[2014] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DIMENSIÓN TRASCENDENTE, INTRÍNSECA A LA VERDAD PLENA SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
Del Discurso La solenne, a la Rota Romana, en la Inauguración del Año Judicial, 30 enero 2003
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1. La solemne inauguración del año judicial del Tribunal de la Rota romana me ofrece la oportunidad de renovar la expresión de mi aprecio y mi gratitud por vuestro trabajo, amadÃsimos prelados auditores, promotores de justicia, defensores del vÃnculo, oficiales y abogados. Agradezco cordialmente al monseñor decano los sentimientos que ha manifestado en nombre de todos y las reflexiones que ha hecho sobre la naturaleza y los fines de vuestro trabajo.
La actividad de vuestro tribunal ha sido siempre muy apreciada por mis venerados predecesores, los cuales han subrayado sin cesar que administrar la justicia en la Rota romana constituye una participación directa en un aspecto importante de las funciones del Pastor de la Iglesia universal.
De ahà el valor particular, en el ámbito eclesial, de vuestras decisiones, que constituyen, como afirmé en la Pastor bonus, un punto de referencia seguro y concreto para la administración de la justicia en la Iglesia (cf. art. 126).
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2. Teniendo presente el marcado predominio de las causas de nulidad de matrimonio remitidas a la Rota, el monseñor decano ha destacado la profunda crisis que afecta actualmente al matrimonio y a la familia. Un dato importante que brota del estudio de las causas es el ofuscamiento entre los contrayentes de lo que conlleva, en la celebración del matrimonio cristiano, la sacramentalidad del mismo, descuidada hoy con mucha frecuencia en su significado Ãntimo, en su intrÃnseco valor sobrenatural y en sus efectos positivos sobre la vida conyugal.
Después de haber hablado en los años precedentes de la dimensión natural del matrimonio, quisiera hoy atraer vuestra atención hacia la peculiar relación que el matrimonio de los bautizados tiene con el misterio de Dios, una relación que, en la Alianza nueva y definitiva en Cristo, asume la dignidad de sacramento.
La dimensión natural y la relación con Dios no son dos aspectos yuxtapuestos; al contrario, están unidos tan Ãntimamente como la verdad sobre el hombre y la verdad sobre Dios. Este tema me interesa particularmente: vuelvo a él en este contexto, entre otras cosas, porque la perspectiva de la comunión del hombre con Dios es muy útil, más aún, es necesaria para la actividad misma de los jueces, de los abogados y de todos los agentes del derecho en la Iglesia.
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3. El nexo entre la secularización y la crisis del matrimonio y de la familia es muy evidente. La crisis sobre el sentido de Dios y sobre el sentido del bien y del mal moral ha llegado a ofuscar el conocimiento de los principios básicos del matrimonio mismo y de la familia que en él se funda.Para una recuperación efectiva de la verdad en este campo, es preciso redescubrir la dimensión trascendente que es intrÃnseca a la verdad plena sobre el matrimonio y sobre la familia, superando toda dicotomÃa orientada a separar los aspectos profanos de los religiosos, como si existieran dos matrimonios: uno profano y otro sagrado.
âCreó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creóâ (Gn 1, 27). La imagen de Dios se encuentra también en la dualidad hombre-mujer y en su comunión interpersonal. Por eso, la trascendencia es inherente al ser mismo del matrimonio, ya desde el principio, porque lo es en la misma distinción natural entre el hombre y la mujer en el orden de la creación. Al ser âuna sola carneâ (Gn 2, 24), el hombre y la mujer, tanto en su ayuda recÃproca como en su fecundidad, participan en algo sagrado y religioso, como puso muy bien de relieve, refiriéndose a la conciencia de los pueblos antiguos sobre el matrimonio, la encÃclica Arcanum divinae sapientiae de mi predecesor León XIII (10 de febrero de 1880, en Leonis XIII P.M. Acta, vol. II, p. 22). Al respecto, afirmaba que el matrimonio âdesde el principio ha sido casi un figura (adumbratio) de la encarnación del Verbo de Diosâ (ib.). En el estado de inocencia originaria, Adán y Eva tenÃan ya el don sobrenatural de la gracia. De este modo, antes de que la encarnación del Verbo se realizara históricamente, su eficacia de santidad ya actuaba en la humanidad.
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4. Lamentablemente, por efecto del pecado original, lo que es natural en la relación entre el hombre y la mujer corre el riesgo de vivirse de un modo no conforme al plan y a la voluntad de Dios, y alejarse de Dios implica de por sà una deshumanización proporcional de todas las relaciones familiares. Pero en la âplenitud de los tiemposâ, Jesús mismo restableció el designio primordial sobre el matrimonio (cf. Mt 19, 1-12), y asÃ, en el estado de naturaleza redimida, la unión entre el hombre y la mujer no sólo puede recobrar la santidad originaria, liberándose del pecado, sino que también queda insertada realmente en el mismo misterio de la alianza de Cristo con la Iglesia.
La carta de san Pablo a los Efesios vincula la narración del Génesis con este misterio: âPor eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carneâ (Gn 2, 24). âGran misterio es este; lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesiaâ (Ef 5, 32). El nexo intrÃnseco entre el matrimonio, instituido al principio, y la unión del Verbo encarnado con la Iglesia se muestra en toda su eficacia salvÃfica mediante el concepto de sacramento. El concilio Vaticano II expresa esta verdad de fe desde el punto de vista de las mismas personas casadas: âLos esposos cristianos, con la fuerza del sacramento del matrimonio, por el que representan y participan del misterio de la unidad y del amor fecundo entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial y con la acogida y educación de los hijos. Por eso tienen en su modo y estado de vida su carisma propio dentro del pueblo de Diosâ (Lumen gentium, 11). Inmediatamente después, el Concilio presenta la unión entre el orden natural y el orden sobrenatural también con referencia a la familia, inseparable del matrimonio y considerada como âiglesia domésticaâ (cf. ib.).
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5. La vida y la reflexión cristiana encuentran en esta verdad una fuente inagotable de luz. En efecto, la sacramentalidad del matrimonio constituye una senda fecunda para penetrar en el misterio de las relaciones entre la naturaleza humana y la gracia. En el hecho de que el mismo matrimonio del principio haya llegado a ser en la nueva Ley signo e instrumento de la gracia de Cristo se manifiesta claramente la trascendencia constitutiva de todo lo que pertenece al ser de la persona humana y, en particular, a su Ãndole relacional natural según la distinción y la complementariedad entre el hombre y la mujer. Lo humano y lo divino se entrelazan de modo admirable.
La mentalidad actual, fuertemente secularizada, tiende a afirmar los valores humanos de la institución familiar separándolos de los valores religiosos y proclamándolos totalmente autónomos de Dios. Sugestionada por los modelos de vida propuestos con demasiada frecuencia por los medios de comunicación social, se pregunta:â¿Por que un cónyuge debe ser siempre fiel al otro?â, y esta pregunta se transforma en duda existencial en las situaciones crÃticas. Las dificultades matrimoniales pueden ser de diferentes tipos, pero todas desembocan al final en un problema de amor. Por eso, la pregunta anterior se puede volver a formular asÃ:¿Por qué es preciso amar siempre al otro, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirÃan a dejarlo?
Se pueden dar muchas respuestas, entre las cuales, sin duda alguna, tienen mucha fuerza el bien de los hijos y el bien de la sociedad entera, pero la respuesta más radical pasa ante todo por el reconocimiento de la objetividad del hecho de ser esposos, considerado como don recÃproco, hecho posible y avalado por Dios mismo. Por eso, la razón última del deber de amor fiel es la que está en la base de la alianza divina con el hombre:¡Dios es fiel! Por consiguiente, para hacer posible la fidelidad de corazón al propio cónyuge, incluso en los casos más duros, es necesario recurrir a Dios, con la certeza de recibir su ayuda. Por lo demás, la senda de la fidelidad mutua pasa por la apertura a la caridad de Cristo, que âdisculpa sin lÃmites, cree sin lÃmites, espera sin lÃmites, aguanta sin lÃmitesâ (1 Co 13, 7). En todo matrimonio se hace presente el misterio de la redención, realizada mediante una participación real en la cruz del Salvador, según la paradoja cristiana que une la felicidad a la aceptación del dolor con espÃritu de fe.
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6. De estos principios se pueden sacar muchas consecuencias prácticas, de Ãndole pastoral, moral y jurÃdica. Me limito a enunciar algunas, relacionadas de modo especial con vuestra actividad judicial.
Ante todo, no podéis olvidar nunca que tenéis en vuestras manos el gran misterio del que habla san Pablo (cf. Ef 5, 32), tanto cuando se trata de un sacramento en sentido estricto, como cuando ese matrimonio lleva en sà la Ãndole sagrada del principio, pues está llamado a convertirse en sacramento mediante el bautismo de los dos esposos. La consideración de la sacramentalidad pone de relieve la trascendencia de vuestra función, el vÃnculo que la une operativamente a la economÃa salvÃfica. Por consiguiente, el sentido religioso debe impregnar todo vuestro trabajo. Desde los estudios cientÃficos sobre esta materia hasta la actividad diaria en la administración de la justicia, no hay espacio en la Iglesia para una visión meramente inmanente y profana del matrimonio, simplemente porque esta visión no es verdadera ni teológica ni jurÃdicamente.
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7. Desde esta perspectiva es preciso, por ejemplo, tomar muy en serio la obligación que el canon 1676 impone formalmente al juez de favorecer o buscar activamente la posible convalidación del matrimonio y la reconciliación. Como es natural, la misma actitud de apoyo al matrimonio y a la familia debe reinar antes del recurso a los tribunales: en la asistencia pastoral hay que iluminar pacientemente las conciencias con la verdad sobre el deber trascendente de la fidelidad, presentada de modo favorable y atractivo. En la obra que se realiza con vistas a una superación positiva de los conflictos matrimoniales, y en la ayuda a los fieles en situación matrimonial irregular, es preciso crear una sinergia que implique a todos en la Iglesia: a los pastores de almas, a los juristas, a los expertos en ciencias psicológicas y psiquiátricas, asà como a los demás fieles, de modo particular a los casados y con experiencia de vida.
Todos deben tener presente que se trata de una realidad sagrada y de una cuestión que atañe a la salvación de las almas.
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8. La importancia de la sacramentalidad del matrimonio, y la necesidad de la fe para conocer y vivir plenamente esta dimensión, podrÃan también dar lugar a algunos equÃvocos, tanto en la admisión al matrimonio como en el juicio sobre su validez. La Iglesia no rechaza la celebración del matrimonio a quien está bien dispuesto, aunque esté imperfectamente preparado desde el punto de vista sobrenatural, con tal de que tenga la recta intención de casarse según la realidad natural del matrimonio. En efecto, no se puede configurar, junto al matrimonio natural, otro modelo de matrimonio cristiano con requisitos sobrenaturales especÃficos.
No se debe olvidar esta verdad en el momento de delimitar la exclusión de la sacramentalidad (cf. canon 1101, 2) y el error determinante acerca de la dignidad sacramental (cf. canon 1099) como posibles motivos de nulidad. En ambos casos es decisivo tener presente que una actitud de los contrayentes que no tenga en cuenta la dimensión sobrenatural en el matrimonio puede anularlo sólo si niega su validez en el plano natural, en el que se sitúa el mismo signo sacramental. La Iglesia católica ha reconocido siempre los matrimonios entre no bautizados, que se convierten en sacramento cristiano mediante el bautismo de los esposos, y no tiene dudas sobre la validez del matrimonio de un católico con una persona no bautizada, si se celebra con la debida dispensa.
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9. Al término de este encuentro, mi pensamiento se dirige a los esposos y a las familias, para invocar sobre ellos la protección de la Virgen.También en esta ocasión me complace repetir la exhortación que les dirigà en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae: âLa familia que reza unida, permanece unida. El santo rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familiaâ (n. 41).
A todos vosotros, queridos prelados auditores, oficiales y abogados de la Rota romana, os imparto con afecto mi bendición.
[OR (ed. esp.) 7-II-2003, 5]
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1. La solenne inaugurazione dellâAnno Giudiziario del Tribunale della Rota Romana mi offre lâopportunità di rinnovare lâespressione del mio apprezzamento e della mia gratitudine per il vostro lavoro carissimi Prelati Uditori, Promotori di Giustizia, Difensori del Vincolo, Officiali e Avvocati. Ringrazio cordialmente Mons. Decano per i sentimenti manifestati a nome di tutti e per le riflessioni sviluppate sulla natura e sui fini del vostro lavoro.
Lâattività del vostro Tribunale da sempre è stata altamente apprezzata dai miei venerati Predecessori, che non hanno mancato di sottolineare che amministrare la giustizia presso la Rota Romana costituisce una diretta partecipazione ad un aspetto importante delle funzioni del Pastore della Chiesa universale.
Da ciò il particolare valore nellâambito ecclesiale delle vostre decisioni, che costituiscono, come da me affermato nella Pastor Bonus, un punto di riferimento sicuro e concreto per lâamministrazione della giustizia nella Chiesa[168].
[168]Cfr. Ioannis Pauli PP. II Pastor Bonus, art. 126.
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2. Attesa la marcata prevalenza delle cause di nullità di matrimonio deferite alla Rota, Mons. Decano ha sottolineato la profonda crisi che attualmente investe il matrimonio e la famiglia. Un dato rilevante che emerge dallo studio delle cause è lâoffuscamento tra i contraenti di ciò che comporta, nella celebrazione del matrimonio cristiano, la sacramentalità del medesimo, oggi assai frequentemente disattesa nel suo intimo significato, nel suo intrinseco valore soprannaturale e nei suoi positivi effetti sulla vita coniugale.
Dopo essermi soffermato in anni precedenti sulla dimensione naturale del matrimonio, vorrei oggi richiamare la vostra attenzione sul peculiare rapporto che il matrimonio dei battezzati ha con il mistero di Dio, un rapporto che, nellâAlleanza Nuova e definitiva in Cristo, assume la dignità di sacramento.
Dimensione naturale e rapporto con Dio non sono due aspetti giustapposti: anzi, essi sono così intimamente intrecciati come lo sono la verità sullâuomo e la verità su Dio. Questo tema mi sta particolarmente a cuore: torno su di esso in questo contesto, anche perché la prospettiva della comunione dellâuomo con Dio è quanto mai utile, anzi necessaria, per lâattività stessa dei giudici, degli avvocati e di tutti gli operatori del diritto nella Chiesa.
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3. Il nesso tra la secolarizzazione e la crisi del matrimonio e della famiglia è fin troppo evidente. La crisi sul senso di Dio e sul senso del bene e del male morale è arrivata ad oscurare la conoscenza dei capisaldi dello stesso matrimonio e della famiglia che in esso si fonda. Per un recupero effettivo della verità in questo campo, occorre riscoprire la dimensione trascendente che è intrinseca alla verità piena sul matrimonio e sulla famiglia, superando ogni dicotomia tendente a separare gli aspetti profani da quelli religiosi, quasi che esistessero due matrimoni: uno profano ed un altro sacro.
âDio creò lâuomo a sua immagine; a immagine di Dio lo creò; maschio e femmina li creòâ[169]. Lâimmagine di Dio si trova anche nella dualità uomo-donna e nella loro comunione interpersonale. Perciò, la trascendenza è insita nellâessere stesso del matrimonio, già dal principio, perché lo è nella stessa distinzione naturale tra lâuomo e la donna nellâordine della creazione. Nellâessere âuna sola carneâ[170], lâuomo e la donna, sia nel loro aiuto reciproco che nella loro fecondità , partecipano a qualcosa di sacro e di religioso, come ben mise in risalto, richiamandosi alla coscienza dei popoli antichi sulle nozze, lâEnciclica Arcanum divinae sapientiae del mio predecessore Leone XIII[171]. Al riguardo, egli osservava che il matrimonio âfin da principio è stato quasi una figura (adumbratio) dellâincarnazione del Verbo di Dioâ[172]. Nello stato di innocenza originaria Adamo ed Eva avevano già il dono soprannaturale della grazia. In questo modo, prima che lâincarnazione del Verbo avvenisse storicamente, la sua efficacia di santità già si riversava sullâumanità .
[169]Gen. 1, 27.
[170]Gen. 2, 24.
[171]Leonis XIII Arcanum Divinae Sapientae, die 10 febr. 1880: Leonis XIII P.M. Acta, vol. II, p. 22 [1880 02 10/1-28]
[172]Ibid. [1880 02 10/1-28]
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4. Purtroppo, per effetto del peccato originale, ciò che è naturale nel rapporto tra lâuomo e la donna rischia di essere vissuto in modo non conforme al piano e alla volontà di Dio e lâallontanamento da Dio implica di per sé una proporzionale disumanizzazione di tutte le relazioni familiari. Ma nella âpienezza dei tempiâ, Gesù stesso ha restaurato il disegno primordiale sul matrimonio[173] e così, nello stato di natura redenta, lâunione tra lâuomo e la donna non solo può riacquistare la santità originaria, liberandosi dal peccato, ma viene realmente inserita nello stesso mistero dellâalleanza di Cristo con la Chiesa.
La Lettera di san Paolo agli Efesini collega direttamente il racconto della Genesi con quel mistero: âPer questo lâuomo lascerà suo padre e sua madre e si unirà alla sua donna e i due formeranno una carne sola[174]. Questo mistero è grande; lo dico in riferimento a Cristo e alla Chiesa!â[175]. Lâintrinseco nesso tra il matrimonio, istituito al principio, e lâunione del Verbo incarnato con la Chiesa si mostra in tutta la sua efficacia salvifica mediante il concetto di sacramento. Il Concilio Vaticano II esprime questa verità di fede dal punto di vista delle stesse persone sposate: âI coniugi cristiani, in virtù del sacramento del matrimonio, col quale essi sono il segno del mistero di unità e di fecondo amore che intercorre fra Cristo e la Chiesa, e vi partecipano[176] si aiutano a vicenda per raggiungere la santità nella vita coniugale, nellâaccettazione e nellâeducazione della prole, e hanno così, nel loro stato di vita e nel loro ordine, il proprio dono in mezzo al Popolo di Dioâ[177]. Lâintreccio tra ordine naturale ed ordine soprannaturale viene subito dopo presentato dal Concilio anche in riferimento alla famiglia, inseparabile dal matrimonio e vista come âchiesa domesticaâ[178].
[173]Cfr. Matth. 19, 1-12.
[174]Gen. 2, 24.
[175]Eph. 5, 31-32.
[176]Cfr. Eph, 5, 32.
[177]Lumen Gentium, 11 [1964 11 21a/11]
[178]Ibid. [1964 11 21a/11]
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5. La vita e la riflessione cristiana trovano in questa verità una fonte inesauribile di luce. In effetti, la sacramentalità del matrimonio costituisce una via feconda per penetrare nel mistero dei rapporti tra la natura umana e la grazia. Nel fatto che lo stesso matrimonio del principio sia diventato nella Nuova Legge segno e strumento della grazia di Cristo, si evidenzia la trascendenza costitutiva di tutto ciò che appartiene allâessere della persona umana, ed in particolare alla sua relazionalità naturale secondo la distinzione e la complementarità tra lâuomo e la donna. Lâumano e il divino sâintrecciano in modo mirabile.
Lâodierna mentalità , altamente secolarizzata, tende ad affermare i valori umani dellâistituto familiare staccandoli dai valori religiosi e proclamandoli del tutto autonomi da Dio. Suggestionata comâè dai modelli di vita troppo spesso proposti dai mass-media, si domanda: âPerché si deve essere sempre fedeli allâaltro coniuge?â e questa domanda si trasforma in dubbio esistenziale nelle situazioni critiche. Le difficoltà coniugali possono essere di varia indole, ma tutte sfociano alla fine in un problema di amore. Perciò, il precedente interrogativo si può riformulare così: perché bisogna sempre amare lâaltro, anche quando tanti motivi, apparentemente giustificativi, indurrebbero a lasciarlo?
Si possono dare molte risposte, tra cui hanno senzâaltro molta forza il bene dei figli e il bene dellâintera società , ma la risposta più radicale passa anzitutto attraverso il riconoscimento dellâoggettività dellâessere coniugi, visto come dono reciproco, reso possibile ed avallato da Dio stesso. Perciò la ragione ultima del dovere di amore fedele non è altra che quella che è alla base dellâAlleanza divina con lâuomo: Dio è fedele! Per rendere possibile la fedeltà di cuore al proprio coniuge, anche nei casi più duri, è quindi a Dio che bisogna ricorrere, nella certezza di riceverne lâaiuto. La via della mutua fedeltà passa, peraltro, attraverso lâapertura a quella carità di Cristo, che âtutto copre, tutto crede, tutto spera, tutto sopportaâ[179]. In ogni matrimonio si rende presente il mistero della redenzione, operata mediante una reale partecipazione alla Croce del Salvatore, secondo quel paradosso cristiano che lega la felicità allâassunzione del dolore in spirito di fede.
[179]1 Cor. 13, 7.
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6. Da questi principi si possono trarre molteplici conseguenze pratiche, dâindole pastorale, morale e giuridica. Mi limito ad enunciarne alcune, connesse in modo speciale con la vostra attività giudiziaria.
Anzitutto, non potete mai dimenticare di avere nelle vostre mani quel mistero grande di cui parla san Paolo[180] sia quando si tratta di un sacramento in senso stretto, sia quando quel matrimonio porta in sé lâindole sacra del principio, essendo chiamato a diventare sacramento mediante il Battesimo dei due sposi. La considerazione della sacramentalità mette in risalto la trascendenza della vostra funzione, il nesso che lâunisce operativamente con lâeconomia salvifica. Il senso religioso deve pertanto permeare tutto il vostro lavoro. Dagli studi scientifici su questa materia fino allâattività quotidiana nellâamministrazione della giustizia, non câè spazio nella Chiesa per una visione meramente immanente e profana del matrimonio, semplicemente perché tale visione non è teologicamente e giuridicamente vera.
[180] Cfr. Eph. 5, 32.
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7. In questa prospettiva occorre, ad esempio, prendere molto sul serio lâobbligo formalmente imposto al giudice dal can. 1676 di favorire e cercare attivamente la possibile convalidazione del matrimonio e la riconciliazione. Naturalmente lo stesso atteggiamento di sostegno al matrimonio ed alla famiglia deve regnare prima del ricorso ai tribunali: nellâassistenza pastorale le coscienze vanno pazientemente illuminate con la verità sul dovere trascendente della fedeltà , presentata in modo favorevole ed attraente. Nellâopera per un positivo superamento dei conflitti coniugali, e nellâaiuto ai fedeli in situazione matrimoniale irregolare, occorre creare una sinergia che coinvolga tutti nella Chiesa: i Pastori dâanime, i giuristi, gli esperti nelle scienze psicologiche e psichiatriche, gli altri fedeli, in modo particolare quelli sposati e con esperienza di vita.
Tutti devono tener presente che hanno a che fare con una realtà sacra e con una questione che tocca la salvezza delle anime!
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8. Lâimportanza della sacramentalità del matrimonio, e la necessità della fede per conoscere e vivere pienamente tale dimensione, potrebbe anche dar luogo ad alcuni equivoci, sia in sede di ammissione alle nozze che di giudizio sulla loro validità . La Chiesa non rifiuta la celebrazione delle nozze a chi è bene dispositus, anche se imperfettamente preparato dal punto di vista soprannaturale, purché abbia la retta intenzione di sposarsi secondo la realtà naturale della coniugalità . Non si può infatti configurare, accanto al matrimonio naturale, un altro modello di matrimonio cristiano con specifici requisiti soprannaturali.
Questa verità non deve essere dimenticata al momento di delimitare lâesclusione della sacramentalità [181] e lâerrore determinante circa la dignità sacramentale[182] come eventuali capi di nullità . Per le due figure è decisivo tener presente che un atteggiamento dei nubendi che non tenga conto della dimensione soprannaturale nel matrimonio, può renderlo nullo solo se ne intacca la validità sul piano naturale nel quale è posto lo stesso segno sacramentale. La Chiesa cattolica ha sempre riconosciuto i matrimoni tra i non battezzati, che diventano sacramento cristiano mediante il Battesimo dei coniugi, e non ha dubbi sulla validità del matrimonio di un cattolico con una persona non battezzata se si celebra con la dovuta dispensa.
[181]Cfr. Codex Iuris Canonici, can 1101, 2 [1983 01 25/1101]
[182] Cfr. Ibidem, can. 1099 [1983 01 25/1099]
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9. Al termine di questo incontro, il mio pensiero si volge agli sposi ed alle famiglie, per invocare su di loro la protezione della Madonna. Anche in questa occasione mi è caro riproporre lâesortazione che ho rivolto loro nella Lettera apostolica Rosarium Virginis Mariae: âLa famiglia che prega unita, resta unita. Il Santo Rosario, per antica tradizione, si presta particolarmente ad essere preghiera in cui la famiglia si ritrovaâ[183].
A tutti voi, cari Prelati Uditori, Officiali ed Avvocati della Rota Romana, imparto con affetto la mia Benedizione!
[Insegnamenti GP II, 26/1 (2003), 130-135]
[183]Ioannis Pauli PP. II Rosarium Virginis Mariae, 41.