[1946] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DIGNIDAD DEL FETO
Del Discurso I am happy, a los participantes en el XVI Congreso Internacional organizado por el Instituto de Clínica Ginecológica y Obstétrica de la Universidad de Roma, 3 abril 2000
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2. En las últimas décadas, en las que la percepción de la humanidad del feto ha sido minada o distorsionada por interpretaciones limitativas de la persona humana y por leyes que introducen etapas cualitativas, científicamente infundadas, en el desarrollo de la vida concebida, la Iglesia ha afirmado y defendido repetidamente la dignidad humana del feto. Con esto queremos decir que “el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida” (Donum vitae, I, 1, 7; cf. Evangelium vitae, 60)[1].
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3. Las terapias embrionarias que se aplican ahora en los campos médico, quirúrgico y genético ofrecen nuevas esperanzas de salvar la vida de quienes padecen patologías incurables o muy difíciles de curar después del nacimiento. Así, confirman la enseñanza que la Iglesia ha sostenido basándose tanto en la filosofía como en la teología. De hecho, la fe no disminuye el valor y la validez de la razón; al contrario, la apoya y la ilumina, especialmente cuando la debilidad humana o las influencias psicosociales negativas reducen su perspicacia.
Por tanto, en vuestra actividad, que debería basarse siempre en la verdad científica y ética, estáis llamados a reflexionar seriamente en algunas propuestas y prácticas que derivan de las tecnologías de procreación artificial. En mi carta encíclica Evangelium vitae observé que las diferentes técnicas de reproducción artificial, aparentemente al servicio de la vida, en realidad abren la puerta a nuevos ataques contra ella. Además de ser moralmente inaceptables, puesto que separan la procreación de la esfera plenamente humana del acto conyugal, estas técnicas tienen un alto porcentaje de fracasos. Y estos fracasos no sólo atañen a la fecundación, sino también al sucesivo desarrollo del embrión, expuesto al peligro de muerte, generalmente dentro de muy poco tiempo (cf. Evangelium vitae, 14)[2].
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4. Un caso de especial gravedad moral, que a menudo deriva de estos procedimientos ilícitos, es la así llamada “reducción embrionaria”, o eliminación de algunos fetos cuando se producen simultáneamente concepciones múltiples. Este procedimiento es gravemente ilícito cuando las concepciones múltiples se realizan en el curso normal de las relaciones matrimoniales, pero es doblemente reprensible cuando son el resultado de la procreación artificial.
Los que recurren a métodos artificiales deben ser considerados responsables de una concepción ilícita, pero, cualquiera que sea el método de concepción, una vez que ésta se ha realizado, se debe respetar absolutamente al niño concebido. Hay que proteger, defender y alimentar la vida del feto en el seno materno por razón de su dignidad intrínseca, dignidad que pertenece al embrión y no es algo que le confieren u otorgan los demás, ni los padres genéticos ni el personal médico ni tampoco el Estado.
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5. Distinguidos huéspedes, sois expertos en acompañar los comienzos maravillosos y delicados de la vida humana en el seno materno. Por eso, sabéis muy bien que la doctrina moral católica refuerza y apoya una ética natural basada en el respeto de la inviolabilidad de toda vida humana. La doctrina moral católica arroja luz sobre cuestiones relativas al delicado proceso del comienzo de la vida, rebosante de esperanza y rico en promesas para la vida futura, y campo ahora maduro para los admirables descubrimientos de la ciencia médica. Confío en que vuestra actividad se inspire siempre en un reconocimiento claro de la dignidad propia de todos los seres humanos, cada uno de los cuales es un don incomparable del amor creativo de Dios.
Hoy deseo felicitaros por vuestros descubrimientos científicos y por el modo como los aplicáis para proteger la vida y la salud del niño por nacer. Invoco sobre vosotros y sobre vuestra actividad la ayuda constante de Dios todopoderoso y, como prenda de la asistencia divina, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.
[O.R. (e. c.), 14.IV.2000, 8-9]
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2. In recent decades, when the sense of the humanity of the fetus has been undermined or distorted by reductive understandings of the human person and by laws which introduce scientifically unfounded qualitative stages in the development of conceived life, the Church has repeatedly affirmed and defended the human dignity of the fetus. By this we mean that “the human being is to be respected and treated as a person from the moment of conception; and therefore from that same moment his rights as a person must be recognized, among which in the first place is the inviolable right of every innocent human being to life” (Instruction Donum vitae, I, 1, 7; cf. Encyclical Letter Evangelium vitae, 60)[1].
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3. The fetal therapies now emerging in the medical, surgical and genetic fields offer new hope of saving the lives of those suffering from pathologies which are either incurable or very difficult to treat after birth. They thus confirm the teaching which the Church has upheld on the basis of both philosophy and theology. Faith in fact does not diminish the value and validity of reason; on the contrary, faith sustains and illuminates reason, especially when human weakness or negative psycho-social influences lessen its perspicacity.
In your work therefore, which should always be based upon scientific and ethical truth, you are called upon to reflect seriously on certain proposals and practices emerging in the technologies of artificial procreation. In my Encyclical Letter Evangelium vitae, I noted that the various techniques of artificial reproduction, apparently at the service of life, actually open the door to new attacks on life. Apart from the fact that they are morally unacceptable, since they separate procreation from the fully human context of the conjugal act, these techniques have a high rate of failure. And not just failure in relation to fertilization, but failure affecting the subsequent development of the embryo, which is exposed to the risk of death, generally within a very short space of time (cf. Evangelium vitae, 14)[2].
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4. A case of special moral gravity, often deriving from these illicit procedures, is so-called “embryonic reduction”, or the elimination of some fetuses when multiple conceptions take place at the one time. Such a procedure is gravely illicit when multiple conceptions occur in the normal course of marital relations, but it is doubly reprehensible when they are the result of artificial procreation.
Those who resort to artificial methods must be held responsible for illicit conception, but whatever the mode of conception –once it happens– the child conceived must be absolutely respected. The life of the fetus must be protected, defended and nurtured in the mother’s womb because of its inherent dignity, a dignity which belongs to the embryo and is not something conferred or granted by others, whether the genetic parents, the medical personnel or the State.
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5. Distinguished guests, you are specialists in accompanying the wondrous and delicate beginnings of human life in the mother’s womb. Therefore, you know best how Catholic moral teaching strengthens and supports a natural ethic, based upon respect for the inviolability of every human life. Catholic moral teaching sheds a guiding light on questions connected with the delicate process of life’s dawning, so full of hope and rich in promise for later life, and a field now ripe for the marvellous discoveries of medical science. I trust that your work will always be inspired by a clear recognition of the dignity proper to every human being, each of whom is an incomparable gift of the creative love of God.
Today I wish to pay tribute to your scientific discoveries and the ways in which you apply them to protecting the life and health of the umborn child. I invoke upon you and your work the unfailing help of Almighty God, and as a pledge of divine assistance I gladly impart my Apostolic Blessing.
[O.R., 3-4.IV.2000, 5]