[1940] • JUAN PABLO II (1978-2005) • ACCIÓN CATEQUÉTICA Y EDUCATIVA MÁS INCISIVA Y CONSTANTE EN EL TEMA DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
Del Discurso Me es grato, a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Santo Domingo, 11 diciembre 1999
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5. De entre los grandes desafíos que se presentan en vuestra sociedad, se ha de destacar el debilitamiento de la institución familiar, que da lugar a la disminución de los matrimonios religiosos y al consiguiente aumento de los matrimonios civiles, a los numerosos divorcios, así como a la difusión del aborto y de una mentalidad contraceptiva. Sin rendirse a costumbres a veces difusas, esta situación requiere una respuesta vigorosa que ha de concretarse sobre todo en una acción catequética y educativa más incisiva y constante, que haga arraigar muy hondo el ideal cristiano de comunión conyugal fiel e indisoluble, verdadero camino de santidad, y abierta a la procreación. En ella, los padres son los primeros responsables de la educación de los hijos, a los que, como “iglesia doméstica”, transmiten también el gran don de la fe.
En este contexto, es preciso recordar también la necesidad de respetar la dignidad inalienable de la mujer a la que se reconoce, además, un papel insustituible, tanto en el ámbito del hogar, como en el de la Iglesia y de la sociedad. En efecto, es triste observar cómo “la mujer es todavía objeto de discriminaciones” (Ecclesia in America, 45)[1], sobre todo cuando es víctima frecuente de abusos sexuales y de la prepotencia masculina. Por eso, es necesario sensibilizar a las instituciones públicas a fin de que se “ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, se proteja más la maternidad y se respete más la dignidad de todas las mujeres” (ibíd.)[2].
[1]. [1999 01 22a/ 45]
[2]. [1999 01 22a/ 45]
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6. La situación familiar tiene una influencia determinante en el estilo de vida de los jóvenes, comprometiendo así el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Muchos de ellos han nacido de situaciones irregulares y crecido sin conocer la figura paterna, arrastrando así graves problemas de educación, que repercuten en su madurez personal. Tienen, pues, necesidad de un apoyo especial que los ayude en la búsqueda de un sentido de la vida y haga nacer en ellos horizontes de esperanza que les permitan superar sus experiencias de frustración y rescatarlos de sus secuelas, como son el resentimiento y la delincuencia. Ésta es una tarea de todos y en la que deben implicarse también en primera persona los jóvenes mismos, haciéndose apóstoles de sus coetáneos más necesitados.
Por eso es imprescindible promocionar una pastoral juvenil que abarque todos los sectores de la juventud, sin discriminación alguna, para que se acompañe a las nuevas generaciones al encuentro personal con Cristo vivo, en quien se funda la verdadera esperanza de un futuro de mayor comunión y solidaridad. Más que de acciones aisladas ha de buscarse un proceso de formación “constante y dinámico, adecuado para encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo” (ibíd., 47) y, por tanto, con la invitación a ser valientes, fieles a sus compromisos, testigos de su fe y protagonistas en el anuncio del Evangelio.
[OR 12.XII.1999, 4]