[2225] • BENEDICTO XVI (2005- • LA COLABORACIÓN DE LOS PADRES EN EL DESARROLLO Y EN LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
De la Homilía Jésus-Christ nous rassemble, en la Celebración Eucarística con ocasión de la publicación del Instrumentum Laboris, en el estadio Amadou Ahidjo de Yaundé (Camerún), 19 de marzo de 2009
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[5.] La primera lectura que acabamos de escuchar no habla explícitamente de san José, pero nos enseña muchas cosas de él. El profeta Natán se acerca a David, por orden del Señor mismo, para decirle: “Estableceré después de ti a un descendiente tuyo” (2 S 7,12). David tiene que aceptar morir sin ver la realización de la promesa que se cumplirá “cuando haya llegado al término de su vida” y descanse “con sus padres”. Así, vemos cómo uno de los deseos más queridos del hombre, el de ser testigo de la fecundidad de su actuación, no siempre es escuchado por Dios. Pienso en aquellos de vosotros que son padres y madres de familia: tienen muy legítimamente el deseo de dar lo mejor de sí mismos a sus hijos y quieren verles triunfar verdaderamente. Sin embargo, no hay que equivocarse en ese triunfo: lo que Dios pide a David, es que confíe en Él. David no verá a su sucesor, “cuyo trono durará por siempre” (2 S 7,16), porque este sucesor anunciado veladamente en la profecía es Jesús. David confía en Dios. Igualmente, José confía en Dios cuando escucha al mensajero, al Ángel, que le dice: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20). En la historia, José es el hombre que ha dado a Dios la mayor prueba de confianza, incluso ante un anuncio tan sorprendente.
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[6.] Y vosotros, queridos padres y queridas madres de familia que me escucháis, ¿confiáis en que Dios os hace padres y madres de sus hijos de adopción? ¿Aceptáis que Él cuente con vosotros para transmitir a vuestros hijos los valores humanos y espirituales que habéis recibido y que les harán vivir en el amor y el respeto de su santo nombre? Hoy, cuando tantas personas sin escrúpulos tratan de imponer el reino del dinero, despreciando a los más necesitados, debéis estar muy atentos. África en general, y Camerún en particular, corren peligro si no reconocen al verdadero Autor de la Vida. Hermanos y hermanas de Camerún y de África, que habéis recibido de Dios tantas cualidades humanas, tened cuidado de vuestras almas. No os dejéis fascinar por falsas glorias y falsos ideales. Creed, sí, seguid creyendo que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el único que os ama como esperáis, que es el único que puede llenaros, que puede dar la estabilidad a vuestras vidas. Cristo es el único camino de Vida.
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[7.] Sólo Dios podía dar a José la fuerza para confiar en el Ángel. Sólo Dios os dará, queridos hermanos y hermanas que estáis casados, la fuerza para educar a vuestra familia como Él quiere. Pedídselo. A Dios le gusta que se le pida lo que quiere dar. Pedidle la gracia de un amor verdadero y cada vez más fiel, a imagen de su propio amor. Como dice maravillosamente el salmo: “Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad” (Sal 88,3).
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[8.] Igual que en otros continentes, la familia pasa efectivamente, en vuestro país y en el resto de África, un período difícil, que superará gracias a su fidelidad a Dios. Algunos valores de la vida tradicional se han trastocado. Las relaciones entre generaciones han evolucionado de tal manera que ya no favorecen como antes la transmisión de los conocimientos antiguos y de la sabiduría heredada de los antepasados. Con demasiada frecuencia, se asiste a un éxodo rural comparable al de otros muchos períodos humanos. La calidad de los vínculos familiares queda profundamente afectada. Desarraigados y frágiles, y frecuentemente, por desgracia, sin un verdadero trabajo, los miembros de las jóvenes generaciones buscan remedios a su malvivir refugiándose en paraísos efímeros y artificiales importados, que sabemos no consiguen nunca asegurar al hombre una felicidad profunda y duradera. A veces, también el hombre africano se ve obligado a huir de sí mismo y a abandonar todo lo que era su riqueza interior. Enfrentado al fenómeno de una urbanización galopante, deja su tierra, física y moralmente, no como Abrahán para responder a la llamada del Señor, sino por una especie de exilio interior que le aparta de su mismo ser, de sus hermanos y hermanas de sangre y de Dios mismo. […]
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[14.] Quisiera dirigir una exhortación particular a los padres de familia, puesto que san José es su modelo. San José revela el misterio de la paternidad de Dios sobre Cristo y sobre cada uno de nosotros. Él puede enseñarles el secreto de su propia paternidad, él, que custodió al Hijo del Hombre. También cada padre recibe de Dios a sus hijos, creados a imagen y a semejanza de Él. San José fue el esposo de María. A cada padre de familia se le confía igualmente, mediante su propia esposa, el misterio de la mujer. Como San José, queridos padres de familia, respetad y amad a vuestra esposa, y guiad a vuestros hijos hacia Dios, hacia donde deben ir (cf. Lc 2,49), con amor y con vuestra presencia responsable.