[2006] • JUAN PABLO II (1978-2005) • PROCLAMAR CON FIRMEZA PASTORAL LA VERDAD SOBRE EL MATRIMONIO
Discurso Saúdo todos vós, a los responsables de la Región “Leste II” de la Conferencia Episcopal Brasileña, en la visita ad limina, 16 noviembre 2002
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1. Os saludo afectuosamente a todos con las palabras de san Pedro, el primer Papa: âA vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesucristoâ, pues también a vosotros âos ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra por la justicia de nuestro Dios y de Jesucristo, nuestro Salvadorâ (2 P 1, 1-2), para encender la esperanza en el corazón de los hombres y mujeres de este tiempo.
Deseo agradecer las palabras y los sentimientos que, en nombre de todo el Episcopado de Minas Gerais y de EspÃritu Santo, ha expresado el señor cardenal Serafim Fernandes de Araújo, arzobispo de Belo Horizonte, feliz de ver cómo el amor de Cristo os estimula a un apostolado intenso y generoso en favor del crecimiento del reino de Dios en las comunidades que se os han confiado. Esta visita ad limina os ha brindado la ocasión de exponer con suficiente amplitud, sea mediante las relaciones que habéis presentado sea durante los coloquios personales que habéis tenido conmigo, vuestros anhelos y preocupaciones pastorales. Este encuentro con vosotros hoy me permite, en primer lugar, agradeceros en nombre de la Iglesia vuestro celo en el trabajo que realizáis, y, también, confirmaros en la misión común del buen Pastor que proporciona al pueblo de Dios, especialmente a las familias, el alimento en el que puede encontrar la vida y encontrarla en abundancia.
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2. En la Carta que dirigà a las familias en 1994, dije que âla familia se encuentra en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y cuanto se opone al amor. A la familia está confiado el cometido de luchar ante todo para liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo, redentor del hombre. Es preciso que dichas fuerzas sean tomadas como propias por cada núcleo familiar, para que (...) la familia sea fuerte de Diosâ (n. 23).
La familia, célula originaria de la sociedad e âIglesia domésticaâ (Lumen gentium, 11), ha constituido siempre el primer ámbito natural de la maduración humana y cristiana de las nuevas generaciones, formándolas en los valores cristianos de la honradez y la fidelidad, la laboriosidad y la confianza en la divina Providencia, la hospitalidad y la solidaridad. Por eso, hoy necesita un apoyo particular para resistir a las amenazas disgregadoras de la cultura individualista.
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3. A lo largo de mi pontificado, he insistido en la importancia del papel que desempeña el núcleo familiar en la sociedad. Recuerdo, incluso, que en mi primer viaje pastoral a Brasil destaqué su influjo en la formación de vuestra cultura (cf. HomilÃa en Rio de Janeiro, 1 de julio de 1980, n. 4). Existen valores que caracterizan una tradición durante largo tiempo adquirida por el pueblo brasileño, como el respeto, la solidaridad y la vida privada; valores que tienen un origen común: la fe vivida por vuestros antepasados. De modo especial, la mujer brasileña ha desempeñado siempre un papel insustituible y fundamental en el origen y en la duración de cualquier familia. La esposa aporta al matrimonio y la madre a la vida de la familia dotes peculiares vinculadas a su fisiologÃa y psicologÃa, carácter, inteligencia, sensibilidad, afecto, comprensión de la vida y actitud ante ella, pero sobre todo espiritualidad y relación con Dios, indispensables para forjar al hombre y a la mujer del mañana. Constituye el vÃnculo fundamental de amor, paz y garantÃa del futuro de cualquier comunidad familiar.
Es verdad que existen factores sociales que en estas últimas décadas han llevado a desestabilizar el núcleo familiar y que habÃan sido señalados en el Documento de Puebla: algunos de ellos son sociales (estructuras de injusticia), culturales (educación y medios de comunicación social), polÃticos (dominación y manipulación), económicos (salarios, desempleo, pluriempleo) y religiosos (secularismo) (cf. n. 572). Sin olvidar que, en algunas regiones de vuestro paÃs, la falta de viviendas, de higiene, de servicios sanitarios y de educación contribuye a disgregar la familia.
A estos factores se suma la falta de valores morales, que abre las puertas a la infidelidad y a la disolución del matrimonio. Las leyes civiles, que han favorecido el divorcio y amenazan la vida, tratando de introducir oficialmente el aborto; las campañas de control de la natalidad, que, en vez de invitar a una procreación responsable a través de los ritmos naturales de la fertilidad, han llevado a la esterilización a miles de mujeres, sobre todo en el nordeste, y han difundido el uso de los métodos anticonceptivos, revelan ahora sus resultados más dramáticos. La misma falta de una información objetiva y el desarraigo geográfico perjudican la convivencia social, dando origen a un proceso disgregador del núcleo familiar en sus elementos más esenciales.
Esta situación, a pesar de los innegables esfuerzos de varias iniciativas pastorales o de movimientos religiosos, que tienden a la recuperación de la visión cristiana de la familia, parece seguir influyendo en la realidad social brasileña.
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4. Conozco vuestro compromiso por defender y promover esta institución, que tiene su origen en Dios y en su plan de salvación (cf. Familiaris consortio, 49). Hoy se observa una corriente muy difundida en algunas partes, que tiende a debilitar su verdadera naturaleza. En efecto, tanto en la opinión pública como en la legislación civil no faltan intentos de equiparar meras uniones de hecho a la familia, o de reconocer como tal la unión de personas del mismo sexo. Estas y otras anomalÃas nos llevan a proclamar, con firmeza pastoral, la verdad sobre el matrimonio y la familia. Dejar de hacerlo serÃa una grave omisión pastoral, que inducirÃa a las personas al error, especialmente a las que tienen la importante responsabilidad de tomar decisiones sobre el bien común de la nación.
Es necesario dar una respuesta vigorosa a esta situación, sobre todo a través de una acción catequÃstica y educativa más eficaz y constante, que permita estimular el ideal cristiano de la comunión conyugal fiel e indisoluble, verdadero camino de santidad y apertura a la vida.
En este contexto, vuelvo a recordar aquà la necesidad de respetar la dignidad inalienable de la mujer, para fortalecer su importante papel, tanto en el ámbito del hogar como en el de la sociedad en general. En efecto, es triste observar que âla mujer es todavÃa objeto de discriminacionesâ (Ecclesia in America, 45), sobre todo cuando es vÃctima de abusos sexuales y de la prepotencia masculina. Por eso, es necesario sensibilizar a las instituciones públicas para promover aún más la vida familiar basada en el matrimonio y proteger la maternidad respetando la dignidad de todas las mujeres (cf. ib.). Asimismo, nunca está de más insistir en el valor insustituible de la mujer en el hogar; ella, después de haber dado a luz un hijo, es el punto de referencia constante para el crecimiento humano y espiritual de este nuevo ser. El amor de la madre en el hogar es un don precioso, un tesoro que se conserva para siempre en el corazón.
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5. No podemos olvidar que la familia debe testimoniar sus propios valores ante sà y ante la sociedad. Las tareas que Dios llama a realizar en la historia derivan del mismo designio original y representan su desarrollo dinámico y existencial. Los esposos deben ser los primeros en testimoniar la grandeza de la vida conyugal y familiar, fundada en la fidelidad al compromiso asumido ante Dios. Gracias al sacramento del matrimonio, el amor humano adquiere un valor sobrenatural, capacitando a los esposos para participar en el amor redentor de Cristo y para vivir como parte viva de la santidad de la Iglesia. Este amor, de por sÃ, asume la responsabilidad de contribuir a la generación de nuevos hijos de Dios.
Pero, ¿cómo aprender a amar y a entregarse generosamente? Nada impulsa tanto a amar âdecÃa santo Tomásâ como saberse amado. Y es precisamente la familia, comunión de personas donde reina el amor gratuito, desinteresado y generoso, el lugar donde se aprende a amar. El amor mutuo de los esposos se prolonga en el amor a los hijos. En efecto, la familia es, más que cualquier otra realidad humana, el ámbito en el que el hombre es amado por sà mismo y aprende a vivir âel don sincero de sÃâ. Por tanto, la familia es escuela de amor en la medida en que persevera en su identidad propia: la comunión estable de amor entre un hombre y una mujer, fundada en el matrimonio y abierta a la vida.
He querido recordar estos principios, venerados hermanos en el episcopado, porque cuando desaparecen el amor, la fidelidad o la generosidad ante los hijos, la familia se desintegra. Y las consecuencias no se hacen esperar: para los adultos, la soledad; para los hijos, el desamparo; para todos la vida se convierte en territorio inhóspito. Lo he hecho, en cierto modo, para invitar a todas las fuerzas de la pastoral diocesana a no dudar en ayudar a los matrimonios que se encuentran en dificultad, animándolos oportunamente a ser fieles a su vocación de servicio a la vida y a la plena humanidad del hombre y de la mujer, fundamento de la âcivilización del amorâ. A los que temen las exigencias que tal amor conlleva, el Papa les dice: ¡No tengan miedo de los riesgos! âNo hay ninguna situación difÃcil que no pueda afrontarse adecuadamente cuando se cultiva un clima coherente de vida cristianaâ (Discurso a la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia, 18 de octubre de 2002, n. 3: LâOsservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 2002, p. 10). Por otra parte, la eficacia del sacramento de la penitencia, camino de reconciliación con Dios y con el prójimo, es inmensamente mayor que el mal que actúa en el mundo.
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6. En la Campaña de fraternidad de 1994 observé, con cierta aprensión, el rumbo tomado por la institución familiar en vuestra patria. âEl clima de hedonismo e indiferencia religiosa, que causa el derrumbamiento de buena parte de la sociedad âdije en aquella ocasiónâ se propaga en su interior y produce la disgregación de muchos hogaresâ (Mensaje del 16 de febrero de 1994, n. 1: LâOsservatore Romano, edición en lengua española, 25 de febrero de 1994, p. 17).
Por eso, quisiera invitar a los que se dedican a la pastoral familiar en vuestras diócesis a dar nuevo impulso a la defensa y a la promoción de la institución familiar, con una preparación adecuada para este gran sacramento, ârespecto a Cristo y a la Iglesiaâ, como dice san Pablo (Ef 5, 32). A través de las enseñanzas de la Iglesia, impartidas en aulas, cursos prematrimoniales y conversaciones particulares con algún matrimonio idóneo o con un sacerdote experimentado, el matrimonio reforzará la fe, la esperanza y la caridad de los novios ante la nueva situación social y religiosa que están llamados a asumir.
La ocasión también es propicia para una nueva evangelización de los bautizados, cuando se acercan a la Iglesia para pedir el sacramento del matrimonio. En este sentido, llama la atención la educación escolar y superior que, aunque en algunos lugares ha dado pasos significativos, carece de la correlativa evolución en la vida cristiana de las generaciones jóvenes. En este sector, las comunidades eclesiales deben desempeñar un papel muy importante, porque, de este modo, al experimentar y testimoniar el amor de Dios, podrán manifestarlo con eficacia y en profundidad a quienes necesitan conocerlo. Una propuesta pastoral para la familia en crisis supone, como exigencia preliminar, claridad doctrinal, enseñada efectivamente en el campo de la teologÃa moral, sobre la sexualidad y la valoración de la vida. Las opiniones opuestas de teólogos, sacerdotes y religiosos, divulgadas incluso por los medios de comunicación social, sobre las relaciones prematrimoniales, el control de la natalidad, la admisión de los divorciados a los sacramentos, la homosexualidad y el lesbianismo, la fecundación artificial, el uso de prácticas abortivas o la eutanasia, muestran el grado de incertidumbre y la confusión que turban y llegan a adormecer la conciencia de muchos fieles.
En la base de la crisis se percibe la ruptura entre la antropologÃa y la ética, marcada por un relativismo moral según el cual no se valora el acto humano con referencia a los principios permanentes y objetivos, propios de la naturaleza creada por Dios, sino conforme a una reflexión meramente subjetiva acerca de lo que es más conveniente para el proyecto personal de vida. Se produce entonces una evolución semántica en la que al homicidio se le llama muerte inducida, al infanticidio, aborto terapéutico, y el adulterio se convierte en una simple aventura extramatrimonial.
Al no tener ya una certeza absoluta en las cuestiones morales, la ley divina se transforma en una propuesta facultativa dentro de la oferta variada de las opiniones más en boga.
Ciertamente, debemos dar gracias a Dios porque están bien arraigadas las tradiciones religiosas de la familia en Minas Gerais, donde surgen muchas vocaciones religiosas y para el seminario. Pero, sin descuidar las demás prioridades del trabajo pastoral, de modo especial la pastoral vocacional y el acompañamiento y la formación de los candidatos al sacerdocio, es necesario un esfuerzo generoso en el amplio campo del apostolado de la familia a través de la catequesis, las exhortaciones y la consulta personal. Por lo demás, en este sentido, las comunidades eclesiales de EspÃritu Santo están favoreciendo el enriquecimiento de la vida eclesial en su Estado. También a ellas deseo manifestarles mi aprecio y estÃmulo por la obra evangelizadora que están realizando.
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7. Mi pensamiento se dirige, por último, a los procesos de nulidad matrimonial sometidos al examen de vuestros tribunales diocesanos y, cuando es el caso, a la Rota romana.
En su fidelidad a Cristo, la Iglesia no puede dejar de reafirmar con persuasión el âbuen anuncio de la perennidad del amor conyugal que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza (cf. Ef 5, 25)â (Familiaris consortio, 20). Por eso, como ya afirmé, âel juez eclesiástico, auténtico âsacerdos iurisâ en la sociedad eclesial, no puede menos de ser llamado a realizar un verdadero âofficium caritatis et unitatisâ. ¡Qué delicada es, pues, vuestra misión y, al mismo tiempo, qué alto valor espiritual tiene, al convertiros vosotros mismos en artÃfices efectivos de una singular diaconÃa para todo hombre y, más aún, para el âchristifidelisâ!â (Discurso a la Rota Romana en la apertura del año judicial, 17 de enero de1998, n. 2: LâOsservatore Romano, edición en lengua española, 6 de febrero de 1998, p. 10). En su preocupación por aplicar auténticamente las normas procesales, no sólo está en juego la credibilidad de la fe revelada, sino también la paz de las conciencias. En algunas de vuestras diócesis se ha realizado un esfuerzo por organizar los tribunales, reforzando los interdiocesanos. Deseo que, en este delicado proceso interdisciplinar, la fidelidad a la verdad revelada sobre el matrimonio y sobre la familia, interpretada de manera auténtica por el magisterio de la Iglesia, constituya siempre el punto de referencia y el verdadero estÃmulo para una profunda renovación de este sector de la vida eclesial.
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8. La Sagrada Familia, icono y modelo de toda familia humana, ayude a cada uno a caminar según el espÃritu de Nazaret. Con este fin, amados hermanos en el episcopado, transmitid a los fieles que os han sido confiados el estÃmulo de saber que, âigual que estaba en Caná de Galilea, como Esposo entre los esposos que se entregaban recÃprocamente para toda la vida, el buen Pastor está hoy con vosotros como motivo de esperanza, fuerza de los corazones, fuente de entusiasmo siempre nuevo y signo de la victoria de la civilización del amor. Jesús, el buen Pastor, nos repite: No tengáis miedo. Yo estoy con vosotros. âEstoy con vosotros todos los dÃas hasta el fin del mundoâ (Mt 28, 20)â (Carta a las familias, 18). Que esta certeza guÃe a los esposos y a cuantos les ayudan a comprender y poner en práctica la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio, y de ella se alimente incesantemente vuestro ministerio episcopal, venerados hermanos; en esa certeza os confirmo con la bendición apostólica que de buen grado os imparto, haciéndola extensiva a cada una de vuestras comunidades diocesazas.
[DP (2002), 175]
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1. Saúdo todos vós afetuosamente com as palavras de São Pedro, o primeiro Papa: «A graça e a paz vos sejam dadas em abundância pelo conhecimento de Deus e de Nosso Senhor Jesus Cristo», tendo também vós recebido, «pela justiça do nosso Deus e de Jesus Cristo, nosso Salvador, uma fé tão preciosa como a nossa»[127], para acender a esperança no coração dos homens e mulheres deste tempo.
Desejo agradecer as palavras e os sentimentos que, em nome de todo o Episcopado de Minas Gerais e do EspÃrito Santo, foram expressos pelo Senhor Cardeal D. Serafim Fernandes de Araújo, Arcebispo de Belo Horizonte, feliz por ver como o amor de Cristo vos estimula a um apostolado intenso e generoso em prol do crescimento do Reino de Deus nas comunidades que vos foram confiadas. Esta Visita ad limina, deu-vos ocasião de expor com suficiente amplidão, quer mediante os relatórios que apresentastes quer durante os colóquios pessoais que tivestes comigo, os vossos anseios e preocupações pastorais. O meu encontro convosco hoje consente-me, em primeiro lugar, agradecer em nome da Igreja, vosso zelo pelo trabalho que realizais e, depois, confirmar-vos na missão comum de Bom Pastor que providencia ao Povo de Deus, especialmente à s famÃlias, as pastagens onde encontrar a vida e encontrá-la em abundância.
[127][2 Pd 1,1-2]
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2. Na Carta que dirigi à s famÃlias em 1994, dizia que «a famÃlia se acha no centro do grande combate entre o bem e o mal, entre a vida e a morte, entre o amor e quanto a este se opõe. à famÃlia está confiado o dever de lutar sobretudo para libertar as forças do bem, cuja fonte se encontra em Cristo, Redentor do homem. à preciso fazer com que tais forças sejam assumidas por cada núcleo familiar, para que [...] a famÃlia seja forte de Deus»[128].
Célula originária da sociedade e «Igreja doméstica»[129] a famÃlia sempre constituiu o primeiro âmbito natural da maturação humana e cristã das novas gerações, formando-as para os valores cristãos da honestidade e da fidelidade, da operosidade e da confiança na divina Providência, da hospitalidade e da solidariedade; hoje, porém, tem necessidade de um apoio particular para resistir à s ameaças desagregadoras da cultura individualista.
[128][n. 23] [1994 02 02a/23]
[129][LG, 11] [1964 11 21a/11]
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3. Ao longo do Pontificado, tenho insistido sobre a importância do papel desempenhado pelo núcleo familiar na sociedade. Recordo, inclusive, que na minha primeira Viagem pastoral ao Brasil, destacava sua influência na formação da vossa cultura[130]. Existem valores que sinalizam uma tradição longamente adquirida pela gente brasileira, tais como o respeito, a solidariedade, a privacidade; valores que nascem de uma origem comum: a fé vivida pelos vossos antepassados. A mulher brasileira, de modo especial, teve sempre um lugar próprio, não intercambiável e fundamental, na origem e na duração de qualquer famÃlia. A esposa traz para o casamento e a mãe para a vida da famÃlia dotes peculiares ligados à sua fisiologia e psicologia, caráter, inteligência, sensibilidade, afeto, compreensão da vida e postura perante ela mas, sobretudo, espiritualidade e relação com Deus, indispensáveis para forjar o homem e a mulher do amanhã. Ela constitui o elo fundamental amor, paz e garantia do futuro de qualquer comunidade familiar.
à certo que existem fatores sociais que têm levado a desestabilizar o núcleo familiar nestas últimas décadas e que foram apontados no Documento de Puebla: alguns deles sociais (estruturas de injustiça), culturais (educação e meios de comunicação social), polÃticos (dominação e manipulação), econômicos (salários, desemprego, pluriemprego) e religiosos (secularismo)[131]. Sem esquecer que, em algumas regiões do vosso PaÃs, a carência de moradia, de higiene, de saúde e de educação contribuem para desestruturar a famÃlia.
A estes fatores, une-se a falta de valores morais que abre as portas à infidelidade e à dissolução do matrimônio. As leis civis que favoreceram o divórcio e ameaçam a vida tentando introduzir oficialmente o aborto; as campanhas de controle da natalidade que, ao invés de convidar a uma procriação responsável, através dos ritmos naturais da fertilidade, levaram à esterilização de milhares de mulheres, sobretudo no nordeste, e propagaram o uso de meios anticoncepcionais, revelam agora seus resultados mais dramáticos. A mesma falta de uma informação objetiva e o desenraizamento geográfico prejudica o convÃvio social, dando origem a um processo desagregador do núcleo familiar nos seus elementos mais essenciais.
Esta situação, não obstante os esforços inegáveis de várias iniciativas pastorais ou de movimentos religiosos, visando a recuperação da visão cristã da famÃlia, parece continuar influindo na realidade social brasileira.
[130][cf. HomÃlia no Rio de Janeiro, 01/07/1980, 4] [1980 07 01a/4]
[131] [n. 572]
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4. Conheço o vosso empenho em defender e promover esta instituição, que tem a sua origem em Deus e no seu plano de salvação[132]. Hoje, assistimos a uma corrente muito difundida em algumas partes, que tende a debilitar sua verdadeira natureza. Com efeito, não faltam intentos, na opinião pública e na legislação civil, para equiparar a famÃlia a meras uniões de fato ou para reconhecer como tal a união de pessoas do mesmo sexo. Estas e outras anomalias leva-nos a proclamar, com firmeza pastoral, a verdade sobre o matrimônio e a famÃlia. Deixar de fazê-lo seria uma grave omissão pastoral, que induziria as pessoas ao erro, especialmente aquelas que têm a importante responsabilidade de tomar decisões sobre o bem comum da Nação.
à necessário dar uma resposta vigorosa a esta situação sobretudo através de uma ação catequética e educativa mais incisiva e constante, que permita incentivar o ideal cristão da comunhão conjugal fiel e indissolúvel, verdadeiro caminho de santidade e abertura à vida.
Neste contexto, volto aqui a recordar a necessidade de respeitar a dignidade inalienável da mulher, para fortalecer seu importante papel, tanto no âmbito do lar como no da sociedade em geral. Com efeito, é triste observar como «a mulher ainda é objeto de discriminações»[133], sobretudo quando é vÃtima de abusos sexuais e da prepotência masculina. Por isso, é necessário sensibilizar as instituições públicas a fim de promover ainda mais a vida familiar baseada no matrimônio e proteger a maternidade no respeito pela dignidade de todas as mulheres[134]. Além disso, nunca é demais insistir sobre o valor insubstituÃvel da mulher no lar: ela, depois de ter dado à luz uma criança, é o constante ponto de referência para o crescimento humano e espiritual deste novo ser. O amor da mãe no lar é um dom precioso, tesouro que se conserva para sempre no coração.
[132][cf. Familiaris consortio, 49.] [1981 11 22/49]
[133][Ecclesia in America, 45.] [1999 01 22a/45]
[134][cf. ib.]
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5. Não podemos esquecer que a famÃlia deve testemunhar seus próprios valores diante de si e da sociedade. As tarefas que Deus chama a desenvolver na história, brotam do próprio desÃgnio original e representam seu desenvolvimento dinâmico e existencial. Os casados devem ser os primeiros a testemunhar a grandeza da vida conjugal e familiar, fundada na fidelidade ao compromisso assumido diante de Deus. Graças ao sacramento do matrimônio, o amor humano adquire valor sobrenatural, capacitando os cônjuges a participarem do próprio amor redentor de Cristo e a viverem como parcela viva da santidade da Igreja. Este amor, de por si, assume a responsabilidade de contribuir para a geração de novos filhos de Deus.
Mas como aprender a amar e a dar-se generosamente? Nada impele tanto a amar, dizia Santo Tomás, como saber-se amado. E é precisamente a famÃlia âcomunhão de pessoas onde reina o amor gratuito, desinteressado e generosoâ o lugar em que se aprende a amar. O amor mútuo dos esposos prolonga-se no amor aos filhos. A famÃlia é com efeito âmais do que qualquer outra realidade humanaâ o ambiente em que o homem é amado por si mesmo e aprende a viver âo dom sincero de siâ. A famÃlia é, portanto, uma escola de amor, na medida em que persevera na própria identidade: a comunhão estável de amor entre um homem e uma mulher, fundada no matrimônio e aberta à vida.
Quis recordar estes princÃpios, venerados Irmãos no episcopado, pois quando desaparecem o amor, a fidelidade ou a generosidade perante os filhos, a famÃlia se desfigura. E as conseqüências não se fazem esperar: para os adultos, solidão; para os filhos, desamparo; para todos a vida se torna território inóspito. O fiz, de certo modo, para convocar todas as forças da Pastoral diocesana a fim de não hesitar em atender aqueles casais que se encontram em dificuldades, animando-os oportunamente a serem fiéis à sua vocação de serviço à vida e à plena humanidade do homem e da mulher, fundamento da âcivilização do amorâ. Aos que temem as exigências que tal fidelidade comporta, o Papa diz-lhes: Não tenham medo dos riscos! «Não existe uma situação difÃcil que não possa ser enfrentada de modo adequado quando se cultiva um clima de vida cristã coerente»[135]. De resto, imensamente maior que o mal que opera no mundo é a eficácia do sacramento da Penitência, caminho de reconciliação com Deus e com o próximo.
[135][Discurso à Ass. Pl. do P. C. para a FamÃlia, 18/10/2002, 3.] [2002 10 18/3]
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6. Na Campanha da Fraternidade de 1994 voltei a observar, com certa apreensão, os rumos tomados pela instituição da famÃlia na vossa pátria. «O clima de hedonismo âdizia naquela ocasiãoâ e de indiferentismo religioso, que está na base do esfacelamento da sociedade, propaga-se no seu interior e é a causa da desagregação de muitos lares».
Quisera, por isso, convidar os que se dedicam à Pastoral Familiar das vossas Dioceses a dar novo impulso na defesa e na promoção da instituição familiar, com uma adequada preparação deste Sacramento grande, «com referência a Cristo e à Igreja», como diz S. Paulo[136]. Através dos ensinamentos da Igreja, fornecidos em aulas, cursos de noivos, conversas particulares com algum casal idôneo ou um sacerdote experiente, o matrimônio reforçará a fé, a esperança e a caridade dos noivos face à nova situação social e religiosa que são chamados a assumir.
A ocasião também é propÃcia para uma reevangelização dos batizados, quando estes se aproximam da Igreja para pedir o sacramento do matrimônio. Neste sentido, chama à atenção a educação escolar e superior que, mesmo tendo dado em alguns lugares passos significativos, carece da correlativa evolução na vida cristã das jovens gerações. Neste setor, as comunidades eclesiais têm um papel importante a desempenhar pois deste modo, ao experimentar e testemunhar o amor de Deus, poderão manifestá-lo com eficácia e em profundidade à queles que necessitam conhecê-lo. Uma proposta pastoral para a famÃlia em crise supõe, como exigência preliminar, uma clareza doutrinária, efetivamente ensinada no campo da Teologia Moral, sobre a sexualidade e a valorização da vida. As opiniões contrastantes de teólogos, sacerdotes e religiosos, divulgadas inclusive pela imprensa escrita e falada, sobre as relações pré-matrimoniais, o controle da natalidade, a admissão dos divorciados aos sacramentos, a homossexualidade e o lesbianismo, a fecundação artificial, o uso de práticas abortivas ou a eutanásia mostram o grau de incerteza e a confusão que perturbam e chegam a anestesiar a consciência de muitos fiéis.
Na base da crise, percebe-se a ruptura entre a antropologia e a ética, marcada por um relativismo moral segundo o qual valoriza-se o ato humano, não com referência a princÃpios permanentes e objetivos, próprios da natureza criada por Deus, mas conforme a uma ponderação meramente subjetiva acerca do que é mais conveniente ao projeto pessoal de vida. Produz-se então uma evolução semântica em que o homicÃdio se chama morte induzida, o infanticÃdio, aborto terapêutico e o adultério passa a ser uma simples aventura extramatrimonial. Não havendo mais certeza absoluta nas questões morais, a lei divina torna-se uma proposta facultativa na oferta variegada das opiniões mais em voga.
Certamente, devemos dar graças a Deus porque estão bem enraizadas as tradições religiosas da famÃlia mineira, donde surgem muitas vocações religiosas e para o Seminário. Mas, sem descurar as demais prioridades do trabalho pastoral âde modo especial a Pastoral vocacional e o acompanhamento e formação dos candidatos aos sacerdócioâ é necessário um esforço generoso no amplo campo do apostolado da famÃlia através da catequese, das pregações, do aconselhamento pessoal. De resto, é neste sentido que as comunidades eclesiais capixabas vêm favorecendo o enriquecimento da vida eclesial no seu Estado. Também a elas desejo fazer constar meu louvor e estÃmulo pela obra evangelizadora que estão realizando.
[136][Ef 5, 32.]
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7. Meu pensamento dirige-se, enfim, aos processos de nulidade matrimonial submetidos ao exame dos vossos Tribunais diocesanos e, quando for o caso, Ã Rota Romana.
Na sua fidelidade a Cristo, a Igreja não pode deixar de reafirmar com persuasão «o alegre anúncio da forma definitiva daquele amor conjugal, que tem em Jesus Cristo o seu fundamento e vigor (cf. Ef 5,25)»[137]. Por isso,«o juiz eclesiástico, autêntico «sacerdos iuris» âcomo já o afirmeiâ não pode deixar de ser chamado a exercer um verdadeiro âofficium caritatis et unitatisâ. Sua tarefa é exigente e, ao mesmo temo, de alta dimensão espiritual, fazendo dele artÃfice de uma singular diaconia para cada homem e, mais ainda, para o âchristifidelisâ»[138]. Na sua preocupação por aplicar autenticamente as normas processais, está em jogo não só a credibilidade da fé revelada, mas a paz das consciências. Em algumas das vossas Dioceses, tem havido um esforço organizativo dos Tribunais, reforçando aqueles Interdiocesanos. Faço votos de que, neste delicado processo interdisciplinar, a fidelidade à verdade revelada sobre o matrimônio e sobre a famÃlia, interpretada de maneira autêntica pelo Magistério da Igreja, constitua sempre o ponto de referência e o verdadeiro estÃmulo para uma profunda renovação deste setor da vida eclesial.
[137][Familiaris consortio, 20.] [1981 11 22/20]
[138][Discurso à Rota Romana, 17/01/1998, 2.] [1998 01 17/2]
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8. A Sagrada FamÃlia, Ãcone e modelo de cada famÃlia humana, ajude cada um a caminhar no espÃrito de Nazaré. Para isso, amados Irmãos no Episcopado, levai aos fiéis que vos foram confiados o estÃmulo de que «como estava em Caná da Galiléia, Esposo entre aqueles esposos que mutuamente se entregavam por toda a vida, o bom Pastor está hoje convosco como motivo de esperança, força dos corações, fonte de entusiasmo sempre novo e sinal da vitória da âcivilização do amorâ. Jesus, o bom Pastor, repete-nos: Não tenhais medo. Eu estou convosco. âEstou convosco todos os dias até ao fim do mundoâ (Mt 28,20)»[139]. Esta certeza guie os cônjuges e quantos os ajudam a compreender e pôr em prática o ensinamento da Igreja sobre o matrimônio, e dela se nutra incessantemente o vosso ministério episcopal, venerados Irmãos, na qual vos confirmo com a Bênção Apostólica que de bom grado vos concedo, tornando-a extensiva a cada uma das vossas Comunidades diocesanas.
[Insegnamenti GP II, 25/2 (2002), 724-731]
[139] [Carta à s famÃlias, 18.] [1994 02 02a/18]