbano, los jóvenes han de ocupar un lugar importante y ser una fuerza de renovación nacional y eclesial, participando en las diferentes estructuras de la vida social y en los órganos de decisión. Es menester ayudarlos a vencer las tentaciones de extremismo y de laxismo que pueden acecharles, así como a rechazar las distintas formas de vida que se oponen a una sana moralidad. Por otra parte, conviene instruirlos sobre los principios y valores de la vida personal y social. Así se transformarán en interlocutores de pleno derecho, preocupados de proseguir incansablemente el diálogo con aquellos hermanos que están deseosos de llegar a unas concesiones que hagan posible la convivencia, sin que ello implique ceder en principios y valores.
La Iglesia cuenta con los jóvenes para dar un nuevo impulso a la vida eclesial y social. Las comunidades cristianas están, pues, invitadas a integrarlos más en todas sus actividades, para que sean agentes de la “nueva evangelización”, sembradores de la Palabra en otros jóvenes, aportando su especial dinamismo con vistas a la renovación eclesial (128). Igualmente, están llamados a ser protagonistas a pleno título en la edificación de la sociedad. Para ello, conviene proporcionarles una sólida formación intelectual y espiritual, que responda así a su sed de absoluto y de verdad. Allí donde se comprometan, han de poder hallar el acompañamiento espiritual que necesitan. El papel de los asistentes espirituales, en los movimientos y en las universidades –ya sean sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas o laicos– tiene una gran importancia para su crecimiento y maduración humana y espiritual, con el fin de ayudarlos a discernir su vocación y a encontrar su lugar en la sociedad (129).
[E 57 (1997) 1119-1121]
127. Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los Obispos, Relatio post disceptationem, n. 8.
128. Cf. Propositio, 10.
129. Cf. Ibíd.
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La famille
46. Le Message du Synode a clairement énoncé les menaces qui pèsent sur la famille libanaise: “Démembrement familial à cause de l’émigration du père ou des enfants en quête d’un emploi ou d’une formation; vie familiale compromise par les difficultés matérielles; vie familiale minée par une conception erronée de l’indépendance des conjoints et une mentalité contraceptive” (110). Face à cela, le soutien spirituel, moral et matériel des futurs couples et des familles est une des tâches les plus urgentes.
C’est d’abord à partir de la famille que le tissu social se construit, que l’éducation de la jeunesse, demain responsable de la nation, se réalise et que la foi chrétienne se transmet de génération en génération. L’Église fait confiance aux familles et compte sur les parents, tout spécialement dans la perspective du troisième milléaire, pour que les jeunes puissent connaître le Christ et le suivre généreusement dans le mariage, dans le sacerdoce ou dans la vie consacrée. “Le sacerdoce baptismal des fidèles, vécu dans le mariage-sacrement, constitue pour les époux et pour la famille le fondement d’une vocation et d’une mission sacerdotales” (111). Les foyers sont porteurs d’un riche dynamisme spirituel et sont les premiers lieux de maturation des vocations. Par leur façon de vivre, les parents témoignent de la beauté du mariage et du don de soi. L’exemple quotidien de couples unis nourrit chez les jeunes le désir de les imiter. “Petite Église”, la famille est une école de l’amour (11)2 et le premier lieu d’un témoignage chrétien et missionnaire, par l’exemple autant que par la parole. Le mystère d’amour qui lie l’homme et la femme est le reflet de l’union entre le Christ et son Église (cf. Ep 5, 32). C’est dans la famille que, dès le bas âge, les enfants sont initiés à la présence de Dieu et à la confiance en sa bonté de Père. Une pédagogie toute simple de la prière chrétienne suppose que les adultes donnent l’exemple de la prière personnelle et de la méditation de la parole de Dieu. C’est donc pour soutenir, aider et préserver cette institution primordiale que les participants à l’Assemblée synodale ont souhaité que la pastorale familiale soit développée.
110. Assemblée spéciale pour le Liban du Synode des Évêques, Message, n. 27: La Documentation catholique 93 (1996), p. 39.
111. Jean-Paul II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 59: AAS 74 (1982), p. 151 [1981 11 22/ 59].
112. Cf. Assemblée spéciale pour le Liban du Synode des Evêques, Instrumentum laboris, n. 53.
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47. Dans cet esprit, la préparation au mariage est extrêmement importante. Pour exercer leurs futures responsabilités, les fiancés doivent pouvoir trouver des appuis auprès de l’Église locale. Dans chaque paroisse, des couples ayant de l’expérience, en liaison avec le clergé, pourront aider les jeunes à se préparer au mariage; des gens déjà mariés seront d’utiles conseillers; ceux qui ont des difficultés pourront trouver l’écoute attentive et l’aide fraternelle dont ils ont besoin. Pour animer les centres de préparation au mariage et de conseil, il est souhaitable qu’un Institut d’études matrimoniales et familiales soit créé pour former des prêtres et des personnes compétentes. Un tel institut fournira aussi une documentation au service des divers centres, présentant l’enseignement de l’Église qui, ces dernières années, a proposé de nombreux textes à la réflexion des chrétiens (11)3.
Il serait bon de créer un réseau de couples capables d’accompagner ceux qui connaissent des difficultés, de les aider à porter un autre regard sur les problèmes rencontrés et à réinstaurer entre eux un dialogue serein (11)4. Des réconciliations entre couples deviendront ainsi possibles, avant d’en arriver trop rapidement à des solutions judiciaires (11)5.
113. Cf. Proposition 7.
114. Cf. Assemblée spéciale pour le Liban du Synode des Evêques, Rapport après la discussion, II, 7.
115. Cf. Proposition 7.
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48. Devant les difficultés croissantes des couples, il convient que les tribunaux ecclésiastiques travaillent en coordination avec les centres d’aide, en vue de tout tenter pour réconcilier les époux116. Chaque Église patriarcale ayant ses propres tribunaux, une étroite collaboration entre eux est indispensable, afin de garantir une même justice pour tous, à travers la diversité des pouvoirs judiciaires, et d’éviter ainsi que ceux qui s’adressent aux tribunaux puissent manipuler le cours de la justice en jouant sur les divergences entre les juridictions. Cela suppose de la part des juges un esprit pastoral et une parfaite intégrité qui devraient être garantis grâce à la vigilance permanente de la hiérarchie ecclésiastique (11)7. Il convient aussi que le droit à la défense des personnes nécessiteuses soit bien assuré, notamment en renforçant leur assistance judiciaire par l’exemption des frais et par la mise à leur disposition d’avocats bénévoles (11)8.
116. Code des Canons des Églises orientales, can. 1362; 1381.
117. Ibíd., Can. 1062.
118. Cf. Proposition 21.
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49. Les familles doivent aussi être aidées dans les difficultés économiques qu’elles affrontent. Dans ce domaine, je fais confiance aux différentes institutions catholiques locales pour être inventives, pour s’associer entre elles et pour constituer des réseaux d’aide, en liaison avec les institutions nationales qui ont pour mission de promouvoir une po litique familiale, en protégeant chaque membre et en promouvant l’éducation de la jeunesse.
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Les femmes
50. Les femmes méritent une attention spéciale, pour que leur soient reconnus leur dignité et leurs droits dans les différentes instances de la vie sociale et nationale. En effet, dans son anthropologie et dans sa doctrine, l’Église affirme l’égalité des droits entre l’homme et la femme, fondée sur la création de tout être humain à l’image de Dieu. “L’Église est fière, vous le savez, d’avoir fait resplendir au cours des siècles, dans la diversité des caractères, son égalité foncière avec l’homme” (11)9. À partir du Christ et du mystère de l’incarnation, le rôle de la femme est exprimé de manière admirable par la Vierge Marie, dont la tradition orientale a souvent mis en valeur la place unique, car elle est celle par qui “nous est donné l’arbre de l’immortalité” (120). À juste titre et en vérité, nous appelons sainte Marie Mère de Dieu, car ce nom contient tout le mystère du salut (121). “La force morale de la femme, sa force spirituelle, rejoint la conscience du fait que Dieu lui confie l’homme, l’être humain, d’une manière spécifique. Naturellement, Dieu confie tout homme à tous et à chacun. Toutefois cela concerne la femme d’une façon spécifique –précisément en raison de sa féminité– et cela détermine en particulier sa vocation” (122). Les femmes ont une conscience aiguë de ce qui leur est confié et elles ont la capacité de manifester leur “génie” dans les circonstances les plus diverses de la vie humaine.
Il nous faut cependant reconnaître que, au sein de la société et dans les institutions catholiques locales, la place des femmes n’est souvent pas à la mesure de leurs engagements et de leurs efforts. Nous devons tout d’abord nous souvenir que la tradition orientale situe une femme, Marie-Madeleine, à un rang important à côté des Apôtres, car, après avoir suivi Jésus, elle fut la première à se rendre au tombeau, à accueillir la Bonne Nouvelle de la Résurrection et à l’annoncer aux disciples (123). Il convient donc d’offrir aux femmes des participations plus importantes et des responsabilités dans la vie et dans les décisions ecclésiales, et de leur donner la possibilité d’acquérir la formation nécessaire. Leur rôle dans l’éducation de la jeunesse, en particulier dans les domaines catéchétique, spirituel, moral et affectif (124), est de tout premier plan, car “l’âme de l’enfant est une cité, une cité récemment fondée et organisée”, qui demande une patience et une attention de tous les instants (125). Elles ont aussi joué et jouent encore un rôle déterminant dans la vie ecclésiale et dans la société libanaise, manifestant ainsi que le don de soi par amour appartient à la vraie nature de la personne humaine. Durant les années de guerre, elles se sont spécialement dépensées pour sauvegarder la vie et pour entretenir l’espérance de la paix. Comme je le rappelais récemment, elles ont aussi pour vocation d’être des éducatrices de la paix, “dans les relations entre personnes et entre générations, dans la famille, dans la vie culturelle, sociale et politique des nations” (126). Elles sont particulièrement actives dans les services de santé, dans les services sociaux et dans l’éducation. Je me réjouis que les Pères du Synode aient voulu leur donner la possibilité d’être plus actives au sein des différentes structures ecclésiales des paroisses, des éparchies et des instances patriarcales et inter-patriarcales, dans les domaines spirituel, intellectuel, éducatif, humanitaire, social, administratif. Elles peuvent y rendre de grands services par leurs qualités personelles spécifiques.
119. Conc. oecum. Vat. II, Message aux femmes (8 décembre 1965); cf. Const. past. Gaudium et spes, n. 29 [1965 12 07c/ 29]; Jean-Paul II, Letre aux femmes, n. 3: La Documentation catholique 92 (1995), p. 718 [1995 06 29/ 3]; S. Basile le Grand, Homélie sur le Psaume 1, 3: PG 29, 214-218.
120. Catholicos Isaac III, Laudes et hymni ad SS. Mariae Virginis honorem ex Armenorum breviario excerpta, Venise (1987), p. 89.
121. Cf. S. Jean Damascène, De fide orthodoxa, III, 2: PG 94, 983-988; S.Grégoire de Narek, 80 prière: SC 78, Paris (1961), p. 428-431; Agatangelo, Prière du martyr Grégoire l’Illuminateur. Testi mariani del primo millenio, Rome (1991), p. 522; Hymne liturgique pour le mois kinak dans la liturgie copte: I Copti, Librería Editrice Vaticana (1994), pp. 165-166.
122. Jean-Paul II, Lettre apost. Mulieris dignitatem, n. 30: AAS 80 (1988), p. 1725 [1988 08 15/ 30].
123. Jean-Paul II, Lettre aux Prêtres à l’occasion du Jeudi Saint 1995, n.6: AAS 87 (1995), pp. 801-802 [1995 03 25a/ 6].
124. Cf. Jean Paul II, Exhort. apost. Familiaris consortio, n. 37: AAS 74 (1982), pp. 127-129 [1981 11 22/ 37].
125. S. Jean Chrysostome, Sur l’éducation des enfants, n. 25: SC 188, Paris (1972), p. 113.
126. Message pour la Journée mondiale de la Paix 1995, n. 2: AAS 87 (1995), p. 360 [1994 12 08a/ 2].
1997 05 10 0051
Les jeunes
51. Les jeunes Libanais sont “déçus par la géneration qui les a précédés et qui ne leur a pas permis de faire l’expérience de la paix, mais de la guerre et de la haine” (127). Durant l’Assemblée synodale, ils ont fait part aux Pères de leurs critiques et de leurs exigences, avec franchise et courage, manifestant ainsi qu’ils attendaient des changements décisifs dans l’Église. Ils ont réclamé des actions concertées au nom de l’Évangile et ils ont exprimé leurs souffrances devant les divisions ecclésiales qui entravent la mission. Ils souhaitent une Église qui montre son unité dans la diversité, qui soit un véritable lieu de vie fraternelle, de partage, de ressourcement et dérance.
Dans la conscience de la nation libanaise et au sein de l’Église au Liban, les jeunes doivent avoir une place importante et être une force de renouvellement national et ecclésial, en participant aux différentes structures de la vie sociale et aux instances de décision. Il faut les aider à vaincre les tentations d’extrémisme et de laxisme qui peuvent les guetter, ainsi qu’à refuser les différentes formes de vie qui sont opposées à une saine moralité. D’autre part, il convient de les éclairer sur les principes et les valeurs de la vie personnelle et sociale. Ils deviendront ainsi des partenaires à part entière, soucieux de poursuivre inlassablement le dialogue avec leurs frères désireux de parvenir à des compromis pour que la convivialité soit possible, mais sans que cela n’aboutisse à des concessions sur les principes et les valeurs.
L’Église compte sur les jeunes pour donner un nouvel élan à la vie ecclésiale et à la vie sociale. Les communautés chrétiennes sont donc invitées à les intégrer davantage dans toutes leurs activités, pour qu’ils soient des acteurs de la “nouvelle évangélisation”, des semeurs apportant leur dynamisme particulier en vue du renouveau ecclésial (128). De même, ils sont appelés à être des partenaires à part entière dans l’édification de la société. Pour cela, il convient de leur donner une formation intellectuelle et spirituelle solide, qui réponde ainsi à leur soif d’absolu et de vérité. Là où ils s’engagent, ils doivent pouvoir trouver l’accompagnesement spirituel don ils ont besoin. Le rôle des conseillers religieux, dans les mouvements et sur les campus universitaires, qu’ils soient prêtres, diacres, religieux, religieuses ou laïcs, est d’une grande importance pour leur croissance et leur maturation humaine et spirituelle, afin de les aider à discerner leur vocation et à trouver leur place dans la société (129).
[OR 12-13.V.1997, 5-6]
127. Assemblée spéciale pour le Liban du Synode des Évêques, Rapport après la discussion, n. 8.
128. Cf. Proposition 10.
129. Cf. Ibid.