[2038] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA COMUNIDAD CRISTIANA DEBE AYUDAR A LOS ESPOSOS A TRANSFORMAR CADA FAMILIA EN “IGLESIA DOMÉSTICA” Y ESCUELA DE SANTIDAD
Discurso It is with great joy, a los Obispos de la Provincia Eclesiástica de San Antonio y de Oklahoma City (EE UU), en la visita ad limina, 22 mayo 2004
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2. La vida familiar se santifica en la unión del hombre y la mujer en la institución sacramental del santo matrimonio. Por consiguiente, es fundamental que el matrimonio cristiano se comprenda en su sentido más pleno y se presente como institución natural y como realidad sacramental. Hoy muchos comprenden claramente la naturaleza secular del matrimonio, que incluye los derechos y los deberes que las sociedades modernas consideran como factores determinantes para un contrato matrimonial. Sin embargo, parece que algunos no comprenden adecuadamente la dimensión intrÃnsecamente religiosa de esta alianza.
La sociedad moderna rara vez presta atención a la naturaleza permanente del matrimonio. De hecho, la actitud hacia el matrimonio que domina en la cultura contemporánea exige que la Iglesia trate de ofrecer una mejor instrucción prematrimonial encaminada a formar parejas en el sentido de esta vocación, y que insista en que sus escuelas católicas y sus programas de educación religiosa garanticen que los jóvenes, muchos de los cuales provienen de familias rotas, se eduquen desde niños en la enseñanza de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio. A este respecto, agradezco a los obispos de Estados Unidos su solicitud por proporcionar una correcta catequesis sobre el matrimonio a los fieles laicos de sus diócesis. Os animo a seguir poniendo gran énfasis en el matrimonio como vocación cristiana a la que las parejas están llamadas, y a brindarles los medios para vivirla plenamente a través de los programas de preparación matrimonial, que sean âserios en su objetivo, excelentes en su contenido, suficientemente amplios y de naturaleza obligatoriaâ (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 202).
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3. La Iglesia enseña que el amor entre un hombre y una mujer, santificado en el sacramento del matrimonio, es un reflejo del amor eterno de Dios a su creación (cf. Ritual del Matrimonio, Prefacio III). Del mismo modo, la comunión de amor presente en la vida familiar sirve como modelo de las relaciones que deben existir en la familia de Cristo, la Iglesia. âEntre los cometidos fundamentales de la familia cristiana se halla el eclesial, es decir, que ella está puesta al servicio de la edificación del reino de Dios en la historia, mediante la participación en la vida y misión de la Iglesiaâ (Familiaris consortio, 49). Para asegurar que la familia sea capaz de cumplir esta misión, la Iglesia tiene el sagrado deber de hacer todo lo posible por ayudar a los matrimonios a hacer de la familia una âiglesia domésticaâ y a ejercer correctamente el âcometido sacerdotalâ al que toda familia cristiana está llamada (cf. ib., 55). Uno de los modos más eficaces de ejercer este cometido consiste en ayudar a los padres a ser los primeros heraldos del Evangelio y los principales catequistas en la familia. Este apostolado particular requiere algo más que una mera instrucción académica sobre la vida familiar; requiere que la Iglesia comparta los problemas y las luchas de los padres y de las familias, asà como sus alegrÃas. Por tanto, las comunidades cristianas deberÃan hacer todo lo posible por ayudar a los esposos a transformar sus familias en escuelas de santidad, ofreciendo un apoyo concreto al ministerio de la vida familiar a nivel local. Esta responsabilidad incluye la gratificante tarea de hacer que vuelvan a la Iglesia muchos católicos que se han alejado de ella, pero que desean regresar ahora que tienen una familia.
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4. La familia como comunidad de amor se refleja en la vida de la Iglesia. En efecto, la Iglesia puede considerarse como una familia, la familia de Dios formada por hijos e hijas de nuestro Padre celestial. Como una familia, la Iglesia es un lugar donde sus miembros se sienten animados a sobrellevar sus sufrimientos, conscientes de que la presencia de Cristo en la oración de su pueblo es la mayor fuente de curación. Por esta razón, la Iglesia mantiene un compromiso activo en todos los niveles del ministerio familiar y especialmente en los sectores que afectan a los jóvenes y a los adultos jóvenes. Los jóvenes, ante una cultura secular que promueve la gratificación inmediata y el egoÃsmo en vez de virtudes de autocontrol y generosidad, necesitan el apoyo y la guÃa de la Iglesia. Os animo a vosotros, asà como a vuestros sacerdotes y colaboradores laicos, a considerar la pastoral juvenil como parte esencial de vuestros programas diocesanos (cf. Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 203; y Pastores gregis, 53). Numerosos jóvenes están buscando modelos fuertes, comprometidos y responsables, que no tengan miedo de profesar un amor incondicional a Cristo y a su Iglesia. A este respecto, los sacerdotes han dado siempre, y deberÃan seguir dando, una especial e inestimable contribución a la vida de los jóvenes católicos.
Como en toda familia, a veces la armonÃa interna de la Iglesia puede debilitarse por la falta de caridad y la presencia de conflictos entre sus miembros. Eso puede llevar a la formación de facciones dentro de la Iglesia, las cuales a menudo buscan hasta tal punto sus propios intereses que pierden de vista la unidad y la solidaridad, que son los fundamentos de la vida eclesial y las fuentes de la comunión en la familia de Dios. Para afrontar este preocupante fenómeno, los obispos deben actuar con solicitud paterna, como hombres de comunión, a fin de asegurar que sus Iglesias particulares actúen como familias, de modo que âno haya división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen lo mismo los unos de los otrosâ (1 Co 12, 25). Esto requiere que el obispo se esfuerce por remediar cualquier división que pueda surgir entre sus fieles, tratando de volver a crear un nivel de confianza, reconciliación y entendimiento mutuo en la familia eclesial.
[OR (ed. esp.) 4-VI-2004, 7]
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2. Family life is sanctified in the joining of man and woman in the sacramental institution of holy matrimony. Consequently, it is fundamental that Christian marriage be comprehended in the fullest sense and be presented both as a natural institution and a sacramental reality. Many today have a clear understanding of the secular nature of marriage, which includes the rights and responsibilities modern societies hold as determining factors for a marital contract. There are nevertheless some who appear to lack a proper understanding of the intrinsically religious dimension of this covenant.
Modern society rarely pays heed to the permanent nature of marriage. In fact, the attitude towards marriage found in contemporary culture demands that the Church seek to offer better pre-marital instruction aimed at forming couples in this vocation and insist that her Catholic schools and religious education programs guarantee that young people, many of whom are from broken families themselves, are educated from a very early age in the Churchâs teaching on the sacrament of matrimony. In this regard, I thank the Bishops of the United States for their concern to provide a correct catechesis on marriage to the lay faithful of their dioceses. I encourage you to continue to place a strong emphasis on marriage as a Christian vocation to which couples are called and to give them the means to live it fully through marital preparation programs which are âserious in purpose, excellent in content, sufficient in length and obligatory in natureâ4[219].
[219]4 Directorium de pastorali Episcoporum ministerio, 202.
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3. The Church teaches that the love of man and woman made holy in the sacrament of marriage is a mirror of Godâs everlasting love for his creation5[220]. Similarly, the communion of love present in family life serves as a model of the relationships which must exist in Christâs family, the Church. âAmong the fundamental tasks of the Christian family is its ecclesial task: the family is placed at the service of the building up of the Kingdom of God in history by participating in the life and mission of the Churchâ6[221]. In order to ensure that the family is capable of fulfilling this mission, the Church has a sacred responsibility to do all she can to assist married couples in making the family a âdomestic churchâ and in fulfilling properly the âpriestly roleâ to which every Christian family is called7[222]. A most effective way to accomplish this task is by assisting parents to become the first preachers of the Gospel and the main catechists in the family. This particular apostolate requires more than a mere academic instruction on family life; it requires the Church to share the hurts and struggles of parents and families, as well as their joys. Christian communities should thus make every effort to assist spouses in turning their families into schools of holiness by offering concrete support for family life ministry at the local level. Included in this responsibility is the satisfying task of leading back many Catholics who have drifted away from the Church but long to return now that they have a family.
[220]5 Cfr. «Praefatio in celebratione Matrimonii III».
[221]6 Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 49 [1981 11 22/49]
[222]7 Cfr. ibid. 55 [1981 11 22/55]
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4. The family as a community of love is reflected in the life of the Church. Indeed, the Church may be considered as a family â Godâs Family gathered as sons and daughters of our heavenly Father. Like a family, the Church is a place where its members feel free to bring their sufferings, knowing that Christâs presence in the prayer of his people is the greatest source of healing. For this reason, the Church maintains an active involvement at all levels of family ministry and especially in those areas which reach out to youth and young adults. Young people, faced with a secular culture which promotes instant gratification and selfishness over the virtues of self-control and generosity, need the Churchâs support and guidance. I encourage you, along with your priests and lay collaborators, to have youth ministry as an essential part of your diocesan programs8[223]. So many young people are seeking strong, committed and responsible role models who are not afraid to profess an unconditional love for Christ and his Church. In this regard, priests have always made and should continue to make a special and invaluable contribution to the lives of young Catholics.
As in any family, the Churchâs internal harmony can at times be challenged by a lack of charity and the presence of conflict among her members. This can lead to the formation of factions within the Church which often become so concerned with their special interests that they lose sight of the unity and solidarity which are the foundations of ecclesial life and the sources of communion in the family of God. To address this worrisome phenomenon Bishops are charged to act with fatherly solicitude as men of communion to ensure that their particular Churches act as families, so âthat there may be no discord in the body, but that the members may have the same care for one anotherâ 9[224]. This requires that the Bishop strive to remedy any division which can exist among his flock by attempting to rebuild a level of trust, reconciliation and mutual understanding in the ecclesial family.
[Insegnamenti GP II, 27/1 (2004), 649-652]
[223]8 Cfr. Directorium de pastorali Episcoporum ministerio, 203; Ioannis Pauli PP. II Pastores Gregis, 53.
[224]9 1 Cor. 12, 25.