[1967] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL ENFERMO, LLAMADO A SER UNA INVITACIÓN A LA ESPERANZA Y ALEGRÍA
Del Discurso Come ogni anno, a los enfermos, con ocasión de la celebración de la IX Jornada Mundial del Enfermo, 11 febrero 2001
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2. Queridos enfermos y voluntarios, vuestra presencia cobra un significado singular, puesto que celebramos la Jornada mundial del enfermo, que ya ha llegado a su novena edición. Recuerdo aún la que vivimos el año pasado. Nos encontrábamos en el intenso clima espiritual del gran jubileo, y el testimonio de fe que dieron los que participaron en ella causó una gran impresión. La adhesión generosa de los enfermos a la voluntad del Señor constituye siempre una gran lección de vida. Como repetà en otra ocasión, la Iglesia cuenta mucho con el apoyo de los que se hallan probados por la enfermedad: su sacrificio, a veces incluso poco comprendido, unido a su intensa oración, resulta misteriosamente eficaz para la difusión del Evangelio y para el bien de todo el pueblo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, quisiera repetiros mi más vivo agradecimiento por vuestra silenciosa misión en la Iglesia. Estad siempre profundamente persuadidos de que da una fuerza extraordinaria al camino de la entera comunidad eclesial.
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3. Esta tarde, en el marco sugestivo de este encuentro, queremos sentirnos en comunión con nuestros hermanos que se han dado cita en Sydney (Australia), con ocasión de la Jornada mundial del enfermo. El tema que he elegido este año para esta celebración es: âLa nueva evangelización y la dignidad del hombre que sufreâ. Es importante considerar y meditar este tema, porque el dolor fÃsico y el espiritual marcan, más o menos profundamente, la vida de todos, y es necesario que la luz del Evangelio ilumine también este aspecto de la existencia humana.
En la carta apostólica Novo millennio ineunte, que firmé el dÃa de la clausura del jubileo, invité a todos los creyentes a contemplar el rostro de Jesús. En esa carta escribÃ: âla contemplación del rostro de Cristo nos lleva asà a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la cruzâ (n. 25).
Sobre todo vosotros, amigos enfermos, comprendéis cuán paradójica es la cruz, porque se os ha concedido sentir el misterio del dolor en vuestra misma carne. Cuando, a causa de una enfermedad grave, fallan las fuerzas, se alejan los proyectos largamente cultivados en el corazón. Al sufrimiento fÃsico a menudo se añade el espiritual, debido a un sentimiento de soledad que atenaza a la persona. En la sociedad actual, cierta cultura considera a la persona enferma como un obstáculo molesto, y no reconoce la aportación valiosa que da, en el ámbito espiritual, a la comunidad. Es necesario y urgente redescubrir el valor de la cruz compartida con Cristo.
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4. En Lourdes, el 18 de febrero de 1858, la Virgen dijo a Bernardita: âYo no te prometo ser feliz en este mundo, sino en el otroâ. Durante otra aparición la invitó a dirigir la mirada al cielo. Escuchemos esas exhortaciones de la Madre celestial como si nos las dirigiera también a nosotros: son una invitación a valorar correctamente las realidades terrenas, sabiendo que estamos destinados a una existencia eterna. Son una ayuda para sufrir con paciencia las contrariedades, los dolores y las enfermedades, con la perspectiva del ParaÃso. A algunos les ha parecido a veces que pensar en el ParaÃso es una forma de evadirse de la actividad diaria; al contrario, la luz de la fe ayuda a comprender mejor y, por tanto, a aceptar de modo más consciente la dura experiencia del sufrimiento. Santa Bernardita misma, probada duramente por el mal fÃsico, exclamó un dÃa: âCruz de mi Salvador, cruz santa, cruz adorable, sólo en ti pongo mi fuerza, mi esperanza y mi alegrÃa. Tú eres el árbol de la vida, la escalera misteriosa que une la tierra al cielo y el altar sobre el cual quiero sacrificarme, muriendo por Jesúsâ (M. B. Soubirous, Carnet de notes intimes, p. 20).
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5. Este es el mensaje de Lourdes, que tantos peregrinos, sanos y enfermos, han acogido y hecho suyo. Que las palabras de la Virgen os fortalezcan interiormente, hermanos y hermanas que sufrÃs, a quienes renuevo la expresión de mi solidaridad fraterna. Con vuestra enfermedad, si aceptáis dócilmente la voluntad divina, podéis ser para muchos palabra de esperanza e incluso de alegrÃa, porque decÃs al hombre de este tiempo, a menudo inquieto e incapaz de dar un sentido al dolor, que Dios no nos ha abandonado. Al vivir con fe vuestra situación, testimoniáis que Dios está cerca. Proclamáis que esta cercanÃa tierna y amorosa del Señor hace que no exista ninguna fase de la vida que no valga la pena vivir. La enfermedad y la muerte no son realidades de las que hay que escapar o que hay que criticar como inútiles; ambas son, más bien, etapas de un camino.
Me apremia, de igual manera, animar a cuantos se dedican con celo al cuidado de los enfermos, para que prosigan su valiosa misión de amor y experimenten en ella la consolación interior que el Señor dispensa a quien se convierte en buen samaritano del prójimo que sufre.Con estos sentimientos, os abrazo a todos en el Señor y os bendigo de corazón.
[DP (2001), 20]
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2. La vostra presenza, cari malati e volontari, assume un significato singolare, poiché celebriamo la Giornata Mondiale del Malato, ormai giunta alla nona edizione. Ho ancora in mente quella che abbiamo vissuto lo scorso anno. Eravamo nellâintenso clima spirituale del Grande Giubileo e tanta impressione ha suscitato la testimonianza di fede data da coloro che vi hanno preso parte. Lâadesione generosa dei sofferenti alla volontà del Signore costituisce sempre una grande lezione di vita. Come ho avuto modo di ripetere in altra occasione, la Chiesa conta molto sul sostegno di quanti sono provati dalla malattia: il loro sacrificio, talvolta anche poco compreso, congiunto ad intensa preghiera, risulta misteriosamente efficace per la diffusione del Vangelo e per il bene dellâintero Popolo di Dio.
Cari Fratelli e Sorelle, vorrei ripetervi questâoggi il più vivo ringraziamento per questa vostra silenziosa missione nella Chiesa. Siate sempre profondamente persuasi che essa imprime una straordinaria forza al cammino dellâintera comunità ecclesiale.
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3. Vogliamo sentirci questa sera, nella cornice suggestiva di questâincontro, in comunione con i nostri fratelli che si sono dati appuntamento a Sydney, in Australia, per la Giornata Mondiale del Malato. Il tema che questâanno ho scelto per tale ricorrenza è: âLa nuova evangelizzazione e la dignità dellâuomo sofferenteâ. Si tratta dâun argomento su cui è importante soffermarsi a meditare, perché il dolore fisico e quello spirituale segnano, più o meno profondamente, la vita di tutti ed è necessario che la luce del Vangelo illumini anche questo aspetto dellâesistenza umana.
Nella Lettera apostolica Novo millennio ineunte, che ho firmato nel giorno della chiusura del Giubileo, ho invitato tutti i credenti a contemplare il volto di Gesù. Ho scritto in quella Lettera che la âcontemplazione del volto di Cristo ci conduce così ad accostare lâaspetto più paradossale del suo mistero, quale emerge nellâora estrema, lâora della Croceâ[6].
Soprattutto voi, amici ammalati, comprendete quanto la Croce sia paradossale, perché vi è dato di sentire il mistero del dolore nella vostra stessa carne. Quando, a causa di una malattia grave, vengono meno le forze, sâallontanano i progetti a lungo coltivati nel cuore. Alla sofferenza fisica spesso si aggiunge quella spirituale, dovuta ad un senso di solitudine che attanaglia la persona. Nellâodierna società , una certa cultura considera la persona ammalata al pari di un fastidioso ostacolo, non riconoscendo lâapporto prezioso che essa reca, sul piano spirituale, alla comunità . Eâ necessario ed urgente riscoprire il valore della Croce condivisa con Cristo.
[6]Ioannis Pauli PP. II Novo Millenio Ineunte, 25.
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4. A Lourdes la Madonna il 18 febbraio del 1858, disse a Bernadette: âIo non ti prometto che sarai felice in questo mondo, ma nellâaltroâ. Nel corso di unâaltra apparizione la invitò a volgere gli occhi verso il cielo. Riascoltiamo come rivolte a noi queste esortazioni della Madre celeste: sono invito a saper valutare nella giusta maniera le realtà terrene, sapendo che siamo destinati ad unâesistenza eterna. Sono aiuto a sopportare con pazienza le contrarietà , i dolori e le malattie, nella prospettiva del Paradiso. Talora pensare al Paradiso è parso a taluni come un evadere dal concreto quotidiano; al contrario, la luce della fede fa meglio capire e quindi più consapevolmente accettare la dura esperienza del soffrire. La stessa santa Bernadetta, duramente provata dal male fisico, ebbe ad esclamare un giorno: âCroce del mio Salvatore, croce santa, croce adorabile, in voi sola io pongo la mia forza, la mia speranza e la mia gioia. Voi siete lâalbero della vita, la scala misteriosa che unisce la terra al cielo e lâaltare sul quale voglio sacrificarmi, morendo per Gesùâ[7].
[7] M. B. Soubirous, Carnet de notes intimes, p. 20.
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5. Ecco il messaggio di Lourdes, che tanti pellegrini, sani e malati, hanno accolto e fatto proprio. Possano le parole della Vergine suonare come interiore conforto per voi, Fratelli e Sorelle sofferenti, a cui rinnovo lâespressione della mia fraterna solidarietà . Nella malattia voi potete essere per molti, se accogliete docilmente la volontà divina, parola di speranza e persino di gioia, perché dite allâuomo di questo tempo, spesso inquieto e incapace di dare un senso al dolore, che Dio non ci ha abbandonato. Vivendo con fede la vostra situazione, voi testimoniate che Dio è vicino. Voi proclamate che questa vicinanza tenera e amorosa del Signore fa sì che non ci sia una stagione della vita che non valga la pena di essere vissuta. La malattia e la morte non sono realtà da fuggire o da censurare, perché inutili, ma entrambe sono tappe di un cammino.
Ugualmente mi preme incoraggiare quanti si dedicano con passione alla cura degli ammalati, perché proseguano nella loro preziosa missione dâamore, e possano in essa sperimentare le interiori consolazioni che il Signore dispensa a chi si fa buon samaritano accanto al prossimo che soffre.
Con questi sentimenti, vi abbraccio tutti nel Signore e di cuore vi benedico.
[Insegnamenti GP II, 24/1 (2001), 343-345]