[1966] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO DE LA VIDA Y LA DIGNIDAD DEL ENFERMO, UNA NECESIDAD URGENTE
Carta In the peace, con ocasión de la celebración de la IX Jornada Mundial del Enfermo, 18 enero 2001
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[1.-] En la paz que viene de Dios, lo saludo a usted y a todos los que están congregados en la catedral de Santa MarÃa en Sydney para el sacrificio eucarÃstico, que es el verdadero corazón de la IX Jornada mundial del enfermo. Le pido que transmita al cardenal Edward Clancy y a la Iglesia que está en Sydney y en toda Australia la seguridad de mi cercanÃa en la oración, mientras estáis reunidos para reflexionar sobre cómo la nueva evangelización, necesaria al comienzo del tercer milenio cristiano, debe responder a las numerosas y complejas cuestiones que surgen en el campo de la asistencia sanitaria, siempre a la luz de la cruz de Cristo, en quien el sufrimiento humano encuentra âsu supremo y más seguro punto de referenciaâ (Salvifici doloris, 31).
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[2.-] Pocas áreas de la actividad humana están tan sometidas a los profundos cambios sociales y culturales que afectan a la época contemporánea como la asistencia sanitaria. Esta es una de las razones por las que en 1985 constituà el organismo que se ha transformado en el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, que usted diligentemente preside. A lo largo de los años, el Consejo pontificio ha prestado un inestimable servicio no sólo a las personas implicadas directamente en la asistencia sanitaria católica, sino también a la comunidad más amplia que afronta las numerosas cuestiones que han llegado a ser más apremiantes aún desde que se fundó el Consejo. Doy fervientemente gracias a Dios todopoderoso por este servicio.
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[3.-] En el alba del nuevo milenio, es más urgente que nunca que el Evangelio de Jesucristo impregne todos los aspectos de la asistencia sanitaria; por eso me complace la elección del tema para esta Jornada mundial del enfermo: âLa nueva evangelización y la dignidad del hombre que sufreâ. La evangelización debe ser nueva ânueva en sus métodos y nueva en su ardorâ, porque muchas cosas han cambiado y están cambiando en la asistencia de los enfermos. No sólo la asistencia sanitaria afronta presiones económicas y complejidades legales sin precedentes; también existe al mismo tiempo una incertidumbre ética que tiende a oscurecer lo que siempre ha sido su fundamento moral evidente. Esta incertidumbre puede desembocar en una confusión fatal, manifestándose como una incapacidad de comprender que el fin esencial de la asistencia sanitaria consiste en promover y salvaguardar el bienestar de quienes la necesitan, que la investigación y la práctica de la medicina no deben separarse de los imperativos éticos, que los débiles y los que pueden parecer improductivos a los ojos de una sociedad consumista tienen una dignidad inviolable que siempre ha de respetarse, y que la asistencia sanitaria deberÃa ser siempre accesible, como un derecho básico, a todas las personas, sin excepción alguna. Por lo que respecta a todo esto, desearÃa aplicar a la tarea del Consejo pontificio y a las discusiones de vuestra Conferencia lo que afirmé en mi reciente carta apostólica Novo millennio ineunte al concluir el Año jubilar: resulta cada vez más importante âexplicar adecuadamente los motivos de la posición de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores arraigados en la naturaleza misma del ser humanoâ (n. 51).
La Jornada mundial del enfermo tiene una palabra vital que decir, y el Consejo pontificio tiene un papel indispensable que desempeñar en la misión de la Iglesia de proclamar al mundo el evangelio de vida y amor.
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[4.-] Mientras estáis reunidos en este dÃa dedicado a Nuestra Señora de Lourdes, en la catedral consagrada a MarÃa Auxilio de los cristianos, lo encomiendo a usted y al cardenal Clancy, al Consejo pontificio para la pastoral de la salud y a todos los que participan en la Jornada mundial del enfermo, a la intercesión amorosa de MarÃa santÃsima, la mujer a quien la Iglesia invoca como âSalud de los enfermosâ.
Como prenda de alegrÃa y paz en su Hijo, el Redentor del mundo, le imparto de buen grado mi bendición apostólica.
[OR (ed. esp.) 16-II-2001, 6]
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[1.-] In the peace which comes from God, I greet you and all who are gathered in Saint Maryâs Cathedral in Sydney for the Eucharistic Sacrifice that is the very heart of the Ninth World Day of the Sick. I ask you to convey to Cardinal Edward Clancy and to the Church in Sydney and throughout Australia the assurance of my closeness in prayer as you meet to reflect on how the new evangelization needed at the beginning of the Third Christian Millennium must respond to the many complex questions arising in the field of health care, always in the light of the Cross of Christ, in which human suffering finds âits supreme and surest point of referenceâ[4].
[4]Ioannis Pauli PP. II Salvifici Doloris, 31.
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[2.-] Few areas of human concern are as subject to the profound social and cultural changes affecting contemporary life as health care. This is one of the reasons why in 1985 I established the body which has become the Pontifical Council for Health Pastoral Care, over which you diligently preside. Down the years, the Pontifical Council has rendered an invaluable service not only to those directly involved in Catholic health care, but to the wider community as it grapples with the many issues which have become still more pressing in the time since the Council was established. For that service, I give fervent thanks to Almighty God.
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[3.-] At the dawn of the new millennium, it is more urgent than ever that the Gospel of Jesus Christ should permeate every aspect of health care, and therefore I welcome the choice of theme for this World Day of the Sick: âThe New Evangelization and the Dignity of the Suffering Personâ. Evangelization must be new â new in method and new in ardour â because so much has changed and is changing in the care of the sick. Not only is health care facing unprecedented economic pressures and legal complexities, but at times there is also an ethical uncertainty which tends to obscure what have always been its clear moral foundations. This uncertainty can become a fatal confusion, manifested as a failure to understand that the essential purpose of health care is to promote and safeguard the well-being of those who need it, that medical research and practice must always be tied to ethical imperatives, that the weak and those who may seem unproductive to the eyes of a consumer society have an inviolable dignity that must always be respected, and that health care should be available as a basic right to all people without exception. Regarding all of this I would apply to the work of the Pontifical Council and the discussions of your Conference what I said in my recent Apostolic Letter Novo millennio ineunte at the close of the Jubilee Year: it has become increasingly important âto explain properly the reasons for the Churchâs position, stressing that it is not a case of imposing on non-believers a vision based on faith, but of interpreting and defending the values rooted in the very nature of the human personâ[5].
The World Day of the Sick has a vital word to say, and the Pontifical Council has an indispensable role to play, in the Churchâs mission of proclaiming the Gospel of life and love to the world.
[5]Ioannis Pauli PP. II Novo Millennio Ineunte, 51.
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[4.-] As you gather on this day dedicated to Our Lady of Lourdes, in the Cathedral dedicated to Mary Help of Christians, I commend you and Cardinal Clancy, the Pontifical Council for Health Pastoral Care and all taking part in the World Day of the Sick to the loving intercession of Mary Most Holy, the Woman whom the Church invokes as âHealth of the Sickâ.
As a pledge of joy and peace in her Son, the Redeemer of the world, I gladly impart my Apostolic Blessing.
[Insegnamenti GP II, 24/1 (2001), 188-190]