[1852] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, COMUNIDAD DE VIDA Y AMOR LLAMADA A LA SANTIDAD
De la Homilía de la Misa en el Aterro do Flamengo, Río de Janeiro (Brasil), 5 octubre 1997
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1. [...] En efecto, la familia es esta particular y, al mismo tiempo, fundamental comunidad de amor y de vida, sobre la que se apoyan todas las demás comunidades y sociedades. Por eso, invocando las bendiciones del Altísimo para las familias, oramos juntos por todas las grandes sociedades que aquí representamos. Oramos por el futuro de las naciones y de los Estados, así como por el de la Iglesia y del mundo.
De hecho, a través de la familia, toda la existencia humana está orientada al futuro. En ella el hombre viene al mundo, crece y madura. En ella se convierte en ciudadano cada vez más responsable de su país y en miembro cada vez más consciente de la Iglesia. La familia es también el ambiente primero y fundamental donde cada hombre descubre y realiza su vocación humana y cristiana. Por último, la familia es una comunidad insustituible por ninguna otra. Esto es lo que se vislumbra en las lecturas de la liturgia de hoy.
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2. Al Mesías acuden los representantes de la ortodoxia judía, los fariseos, y le preguntan si al marido le es lícito repudiar a su mujer. Cristo, a su vez, les pregunta qué les ordenó hacer Moisés; ellos responden que Moisés les permitió escribir un acta de divorcio y repudiarla. Pero Cristo les dice: “Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mc 10, 5-9).
Cristo se refiere al inicio. Ese inicio se halla contenido en el libro del Génesis, donde encontramos la descripción de la creación del hombre. Como leemos en el capítulo primero de este libro, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, varón y mujer los creó (cf. Gn 1, 27) y dijo: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla” (Gn 1, 28). En la segunda descripción de la creación, que nos propone la primera lectura de la liturgia de hoy, leemos que la mujer fue creada del hombre. Así lo relata la Escritura: “Entonces el Señor Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada”. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 21-24).
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3. El lenguaje utiliza las categorías antropológicas del mundo antiguo, pero es de una profundidad extraordinaria: expresa, de manera realmente admirable, las verdades esenciales. Todo lo que ha descubierto posteriormente la reflexión humana y el conocimiento científico no ha hecho más que explicitar lo que ya estaba presente en ese texto.
El libro del Génesis muestra, ante todo, la dimensión cósmica de la creación. La aparición del hombre se realiza en el inmenso horizonte de la creación de todo el universo: no es casualidad que acontezca en el último día de la creación del mundo. El hombre entra en la obra del Creador, en el momento en que se daban todas las condiciones para que pudiera existir. El hombre es una de sus criaturas visibles; sin embargo, al mismo tiempo, sólo de él dice la sagrada Escritura que fue hecho “a imagen y semejanza de Dios”. Esta admirable unión del cuerpo y del espíritu constituye una innovación decisiva en el proceso de la creación. Con el ser humano, toda la grandeza de la creación visible se abre a la dimensión espiritual. La inteligencia y la voluntad, el conocimiento y el amor, entran en el universo visible en el momento mismo de la creación del hombre. Entran precisamente manifestando desde el inicio la compenetración de la vida corporal con la espiritual. Así el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, llegando a ser una sola carne; con todo, esta unión conyugal se arraiga al mismo tiempo en el conocimiento y en el amor, o sea, en la dimensión espiritual.
El libro del Génesis habla de todo esto con un lenguaje que le es propio y que, al mismo tiempo, es admirablemente sencillo y completo. El hombre y la mujer, llamados a vivir en el proceso de la creación del universo, se presentan en el umbral de su vocación llevando consigo la capacidad de procrear en colaboración con Dios, que directamente crea el alma de cada nuevo ser humano. Mediante el conocimiento recíproco y el amor, así como mediante la unión corporal, llamarán a la existencia a seres semejantes a ellos y, como ellos, hechos “a imagen y semejanza de Dios”. Darán la vida a sus hijos, al igual que ellos la recibieron de sus padres. Ésta es la verdad, sencilla y, al mismo tiempo, grande sobre la familia, tal como nos la presentan las páginas del libro del Génesis y del Evangelio: en el plan de Dios, el matrimonio –el matrimonio indisoluble– es el fundamento de una familia sana y responsable.
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4. Con trazos breves pero incisivos, Cristo describe en el Evangelio el plan original de Dios creador. Ese relato lo hace también la carta a los Hebreos, proclamada en la segunda lectura: “Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen” (Hb 2, 10-11). La creación del hombre tiene su fundamento en el Verbo eterno de Dios. Dios ha llamado a la existencia todas las cosas por la acción de este Verbo, el Hijo eterno, por medio del cual todo ha sido creado. También el hombre fue creado por el Verbo, y fue creado varón y mujer. La alianza conyugal tiene su origen en el Verbo eterno de Dios. En él fue creada la familia. En él la familia es eternamente pensada, imaginada y realizada por Dios. Por Cristo adquiere su carácter sacramental, su santificación.
El texto de la carta a los Hebreos recuerda que la santificación del matrimonio, como la de cualquier otra realidad humana, fue realizada por Cristo al precio de su pasión y cruz. Él se manifiesta aquí como el nuevo Adán. De la misma manera que en el orden natural descendemos todos de Adán, así en el orden de la gracia y de la santificación procedemos todos de Cristo. La santificación de la familia tiene su fuente en el carácter sacramental del matrimonio.
El santificador –es decir, Cristo– y los santificados –vosotros, padres y madres; vosotras, familias– os presentáis juntos ante Dios Padre para pedirle ardientemente que bendiga lo que ha realizado en vosotros mediante el sacramento del matrimonio. Esta oración incluye a todos los casados y a las familias que viven en la tierra. En efecto, Dios, el único creador del universo, es la fuente de la vida y de la santidad.
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5. Padres y familias del mundo entero, dejad que os lo diga: Dios os llama a la santidad. Él mismo os ha elegido “antes de la creación del mundo –nos dice san Pablo– para ser santos e inmaculados en su presencia (...) por medio de Jesucristo” (Ef 1, 4). Él os ama muchísimo y desea vuestra felicidad, pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad, pues una no puede existir sin la otra. No dejéis que la mentalidad hedonista, la ambición y el egoísmo entren en vuestros hogares. Sed generosos con Dios. No puedo por menos de recordar, una vez más, que la familia está “al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su ser y en su obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor” (Familiaris consortio, 50)[1]. La entrega mutua, bendecida por Dios e impregnada de fe, esperanza y caridad, permitirá alcanzar la perfección y la santificación de cada uno de los esposos. En otras palabras, servirá como núcleo santificador de la misma familia, y será instrumento de difusión de la obra de evangelización de todo hogar cristiano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡qué gran tarea tenéis ante vosotros! Sed portadores de paz y alegría en el seno del hogar; la gracia eleva y perfecciona el amor y con él os concede las virtudes familiares indispensables de la humildad, el espíritu de servicio y de sacrificio, el afecto paterno, materno y filial, el respeto y la comprensión mutua. Y dado que el bien es difusivo por sí mismo, espero también que vuestra adhesión a la pastoral familiar sea, en la medida de vuestras posibilidades, un incentivo a irradiar generosamente el don que hay en vosotros, ante todo entre vuestros hijos y luego entre los casados –tal vez parientes y amigos– que están lejos de Dios o pasan momentos de incomprensión o desconfianza. En este camino hacia el jubileo del año 2000, invito a todos los que me escuchan a robustecer la fe y el testimonio de los cristianos, para que con la gracia de Dios se realicen la auténtica conversión y la renovación personal en el seno de las familias de todo el mundo (cf. Tertio millennio adveniente, 42). Que el espíritu de la Sagrada Familia de Nazaret reine en todos los hogares cristianos.
Familias de Brasil, de América Latina y del mundo entero, el Papa y la Iglesia confían en vosotras. ¡Tened confianza: Dios está con nosotros!
[OR (e.c.) 10.X.1997, 7]
[1]. [1981 11 22/ 50]
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1. [...] Com efeito, a família é esta particular e, ao mesmo tempo, fundamental comunidade de amor e de vida, sobre a qual se apoiam todas as demais comunidades e sociedades. Por isso, invocando as bênçãos do Altíssimo pelas famílias, rezamos juntos por todas aquelas grandes sociedades, que aquí representamos. Rezamos pelo futuro das nações e dos Estados, como também pelo futuro da Igreja e do mundo.
De fato, através da família, toda a existência humana é orientada para o futuro. Nela, o homem vem ao mundo, cresce e amadurece. Nela, ele se torna um cidadão sempre mais maduro do seu país, e um membro da Igreja sempre mais consciente. A família é também o primeiro e fundamental ambiente, onde cada homem distingue e realiza a própria vocação humana e cristã. A família, enfim, é uma comunidade insubstituível por qualquer outra. É o que se entrevê nas leituras da liturgia de hoje.
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2. Diante do Messias se apresentam os representantes da ortodoxia judaica, os fariseus, a perguntar se é lícito o marido repudiar a mulher. Cristo, por sua vez, pergunta o que é que Moisés lhes ordenou; eles respondem que Moisés lhes tinha permitido escrever uma certidão de divórcio, e despedi-la. Mas Cristo lhes diz: “Foi por causa da dureza do vosso coração que Moisés vos escreveu este mandamento. No entanto, desde o começo da criação, Deus os fez homem e mulher. Por isso, o homem deixará seu pai e sua mãe e os dois serão uma só carne. Assim, já não são dois, mas uma só carne. Portanto, o que Deus uniu, o homem não separe!” (Mc 10, 5-9).
Cristo refere-se ao início. Este início está contido no Livro do Gênesis, onde encontramos a descrição da criação do homem. Conforme lemos no primeiro capítulo deste Livro, Deus fez o homem à própria imagem e semelhança, criou o homem e a mulher (cf. Gn 1, 27), e disse: “Frutificai e multiplicai-vos, enchei a terra e submetei-a” (Gn 1, 28). Conforme a segunda descrição da criação, que a primeira leitura da liturgia de hoje propõe, a mulher foi criada do homem. Assim refere a Escritura: “Então o Senhor Deus mandou ao homem um profundo sono; e enquanto ele dormia, tomou-lhe uma costela e fechou com carne o seu lugar. E da costela que tinha tomado do homem, o Senhor fez uma mulher, e levou-a para junto do homem. “Eis agora aqui –disse o homem– o osso de meus ossos e a carne de minha carne; ela se chamará mulher, porque foi tomada do homem”. Por isso o homem deixa seu pai e sua mãe para se unir à sua mulher; e já não são mais que uma só carne” (Gn 2, 21-24).
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3. A linguagem utiliza as categorias antropológicas do ambiente antigo, mas é de uma extraordinária profundidade: exprime, de modo realmente espetacular, as verdades essenciais. Tudo o que foi descoberto posteriormente pela reflexão humana e pelo conhecimento científico, nada mais fez do que explicitar aquilo que, ali na raiz, já se achava.
O Livro do Gênesis mostra, antes de mais nada, a dimensão cósmica da criação. O aparecimento do homem dá-se no imenso horizonte da criação de todo o cosmo: não é por acaso que isso tem lugar no último dia da criação do mundo. O homem entra na obra do Criador, no momento em que se acharam predispostas todas as condições para ele poder existir. O homem é uma das criaturas visíveis; ao mesmo tempo, porém, somente dele se afirma na Sagrada Escritura que foi feito “à imagem e semelhança de Deus”. Esta união admirável do corpo e do espírito constitui uma inovação decisiva, no processo da criação. Com o ser humano, toda a magnificência da criação visível abre-se à dimensão do espiritual. A inteligência e a vontade, o conhecimento e o amor –tudo isto entra no cosmo visível, no momento mesmo da criação do homem. Entra precisamente manifestando, desde o início, a compenetração da vida corporal com a espiritual. Assim o homem deixa seu pai e sua mãe, e une-se à sua mulher, tornando-se uma só carne; mas esta união conjugal enraiza-se contemporaneamente no conhecimento e no amor, ou seja, na dimensão espiritual.
O Livro do Gênesis fala disto tudo com uma linguagem que lhe é própria, que é, ao mesmo tempo, maravilhosamente simples e completa. O homem e a mulher, chamados a viver no processo da criação cósmica, se apresentam no limiar da própria vocação, trazendo em si próprios a capacidade de procriar em colaboração com Deus, que diretamente cria a alma de cada novo ser humano. Através do conhecimento recíproco e do amor, e ao mesmo tempo pela união corporal, chamarão à existência seres semelhantes a eles –e, tal como eles, feitos “à imagem e semelhança de Deus”. Darão a vida aos próprios filhos, como eles próprios a receberam de seus pais. Esta é a verdade, ao mesmo tempo, simples e grande sobre a família, como ela surge das páginas do Livro do Gênesis e do Evangelho: no plano de Deus, o matrimônio –o matrimônio indissolúvel– é o fundamento de uma família sadia e responsável.
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4. Com traços breves mas incisivos, Cristo descreve no Evangelho o desígnio original de Deus criador. Mas este relato fá-lo-á também a Carta aos Hebreus, proclamada na Segunda Leitura: “Deus, origem e fim de todas as coisas, queria conduzir muitos filhos para a sua glória. Convinha, pois, que tornasse perfeito pelo sofrimento Aquele que os devia levar à salvação. Na verdade, Jesus que santifica e os homens que são santificados são todos da mesma descendência” (Hb 2, 10-11). A criação do homem tem o seu fundamento no eterno Verbo de Deus. Tudo o que Deus chamou a existência, fê-lo pela ação deste Verbo, o eterno Filho, por meio do qual tudo foi criado. Também o homem foi criado através do Verbo, e foi criado como homem e mulher. A aliança conjugal tem sua origem no Verbo eterno de Deus. N’Ele, foi criada a família. N’Ele, a família é eternamente pensada por Deus, imaginada e realizada. Por Cristo, ela adquire seu caráter sacramental, a sua santificação.
O texto da Carta aos Hebreus lembra que a santificação do matrimônio, como a de qualquer outra realidade humana, foi realizada por Cristo com o preço da sua paixão e cruz. Ele se manifesta aquí como o novo Adão. Se é certo que, na ordem da natureza, todos somos originários de Adão, na ordem da graça e da santificação todos procedemos de Cristo. A santificação da família tem a sua fonte no caráter sacramental do matrimônio.
Aquele que santifica –isto é, Cristo– e todos aqueles que devem ser santificados –vós, pais e mães; vós, famílias– vos apresentais juntos diante de Deus-Pai com esta súplica ardente, que Ele abençoe o que realizou em vós mediante o sacramento do matrimônio. E nesta prece estão todos os casais e todas as famílias que vivem sobre a face da terra. Deus, o único Criador do universo é, com efeito, a fonte da vida e da santidade.
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5. Pais e famílias do mundo inteiro, deixai que vo-lo diga: Deus vos chama à santidade! Ele mesmo nos escolheu “por Jesus Cristo, antes da criação do mundo –nos diz S. Paulo– para que sejamos santos na sua presença” (Ef 1, 4). Ele vos ama loucamente, Ele deseja a vossa felicidade, mas quer que saibais conjugar sempre a fidelidade com a felicidade, pois não pode haver uma sem a outra. Não deixeis que a mentalidade hedonista, a ambição e o egoísmo entrem nos vossos lares. Sede generosos com Deus. Não poderia deixar de recordar, mais uma vez, que a família está ao “serviço da Igreja e da sociedade no seu ser e agir, enquanto comunidade íntima de vida e de amor” (FC, 50)[1]. A mútua doação abençoada por Deus, perpassada de fé, esperança e caridade, permitirá alcançar a perfeição e a mútua santificação de cada um dos esposos. Servirá, em outras palavras, como núcleo santificador da própria família, e de expansão da obra de evangelização de todo o lar cristão.
Queridos irmãos e irmãs, que grande tarefa tendes por diante! Sede portadores de paz e de alegria no seio do lar; a graça eleva e aperfeiçoa o amor, e com ele vos concede as virtudes familiares indispensáveis da humildade, do espírito de serviço e de sacrifício, do afeto paterno e filial, do respeito e da mútua compreensão. E, como o bem é por si mesmo difusivo, faço votos também de que a vossa adesão à pastoral familiar seja, na medida das vossas possibilidades, um incentivo a irradiar generosamente o dom que está em vós, primeiramente entre os filhos, depois àqueles casais –talvez parentes e amigos– que estão afastados de Deus ou passam por momentos de incompreensão ou de desconfiança. Neste caminho em direção ao Jubileu do Ano 2000, convido todos os que me ouvem a este revigoramento da fé e do testemunho de cristãos, a fim de que, com a graça de Deus, haja uma verdadeira conversão e renovamento pessoal no seio das famílias de todo o mundo (cf. TMA, 42). Que o espírito da Sagrada Família de Nazaré reine em todos os lares cristãos!
Famílias do Brasil, da América Latina e do mundo inteiro, o Papa, a Igreja apoiam-se em vós. Tende confiança: Deus está conosco!
[OR (Suppl.) 8.X.1997, VI-VII]
[1]. [1981 11 22/ 50]