[2059] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA SALUD NO ES UN BIEN ABSOLUTO, PERO EXIGE UNA PRECISA RESPONSABILIDAD MORAL DE PARTE DE CADA UNO
Carta Sono lieto, a los participantes en el Congreso promovido por la Pontificia Academia para la Vida, sobre el tema “Qualità della vita e etica della salute”, 19 febrero 2005
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2. El tema examinado en este congreso es de máxima importancia ética y cultural tanto para las sociedades desarrolladas como para las que están en vÃas de desarrollo. Los términos âcalidad de vidaâ y âpromoción de la saludâ identifican uno de los principales objetivos de las sociedades contemporáneas, planteando interrogantes no exentos de ambigüedad y, a veces, de trágicas contradicciones, por lo que requieren un atento discernimiento y una profunda clarificación.
En la encÃclica Evangelium vitae, a propósito de la búsqueda cada vez más afanosa de la âcalidad de vidaâ que caracteriza especialmente a las sociedades desarrolladas, afirmé: âLa llamada âcalidad de vidaâ se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida fÃsica, olvidando las dimensiones más profundas ârelacionales, espirituales y religiosasâ de la existenciaâ (n. 23). Es en estas dimensiones más profundas donde hay que concentrar la atención para buscar una clarificación adecuada.
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3. Ante todo, se debe reconocer la calidad esencial que distingue a toda criatura humana por el hecho de haber sido creada a imagen y semejanza del Creador mismo. El hombre, constituido de cuerpo y espÃritu en la unidad de la persona âcorpore et anima unus, como dice la constitución Gaudium et spes (n. 14)â, está llamado a un diálogo personal con el Creador. Por eso, posee una dignidad superior por esencia a las demás criaturas visibles, vivientes y no vivientes. Como tal, está llamado a colaborar con Dios en la tarea de someter la tierra (cf. Gn 1, 28) y en el designio redentor está destinado a poseer la dignidad de hijo de Dios.
Este nivel de dignidad y de calidad pertenece al orden ontológico y es constitutivo del ser humano; permanece en todos los momentos de la vida, desde el primer instante de la concepción hasta la muerte natural, y se realiza plenamente en la dimensión de la vida eterna. Por tanto, se debe reconocer y respetar al hombre en cualquier condición de salud, de enfermedad o de discapacidad.
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4. Coherentemente con este nivel primero y esencial, de modo complementario, es necesario reconocer y promover un segundo nivel de calidad de vida: a partir del reconocimiento del derecho a la vida y de la dignidad peculiar de toda persona, la sociedad debe promover, en colaboración con la familia y los demás organismos intermedios, las condiciones concretas para desarrollar armoniosamente la personalidad de cada uno, según sus capacidades naturales.
Todas las dimensiones de la persona âla corpórea, la psicológica, la espiritual y la moralâ han de promoverse en armonÃa. Esto supone la presencia de condiciones sociales y ambientales aptas para favorecer ese desarrollo armonioso. Por tanto, el contexto socio-ambiental caracteriza este segundo nivel de calidad de la vida humana, que debe reconocerse a todos los hombres, incluso a los que viven en paÃses en vÃas de desarrollo. En efecto, la dignidad de los seres humanos es igual, independientemente de la sociedad a la que pertenezcan.
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5. Sin embargo, en nuestros dÃas, el significado que la expresión âcalidad de vidaâ está asumiendo progresivamente se aleja a menudo de esta interpretación básica, fundada en una recta antropologÃa filosófica y teológica.
En efecto, bajo el impulso de la sociedad del bienestar, se está favoreciendo una noción de calidad de vida que es, al mismo tiempo, restrictiva y selectiva: consistirÃa en la capacidad de disfrutar y de experimentar placer, o también en la capacidad de autoconciencia y de participación en la vida social. En consecuencia, se niega toda calidad de vida a los seres humanos que aún no son capaces de entender y querer, o a los que ya no lo son, o a quienes ya no pueden disfrutar de la vida como sensación y relación.
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6. Una desviación análoga ha sufrido también el concepto de salud. Ciertamente, no es fácil definir en términos lógicos y precisos un concepto complejo y antropológicamente rico como el de salud. Pero es cierto que con este término se quiere hacer referencia a todas las dimensiones de la persona, en su armoniosa y recÃproca unidad: la dimensión corpórea, la psicológica y la espiritual y moral.
Esta última dimensión, la moral, no puede descuidarse. Toda persona tiene una responsabilidad con respecto a su salud y a la de quien no ha llegado a la madurez o ya no tiene la capacidad de cuidar de sà mismo. Más aún, la persona está llamada también a tratar con responsabilidad el medio ambiente, de manera que sea âsaludableâ.
¡De cuántas enfermedades, en sà mismas y en los demás, son responsables a menudo las personas! Pensemos en la difusión del alcoholismo, de la drogodependencia y del sida. ¡Cuánta energÃa vital y cuántas vidas de jóvenes podrÃan ahorrarse y mantenerse sanas si la responsabilidad moral de cada uno promoviera más la prevención y la conservación del valioso bien que es la salud!
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7. Ciertamente, la salud no es un bien absoluto. No lo es. sobre todo, cuando se la considera como simple bienestar fÃsico, mitificado hasta coartar o descuidar bienes superiores, aduciendo razones de salud incluso para rechazar la vida naciente: esto es lo que sucede con la asà llamada âsalud reproductivaâ. ¿Cómo no reconocer en esto una concepción restrictiva y desviada de la salud?
En cualquier caso, entendida correctamente, sigue siendo uno de los bienes más importantes con respecto a los cuales tenemos una responsabilidad precisa, hasta tal punto que sólo puede sacrificarse para alcanzar bienes superiores, como requiere a veces el servicio a Dios, a la familia, al prójimo y a la sociedad entera.
Asà pues, se debe proteger y cuidar la salud como equilibrio fÃsico-psÃquico y espiritual del ser humano. Es una grave responsabilidad ética y social estropear la salud a consecuencia de desórdenes de varios tipos, por lo general relacionados con la degradación moral de la persona.
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8. Es tan grande la importancia ética del bien de la salud, que motiva un fuerte compromiso de tutela y de cuidado por parte de la sociedad misma. Es un deber de solidaridad que no excluye a nadie, ni siquiera a los que por su propia culpa han perdido la salud.
En efecto, la dignidad ontológica de la persona es superior: trasciende incluso las conductas equivocadas y culpables del sujeto.Curar la enfermedad y hacer todo lo posible para prevenirla son tareas permanentes de cada uno y de la sociedad, precisamente como homenaje a la dignidad de la persona y a la importancia del bien de la salud.
En vastas zonas del mundo, la humanidad de hoy es vÃctima del bienestar que ella misma ha creado, y, en otras partes mucho más vastas, es vÃctima de enfermedades difundidas y devastadoras, cuya virulencia deriva de la miseria y de la degradación ambiental.
Todas las fuerzas de la ciencia y de la sabidurÃa deben movilizarse al servicio del bien verdadero de la persona y de la sociedad en las diversas partes del mundo, a la luz del criterio de fondo que es la dignidad de la persona, en la que está grabada la imagen misma de Dios. Con estos deseos, encomiendo los trabajos del congreso a la intercesión de Aquella que acogió en su vida la Vida del Verbo encarnado, a la vez que, como signo de especial afecto, imparto a todos mi bendición.
[OR (ed. esp.) 25-II-2005, 5]
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2. Il tema preso in esame nel presente Congresso è di massima rilevanza etica e culturale sia per le società sviluppate che per quelle in via di sviluppo. I termini âqualità di vitaâ e âpromozione della saluteâ identificano uno dei principali obiettivi delle società contemporanee, sollevando interrogativi non privi di ambiguità e, talvolta, di tragiche contraddizioni, per cui richiedono un attento discernimento e una profonda chiarificazione.
NellâEnciclica Evangelium Vitae, a proposito della ricerca sempre più ansiosa della âqualità di vitaâ che caratterizza specialmente le società sviluppate, rilevavo: âLa cosiddetta qualità della vita è interpretata in modo prevalente o esclusivo come efficienza economica, consumismo disordinato, bellezza e godibilità della vita fisica, trascurando le dimensioni più profonde relazionali, spirituali e religiose della esistenzaâ[263]. Eâ su queste dimensioni più profonde che va portata lâattenzione alla ricerca di unâadeguata chiarificazione.
[263]Ioannis Pauli PP. II Evangelium Vitae, 23 [1995 03 25b/23]
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3. Si deve innanzitutto riconoscere la qualità essenziale che distingue ogni creatura umana per il fatto di essere creata a immagine e somiglianza del Creatore stesso. Lâuomo, costituito di corpo e spirito nellâunità della persona âcorpore et anima unus, come dice la Cost. Gaudium et spes[264]â, è chiamato a un dialogo personale con il Creatore. Perciò, egli possiede una dignità superiore per essenza alle altre creature visibili, viventi e non viventi. Come tale, è chiamato a collaborare con Dio nel compito di soggiogare la terra[265] ed è destinato, nel disegno redentivo, a rivestire la dignità di figlio di Dio.
Questo livello di dignità e di qualità appartiene allâordine ontologico ed è costitutivo dellâessere umano, permane in ogni momento della vita, dal primo istante del concepimento fino alla morte naturale, e si attua in pienezza nella dimensione della vita eterna. Lâuomo va dunque riconosciuto e rispettato in qualsiasi condizione di salute, di infermità o di disabilità .
[264]Gaudium et Spes, 14.
[265] Cfr. Gen. 1, 28.
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4. Coerentemente a questo primo ed essenziale livello, in modo complementare, va riconosciuto e promosso un secondo livello di qualità della vita: a partire dal riconoscimento del diritto alla vita e della dignità peculiare di ogni persona, la società deve promuovere, in collaborazione con la famiglia e gli altri organismi intermedi, le condizioni concrete per sviluppare armoniosamente la personalità di ognuno, secondo le sue capacità naturali.
Tutte le dimensioni della persona âla dimensione corporea, quella psicologica, quella spirituale e quella moraleâ vanno promosse in armonia. Ciò suppone la presenza di condizioni sociali e ambientali atte a favorire tale armonico sviluppo. Il contesto socio-ambientale, dunque, caratterizza questo secondo livello di qualità della vita umana, che deve essere riconosciuto a tutti gli uomini, anche a quelli che vivono in Paesi in via di sviluppo. Uguale è infatti la dignità degli esseri umani, a qualunque società appartengano.
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5. Tuttavia, ai nostri giorni il significato che lâespressione âqualità di vitaâ sta progressivamente assumendo si allontana spesso da questa basilare interpretazione, fondata su una retta antropologia filosofica e teologica.
Infatti, sotto la spinta della società del benessere, si sta favorendo una nozione di qualità di vita che è, al tempo stesso, riduttiva e selettiva: essa consisterebbe nella capacità di godere e di sperimentare piacere, o anche nella capacità di autocoscienza e di partecipazione alla vita sociale. In conseguenza, è negata ogni qualità di vita agli esseri umani non ancora o non più capaci di intendere e di volere, oppure a coloro che non sono più in grado di godere la vita come sensazione e relazione.
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6. Una deviazione analoga ha subito anche il concetto di salute. Non è certamente facile definire in termini logici e precisi un concetto complesso e antropologicamente ricco come quello di salute. Ma è certo che con questo termine ci si intende riferire a tutte le dimensioni della persona, nella loro armonica e reciproca unità : la dimensione corporea, quella psicologica e quella spirituale e morale.
Questâultima dimensione, quella morale, non può essere trascurata. Ogni persona ha una responsabilità sulla salute propria e su quella di chi non ha raggiunto la maturità o non ha più la capacità di gestire se stesso. Anzi, la persona è chiamata anche a trattare con responsabilità lâambiente, in maniera tale che esso sia âsalutareâ.
Di quante malattie i singoli sono spesso responsabili per sé e per gli altri! Pensiamo alla diffusione dellâalcolismo, della tossico-dipendenza e dellâAIDS. Quanta energia di vita e quante vite di giovani potrebbero essere risparmiate e mantenute in salute se la responsabilità morale di ciascuno sapesse promuovere di più la prevenzione e la conservazione di quel prezioso bene che è la salute!
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7. Certo, la salute non è un bene assoluto. Non lo è soprattutto quando viene intesa come semplice benessere fisico, mitizzato fino a coartare o trascurare beni superiori, accampando ragioni di salute persino nel rifiuto della vita nascente: è quanto avviene con la cosiddetta âsalute riproduttivaâ. Come non riconoscere in ciò una concezione riduttiva e deviata della salute?
Rettamente intesa, essa rimane comunque uno dei beni più importanti verso i quali abbiamo una precisa responsabilità , al punto che essa può essere sacrificata soltanto per il raggiungimento di beni superiori, come talvolta è richiesto nel servizio verso Dio, verso la famiglia, verso il prossimo e verso la società intera.
La salute va dunque custodita e curata come equilibrio fisico-psichico e spirituale dellâessere umano. Eâ una grave responsabilità etica e sociale lo sperpero della salute in conseguenza di disordini di vario genere, per lo più connessi con il degrado morale della persona.
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8. La rilevanza etica del bene della salute è tale da motivare un forte impegno di tutela e di cura da parte della stessa società . Eâ un dovere di solidarietà che non esclude nessuno, neppure coloro che fossero causa essi stessi della perdita della propria salute.
La dignità ontologica della persona è infatti superiore: trascende gli stessi comportamenti sbagliati e colpevoli del soggetto. Curare la malattia e fare di tutto per prevenirla sono compiti permanenti del singolo e della società proprio in omaggio alla dignità della persona e allâimportanza del bene della salute.
Lâumanità di oggi si presenta, in vaste zone del mondo, vittima del benessere che essa stessa ha creato e, in altre parti molto più vaste, vittima di malattie diffuse e devastanti, la cui virulenza deriva dalla miseria e dal degrado ambientale.
Tutte le forze della scienza e della sapienza devono essere mobilitate a servizio del bene vero della persona e della società in ogni parte del mondo, alla luce di quel criterio di fondo che è la dignità della persona, nella quale è impressa lâimmagine stessa di Dio.
Con questi voti, affido i lavori del Convegno allâintercessione di Colei che ha accolto nella propria vita la Vita del Verbo incarnato, mentre, in segno di speciale affetto, a tutti imparto la mia Benedizione.
[Insegnamenti GP II, 28 (2005), 159-163]