[1977] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL ABORTO: ATENTADO CONTRA LA VIDA INOCENTE
Del Discurso It gives me, al Presidente de los Estados Unidos de América, George Walter Bush, recibido en Castelgandolfo (Italia), 23 julio 2001
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1. Me alegra darle la bienvenida durante su primera visita desde que asumió el cargo de presidente de Estados Unidos. Saludo afectuosamente a su distinguida esposa y a los miembros de su séquito. Expreso de corazón mis mejores deseos de que su presidencia fortalezca a su paÃs en su compromiso en favor de los principios que desde el inicio han inspirado la democracia americana y han sostenido a la nación en su notable crecimiento. Esos principios son más válidos que nunca al afrontar los desafÃos del nuevo siglo que se abre ante nosotros.
A los fundadores de su nación, conscientes de los inmensos recursos naturales y humanos con que el Creador ha bendecido su tierra, los guió un profundo sentido de responsabilidad por el bien común, que debe buscarse respetando la dignidad dada por Dios y los derechos inalienables de todos. Estados Unidos, al construir una sociedad libre, equitativa y justa de acuerdo con la ley, sigue midiéndose según la nobleza de los ideales de su fundación. En el siglo que acaba de terminar, esos mismos ideales impulsaron al pueblo americano a resistir a dos sistemas totalitarios basados en una visión atea del hombre y de la sociedad.
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2. Al inicio de este nuevo siglo, que también marca el comienzo del tercer milenio cristiano, el mundo sigue mirando a Estados Unidos con esperanza. Sin embargo, lo hace con una profunda conciencia de la crisis de valores que se vive en la sociedad occidental, cada vez más insegura ante las decisiones éticas indispensables para el camino futuro de la humanidad.
En los últimos dÃas la atención del mundo se ha centrado en el proceso de globalización, que se aceleró notablemente durante el decenio pasado, y sobre el que usted y los demás jefes de los paÃses industrializados han discutido en Génova. Aun apreciando las oportunidades que ese proceso ofrece para el crecimiento económico y la prosperidad material, la Iglesia no puede menos de expresar su profunda preocupación por el hecho de que nuestro mundo sigue dividido, ya no por los bloques polÃticos y militares del pasado, sino por una dramática brecha entre los que pueden beneficiarse de esas oportunidades y los que al parecer están excluidos de ellas. La revolución de libertad de la que hablé en las Naciones Unidas en 1995 se ha de completar ahora con una revolución de oportunidades, en la que todos los pueblos del mundo contribuyan activamente a la prosperidad económica y compartan sus frutos. Esto requiere un liderazgo por parte de aquellas naciones cuyas tradiciones religiosas y culturales deberÃan hacer que estén más atentas a la dimensión moral de las cuestiones implicadas.
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3. El respeto a la dignidad humana y la convicción de que todos los miembros de la familia humana poseen igual dignidad exigen polÃticas encaminadas a permitir que todos los pueblos tengan acceso a los medios indispensables para mejorar su vida, incluidos los medios tecnológicos y la capacitación necesarios para su desarrollo. Los jefes de las naciones desarrolladas no pueden descuidar estas prioridades: el respeto de la naturaleza por parte de todos, una polÃtica de apertura a los inmigrantes, la cancelación o una reducción significativa de la deuda de los paÃses más pobres, la promoción de la paz mediante el diálogo y la negociación, y el primado del derecho. Un mundo global es esencialmente un mundo de solidaridad. Desde este punto de vista, Estados Unidos, teniendo en cuenta sus numerosos recursos, sus tradiciones culturales y sus valores religiosos, tiene una responsabilidad especial.
Una de las expresiones más elevadas del respeto a la dignidad humana es la libertad religiosa. Este es el primer derecho que enuncia la Declaración de derechos de vuestra nación, y es significativo que la promoción de la libertad religiosa siga siendo un objetivo importante de la polÃtica norteamericana en la comunidad internacional. Me complace expresar el aprecio de toda la Iglesia católica por el compromiso de Estados Unidos a este respecto.
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4. Otra área en donde las opciones polÃticas y morales tienen consecuencias muy graves para el futuro de la civilización concierne al más fundamental de los derechos humanos: el derecho a la vida. La experiencia ya está mostrando que un trágico embotamiento de las conciencias acompaña el ataque a la vida humana inocente en el seno materno, llevando a la acomodación y a la aquiescencia frente a otros males relacionados con ella como la eutanasia, el infanticidio y, más recientemente, las propuestas de crear, con vistas a la investigación, embriones humanos destinados a la destrucción durante ese proceso. Una sociedad libre y virtuosa, como aspira a ser Estados Unidos, debe rechazar las prácticas que desvalorizan y violan la vida humana en cada una de sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. Al defender el derecho a la vida, con la ley y con una vibrante cultura de la vida, Estados Unidos puede mostrar al mundo el camino hacia un futuro verdaderamente humano, en el que el hombre sea el dueño, y no el producto, de su tecnologÃa.
Señor Presidente, le aseguro un recuerdo en mis oraciones al desempeñar las tareas del alto cargo que le ha confiado el pueblo norteamericano. ConfÃo en que, bajo su guÃa, su nación siga utilizando su herencia y sus recursos para ayudar a construir un mundo en el que cada miembro de la familia humana pueda prosperar y vivir de un modo acorde a su dignidad innata. Con estos sentimientos, invoco cordialmente sobre usted y sobre el amado pueblo norteamericano las bendiciones de Dios de sabidurÃa, fortaleza y paz.
[E (2001/2), 1189-1190]
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1. It gives me great pleasure to welcome you on your first visit since you assumed the office of President of the United States. I warmly greet the distinguished First Lady and the members of your entourage. I express heartfelt good wishes that your presidency will strengthen your country in its commitment to the principles which inspired American democracy from the beginning, and sustained the nation in its remarkable growth. These principles remain as valid as ever, as you face the challenges of the new century opening up before us.
Your nationâs founders, conscious of the immense natural and human resources with which your land had been blessed by the Creator, were guided by a profound sense of responsibility towards the common good, to be pursued in respect for the God-given dignity and inalienable rights of all. America continues to measure herself by the nobility of her founding vision in building a society of liberty, equality and justice under the law. In the century which has just ended, these same ideals inspired the American people to resist two totalitarian systems based on an atheistic vision of man and society.
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2. At the beginning of this new century, which also marks the beginning of the third millennium of Christianity, the world continues to look to America with hope. Yet it does so with an acute awareness of the crisis of values being experienced in Western society, ever more insecure in the face of the ethical decisions indispensable for humanityâs future course.
In recent days, the worldâs attention has been focused on the process of globalization which has so greatly accelerated in the past decade, and which you and other leaders of the industrialized nations have discussed in Genoa. While appreciating the opportunities for economic growth and material prosperity which this process offers, the Church cannot but express profound concern that our world continues to be divided, no longer by the former political and military blocs, but by a tragic fault-line between those who can benefit from these opportunities and those who seem cut off from them. The revolution of freedom of which I spoke at the United Nations in 1995 must now be completed by a revolution of opportunity, in which all the worldâs peoples actively contribute to economic prosperity and share in its fruits. This requires leadership by those nations whose religious and cultural traditions should make them most attentive to the moral dimension of the issues involved.
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3. Respect for human dignity and belief in the equal dignity of all the members of the human family demand policies aimed at enabling all peoples to have access to the means required to improve their lives, including the technological means and skills needed for development. Respect for nature by everyone, a policy of openness to immigrants, the cancellation or significant reduction of the debt of poorer nations, the promotion of peace through dialogue and negotiation, the primacy of the rule of law: these are the priorities which the leaders of the developed nations cannot disregard. A global world is essentially a world of solidarity! From this point of view, America, because of her many resources, cultural traditions and religious values, has a special responsibility.
Respect for human dignity finds one of its highest expressions in religious freedom. This right is the first listed in your nationâs Bill of Rights, and it is significant that the promotion of religious freedom continues to be an important goal of American policy in the international community. I gladly express the appreciation of the whole Catholic Church for Americaâs commitment in this regard.
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4. Another area in which political and moral choices have the gravest consequences for the future of civilization concerns the most fundamental of human rights, the right to life itself. Experience is already showing how a tragic coarsening of consciences accompanies the assault on innocent human life in the womb, leading to accommodation and acquiescence in the face of other related evils such as euthanasia, infanticide and, most recently, proposals for the creation for research purposes of human embryos, destined to destruction in the process. A free and virtuous society, which America aspires to be, must reject practices that devalue and violate human life at any stage from conception until natural death. In defending the right to life, in law and through a vibrant culture of life, America can show the world the path to a truly humane future, in which man remains the master, not the product, of his technology.
Mr. President, as you carry out the tasks of the high office which the American people have entrusted to you, I assure you of a remembrance in my prayers. I am confident that under your leadership your nation will continue to draw on its heritage and resources to help build a world in which each member of the human family can flourish and live in a manner worthy of his or her innate dignity. With these sentiments I cordially invoke upon you and the beloved American people Godâs blessings of wisdom, strength and peace.
[Insegnamenti GP II, 24/2 (2001), 76]