[2049] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EVITAR TODA FORMA DE EUTANASIA
Discurso Sono lieto, a los participantes en el XIX Congreso Internacional del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, 12 noviembre 2004
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2. La medicina se pone siempre al servicio de la vida. Aun cuando sabe que no puede curar una enfermedad grave, dedica su capacidad a aliviar sus sufrimientos. Trabajar con ahÃnco para ayudar al paciente en toda situación significa tener conciencia de la dignidad inalienable de todo ser humano, también en las condiciones extremas de la fase terminal. En esta dedicación al servicio de los que sufren el cristiano reconoce una dimensión fundamental de su vocación, pues, al cumplir esta tarea, sabe que está sirviendo a Cristo mismo (cf. Mt 25, 35-40).
âPor Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos abrumaâ, recuerda el Concilio (Gaudium et spes, 22). Quien en la fe se abre a esta luz, encuentra consuelo en su sufrimiento y adquiere la capacidad de aliviar el sufrimiento de los demás. De hecho, existe una relación directamente proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayudar a quien sufre. La experiencia diaria enseña que las personas más sensibles al dolor de los demás y más dedicadas a aliviar su dolor, son también las más dispuestas a aceptar, con la ayuda de Dios, sus propios sufrimientos.
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3. El amor al prójimo, que Jesús describió con eficacia en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 29 ss), permite reconocer la dignidad de toda persona, aunque la enfermedad haya alterado su existencia. El sufrimiento, la ancianidad, el estado de inconsciencia y la inminencia de la muerte no disminuyen la dignidad intrÃnseca de la persona, creada a imagen de Dios.
Entre los dramas causados por una ética que pretende establecer quién puede vivir y quién debe morir, se encuentra el de la eutanasia. Aunque esté motivada por sentimientos de una mal entendida compasión o de una comprensión equivocada de la dignidad que se debe salvaguardar, la eutanasia, en lugar de rescatar a la persona del sufrimiento, la elimina.
La compasión, cuando no se tiene la voluntad de afrontar el sufrimiento y acompañar al que sufre, lleva a la supresión de la vida para eliminar el dolor, tergiversando asà el estatuto ético de la ciencia médica.
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4. Por el contrario, la verdadera compasión promueve todo esfuerzo razonable para favorecer la curación del paciente. Al mismo tiempo, ayuda a detenerse cuando ya ninguna acción resulta útil para ese fin.
El rechazo del ensañamiento terapéutico no es un rechazo del paciente y de su vida. En efecto, el objeto de la deliberación sobre la conveniencia de iniciar o continuar una práctica terapéutica no es el valor de la vida del paciente, sino el valor de la intervención médica en el paciente.
La decisión de no emprender o de interrumpir una terapia será éticamente correcta cuando esta resulte ineficaz o claramente desproporcionada para sostener la vida o recuperar la salud. Por tanto, el rechazo del ensañamiento terapéutico es expresión del respeto que en todo momento se debe al paciente.
Precisamente este sentido de respeto amoroso ayudará a acompañar al paciente hasta el final, realizando todas las acciones y cuidados posibles para disminuir sus sufrimientos y favorecer en la última fase de su existencia terrena una vida serena, en la medida en que sea posible, que prepare su alma para el encuentro con el Padre celestial.
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5. Sobre todo en la fase de la enfermedad en la que ya no es posible realizar terapias proporcionadas y eficaces, se impone la obligación de evitar toda forma de obstinación o ensañamiento terapéutico, se hacen necesarios los âcuidados paliativosâ que, como afirma la encÃclica Evangelium vitae, están âdestinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano adecuadoâ (n. 65).
En efecto, los cuidados paliativos tienden a aliviar, especialmente en el paciente terminal, una vasta gama de sÃntomas de sufrimiento de orden fÃsico, psÃquico y mental; por eso, requieren la intervención de un equipo de especialistas con competencia médica, psicológica y religiosa, muy unidos entre sà para sostener al paciente en la fase crÃtica.
Especialmente en la encÃclica Evangelium vitae se ha sintetizado la doctrina tradicional sobre el uso lÃcito y a veces necesario de los analgésicos, respetando la libertad de los pacientes, los cuales, en la medida de lo posible, deben estar en condiciones âde poder cumplir sus obligaciones morales y familiares y, sobre todo, deben poderse preparar con plena conciencia al encuentro definitivo con Diosâ (ib.).
Por otra parte, aunque no se debe permitir que falte el alivio proveniente de los analgésicos a los pacientes que los necesiten, su suministración deberá ser efectivamente proporcionada a la intensidad y al alivio del dolor, evitando toda forma de eutanasia, que se practicarÃa suministrando ingentes dosis de analgésicos precisamente con la finalidad de provocar la muerte.
Para brindar esta ayuda coordinada es preciso estimular la formación de especialistas en cuidados paliativos, y especialmente estructuras didácticas en las que puedan intervenir también psicólogos y profesionales de la salud.
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6. Sin embargo, la ciencia y la técnica jamás podrán dar una respuesta satisfactoria a los interrogantes esenciales del corazón humano. A estas preguntas sólo puede responder la fe. La Iglesia quiere seguir dando su contribución especÃfica a través del acompañamiento humano y espiritual de los enfermos que desean abrirse al mensaje del amor de Dios, siempre atento a las lágrimas de quien se dirige a él (cf. Sal 39, 13). Aquà se manifiesta la importancia de la pastoral de la salud, en la que desempeñan un papel de especial importancia las capellanÃas de los hospitales, que tanto contribuyen al bien espiritual de cuantos pasan por las instituciones sanitarias.
No podemos olvidar la valiosa contribución de los voluntarios, los cuales con su servicio realizan la creatividad de la caridad, que infunde esperanza incluso en la amarga experiencia del sufrimiento. También por medio de ellos Jesús puede seguir pasando hoy entre los hombres, para hacerles el bien y curarlos (cf. Hch 10, 38).
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7. La Iglesia da asà su contribución a esta apasionante misión en favor de las personas que sufren. Que el Señor ilumine a cuantos están cerca de los enfermos, animándolos a perseverar en las distintas funciones y en las diversas responsabilidades. Que MarÃa, Madre de Cristo, acompañe a todos en los momentos difÃciles del dolor y de la enfermedad, para que se asuma el sufrimiento humano en el misterio salvÃfico de la cruz de Cristo.
[OR (ed. esp.) 19-XI-2004, 5]
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2. La medicina si pone sempre al servizio della vita. Anche quando sa di non poter debellare una grave patologia, dedica le proprie capacità a lenirne le sofferenze. Lavorare con passione per aiutare il paziente in ogni situazione significa aver coscienza dellâinalienabile dignità di ogni essere umano, anche nelle estreme condizioni dello stato terminale. In questa dedizione al servizio di chi soffre, il cristiano riconosce una dimensione fondamentale della propria vocazione: nellâadempimento di tale compito, infatti, egli sa di prendersi cura di Cristo stesso[235].
âPer Cristo e in Cristo riceve luce quellâenigma del dolore e della morte, che al di fuori del Vangelo ci opprimeâ, ricorda il Concilio[236]. Chi nella fede si apre a questa luce, trova conforto nella propria sofferenza ed acquista la capacità di lenire la sofferenza altrui. Di fatto esiste una relazione direttamente proporzionale tra la capacità di soffrire e la capacità di aiutare chi soffre. Lâesperienza quotidiana insegna che le persone più sensibili al dolore altrui e più dedite a lenire i dolori degli altri sono anche più disposte ad accettare, con lâaiuto di Dio, le proprie sofferenze.
[235] Cfr. Matth. 25, 35-40.
[236]Gaudium et Spes, 22.
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3. Lâamore verso il prossimo, che Gesù ha tratteggiato con efficacia nella parabola del buon samaritano[237], rende capaci di riconoscere la dignità di ogni persona, anche quando la malattia è venuta a gravare sulla sua esistenza. La sofferenza, lâanzianità , lo stato di incoscienza, lâimminenza della morte non diminuiscono lâintrinseca dignità della persona, creata ad immagine di Dio.
Tra i drammi causati da unâetica che pretende di stabilire chi può vivere e chi deve morire, vi è quello dellâeutanasia. Anche se motivata da sentimenti di una mal intesa compassione o di una mal compresa dignità da preservare, lâeutanasia invece che riscattare la persona dalla sofferenza ne realizza la soppressione.
La compassione, quando è priva della volontà di affrontare la sofferenza e di accompagnare chi soffre, porta alla cancellazione della vita per annientare il dolore, stravolgendo così lo statuto etico della scienza medica.
[237] Cfr. Luc. 10, 205.
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4. La vera compassione, al contrario, promuove ogni ragionevole sforzo per favorire la guarigione del paziente. Al tempo stesso essa aiuta a fermarsi quando nessuna azione risulta ormai utile a tale fine.
Il rifiuto dellâ accanimento terapeutico non è un rifiuto del paziente e della sua vita. Infatti, lâoggetto della deliberazione sullâopportunità di iniziare o continuare una pratica terapeutica non è il valore della vita del paziente, ma il valore dellâintervento medico sul paziente.
Lâeventuale decisione di non intraprendere o di interrompere una terapia sarà ritenuta eticamente corretta quando questa risulti inefficace o chiaramente sproporzionata ai fini del sostegno alla vita o del recupero della salute. Il rifiuto dellâaccanimento terapeutico, pertanto, è espressione del rispetto che in ogni istante si deve al paziente.
Sarà proprio questo senso di amorevole rispetto che aiuterà ad accompagnare il paziente fino alla fine, ponendo in atto tutte le azioni e attenzioni possibili per diminuirne le sofferenze e favorirne nellâultima parte dellâesistenza terrena un vissuto per quanto possibile sereno, che ne disponga lâanimo allâincontro con il Padre celeste.
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5. Soprattutto nella fase della malattia, in cui non è più possibile praticare terapie proporzionate ed efficaci, mentre, si impone lâobbligo di evitare ogni forma di ostinazione o accanimento terapeutico, si colloca la necessità delle âcure palliativeâ che, come afferma lâEnciclica Evangelium vitae, sono âdestinate a rendere più sopportabile la sofferenza nella fase finale della malattia e di assicurare al tempo stesso al paziente un adeguato accompagnamentoâ[238].
Le cure palliative, infatti, mirano a lenire, specialmente nel paziente terminale, una vasta gamma di sintomi di sofferenza di ordine fisico, psichico e mentale, e richiedono perciò lâintervento di unâéquipe di specialisti con competenza medica, psicologica e religiosa, tra loro affiatati per sostenere il paziente nella fase critica.
In particolare, nellâ Enciclica Evangelium vitae è stata sintetizzata la dottrina tradizionale sullâuso lecito e talora doveroso degli analgesici nel rispetto della libertà dei pazienti, i quali devono essere posti in grado, nella misura del possibile, âdi soddisfare ai loro obblighi morali e familiari e soprattutto devono potersi preparare con piena coscienza allâincontro definitivo con Dioâ[239].
Dâaltra parte, mentre non si deve far mancare ai pazienti che ne hanno necessità il sollievo proveniente dagli analgesici, la loro somministrazione dovrà essere effettivamente proporzionata allâintensità e alla cura del dolore, evitando ogni forma di eutanasia quale si avrebbe somministrando ingenti dosi di analgesici proprio con lo scopo di provocare la morte.
Ai fini di realizzare questo articolato aiuto occorre incoraggiare la formazione di specialisti delle cure palliative, in particolare strutture didattiche alle quali possono essere interessati anche psicologi e operatori della pastorale.
[238]Ioannis Pauli PP. II Evangelium Vitae, 65 [1995 03 25b/65]
[239]Ibid. [1995 03 25b/65]
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6. La scienza e la tecnica, tuttavia, non potranno mai dare risposta soddisfacente agli interrogativi essenziali del cuore umano. A queste domande può rispondere solo la fede. La Chiesa intende continuare ad offrire il proprio contributo specifico attraverso lâaccompagnamento umano e spirituale degli infermi, che desiderano aprirsi al messaggio dellâamore di Dio, sempre attento alle lacrime di chi si rivolge a lui[240]. Si evidenzia qui lâimportanza della pastorale sanitaria, nella quale ricoprono un ruolo di speciale rilievo le cappellanie ospedaliere, che tanto contribuiscono al bene spirituale di quanti soggiornano nelle strutture sanitarie.
Come dimenticare poi il contributo prezioso dei volontari che con il loro servizio danno vita a quella fantasia della carità che infonde speranza anche allâamara esperienza della sofferenza? Eâ anche per loro mezzo che Gesù può continuare oggi a passare tra gli uomini, per beneficarli e sanarli[241].
[240] Cfr. Ps. 40 (39), 13.
[241] Cfr. Act. 10, 38.
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7. La Chiesa offre così il proprio contributo in questa appassionante missione a favore delle persone che soffrono. Voglia il Signore illuminare quanti sono vicini ai malati, incoraggiandoli a perseverare nei distinti ruoli e nelle diverse responsabilità . Tutti accompagni Maria, Madre di Cristo, nei momenti difficili del dolore e della malattia, affinché la sofferenza umana possa essere assunta nel mistero salvifico della Croce di Cristo.
[Insegnamenti GP II, 27/2 (2004), 546-549]